– Yo he vivido el blitz y, debido a ello, me temo que Alemania se merece los golpes que británicos y norteamericanos puedan asestarle. Los alemanes fueron los primeros en llevar la guerra a la población civil. No puedo derramar ninguna lágrima porque ahora estén reduciendo Berlín a polvo.

– Hablas como una británica.

– Soy medio británica. Mi madre era inglesa. Llevo seis años viviendo entre ingleses. Cuesta trabajo no olvidar del lado de quién se supone ha de estar una, cuando una se encuentra en tal situación. Pero cuéntame más detalles de Berlín.

– Los que tienen dinero y buenas relaciones se las arreglan para comer bien. Los que no tienen dinero ni buenas relaciones, no. Los rusos han vuelto las tornas en el este. Presumo que la mitad de Berlín confía en que la invasión tenga éxito para que los norteamericanos puedan llegar a Berlín antes que los Ivanes.

– Típicamente alemán. Eligen a un psicópata, le dan el poder absoluto y luego se ponen a lloriquear porque los lleva al borde de la destrucción.

Neumann se echó a reír.

– ¿Cómo diablos es que, con esas dotes adivinatorias que tienes, te convertiste en espía voluntariamente?

– ¿Quién ha dicho algo acerca de voluntariedad?

Pasaron a toda marcha por un par de pueblos, primero Stickney, después Stickford. El olor del humo de la leña que se quemaba en los fuegos encendidos en las chimeneas de las casas penetró en el interior de la furgoneta. Neumann oyó ladrar a un perro, luego a otro. Se llevó la mano al bolsillo, sacó el paquete de tabaco y se lo pasó a Catherine. La muchacha encendió dos cigarrillos, se quedó con uno y tendió el otro a Neumann.

– ¿Te importaría explicar el último comentario?

Catherine pensó: «¿Me importaría?». Era algo terriblemente extraño, al cabo de tanto tiempo, el mero hecho incluso de estar hablando en alemán. Se había pasado seis años ocultando hasta el último átomo de verdad acerca de sí misma. Se había convertido en otra persona, había eliminado todo aspecto de su identidad y de su pasado. Cuando pensaba en la muchacha que era antes de Hitler y antes de la guerra, era como si pensase en otra persona.

«Anna Katarina von Steiner falleció en un desgraciado accidente de carretera en las cercanías de Berlín.»

– Bueno, lo cierto es que, exactamente, no fui a la oficina local de la Abwehr y me enrolé encantada de la vida -dijo Catherine-. Claro que supongo que en este gremio nadie consigue el trabajo así, ¿verdad? Ellos siempre van por ti. En mi caso, ellos se personificaron en Kurt Vogel.

Catherine le contó la historia, la historia que nunca había contado antes a nadie. La historia de aquel verano en España, el verano en el que estalló la Guerra Civil. El verano en la hacienda de María. Su aventura amorosa con el padre de María.

– Así es mi suerte, el hombre resulta ser un fascista y un cazatalentos para la Abwehr. Me vende a Vogel y éste viene a buscarme.

– ¿Por qué no te limitaste a decir no?

– ¿Por qué ninguno de nosotros se limitó a decir no? En mi caso, amenazó a lo que me era más importante del mundo: a mi padre. Eso es lo que hace un buen oficial de caso. Se introducen en tu cabeza. Llegan a saber lo que piensas, lo que sientes. Lo que amas y lo que temes. Y luego lo utilizan para obligarte a hacer lo que quieren que hagas.

Fumó en silencio durante un momento, mientras observaba el pueblo por el que discurrían.

– Vogel sabía que de niña viví en Londres, que hablo inglés correctamente, que manejar las armas de fuego ya se me daba bien, y que…

Se quedó silenciosa unos segundos. Neumann no la apremió. Sólo aguardó, fascinado.

– Sabía que mi personalidad encajaba a las mil maravillas con la misión que pensaba encomendarme. Yo iba a permanecer en Gran Bretaña cerca de seis años, sola, sin familia, sin contacto con otros agentes, nada. Tenía más de sentencia de cárcel que de misión. No puedes imaginarte la cantidad de veces que he soñado con volver a Berlín y matar a Vogel con alguna de las portentosas técnicas que sus amigos y él me enseñaron.

– ¿Cómo entraste en el país?

Se lo dijo… le contó lo que Vogel le había obligado a hacer.

– ¡Cielo Santo! -murmuró Neumann.

– Algo haría la Gestapo, ¿no? Me pasé los primeros meses preparando mi nueva identidad. Luego me asenté y esperé. Vogel y yo teníamos un sistema de comunicación inalámbrica que no incluía nombres en clave. De modo que los británicos no me buscaron en ningún momento. Vogel sabía que yo estaba segura, en mi puesto y lista para ser activada. Y luego el idiota me ordena una misión y me arroja directamente en los brazos del MI-5. -Emitió una suave risita-. Dios mío, no puedo creer que realmente regreso allí, después de todo este tiempo. Nunca pensé que volvería a ver Alemania.

– No pareces tremendamente emocionada ante la perspectiva de regresar a la patria.

– ¿A la patria? Me cuesta trabajo considerar que Alemania sea mi patria. Me cuesta trabajo pensar en mí como alemana. Vogel borró esa parte de mí en aquel fantástico retiro de las montañas de Baviera.

– ¿Qué piensas hacer?

– Entrevistarme con Vogel, asegurarme de que mi padre continúa vivo, cobrar mis haberes y marcharme. Vogel puede crear para mí otra de sus identidades falsas. Estoy capacitada para pasar por ciudadana de cinco nacionalidades distintas. De entrada, eso fue lo que me hizo entrar en el juego. Es todo un gran juego, ¿no? El gran juego.

