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En ese nuevo ambiente, Mary se mostró tranquila e incluso serena la mayor parte del tiempo. Poco después de la llegada de su hermana a Islington, Charles escribió a De Quincey:

Mi pobre y queridísima hermana ha recuperado el juicio; ha recobrado asimismo una espantosa sensación y recuerdo de lo ocurrido, terrible para su mente, aunque templada con la resignación religiosa y los razonamientos de una sólida sensatez que sabe distinguir entre un acto cometido en un ataque transitorio de frenesí y la culpa atroz del asesinato de una madre.

Por las tardes, cuando Charles regresaba de Leadenhall Street, se reunían y hablaban de todo lo imaginable. De forma gradual, colaboraron en la redacción de una serie de relatos tomados de las obras de Shakespeare. Les resultó imposible saber de quién había surgido la idea, ya que cada uno intentó atribuir el honor al otro, pero lo cierto es que su trabajo obtuvo un éxito extraordinario. Publicado por Liveright & Eider, el primer volumen cosechó muchas críticas halagüeñas en Westminster Words, Gentleman's Magazine y otras publicaciones periódicas.

No obstante, también se dieron momentos en los que Mary no estuvo tan entera. Por ejemplo, en cierta ocasión dijo a Charles: «Las ideas me llegan espontáneamente. ¿No las ves volar por la sala?». Su mal se tornó cada vez más perceptible y agorero. En esas ocasiones, cruzaban los campos y Charles la acompañaba hasta el manicomio privado de Hoxton; Mary iba con la camisa de fuerza puesta y se entregaba sin resistencia a los cuidados de Philip Girtin. Tras enterarse de uno de estos internamientos, De Quincey escribió a Charles:

Debido al dolor, a la angustia y a la peculiar desolación de tus expectativas, te veo como a un hombre llamado al silencio, como un alma distinta a las demás y peculiar para Dios.

***

El incendio que aquel fatídico domingo William Ireland desató en la librería no causó víctimas.

– Huele a salchichas -había comentado Rosa Ponting.

– No, mi amor. Huele a humo. -Samuel Ireland se había asomado por la escalera y tras ver las llamas que iluminaban la librería, se limitó a exclamar-: ¡Ay, Dios mío!

Echó a correr y cogió a Rosa en el preciso momento en el que su mujer se disponía a retirar un huevo cocido en la pantalla de la chimenea.

– Sammy, ¿adónde vamos? ¿Qué pasa?

– Saldremos y subiremos la escalera.

La sacó de la estancia a empujones y la acarreó los dos tramos de escalera que los separaban del dormitorio. La ventana de su alcoba daba al balcón de un vecino de Holborn Passage.

– Sammy, yo no paso por ahí. Soy incapaz de hacerlo.

– De acuerdo. ¿Prefieres derretirte como el sebo?

El señor Ireland abrió la ventana con tanta fuerza que rompió el marco y, de alguna manera, Rosa se las apañó para atravesar el espacio disponible.

Poco después de que hubieran escapado, las llamas consumieron la casa hasta los cimientos.

***

Los papeles shakespearianos fueron destruidos. Ésa había sido, en definitiva, la intención de William. No mucho después del incendio, envió una carta a su padre, que se había mudado con Rosa a Winchelsea, en la que pedía su perdón.

Reconozco que soy culpable de la falta de haberte dado los manuscritos y lo lamento. No obstante, te aseguro que lo hice sin ninguna mala intención y que nunca imaginé las consecuencias que se desatarían. Tal como me has dicho incansablemente, «la verdad encuentra su fundamento» al margen de cualquier calumnia maligna, por lo que tu reputación pronto aparecerá sin mácula ante los ojos del mundo.

Samuel Ireland jamás respondió a su hijo.

Al cabo de algún tiempo, William publicó un folleto del tres al cuarto que llevaba por título Las recientes invenciones de Shakespeare reveladas y explicadas por el señor W. H. Ireland, único agente y autor de esas transacciones falsas. Concluía su explicación con unas «disculpas generalizadas», en las que precisaba que «no pretendía hacer daño a nadie. En realidad, no hice daño a nadie. No redacté los papeles con fines pecuniarios y en modo alguno me beneficié de ellos»; también precisaba en sus páginas que «Puesto que apenas tengo diecisiete años y medio, hasta cierto punto mi juventud tendría que haberme protegido de la malicia de mis perseguidores». Un suelto aparecido en el Morning Chronicle sintetizó a la perfección la respuesta pública a su folleto: «W. H. Ireland ha dado la cara y ha anunciado que es el autor de los papeles que él mismo atribuyó a Shakespeare; lo cual, en caso de ser cierto, demuestra que es un mentiroso».

***

En el verano de 1804, Mary Lamb sufrió uno de sus peores ataques. Llevaba varias semanas recluida en el manicomio cuando Philip Girtin habló con Charles, que había ido a visitarla.

– Necesita alguna ocupación, un entretenimiento.

– Doctor Girtin, ¿qué me aconseja?

– Me contó que en cierta ocasión dirigió una obra en la que participaron usted y sus amigos. ¿Estoy en lo cierto?

– Desde luego. Estábamos ensayando algunas escenas del Sueño de una noche de verano cuando…, cuando enfermó.

– ¿Se atreve a recuperar esa historia? Tal vez ello le proporcione un sentido de la existencia como…, ¿de qué manera puedo explicarlo?, bueno, como continuidad.

Charles convenció a Tom Coates y Benjamin Milton de que representasen una versión reducida del entremés de los artesanos. Sus amigos temían acudir a un manicomio privado, pero Charles puso de relieve la pulcritud, la limpieza y el orden del establecimiento de Philip Girtin. También añadió que estaba convencido de que con su actuación contribuirían enormemente a la recuperación de Mary.

Coates y Milton accedieron a desempeñar los papeles de Píramo y Tisbe, mientras Charles hacía doblete como Lanzadera y Muro.

Una tarde de domingo de finales de primavera se pusieron los trajes y actuaron ante un grupo de pacientes de Girtin, que ocupaban pequeñas sillas en el comedor colectivo; eran quince, incluida Mary Lamb. Los hombres vestían chaqueta negra, chaleco blanco y pantalón y medias de seda negra. Llevaban el pelo empolvado y rizado que resaltaba la extraordinaria pulcritud de su aspecto. Las damas iban igualmente elegantes, con vestidos de algodón bordados, chales verdes y cofias.

Charles había decidido variar el espectáculo teatral e incluir algunos fragmentos de los parlamentos pronunciados por Teseo y Oberón en la misma obra, aunque optó por excluir los siguientes versos de Teseo:

El loco, el amante y el poeta

son todo imaginación…

La función discurrió sobre ruedas, a pesar de que el público tenía la costumbre de guardar una solemne compostura durante las escenas cómicas y reír a mandíbula batiente tras las peroratas más serias. Sentada en la primera fila, Mary Lamb parecía encantada con las personificaciones. Disfrutó mucho con la actuación de Benjamin Milton en el papel de Tisbe y se mondó de risa cuando entonó su lamento sobre el cadáver de Píramo:

¡… esa nariz de cereza,

esas mejillas de amarillenta retama

se han ido, se han ido!

¡Gemid, amantes!

¡Sus ojos eran verdes como los puerros!

Mary sólo mostró inquietud cuando su hermano se adelantó en el papel de Oberón y comenzó a recitar el discurso final:

Nosotros iremos a nuestro más noble lecho nupcial,