Boothby también sonrió. Llevaba mucho tiempo buscando a un Gavilán.

Boothby tenía una nueva misión: vigilar a los comunistas. Especialmente en las universidades, Oxford y Cambridge. El partido comunista de la Gran Bretaña, con el cariño y estímulo de los amos rusos, echaba su cebo por las universidades a la caza de nuevos miembros para su rebaño. La NKVD buscaba espías. Gavilán empezó a trabajar para Boothby en Oxford. Boothby sedujo a Gavilán. Boothby dio rumbo y sentido a aquel corazón a la deriva. Boothby era un genio en eso. Gavilán se mezcló con los comunistas: bebió con ellos, se peleó con ellos, jugó al tenis con ellos, fornicó con ellos. Cuando el partido le fue a buscar, Gavilán los mandó a hacer puñetas.

Entonces fue a buscarle Pelícano.

Gavilán llamó a Boothby. Gavilán era un buen chico.

Pelícano era alemán, judío y comunista, Boothby se percató inmediatamente de sus posibilidades. Había sido un agitador callejero comunista en Berlín durante el decenio de 1920, pero con la llegada de Hitler al poder pensó que lo mejor era buscarse aguas más tranquilas. Emigró a Inglaterra en 1933. La NKVD conocía a Pelícano de su época en Berlín. En cuanto se enteraron de que se había establecido en Inglaterra lo reclutaron como agente. Se daba por supuesto que su tarea consistía en descubrir talentos, nada de pesados trabajos de campo. El primer talento que localizó fue el agente de Boothby, Gavilán. En la siguiente reunión que mantuvieron Gavilán y Pelícano , Boothby se presentó como surgido de la nada y metió en el cuerpo de éste el sano temor de Dios. Pelícano accedió a trabajar para Boothby.

– ¿Aún estás conmigo, Alfred?

Vicary, que escuchaba junto a la ventana, pensó: «Ah, sí. Lo cierto es que voy cuatro movimientos por delante de ti».

En agosto de 1939, Boothby llevó a Gavilán al MI-5. Cumpliendo órdenes de Boothby, Pelícano comunicó a sus controladores de Moscú que la estrella que había reclutado trabajaba ahora para la Inteligencia británica. Moscú se quedó extasiado. La estrella de Pelícano empezó a ascender. Boothby utilizaba a Pelícano para enviar a los rusos material verídico, aunque carente de valor, supuestamente proporcionado por la fuente introducida en el MI-5, Gavilán. Todo era información que los rusos podían confirmar por otras fuentes. La estrella de Pelícano se remontó vertiginosa.

En noviembre de 1939, Boothby envió a Pelícano a los Países Bajos. Un joven y arrogante oficial del servicio información de las SS llamado Walter Schellenberg efectuaba viajes regulares a territorio holandés para entrevistarse con un par de agentes del MI-6,

Schellenberg adoptaba la postura de miembro de la Scharze Kapelle y solicitaba la ayuda británica. En realidad, quería que los británicos le dieran los nombres de los verdaderos traidores alemanes, para poder arrestarlos. Pelícano se reunió con Schellenberg en un café, en una ciudad fronteriza holandesa, y se ofreció a trabajar para él como espía en Gran Bretaña. Pelícano reconoció haber realizado un par de cosas para la NKVD, incluido el reclutamiento de un muchacho de Oxford llamado Gavilán, que acababa de ingresar en el MI-5 y con el que Pelícano mantenía aún un contacto regular. Como detalle de buena voluntad, Pelícano obsequió a Schellenbergcon una colección de material erótico asiático. Schellenberg entregó a Pelícano mil libras, una cámara fotográfica y un transmisor de radio, y lo envió de vuelta a Gran Bretaña.

En 1940, el MI-5 se reorganizó. Churchill despidió bruscamente a Vernon Kell, el antiguo director general, que había fundado el departamento en 1909. Sir David Petrie se hizo cargo de la agencia. Boothby le conocía de la India. A Boothby lo lanzaron al piso de arriba. Pasó Pelícano a oficial de caso -«Un aficionado como tú, Alfred: aunque era abogado, no profesor»-, pero sin dejar de tenerlo bien cogido. Pelícano era demasiado importante para dejárselo a alguien que apenas conocía el camino de la cantina. Además, los tratos de Pelícano con Schellenberg empezaban a resultar condenadamente interesantes.

A Schellenberg le impresionaron los primeros informes de Pelícano . Todo el material era bueno, pero inocuo: producción de municiones, movimientos de tropas, evaluación de daños producidos por bombardeos. Schellenberg se los engullía vorazmente, a pesar de saber que procedían de un joven comunista que había trabajado como descubridor de talentos para la NKVD. Él y el resto de miembros de las SS despreciaban a Canaris y a los oficiales de inteligencia profesionales de la Abwehr. Desconfiaban de la información que Canaris suministraba al Führer. Schellenberg vio su oportunidad. Podría crear una red independiente en Gran Bretaña que les informase directamente a él y a Heinrich Himmler, dando un rodeo a la Abwehr en pleno.