– ¿A dónde irás?

– Volveré a España -dijo Catherine-. Al punto donde empezó todo.

– Háblame de ese lugar -pidió Neumann-. Necesito pensar en algo además de en esta carretera dejada de la mano de Dios.

– Está en las estribaciones de los Pirineos. Por la mañana salimos de caza y por las tardes cabalgamos por las montañas. Hay un río divino con pozas frías y profundas, en cuyas orillas pasamos tardes estupendas bebiendo vino blanco fresco y respirando el perfume de los eucaliptos. Solía pensar en todo eso cuando me atacaba la soledad. Hubo momentos en que creí que iba a volverme loca.

– Suena maravilloso. Si necesitas un mozo de cuadra, avísame.

Catherine le miró con una sonrisa.

– Has sido fabuloso. De no haber sido por ti… -Vaciló-. Dios, ni siquiera puedo imaginarlo.

– Olvídalo. Me alegro de haberte sido de ayuda. No pretendo echar un jarro de agua fría, pero aún no estamos fuera de peligro.

– Te aseguro que eso lo comprendo.

Catherine dio la última calada al cigarrillo, bajó unos centímetros el cristal de la ventana y arrojó la colilla a la noche. La colilla provocó una rociada de chispas al estrellarse contra la carretera.

La mujer se echó hacia atrás en el asiento y cerró los ojos. Llevaba demasiado tiempo sometida al temor y a la adrenalina. El agotamiento la acechaba. El suave traqueteo de la furgoneta la fue serenando hasta sumergirla en un suave adormecimiento.

– Vogel no me dijo tu verdadero nombre -comentó Neumann-. ¿Cuál es?

– Mi verdadero nombre es Anna Katarina von Steiner -respondió la muchacha, con el sueño deslizándosele en la voz-. Pero si lo prefieres puedes seguir llamándome Catherine. Verás, Kurt Vogel mató a Anna antes de enviarla a Inglaterra. Me temo que Anna ya no existe. Anna está muerta.

Cuando Neumann volvió a hablar, su voz sonó remota, al final de un largo túnel.

– ¿Cómo es que una mujer hermosa e inteligente como Anna Katarina von Steiner ha acabado aquí… de esta manera?

– Esa es una muy buena pregunta -dijo Catherine, y a continuación el cansancio se apoderó de ella y se quedó dormida.

El sueño es el único recuerdo que le queda de aquello; hace mucho tiempo que, misericordiosamente, lo expulsaron de sus pensamientos conscientes. Ahora lo ve en rápidos fogonazos… a través de fugaces imágenes robadas. En unas ocasiones lo ve con sus propios ojos, como si lo estuviera viviendo de nuevo, y en otras el sueño le permite contemplarlo como una espectadora acomodada en una tribuna.

Esta noche lo vuelve a vivir.

Se encuentra tendida junto al lago; papá le deja hacerlo. Papá sabe que ella no se acercará al agua -demasiado fría para nadar- y sabe que a ella le gusta que la dejen en paz para poder pensar en su madre.

Corre el otoño. Ella ha llevado una manta. La lluvia de la mañana ha dejado empapadas las hierbas altas que bordean el lago. El viento agita las ramas de los árboles. Una bandada de grajos gira y revolotea ruidosamente por las alturas. Los árboles lagrimean llameantes hojas de tonos rojo y naranja. Ella las ve descender planeando sosegadamente, como minúsculos globos de aire caliente, y posarse en la rizada superficie del lago.

Y entonces, al seguir su mirada la caída de las hojas, ve al hombre, que está entre los árboles de la otra orilla del lago.

Permanece un buen rato erguido y rígido, observándola; luego echa a andar hacia ella. Calza botas altas, hasta la rodilla, y viste un chaquetón que le llega a los muslos. Lleva una escopeta, abierta por la recámara, apoyada en la horquilla que forma su doblado brazo derecho. La cabellera y la barba son demasiado largas, los ojos están enrojecidos y húmedos. Al acercársele, ella observa que le cuelga algo del cinto. Ve que es un par de conejos ensangrentados. Con la fláccida rigidez de la muerte, parecen absurdamente largos y delgados.

Papá tiene una palabra para hombres como aquel: poachers, furtivos. Hombres que van a la tierra de otros hombres y matan animales: ciervos, conejos y faisanes. A ella le hace gracia esa curiosa palabra, porque poacher también significa escalfador y le suena a alguien queprepara huevos por la mañana. Sonríe cuando el hombre se acerca.

El furtivo le pregunta si puede sentarse a su lado y ella responde que sí.

El hombre se pone en cuclillas y deja la escopeta encima de la hierba.

– ¿Estás sola? -le pregunta.

– Sí. Mi padre me deja.

– ¿Dónde está ahora tu padre?

– En casa.

– ¿No va a venir?

– No.

– Quiero enseñarte una cosa -dice el hombre-. Algo que hará que te sientas en la gloria.

Los ojos del furtivo están ahora muy húmedos. Sonríe; tiene los dientes sucios y careados. El miedo asalta a la chica por primera vez. Intenta ponerse en pie, pero el hombre la sujeta por los hombros y la obliga a permanecer sobre la manta. Intenta gritar, pero el furtivo le sofoca la voz con una mano grande y velluda. De pronto lo tiene encinta; la inmoviliza bajo su peso. Le levanta la falda del vestido y le baja las bragas.