Thomasson tomó la bicicleta por el manillar, recorrió el camino de acceso y llamó a la puerta. No obtuvo respuesta. Temiéndose que Colville estuviese borracho o inconsciente, llamó con más fuerza. Tampoco hubo contestación. Empujó la puerta y miró dentro. El interior estaba oscuro. Pronunció en voz alta el nombre de Colville, por última vez. Como no oyó respuesta alguna, se retiró de la casa y continuó hacia Hampton Sands.

Lo mismo que Brancaster, Hampton Sands estaba tranquilo y envuelto en las negruras de la noche. Thomasson cruzó el pueblo en la bicicleta, pasó por delante de la Arms, de la tienda y de la iglesia de St. John. Atravesó el puente sobre la ría. Sean y Mary Dogherty vivían a cosa de kilómetro y medio del pueblo. Thomasson no ignoraba que Jenny Colville vivía prácticamente con los Dogherty. Era muy probable que pasara la noche allí. ¿Pero dónde estaba Martin?

Era un kilómetro y medio bastante arduo, con el camino subiendo y bajando a su espalda. Por delante, en la oscuridad, oía el rítmico chasquido de las patas de Rags contra el suelo y la cadencia uniforme de su respiración. La casa de Dogherty apareció a la vista. Pedaleó hasta la entrada, se detuvo, encendió la linterna y proyectó el foco de un lado a otro. Algo en el prado le llamó la atención. Dio otra pasada por la hierba con la luz de la linterna y… allí… estaba. Avanzó por el prado empapado y se agachó para recoger el objeto. Era un bidón vacío. Lo olió: gasolina. Lo puso boca abajo. Un hilillo de combustible salió por la boca del bidón.

Rags le precedió camino de la casa de los Dogherty. Vio la vieja y destartalada camioneta de Sean Dogherty aparcada en el patio. Luego localizó un par de bicicletas caídas encima de la hierba junto al granero. Thomasson se llegó a la casa y llamó a la puerta. Al igual que en la de Colville, obtuvo la callada por respuesta.

Thomasson no se molestó en llamar por segunda vez. A aquellas alturas va estaba alarmado hasta lo indecible por lo que había visto. Empujó la puerta y voceó: «¡Holal… Oyó un ruido extraño, como un gemido apagado. Proyectó la luz de la linterna hacia el interior del cuarto y vio a Mary Dogherty atada a una silla y con una mordaza alrededor de la boca.

Thomasson se precipitó hacia adelante, mientras Rags rompía a ladrar furiosamente, y se apresuró a quitarle el paño que le cubría la cara.

– ¡Mary! ¡En nombre de Dios?, ¿qué ha ocurrido aquí?

Histérica, Mary abrió la boca para aspirar aire.

– ¡Sean… Martín… muertos… granero… espías… submarino… Jenny!

– Vicary al habla.

– Aquí el comisario jefe Perkin de la policía de King’s Lynn.

– ¿Qué tiene?

– Dos cadáveres, una mujer histérica, una joven desaparecida.

– ¡Dios mío! Empiece por el principio.

– Tras recibir su llamada ordené a mis agentes que efectuasen las rondas. El policía Thomasson tiene a su cargo un puñado de pueblecitos de la costa norte de Norfolk. Él descubrió todo el zafarrancho.

– Continúe.

– Ocurrió en un lugar llamado Hampton Sands. A menos que disponga usted de un buen mapa, no es probable que lo encuentre. Si tiene a mano un mapa lo bastante grande, busque Hunstanton, en el Wash, lleve el dedo hacía el este a lo largo de la costa de Norfolk y verá Hampton Sands.

– Ya lo tengo.

Se hallaba cerca del punto donde Vicary sospechó que podía estar el transmisor.

– Thomasson encontró dos cadáveres en el granero de una granja situada a la salida de Hampton Sands. Las víctimas son dos hombres de la localidad, Martin Colville y Sean Dogherty. Dogherty es irlandés. Thomasson encontró a la esposa de Dogherty atada y amordazada en la casa. La habían golpeado en la cabeza y estaba histérica cuando Thomasson la descubrió. Le contó toda una historia.

– Nada me sorprenderá, comisario jefe. Continúe, por favor.

– La señora Dogherty dice que su marido ha estado espiando para los alemanes desde el principio de la guerra… No llegó a ser un pistolero hecho y derecho del IRA, pero tiene vínculos con el grupo. La mujer cuenta que hace un par de semanas los alemanes dejaron en la playa a otro agente llamado Horst Neumann y Dogherty se hizo cargo de él. El agente ha estado viviendo con ellos y viajando a Londres de modo regular.

– ¿Qué ocurrió esta noche?

– Ella no lo sabe con exactitud. Oyó disparos, corrió hacia el granero y encontró los cadáveres. El alemán le dijo que Colville se abalanzó sobre ellos y entonces empezó el tiroteo.

– ¿Iba una mujer con Neumann?

– Sí.

– Hábleme de la muchacha desaparecida.

– Es la hija de Colville, Jenny. No está en casa y se encontró su bicicleta en la granja de Dogherty. La hipótesis de Thomasson es que siguió a su padre, fue testigo del tiroteo o vio sus consecuencias y huyó. Mary teme que el alemán la encontrase y se la llevara consigo.

– ¿Sabe esa mujer a dónde se dirigían?

– No, pero dice que conducían una furgoneta…, negra, quizá.

– ¿Dónde está ahora?

– Sigue en la casa.

– ¿Dónde está el policía Thomasson?

