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Se cruzaron con un balandro, que se dirigía río abajo con un cargamento de cenizas, y las aguas turbulentas rompieron en sus proas. Mary pareció disfrutar de la sensación de verse sacudida en medio del río.

– Huelo a mar -aseguró la muchacha-. ¡Ojalá pudiésemos dar la vuelta y navegar hacia el mar!

Aunque Giggs no entendió lo que decía la joven, al ver su expresión de contento y entusiasmo comenzó a entonar una de las canciones marineras que conocía desde su más tierna infancia:

Desde el sur mi amada llegó,

de la costa de Berbería,

donde con valerosos galanes de guerra se topó

de uno en uno, de dos en dos y de tres en tres.

También entonó el estribillo, que aludía al arriado de una vela e incluía juegos de palabras subidos de tono, con vocablos como «corte», «raja» y «agujero». William lo miró consternado y no se atrevió a regañarlo, mientras Mary parecía a punto de desternillarse de risa; se regodeó con la canción y hundió la mano en el agua.

– ¡Hemos llegado a Paris Stairs! -anunció Giggs antes de que tocaran la orilla. Los pasajeros disfrutaron del poderoso aroma de la brea de calafateo, que se mezclaba con el de las cazuelas de pescado y la madera en descomposición. Para Mary supuso un extraordinario instante de descubrimiento. Al aproximarse a la orilla sur contempló toda la vida fluvial que se desparramaba por las callejas estrechas extendidas tras los cobertizos y las barracas que bordeaban el Támesis. Arribaron al amarradero de Paris Stairs y, sin dirigirse a nadie en concreto, el barquero gritó-: ¡Atención, atención, atención!

Giggs lanzó la amarra hacia el noray de hierro y acercó el bote al pequeño embarcadero de madera, al que Mary saltó con impaciencia. Cuando William pagó los seis peniques del trayecto, la muchacha ya se había adentrado por una callejuela empedrada en la que el barro discurría con plena libertad.

– El foso de los osos estaba allí -explicó William-. La audiencia del Globe los oía a la perfección. Lo llamaban «el canto del oso».

– Aquí sigue habiendo mucho ruido.

– Los habitantes del río tienen fama de ser ruidosos. El ruido discurre por sus venas.

– Yo diría que es el agua la que fluye por sus venas.

– Es probable.

Caminaron hacia Star Shoe Alley y William percibió el excelente estado de ánimo de Mary.

– Más que a agua huelo a lúpulo -reconoció la muchacha.

El viento del sudeste arrastraba hasta ellos el aroma embriagador de la destilería Anchor.

– Mary, el sur abunda en olores y también ha sido un lugar de placeres. ¿Acaso existe mayor placer que el que proporciona la cerveza?

– Me temo que Charles estaría de acuerdo con usted.

– ¿Lo teme? No hay nada que temer. -De repente, Mary se dio cuenta de que a William le costaba contener su entusiasmo-. Tengo algo que decirle -añadió el joven.

– ¿De qué se trata?

– De momento no debe contárselo a nadie. -William vaciló unos segundos-. La he encontrado. He encontrado una obra perdida. Hace mucho tiempo que se la dio por perdida y ahora la he encontrado.

– Creo que comprendo lo que está diciendo…

– Entre los papeles encontré una obra de Shakespeare, un texto entero, completo. -Atravesaron Star Shoe Alley y se cruzaron con dos mujeres reclinadas en un portal con los postigos rojos. William no les hizo el menor caso y Mary las observó sorprendida-. Se titula Vortigern.

– ¿No es el nombre de un rey?

– Es un monarca de la antigua Britania. Mary, ¿no se ha dado cuenta de lo que estoy diciendo? Se trata de una obra desconocida de Shakespeare, de la primera en dos siglos. Es un gran acontecimiento, algo trascendental.

De modo inesperado, Mary se detuvo en medio de la calle.

– Todavía no lo asimilo. Discúlpeme, pero no soy capaz de considerarlo en toda su magnitud.

– No es inferior a El rey Lear ni a Macbeth. -William se paró junto a ella-. Al menos eso creo. Venga, estamos llamando la atención.

