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Samuel Ireland se acercó a su hijo cuando éste se apartó del pequeño escritorio tras el cual había permanecido en pie.

– Ha sido magnífico -declaró el padre-. Yo mismo no lo habría hecho mejor. Has heredado la magia de los Ireland.

Malone se acercó por detrás.

– Ha estado usted excelente, señor Ireland. Lo mejor es que no ha confundido elocuencia con locuacidad.

Mary fue empujada hacia delante por el señor Lamb, y empezó a decir:

– Mi padre insiste en que…

– ¡Berzas y más berzas! -exclamó el señor Lamb, y estrechó la mano a todos, incluida su hija.

– Señor, estoy encantado de conocerlo -se presentó Samuel Ireland mirando con cautela al señor Lamb-. Su hija es una de nuestras amistades predilectas.

– Que se divierta mucho con el gusanillo.

– Algo muy sabio de su parte, señor.

– Y dese un atracón en Navidad.

– La verdad…

– Papá, tenemos que irnos. -Mary lo cogió del brazo-. No debemos entretener a estos caballeros.

– ¡Barco a la vista! -El señor Lamb sonrió abiertamente a Samuel Ireland y, cuando se volvió hacia su hija, de pronto se mostró confuso y deshecho.

– Papá, es por aquí. Cuidado con el borde de la alfombra.

– Un caballero extraordinario -comentó Samuel Ireland-, todo un personaje.

En el mismo instante en el que Mary ayudaba a su padre a salir, Thomas de Quincey se acercó a William y preguntó:

– Señor, ¿puedo estrechar su mano?

– Por supuesto.

– Se trata de la mano que ha tocado los papeles de Shakespeare.

– Me alegro de que haya venido.

– Shakespeare me ha interesado desde que era pequeño. Me crié en Manchester donde, como puede imaginar, no compartí ese deleite con nadie.

De Quincey parecía deseoso de hablar, pero para William no era el momento más adecuado. Le pasó las señas de la librería y corrió tras Mary, quien, sin éxito, intentaba detener un coche en la esquina de Milk Street con Cheapside.

– Mary, estoy encantado de haberla visto, lo mismo que a su padre. Gracias por asistir.

– No me lo habría perdido por nada del mundo. Además, me gusta salir con mi padre. Los paseos lo animan.

El señor Lamb miraba el cielo y mantenía el equilibrio con los talones.

– ¿Puedo visitarla la semana que viene?

– Me encantaría. Tengo muchos deseos de saber más detalles sobre la obra.

– ¿Ya se ha recuperado?

– William, me alegra afirmar que gozo de una salud de hierro.

***

Hacía tres noches, Charles Lamb había encontrado a su hermana en medio de la cocina. Mary iba en camisa de dormir, había depositado sobre la mesa todos los cuchillos de la casa y se afanaba en ordenarlos por su tamaño. Charles había preguntado con tono bajo:

– Mary, Mary, ¿qué estás haciendo?

La mujer lo miró sin verlo. Charles reconoció en el acto que estaba dormida, en pleno estado de sonambulismo. Su hermana se incorporó, se acercó a la ventana, dejó escapar un profundo suspiro, levantó los brazos y masculló:

– Todavía no está terminado, todavía no está terminado.

Mary se giró, pasó junto a su hermano sin decir esta boca es mía y subió a su cuarto. Charles guardó los cuchillos en los cajones y regresó a la cama.

***

Al día siguiente Charles no vio a su hermana, que permaneció encerrada en su cuarto porque se encontraba cansada. Y al otro día, el domingo reservado para ensayar los artesanos de Sueño de una noche de verano, Charles se preguntó si Mary se ausentaría. No obstante, allí estaba en la mesa del desayuno, con un ejemplar de la obra a su lado. Cuando Charles se presentó, su hermana comentó:

– Tom Coates será un buen Berbiquí. De lo que no estoy tan segura es del señor Milton en el papel de Cartabón. -La mujer habló muy rápido.

– Mary, no te preocupes, ya lo conseguirá. Acabará por bordar el personaje. ¿Cómo te sientes?

– ¿Cómo me siento?

– Ayer permaneciste en la cama todo el día.

– Dormí mal, eso fue todo.

