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Al principio, William se mostró nervioso; le costó pronunciar sus primeras palabras y sacó un pañuelo para enjugarse la frente. Miró a Mary Lamb y sonrió; allí estaba junto a su padre, que asintió enérgicamente y, con profunda satisfacción, agitó las manos en el aire.

– Existen otras fuentes muy prometedoras -aseguró William-. El señor Malone, afamado erudito y editor… -Edmond Malone también formaba parte del público, ya que Samuel Ireland lo había invitado-. El señor Malone ha encontrado un documento crucial en la oficina de antiguas acusaciones de la corporación de Stratford. Se trata del informe de una investigación que el once de febrero de 1580 tuvo lugar en Stratford-upon-Avon. Es la fecha en la que suponemos que el bardo trabajó en el bufete de un abogado de Stratford. En efecto, como la mayoría de los mortales, de joven se vio obligado a ganarse la vida. -Esperaba ligeras risas, pero el público guardó silencio, si exceptuamos varias toses y algún que otro chirrido de botas-. El documento hace referencia a la defunción de una joven que responde al nombre de Katherine Hamnet o Hamlet. -Tal como esperaba, logró llamar la atención de su auditorio-. La mujer murió ahogada. -William se tomó su tiempo-. No estaba casada. Bajó hasta el río Avon, donde la encontraron con posterioridad. Según la familia, se dirigió al río a buscar un cubo de agua. La investigación arribó a las siguientes conclusiones. -Dirigió una rápida mirada a Mary, que tenía la cabeza inclinada. Edmond Malone se encontraba en la fila de atrás y sonreía de oreja a oreja-. El oficial de justicia lo expresó con los siguientes términos: «De pie en la orilla del mentado río, la susodicha Katherine tropezó súbita y accidentalmente y cayó en dicho río, en cuyas aguas se ahogó; su muerte no se produjo de otra forma o manera». -William dejó a un lado el papel del cual había leído-. Se trata de una explicación muy clara que, como es evidente, se anticipa a la acusación de suicidio. Si Katherine se hubiera quitado la vida, no habrían enterrado su cuerpo en campo santo y lo habrían trasladado a terreno no consagrado. -Samuel Ireland cuchicheó con Edmond Malone-. Con probabilidad corrieron comentarios acerca de aquel suicidio en la pequeña población y esas habladurías llegaron a oídos del joven Shakespeare, que trabajaba en el despacho del abogado. Damas y caballeros, aquí acaba la historia. Una joven flota en el río y se apellida Hamlet. ¿Es posible que sea el origen de Ofelia? -William ya no sentía la turbación y la ansiedad que había experimentado al inicio de la charla-. Cabe, pues, la posibilidad de que Katherine flotara por el Avon rumbo a la inmortalidad.

Muchos asistentes conocían la muerte prematura; dadas las condiciones imperantes en Londres, no se trataba de algo inesperado. En Londres también eran habituales los suicidios en el río. El público lo escuchó en silencio y hubo quienes evocaron imágenes de algún niño perdido o de parientes ahogados.

***

Entre los presentes en la sala se hallaba el joven Thomas de Quincey, que un año antes se había trasladado de Manchester a Londres. Thomas se acordó de Anne. Sólo sabía de ella como Anne. Cuando llegó a la ciudad, De Quincey no conocía a nadie; puesto que disponía de pocos medios, recabó la ayuda de un pariente lejano, un primo segundo o tercero. Ese familiar era dueño de varias propiedades en la ciudad, entre ellas una casa abandonada y en mal estado de Berners Street; entregó las llaves a De Quincey y le dijo que podría vivir allí hasta que encontrase alojamiento. Thomas aceptó de buena gana y de inmediato se dirigió a Berners Street. Con sus escasas pertenencias se instaló en la planta baja, donde una pequeña alfombra y una vieja funda de sofá le servirían de cama. Le quedaba media guinea para comestibles y estaba convencido de que esa cantidad le alcanzaría hasta que encontrase trabajo como calígrafo o recadero. La primera noche que pasó en la casa descubrió que tenía compañía. Se trataba de una muchacha de no más de doce o trece años, que había entrado allí para cobijarse de las inclemencias del tiempo. «El viento y la lluvia no me gustan. En las calles son muy duros de sobrellevar», había explicado. Thomas le preguntó cómo había encontrado la casa, pero la joven malinterpretó la pregunta, ya que respondió: «Las ratas no me molestan, pero los fantasmas sí».