Varios niños andrajosos y descalzos se aproximaron a ellos con las manos extendidas.

Mary y William se dirigieron a George Terrace, una hilera de casitas en avanzado estado de deterioro. En lugar de ventanas había tablones clavados y el olor a aguas residuales invadía la atmósfera.

– Mary, quiero que sea la primera en verla, antes que nadie. Ni siquiera mi padre conoce su existencia.

– William, me asustaría tocarla por temor a que…

– ¿Por temor a que se le deshaga en las manos? De eso no tiene por qué preocuparse. He realizado una transcripción.

– Por supuesto que la leeré. ¿Mantendrá el secreto durante mucho tiempo?

– No, claro que no. Debe publicarse para que el mundo entero la conozca. Debe representarse. -El joven miró hacia el río-. Mi padre conoce al señor Sheridan, por lo que albergo la esperanza de que la programen en el Drury Lane.

– Nunca antes había mencionado a Sheridan.

– ¿Está segura? -William rió-. Supuse que mi padre había hablado largo y tendido con usted sobre el empresario. Es su tema preferido. Hemos llegado. -Se detuvieron poco más allá de la hilera de casitas-. Si los cálculos del señor Malone son correctos, el Globe original se alzaba justo en este punto y formaba un polígono. Aquí estaba el escenario.

El joven Ireland se aproximó a un cobertizo de madera que albergaba sacos blancos de harina o de azúcar; en la entrada remoloneaba un chiquillo con una pipa de arcilla en la boca.

– ¿Qué lo trae por aquí? -preguntó el crío cuando William acortó distancias.

– Nada. Solamente estoy paseando.

El niño se quitó la pipa de la boca y miró a William con recelo.

– Si silbo vendrá mi papá.

– No hace falta, no hace falta. -Ireland regresó junto a Mary-. Ese era el patio, el foso en el que la audiencia permanecía de pie. ¿Sabe que éste es el origen de la palabra understanding, que significa «comprensión» o «entendimiento»? Los presentes se encontraban debajo, under, y de pie, standing, en el patio, y de ahí deriva la palabra.

– Se lo ha inventado.

– Nada de eso, es verdad. Las galerías rodeaban tres de los lados del polígono. Pregonaban frutos secos, tordos asados al espetón y cerveza embotellada. Las trompetas sonaban tres veces para anunciar la primera escena y, a continuación, vestido de negro de la cabeza a los pies, entraba el Prólogo. -Señaló al chiquillo de la pipa-. Lo más seguro es que tanto él como yo hubiéramos estado aquí. Habríamos asistido juntos a la representación de Vortigern. -William tenía la mirada encendida. El barrio entero está encantado más allá de cualquier justificación racional-. Mary, la razón no puede explicarlo. ¿No se da cuenta? El Globe sigue aquí, todavía ocupa este espacio.

Mary dirigió su mirada al solar en el que se alzaban dos o tres ahumaderos de pescado, así como los restos de un montículo de ceniza que ya ni siquiera interesaba a traperos y pordioseros.

– Me temo que la orilla sur ha dejado de ser gloriosa -comentó-. William, por desgracia no poseo su imaginación.

– Quizá no sea gloriosa…

– …pero resulta intensamente interesante -se apresuró a añadir Mary.

– Es tan interesante como la vida misma. Mary, ¿a eso se refería?

– Supongo que no aludía a algo tan grandioso. De todas maneras, el polvo me gusta, lo mismo que el aroma de este barrio. Aquí nada existe para cubrir las apariencias.

Ireland se apresuró a mirarla y preguntó:

– ¿Emprendemos el regreso al río? Parece cansada.

– ¿No hay nada más que merezca la pena explorar?

– Siempre hay algo más que explorar. Al fin y al cabo, estamos en Londres.

Así fue como caminaron hacia el este, rumbo a Bermondsey, y en su lento recorrido por las calles ribereñas pasaron frente a la fábrica de vinagre y a la maternidad. Dieron la vuelta a la altura del puente porque William advirtió que no era seguro seguir adelante y cogieron otro camino a través del enjambre de callejuelas secundarias construido sobre las marismas de Southwark. De sopetón William se detuvo.