– Lo tengo en línea, al teléfono de una taberna de Hampton Sands.

– ¿Se encontró rastro de algún aparato de radio en la casa o en el granero?

– Un momento, se lo preguntaré.

Vicary oyó a Perkin, sofocada la voz, formular la pregunta.

– Dice que vio un trasto en el granero que muy bien podía ser una radio.

– ¿Qué aspecto tenía?

– Era algo semejante a un aparato inalámbrico, metido en un maletín. Lo había destrozado un disparo de escopeta.

– ¿Quién más está enterado de esto?

– Yo, Thomasson y posiblemente el dueño de la taberna. Supongo que estará en este momento junto a Thomasson.

– Quiero que no diga usted a nadie absolutamente nada de lo sucedido esta noche en casa de Dogherty. En ninguno de los informes de este caso ha de figurar mención alguna de los agentes alemanes. Es una materia de seguridad de la máxima importancia. ¿Está claro, comisario jefe?

– Entendido.

– Voy a enviar a Norfolk un equipo de personas para que le ayuden. De momento, deje a Mary Dogherty tranquila y deje los cadáveres exactamente como están.

– Sí, señor.

Vicary volvió a contemplar el mapa.

– Ahora, comisario jefe, tengo información que me induce a sospechar que esos fugitivos probablemente se dirigen hacia donde está usted. Creo que su destino es la costa del condado de Lincoln.

– He convocado a todos mis hombres. Estamos bloqueando las carreteras principales.

– Mantenga informada a esta oficina de toda novedad. Y buena suerte.

Vicary colgó y se dirigió a Boothby.

– Han matado a dos personas, probablemente tienen un rehén y huyen hacia la costa de Lincolnshire. -Vicary esbozó una sonrisa sanguinaria-. Y parece que acaban de perder su segundo aparato de radio.

58

Condado de Lincoln (Inglaterra)

Dos horas después de haber partido de Hampton Sands, Horst Neumann y Catherine Blake empezaron a abrigar serias dudas acerca de sus posibilidades de llegar a tiempo a la cita con el submarino. Para salir de la costa de Norfolk, Neumann se trazó una nueva ruta: ascendió al macizo montuoso del corazón de Norfolk, desde donde a continuación seguiría por estrechas carreteras comarcales a través del interior y de pueblos sumidos en la oscuridad. Rodeó King’s Lynn por el sureste, pasó por una serie de aldeas desconocidas y cruzó el río Great Pose en una localidad llamada Wiggenhall St. Germans.

El viaje por la orilla meridional del Wash era una pesadilla. El vendaval procedente del mar del Norte embestía con toda su furia y azotaba marjales y diques. La lluvia arreció. A veces llegaba en ráfagas iracundas, en remolinos y turbiones que borraban los bordes de la carretera. Neumann conducía encogido, inclinado hacia adelante kilómetro tras kilómetro, con las manos aferradas al volante cuando la furgoneta rodaba por terreno llano. A veces tenía la sensación de flotar por encima de un abismo.

Catherine iba sentada a su lado, dedicada a consultar el viejo mapa del servicio oficial de topografía y cartografía de Dogherty, a la luz de la linterna. Hablaban en alemán, de forma que Jenny no podía entenderlos. El alemán de Catherine le parecía extraño a Neumann: plano, inexpresivo, sin ningún acento regional. La clase de alemán que constituye una segunda o tercera lengua. La clasede alemán que no se ha empleado en mucho tiempo.

Con Catherine como copiloto, Neumann iba determinando su itinerario sobre la marcha.

La embarcación estaría esperándoles en una ciudad llamada Cleethorpes, situada pasado el puerto de Grimsby, en la desembocadura del río Humber. Una vez dejasen a su espalda la bahía de The Wash, no encontrarían ciudades importantes en su camino. Según los mapas, había una buena carretera – la A 16-, que avanzaba varios kilómetros tierra adentro, a lo largo de la base de las Lincolnshire Wolds, las «ondulaciones» del condado de Lincoln, y se prolongaba después hasta el Humber. Para curarse en salud respecto a su plan, Neumann se puso en lo peor. Dio por sentado que en su momento encontrarían a Mary, que tarde o temprano alertarían al MI-5 y que se montarían controles en todas las carreteras importantes de la costa. Iba a seguir por la A 16 hasta recorrer la mitad del trayecto hasta Cleethorpes, para luego tomar por una carretera secundaria que le acercase al litoral.

Boston quedaba cerca de la orilla occidental del Wash. Era la última población de entidad entre donde estaban y el Humber. Neumann dejó la vía principal, se desvió por tranquilas calles laterales y finalmente salió de nuevo a la A 16, por el norte de la población. Pisó a fondo el acelerador y la furgoneta avanzó velozmente bajo la tormenta.

Catherine apagó la linterna y contempló los remolinos de lluviaque iluminaba el tenue resplandor de los faros.

– ¿Cómo está ahora… Berlín?

Neumann no apartó los ojos de la carretera.

– Es un paraíso. Todos somos felices, trabajamos como fieras en las fábricas, alzamos los puños amenazando a los bombarderos británicos y norteamericanos; todo el mundo adora al Führer.

– Eso parece una de las películas de propaganda de Goebbels.

– La realidad no es tan divertida. Berlín está muy mal. Los estadounidenses lo visitan durante el día con sus B-29 y los británicos llegan por la noche con sus Lancaster y Halifax. Hay días en que la ciudad parece estar sometida a un bombardeo constante. La mayor parte del centro urbano es un montón de escombros.