El famoso elevador de Hitler los esperaba. Se parecía mucho a una pequeña habitación de hotel, con su alfombra de felpa, sus sillas tapizadas de cuero y su batería de teléfonos. Vogel y Canaris entraron los primeros. Canaris se sentó al instante y encendió un cigarrillo, de forma que la cabina estaba llena de humo cuando llegaron Himmler y Schellenberg. Los cuatro hombres permanecieron sentados en silencio, cada uno de ellos mirando al frente, mientras el elevador los trasladaba hacia el Obersalzberg, mil ochocientos metros por encima de Berchtesgaden. Molesto por la humareda, Himmler se llevó la enguantada mano a la boca y tosió suavemente.

A Vogel le zumbaban los oídos a causa del rápido cambio de altitud. Miró a los tres hombres que ascendían con él, los tres oficiales de información más poderosos del Tercer Reich: un avicultor, un pervertido y un quisquilloso pequeño almirante que muy bien podía ser un traidor. En las manos de aquellos hombres descansaba el futuro de Alemania.

«Que Dios nos ayude a todos, pensó Vogel.

El gigante nórdico que ejercía de jefe de la escolta personal SS de Hitler les acompañó al interior del salón. Vogel, por regla general indiferente a los escenarios naturales, se quedó atónito ante la belleza de la vista panorámica. Contempló a sus pies las torres y las colinas de Salzburgo, lugar de nacimiento de Mozart. Cerca de Salzburgo se alzaba la Unterberg, la montaña donde el emperador Federico Barbarroja esperó la legendaria llamada para levantarse yrestaurar la gloria de Alemania. La propia habitación tenía quince por dieciocho metros, y cuando Vogel llegó a la zona donde estaban los asientos cercanos al fuego la cabeza se le iba por culpa de la altitud. Se sentó en la esquina de un sofá rústico y sus ojos exploraron las paredes. Las cubrían enormes óleos y tapices. Vogel admiró la colección del Führer: un desnudo que creyó pintado por Tiziano, un paisaje obra de Spitzwg, ruinas romanas de Pannini. Había un busto de Wagner y un reloj enorme coronado por un águila de bronce. Un criado sirvió silenciosamente café a los invitados y té a Hitler. Las puertas se abrieron segundos después y Hitler irrumpió en la estancia con paso más que firme. Como de costumbre, Canaris fue el último en levantarse. El Führer hizo un gesto con la mano para indicarles que volvieran a sus asientos y él permaneció de pie, para poder así pasear por la habitación.

– Capitán Vogel -empezó Hitler sin preámbulos-. Tengo entendido que su agente en Londres se ha marcado otro tanto.

– Así lo creo, mi Führer.

– Por favor, no lo mantenga en secreto por más tiempo.

Bajo la vigilante mirada de los hombres de las SS, Vogel abrió la cartera.

– Nuestro agente ha conseguido otro documento de notable importancia. Este documento nos proporciona más pistas acerca de la naturaleza de la Operación Mulberry. -Vogel vaciló-. Ahora podemos predecir con mayor certidumbre el papel que desempeñará Mulberry en la invasión.

Hitler asintió.

– Por favor, continúe, capitán Vogel.

– Basándonos en estos nuevos documentos, creemos que la Operación Mulberry consiste en el establecimiento de un complejo antiaéreo. Se desplegará a lo largo de la costa francesa, en un intento de facilitar protección frente a la Luftwaffe durante las críticas horas iniciales de la invasión enemiga. -Vogel volvió a introducir la mano en la cartera-. Nuestros analistas han utilizado los diseños del documento enemigo para trazar un boceto del complejo.

Vogel lo puso encima de la mesa. Schellenberg y Himmler lo contemplaron con interés.

Hitler se había alejado y, desde una ventana, miraba hacia las montañas. Creía que donde mejor reflexionaba era en el Berghof, donde estaba por encima de todo.

– En su opinión, ¿dónde emplazará el enemigo ese complejo antiaéreo, capitán Vogel?

– Los planos que ha sustraído nuestro agente no especifican el punto donde se desplegará Mulberry -dijo Vogel-. Pero basándonos en el resto de la información recogida por la Abwehr, lo más lógico es llegar a la conclusión de que Mulberry está destinada a Calais.

– ¿Y su teoría acerca de un puerto artificial en Normandía?

– Era… -Vogel titubeó, en tanto daba con la palabra precisa-, prematura, mi Führer. Me precipité en mi juicio. Llegué a un veredicto antes de contar con las pruebas. Soy abogado por formación, mi Führer…, le ruego perdone la metáfora.

– No, capitán Vogel, creo que tenía razón la primera vez. Creo que Mulberry es un puerto artificial. Y creo que su punto de destino es Normandía. -Hitler dio media vuelta y se encaró con su auditorio-. ¡Eso es muy propio de Churchill, ese loco! ¡Un dispositivo grandioso y disparatado que revela sus intenciones porque nos dice dónde van a descargar el golpe él y sus amigos norteamericanos! ¡Ese hombre se cree un genio imaginativo! ¡Un gran estratega! ¡Pero es un estúpido cuando se aventura en cuestiones militares! No hay más que preguntar a los fantasmas de los muchachos a los que llevó al matadero en los Dardanelos. No, capitán Vogel, tenía usted razón la primera vez. Es un puerto artificial, y está destinado a Normandía. Lo sé -Hitler se golpeó el pecho-. Lo sé aquí.

Walter Schellenberg carraspeó.

– Mi Führer, tenemos otra prueba que apoya la información del capitán Vogel.