Boothby también vio su oportunidad. Podría utilizar la red de Pelícano con dos finalidades: verificar la información falsa que se remitía a Canaris mediante el sistema de Doble Cruz y al mismo tiempo sembrar la desconfianza entre las dos organizaciones de inteligencia rivales. Era un delicado acto compensador. El MI-5 deseaba que Canaris continuase en el cargo -al fin y al cabo, su agencia estaba ahora absolutamente comprometida y manipulada-, pero una pequeña intriga palaciega siempre venía bien. El servicio de Información británico podía avivar suavemente las llamas de la disensión y la traición. A través de Pelícano, Boothby empezó a facilitar a Schellenberg datos que promovían dudas acerca de la lealtad de Canaris: no era suficiente para que Schellenberg asestara una puñalada por la espalda al Viejo Zorro, en realidad, sólo lo justo para seguir llevando las riendas del maldito asunto.

En 1942, Boothby pensó que el juego se le había escapado de las manos. Schellenberg recopiló una larga lista de pecados de Canaris y se la presentó a Himmler. La comisión de Doble Cruz decidió echarle a Canaris un cable o dos para que pudiera desatar el nudo del lazo que ya le rodeaba el cuello: información de primera clase que pudiera enseñar al Führer para demostrar la eficacia de la Abwehr. Dio resultado. Himmler guardó en un cajón el expediente presentado por Schellenberg y el Viejo Zorro continuó en el cargo.

Boothby estaba sirviendo otra taza de aquel nefasto café. Vicary no había podido con la primera. Estaba medio vacía junto a la ventana, al lado del cadáver de una polilla que se desintegraba lentamente para convertirse en polvo. El viento había echado del callejón a los chiquillos. Soplaba a ráfagas, arrojando la lluvia contra los cristales. El cuarto estaba a oscuras. La quietud reinaba en la casa, tras la actividad de la mañana. El único sonido era el del suelo, que crujía bajo el impaciente pasear de Boothby. Vicary se apartó de la ventana y le miró. Parecía fuera de lugar en aquel piso mugriento -como un sacerdote en un prostíbulo-, lo que no era óbice para que diese la impresión de estar disfrutando a conciencia. Incluso a los espías les gusta contar secretos a veces.

Boothby se llevó la mano al bolsillo de pecho del traje, sacó una hoja de papel y se la tendió a Vicary. Era el comunicado que él había enviado a Boothby semanas atrás, solicitándole que emitiese un alerta de seguridad. Vicary miró la esquina superior izquierda: llevaba un sello de «cúmplase». Junto al sello se veían dos Inicialespoco menos que ilegibles: BB. Boothby alargó la mano y recuperó la nota. Tras quitársela a Vicary, se la entregó a Pelícano .

Pelícano se movió por primera vez. Dejó encima de la mesa el comunicado de Vicary y encendió la luz. De pie sobre él, Vicary observó que los ojos de Pelícano se arrugaban detrás de las gafas oscuras. El agente se sacó del bolsillo una cámara de fabricación germana, la misma que Schellenberg le había dado en 1940. Con todo el esmero del mundo tomó diez fotografías del documento, ajustando la luz y el ángulo de la cámara en cada fotograma, para asegurarse de que por lo menos obtenía un negativo claro. Luego levantó el objetivo y enfocó a Gavilán. Disparó dos veces la cámara y luego volvió a guardársela en el bolsillo.

– Pelícano sale esta noche para Lisboa -informó Boothby-. Schellenberg y sus amigos han pedido una reunión con él. Creemos que van a someterle a un examen completo. Pero antes de que se lancen al interrogatorio, Pelícano va a entregarles esta película. La próxima vez que Schellenberg y Canaris cabalguen juntos por el Tiergarten, Schellenberg le hablará a su acompañante del asunto. Canaris y Vogel lo tomarán como prueba de que Timbal es oro de ley. Su agente no se ve en ningún compromiso. En la Inteligencia británica cunde el pánico. Por lo tanto, los informes que envía referentes a la Operación Mulberry tienen que ser seguros. ¿Captas el cuadro, Alfred?

Vicary y Boothby fueron los primeras en salir. Boothby delante, Vicary pisándole los talones. Bajar las escaleras a oscuras resaltó más espinoso que subirlas. Por dos veces, Vicary tuvo que alargar el brazo en la negrura para mantener el equilibrio apoyando la mano en el hombro de Boothby. cubierto por la suave tela de cachemira del abrigo. Reapareció el gato y volvió a soltarles su bufido desde un rincón. Los olores a rancio eran los mismos, sólo que con el orden invertido. Llegaron al pie de la escalera. Vicary oyó el chirrido que produjeron las suelas de sus zapatos sobre el sucio linóleo del portal. Boothby abrió la puerta de la calle. Al salir, Vicary recibió en el rostro el bofetón de la lluvia.

En su vida se había sentido más contento de verse fuera de un sitio. Mientras avanzaba hacia el coche, miró a Boothby, que le estaba observando a él. Vicary tuvo la sensación de haber atisbado a través del espejo. Boothby le había proporcionado una visita guiada a un mundo de engaño cuya existencia nunca imaginó. Vicary subió al coche. Boothby lo hizo a continuación y cerró la portezuela. El conductor los llevó hacia Kingsland Road y luego torció por el sur en dirección al río. Vicary miró a Boothby una vez y luego desvió la vista. Boothby parecía complacídísimo consigo mismo.

– No tenía que mostrarme todo eso -dijo Vicary-. ¿Por qué lo ha hecho?

– Porque quise hacerlo.

– ¿Qué ha pasado con la necesidad de saber? No me hacía ninguna falta enterarme de todo eso. Usted podía transmitir mi comunicado a Schellenberg y no decirme una palabra de ello.