La muchacha explicó cómo había llegado a esa situación. Se trataba de la habitual historia londinense de carencias, abandono y dificultades, que la habían llevado a parecer mayor de lo que realmente era. Se hicieron amigos o, mejor dicho, aliados contra el frío y la oscuridad. Solían deambular juntos. Recorrían Berners Street hasta Oxford Street y se detenían en la esquina de la joyería antes de cruzar; pasaban junto al fabricante de carros de Wardour Street y giraban por Dean Street. Una vez allí, siempre hacían un alto ante la pastelería. De Quincey apenas tenía dinero para lo imprescindible y ambos se dedicaban a mirar el escaparate de bordes dorados en el que se exponían a la venta diversos pasteles, pastelillos y buñuelos.

Poco después, De Quincey enfermó a causa de unas fiebres intermitentes y desconocidas; sólo dormía a ratos y pasó los días y las noches tiritando bajo las mantas que Anne consiguió. Por un milagro de decisión o de perspicacia, la joven obtuvo unos cuencos de gachas con los que alimentarlo. Anne se pegó a su cuerpo, según dijo para «extraerle los vapores», y le secó la frente con un paño de muselina. Al cabo de una semana, Thomas se recuperó y se prometió a sí mismo recompensar a la muchacha de la mejor manera posible.

Fue entonces cuando su primo lo llamó y le propuso un modesto encargo; De Quincey lo aceptó de buena gana porque eso le permitía hacerse con un poco de dinero. El encargo lo obligaba a desplazarse a Winchester, pero aseguró a Anne que regresaría en cuatro días. Sin embargo, retornó a Berners Street cinco días más tarde y encontró la casa vacía. Pasó allí toda la noche y la mayor parte del día que vino a continuación, pero permaneció en soledad. La noche siguiente recorrió aquellas conocidas calles por las que ambos habían deambulado en tanto compañeros de desdichas, pero regresó a Berners Street decepcionado y descorazonado.

No volvió a ver a Anne, que desapareció de la faz de Londres tan súbito y radical como si se hubiera ahogado en el mar. De Quincey lloró esa pérdida. No tenía idea de lo que le había ocurrido a la joven. Se había perdido. Hasta el mundo parecía respirar con tristeza.

Volvió a pensar en ella mientras William Ireland evocaba el espíritu de Katherine Hamlet.

***

William levantó la mirada de sus notas y percibió los cambios en el estado de ánimo de los presentes. Se percató de lo importante que tuvo que ser para Shakespeare esgrimir semejante poder ante sus oyentes.

– Quisiera exponer otro tema interesante que quizá les interese. Si me permiten decirlo, se trata de una cuestión trascendental. Atañe al descubrimiento de una obra hallada tras dos siglos de olvido. -Reparó en la calidad particular del silencio y la expectación. Mary alzó la cabeza y sonrió-. Se titula Vortigern y narra en forma de drama la trayectoria de un traidor y sangriento soberano de Britania. Un personaje que nos recuerda a Lear y a Macbeth. Un Shakespeare en estado puro. El señor Malone, célebre estudioso al que ya he aludido, ha dado fe de su autenticidad. ¿Puedo citar sus palabras sobre este inesperado descubrimiento tan importante para nosotros? En su comunicación, el señor Malone afirma que «ese documento maravilloso posee un interés inigualable para los admiradores de Shakespeare. Su autenticidad está fuera de toda duda».

Repentinos e interminables aplausos pusieron fin al silencio del público. Tras las expresiones de agradecimiento al uso, William dio por concluida la charla.