– ¿Has descansado?

– Claro. ¿Sabes tu papel de memoria? Lanzadera es muy importante.

– Querida, no lo sé de memoria, sino de cabeza, lo cual es si cabe más satisfactorio.

– Es lo mismo. -Por algún motivo la joven titubeó antes de servir el té-. Mamá y papá han ido a la capilla. Esperarlos no tiene sentido.

A lo largo de la hora siguiente, Tom Coates, Benjamin Milton y los demás se fueron presentando en la casa. Tizzy los condujo de inmediato al jardín porque no quería aquellas «sucias botas» en sus impolutos suelos. Hacía buen día y, muy orondos, tomaron asiento en la destartalada pagoda.

– No es más que una cuestión de escenificación -explicaba Benjamin a Tom-. A Berbiquí se lo describe como alguien de voz muy aguda. ¿A quién interpretas?

– A León.

– A eso iba. Sólo ruge. ¿Alguna vez has oído a un león con un rugido de tiple?

– ¿Y qué me dices de Lanzadera?

Selwyn Onions no pudo contenerse y añadió un dato:

– Es tejedor, ¿no? ¿Sabías que «lanzadera» hace referencia al corazón de porcelana en el que se enrolla el hilo?

– ¿Estás diciendo que en realidad Shakespeare no quería aludir al trasero? -Benjamin se mostró incrédulo-. ¿No tiene nada que ver con las posaderas, con el punto en el que la espalda pierde su nombre? [2]

– Eso no tiene nada que ver.

– Selwyn, es absurdo. ¿Qué me dices del verso «Provocaré tormentas»? Nunca hubo un apunte más claro para tirarse un pedo.

Mary se acercó y comentó:

– Están todos muy serios.

– Señorita Lamb, hemos analizado nuestros papeles -le informó Benjamin, que sentía un poco de miedo hacia la hermana de Charles.

– Bueno, han de ser osados y briosos.

– Es exactamente lo que he explicado. Tienen que pasarlo de maravilla.

– Así me gusta, señor Milton. Caballeros, hoy ensayaremos la escena del muro. Tengan la amabilidad de ocupar sus sitios.

Selwyn Onions, que interpretaba al calderero Hocico, que a su vez hacía de Muro, permaneció de pie en el fondo del jardín, con los dedos de las manos totalmente separados.

– Recuerde que debemos ver a través de sus dedos -acotó Mary-. Tiene que abrirse una grieta. Charles se situará a su lado y el señor Drinkwater se pondrá del otro.

– Señorita Lamb, ¿se trata de una cita?

– Sí, es una cita. ¿No es lo que hacen los enamorados?

– Es un comentario sobre la obra propiamente dicha -anunció Alfred Jowett a quien estuviese dispuesto a escucharlo-. Se trata de una obra dentro de otra. ¿Qué es real y qué falso? Si nos referimos a una ilusión, ¿es la obra mayor más verdadera o ambas son, sin más, dramas?

Mary recordó un sueño reciente. Estaba en un huerto de hierbas aromáticas y disfrutaba de la dulce fragancia que despedían los arbustos cuando alguien se acercó y comentó: «Si se hiciera monja, la recibiríamos con los brazos abiertos».

Alfred Jowett seguía con su parloteo:

– Creo que Shakespeare sabía que sus obras eran fantasías y ficciones. No las confundió nunca con el mundo real.

– Señor Jowett, ¿considera que el bardo intentó comunicarnos algo?

– No, su propósito se limitó a entretenernos.

En los papeles de Píramo y Tisbe, Charles Lamb y Siegfried Drinkwater se situaron a sendos lados de Muro. Tisbe tomó la palabra con tono agudo:

¡Oh, muro! ¡Cuántas veces has oído mis lamentos

por tenerme separada de mi hermoso Píramo!

Mis labios de cereza han besado tus piedras a menudo,

tus piedras con cal y pelo entretejidas…

– En aquellos tiempos, «piedras» era la palabra con la que se referían a los testículos -susurró Tom a Benjamin.

– ¿De modo que Shakespeare está diciendo una obscenidad?

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[2] En inglés, bottom significa tanto «lanzadera» como «trasero». ( N. de la T.)