– Sólo le dijimos que Jordan estaba trabajando en un gran proyecto de construcción relacionado con el desembarco. También dejamos entrever la cuestión de su vulnerabilidad, como tú has señalado. La Abwehr picó. Müller se lo vendió a Canaris y Canaris se lo pasó a Vogel.

– Así que todo el asunto era una bien urdida y compleja treta destinada a colocarle documentos falsos a la Abwehr. Y Peter Jordan fue la proverbial cabra atada delante de la trampa.

– Exactamente. Los primeros documentos estaban diseñados de manera ambigua. Se prestaban a varias interpretaciones y, desde luego, al debate. Las unidades Fénix podían ser piezas de un puerto artificial o de un complejo antiaéreo. Queríamos que discutieran, que se pelearan, que se hicieran pedazos entre ellos. ¿Recuerdas a Sun Tzu?

– Socavar, subvertir y corromper al enemigo, sembrar la discordia entre sus mandos.

– Exactamente. Queríamos estimular la fricción entre el SD y la Abwehr. Y, por otra parte, no deseábamos facilitarles las cosas. Gradualmente, los documentos de Timbal fueron pintando un cuadro claro, y ese cuadro pasó directamente a Hitler.

– ¿Pero por qué tomarse tanto trabajo? ¿Por qué no utilizar uno de los espías alemanes que habían convertido en agentes dobles a nuestro servicio? ¿O uno de los agentes ficticios? ¿Por qué utilizar un ingeniero vivo? ¿Por qué no crear uno nuevo a medida?

– Dos razones -dijo Boothby-. Primera, eso era demasiado fácil. Nuestra idea consistía en hacerlos sudar un poco. Queríamos influir sutilmente en sus procesos mentales. Deseábamos hacerles creer que eran ellos los que adoptaban la decisión de tomar a Jordan como blanco. Recuerda el refrán de un oficial de Doble Cruz. La información que se obtiene fácilmente, fácilmente se descarta. Hay una cadena de evidencias, por expresarlo así: de Hardegen a Müller, de Müller a Canaris, de Canaris a Vogel y de Vogel a Catherine Blake.

– Impresionante -dijo Vicary-. ¿La segunda razón?

– La segunda razón es que nos enteramos, en la recta final de 1943, de que no habíamos liquidado a todos los espías alemanes que operaban en Gran Bretaña. Nos enteramos de la existencia de Kurt Vogel, nos enteramos de que contaba con una red y nos enteramos de que uno de sus agentes era una mujer. Pero teníamos un problema grave. Vogel había enterrado sus agentes en Gran Bretaña con tanto cuidado que no podríamos localizarlos a menos que los obligáramos a salir a terreno descubierto. Recuerda, Guardaespaldas estaba a punto de lanzarse a toda máquina. íbamos a bombardear a los alemanes con una ventisca de información falsa. Pero no podíamos sentirnos cómodos sabiendo que en el país estaban operando agentes vivos y activos. Había que acabar con todos ellos. De no hacerlo, nunca tendríamos la certeza de que los germanos no estaban recibiendo información que contradecía a Guardaespaldas .

– ¿Cómo se enteraron de la existencia de la red de Vogel?

– Nos informaron de ello.

– ¿Quién?

Boothby dio unos pasos en silencio, con la vista en las embarradas punteras de sus botas altas.

– Nos habló de esa red Wilhelm Canaris -declaró al final.

– ¿Canaris?

– A través de uno de sus emisarios, en realidad. En 1943, entrado el verano. Probablemente esto te va a sorprender, pero Canaris era un jefe de la Schwarze Kapelle. Quería el apoyo de Menzies y del Servicio de Inteligencia para que le ayudasen a derribar a Hitler y poner fin a la guerra. Como gesto de buena voluntad informó a Menzies de la existencia de la red de Vogel. Menzies lo comunicó al Servicio de Seguridad y maquinamos conjuntamente el plan denominado Timbal.

– El jefe del espionaje de Hitler, un traidor. Extraordinario. Y usted sabía todo eso, claro. Usted lo sabía la noche en que se me asignó el caso. Aquella sesión informativa sobre el desembarco y los planes para engañar al enemigo… La habían preparado para asegurarse mi lealtad ciega. Para motivarme, para manipularme.

– Me temo que así es, sí.

– De forma que la operación tenía dos objetivos: engañarlos respecto a Mulberry y al mismo tiempo obligar a los agentes de Vogel a salir a la luz para poder neutralizarlos.

– Sí-confirmó Boothby-. Y otra cosa: dar un empujoncito a Canaris para mantener apartada su cabeza del tajo hasta que se produjera la invasión. Lo último que deseábamos era que Schellenberg y Himmler llevasen las riendas. La Abwehr se encontraba totalmente paralizada y manipulada. Sabíamos que si Schellenberg se hacía cargo de ella, pondría en cuarentena todo lo que había hecho Canaris. Ahí no nos salimos con la nuestra, naturalmente. Destituyeron a Canaris y Schellenberg consiguió finalmente hacerse cargo de la Abwehr.

– Entonces, ¿por qué con la caída de Canaris no se vinieron abajo Doble Cruz y Guardaespaldas?

– Ah, Schellenberg tenía más interés en consolidar su imperio que en dirigir una nueva hornada de agentes establecidos en Inglaterra. Hubo una imponente reorganización burocrática: traslado de oficinas, archivos que cambian de manos, esa clase de cosas. En ultramar, despidió a todos los experimentados oficiales de inteligencia leales a Canaris y los sustituyó por sabuesos novatos fieles a las SS y al partido. Mientras tanto, los oficiales de la sede de la Abwehr se esforzaron enormemente para demostrar que los agentes que operaban en Gran Bretaña eran sinceros y fructíferos. Sencillamente, era cuestión de vida o muerte para esos funcionarios. Si reconocían que sus agentes estaban bajo control británico, se verían en el primer tren que saliera hacia el este. O algo peor.