– Oigámosla, herr Brigadeführer.

– Hace dos días, en Lisboa, recibí informes de uno de nuestros agentes en Inglaterra.

Vogel pensó: «Ay, Cristo, ya estamos otra vez».

Schellenberg extrajo un documento de su cartera.

– Este es un comunicado escrito por un oficial del MI-5 llamado Alfred Vicary. Lo aprobó alguien cuyas iniciales son BB y se remitió a Churchill y a Eisenhower. En él, Vicary advierte que ha surgido una nueva amenaza para la seguridad y que deben tomarse medidas de precaución extraordinarias hasta nuevo aviso. Vicary también advierte que hay que ser especialmente desconfiados y precavidos respecto a los acercamientos femeninos. Su agente en Londres… es una mujer, ¿verdad, capitán Vogel?

– ¿Me permite ver eso? -pidió Vogel.

Schellenberg se lo pasó.

– Alfred Vicary -articuló Hitler-. ¿Por qué me suena familiar ese nombre?

– Vicary es amigo personal de Churchill -dijo Canaris-. Formaba parte del grupo que hacía eco a Churchill y respaldaba sus opiniones durante la década de 1930. Cuando Churchill alcanzó el cargo de primer ministro, en mayo de 1940, lo llevó al MI-5.

– Sí, ahora lo recuerdo. ¿No escribió durante los treinta un puñado de artículos infamantes acerca del nacionalsocialismo?

Canaris pensó: «Y todo lo que dijo resultó ser verdad».

– Sí, ése es -manifestó en voz alta.

– ¿Y quién es BB?

– Basil Boothby. Dirige una división dentro del MI-5.

Hitler paseaba de nuevo, aunque ahora más despacio. La calma de los silenciosos Alpes ejercía un efecto tranquilizador sobre él. -Vogel, Schellenberg y Canaris, todos están convencidos. Bueno, pues yo no.

– Un interesante giro de los acontecimientos, ¿no le parece, herr Reichsführer? -Había pasado la tormenta. Hitler contemplaba el sol, que desaparecía por el oeste, y los picos de las montañas con los tonos rosa y púrpura del crepúsculo alpino. Todos se habíanretirado, excepto Himmler-. El capitán Vogel me dice primero que la Operación Mulberry es un puerto artificial; y luego, que es un complejo antiaéreo.

– Muy interesante, mi Führer. Yo tengo mis teorías.

Hitler se apartó de la ventana.

– Expónmelas.

– Número uno: está diciendo la verdad. Ha recibido nueva información que considera digna de toda confianza y cree de verdad en lo que le ha dicho a usted.

– Es posible. Adelante.

– Número dos: la información que acaba de presentar la ha fabricado en su totalidad y Kurt Vogel, lo mismo que su superior, Wilhelm Canaris, es un traidor que pretende la destrucción del Führer y de Alemania.

Hitler se cruzó de brazos y se inclinó hacia atrás.

– ¿Por qué nos iba a engañar en lo relativo a la invasión?

– Si el enemigo triunfa en Francia y el pueblo alemán ve la guerra perdida, Canaris y el resto de la escoria de la Schwarze Kapelle se revolverán contra nosotros y tratarán de eliminarnos. Si los conspiradores logran el poder, pedirán la paz y Alemania acabará como acabó tras la Gran Guerra… castrada, débil, la mendiga de Europa, viviendo de las migajas que caigan de la mesa de británicos, franceses y norteamericanos… -Himmler hizo una pausa-. Y de los bolcheviques, mi Führer.

Las pupilas de Hitler parecieron incendiarse, la simple idea de que los alemanes viviesen bajo el dominio ruso era demasiado dolorosa para imaginarla siquiera.

– ¡Jamás debemos permitir que eso le suceda a Alemania! -exclamó. Miró a Himmler atentamente-. La expresión de tu cara me dice que tienes una teoría más.

– Sí, mi Führer.

– Oigámosla.

– Vogel cree que la información que le ha presentado es verídica. Pero ha estado bebiendo en un pozo envenenado.

Hitler pareció intrigado.

– Adelante, herr Reichsführer.

– Mi Führer, siempre he sido sincero con usted en lo que concierne a mis sentimientos hacia el almirante Canaris. Creo que es un traidor. Me consta que ha tenido contactos con agentes británicos y estadounidenses. Si mis temores acerca del almirante son correctos, ¿no sería lógico suponer que ha comprometido las redes alemanas en Gran Bretaña? ¿No sería lógico suponer también que la información de los espías alemanes en Inglaterra está igualmente comprometida? ¿Y si el capitán Vogel descubrió la verdad y el almirante Canaris lo ha silenciado a fin de protegerse?

Hitler volvía a pasear nervioso.

– Tan brillante como de costumbre, herr Reichsführer. Eres el único en quien puedo confiar.

– Recuerde, mi Führer, que una mentira es la verdad, sólo que al revés. Ponga la mentira ante el espejo y la verdad le estará mirando desde el cristal azogado.

– Tienes un plan. Ya lo veo.

– Sí, mi Führer. Y Kurt Vogel es la clave. Vogel puede proporcionarnos el secreto de la invasión y la prueba de la traición de Canaris de una vez por todas.

– Vogel me parece un hombre inteligente.

– Se le consideraba antes de la guerra uno de los cerebros legales más lúcidos de Alemania. Pero recuerde que lo reclutó personalmente el propio Canaris. En consecuencia, tengo mis dudas acerca de su lealtad. Habrá que manejarlo con cuidado.