Caminaron en silencio durante un rato, mientras Vicary asimilaba lo que Boothby le había contado. La cabeza le daba vueltas. Tenía mil preguntas que hacer. Temía que Boothby diese por terminada la sesión informativa en cualquier momento. Ordenó las preguntas según su importancia, dejando a un lado las emociones que hervían en su interior. Una nube se interpuso entre el sol y la tierra y la atmósfera se llenó de frío.

– ¿Funcionó? -quiso saber Vicary.

– Sí, funcionó de maravilla.

– ¿Qué me dice de la emisión de Lord Ejem Ejem? -Vicary la había oído, sentado en la sala de estar de la casita de campo de Matilda, y un estremecimiento le recorrió de pies a cabeza.

«Sabemos exactamente qué pretendes hacer con esas unidades de hormigón. Crees que vas a hundirlas en nuestras costas durante el ataque. Bueno, pues les vamos a echar una mano, muchachos…

– Cundió el pánico en el Mando Supremo aliado. Al menos en la superficie -añadió Boothby, ufano-. Un reducido grupo de oficiales conocía la treta de Timbal y comprendió que era justo el último acto. Eisenhower envió a Washington un cable en el que solicitaba cincuenta naves de escolta para proteger a las Mulberry y rescatar a sus equipos humanos en el caso de que hundieran las unidades de hormigón durante la travesía del Canal. Tuvimos buen cuidado en comprobar que los alemanes se enterasen de ello. A petición de Eisenhower, Tate, nuestro agente Doble Cruz con fuente ficticia en la Jefatura Superior de la Fuerza Expedicionaria Aliada, transmitió un informe a su controlador de la Abwehr. Al cabo de unos días, el embajador japonés visitó las defensas costeras y Rundstedt le informó acerca de la existencia de las Mulberry y le explicó que un agente de la Abwehr había averiguado que se trataba de torres de artillería antiaérea. El embajador cablegrafió esa información a sus señores de Tokio. Lo mismo que todos sus comunicados, el mensaje se interceptó y descodificó. En ese momento, supimos que Timbal había funcionado.

– ¿Quién llevó toda la operación?

– El MI-6. La iniciaron, la concibieron y dejamos que se encargaran de ella.

– ¿Quién estaba dentro del departamento?

– Yo mismo; el director general, Masterman, de la comisión de Doble Cruz.

– ¿Quién era el oficial al mando?

Boothby miró a Vicary.

– Broome, naturalmente..

– ¿Quién es Broome?

– Broome es Broome, Alfred.

– Hay una cosa que no comprendo. ¿Por qué era necesario engañar al oficial del caso?

Boothby sonrió lánguidamente, como si le inquietara un recuerdo un sí en no es desagrable. Un par de faisanes remontaron el vuelo desde el seto vivo y cruzaron el cielo de color gris peltre. Boothby se detuvo y contempló las nubes.

Parece que va a llover -comentó-. Quizá deberíamos emprender el regreso.

Dieron media vuelta y echaron a andar.

– Te engañamos, Alfred, porque queríamos que el otro bando se convenciera de que todo era real. Deseábamos que dieses los mismos pasos que hubieras podido dar en un caso normal. Tampoco te hacía ninguna falta saber que Jordan estaba trabajando para nosotros desde el principio. No era necesario.

– ¡Dios mío! -saltó Vicary-. Así que me han utilizado, lo mismo que a cualquier otro agente. Me utilizaron.

– Puedes expresarlo de ese modo, sí.

– ¿Por qué me eligieron a mí? ¿Por qué no cualquier otro?-Porque tú, lo mismo que Peter Jordan, eras perfecto.

– ¿Le importaría explicarme eso?

– Te elegimos porque eras inteligente, ingenioso y, en circunstancias normales, les habrías dejado satisfechos por el precio que hubieran pagado. Dios mío, estuviste a punto de calar el engaño mientras la operación estaba en pleno desarrollo; te faltó muy poco. También te elegimos porque la tensión entre nosotros dos era legendaria. -Boothby hizo una pausa y bajó la vista sobre Vicary-. Tú no has sido precisamente discreto a la hora de ponerme verde ante el resto del personal. Pero, lo más importante, te elegimos a ti porque eras amigo del primer ministro y la Abwehr lo sabía.

– Y cuando me despidió, comunicó la noticia a los alemanes vía Gavilán y Pelícano. Esperaba que el sacrificio de un amigo personal de Winston Churchill estimularía la confianza de los alemanes, induciéndoles a creer en la autenticidad del material de Timbal.

– Exactamente, eso era parte del guión.

– ¿Y Churchill estaba enterado?

– Sí, lo sabía. Lo aprobó personalmente. Tu viejo amigo te traicionó. Le gusta la magia negra, a nuestro Winston. Si no hubiese sido primer ministro, creo que habría sido oficial de engaño. Me parece que más bien disfrutó con todo esto. He oído que la pequeña arenga que te dirigí en las Salas de Guerra del Subsuelo es un clásico.

– Hijos de puta -murmuró Vicary- Cabrones manipuladores. Claro que, de cualquier modo, debo considerarme afortunado. Podría estar muerto como los otros. ¡Dios mío! ¿Se da cuenta de cuántas personas han muerto por su jueguecito? Pope, su chica, Rose Morely, los dos hombres de la Sección Especial en Earl’s Court, los cuatro policías en Louth, otro en Cleethorpes, Sean Dogherty, Martin Colville.