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– Rosa, tiene anhelos de inmortalidad.

– ¿Y eso qué significa cuando está en casa?

– Shakespeare se le ha metido en la cabeza y a partir de ahora ya nada lo satisfará.

– Sammy, habla claro.

– Cree que aquí, con nosotros, no está en su sitio. Se encuentra en un nivel superior.

– Me figuro que con Mary Lamb. ¿Sabes que esta semana ha venido dos veces? Para ver a Shakespeare…, o eso dice ella.

– Rosa, se trata de una dama.

– ¿Yo no lo soy?

– De una joven dama.

– Y muy poco agraciada, si quieres que te dé mi opinión.

– Lo sé, pero William no es un joven al uso. Él ve su alma.

– Me gustaría saber qué tipo de gafas usa.

– La ha distinguido del resto. Considera que esa muchacha es su salvación.

– ¿De qué tiene que salvarlo?

– De nosotros. Cuidado, William ha vuelto.

Samuel oyó cómo su hijo introducía la llave en el cerrojo de la puerta de la librería.

***

En los últimos días Samuel había prestado atención a las idas y venidas de su hijo. La mañana anterior había salido de la tienda inmediatamente después de William. Lo había visto girar en la esquina de Holborn Passage y lo había seguido sin perder un instante. Supuso que se dirigía a casa de su benefactora, donde se encontraban los papeles shakespearianos. Samuel estaba deseoso de dar con la mecenas de su hijo e interrogarla. William caminaba hacia el sur por una de las estrechas calles que conducían directamente al Strand; su paso era vivo y decidido y serpenteó con habilidad los tenderetes, los vendedores ambulantes y los carros que siempre se apiñaban en las cercanías del Drury Lane. A Samuel le costó no perderlo de vista mientras a duras penas se abría paso entre la población itinerante del barrio, rodeaba las montañas de basura y de estiércol, se deslizaba entre los niños que jugaban en la calle y esquivaba las cestas y los barriles que acarreaban aquí y allá. De pronto, observó que William cruzaba el Strand y aprovechaba la aglomeración de carruajes parados en la calle para acortar distancias. De camino al Támesis, William se internó por Essex Street, pero enseguida giró a la izquierda y desapareció.

Samuel lo siguió tan rápido como pudo; aunque fornido, era un hombre veloz y flexible, en parte gracias a las múltiples clases que un maestro francés de baile le había impartido en Russell Square hasta que dominó el cotillón y la polonesa. William había recorrido Devereux Court en su totalidad cuando su padre alcanzó la esquina de Essex Street; Samuel se asomó por el enladrillado justo en el momento en el que su hijo abría el portón que daba acceso al Middle Temple. Al otro lado se extendía un gran patio abierto. ¿Podía arriesgarse a que su hijo lo viera? No es que apenas llamase la atención. Por otro lado, tampoco podía dar media vuelta, pues cabía la posibilidad de que los tesoros shakespearianos estuvieran guardados en cámaras del Middle Temple propiamente dicho.

Samuel abrió la puerta y echó un vistazo a su alrededor. Su hijo se hallaba de espaldas, junto a una fuente, por lo que se refugió en un portal adyacente para que no pudiese verlo. Samuel percibió el sonido del rocío del agua que caía en el cuenco de la fuente y el arrullo de las palomas congregadas a su alrededor. No tuvo que esperar mucho para saber a qué obedecía la presencia de William en el Middle Temple. Una mujer con chal y tocado pasó cabizbaja a su lado. Samuel reconoció de inmediato que se trataba de Mary Lamb. De modo que ése era su lugar de encuentro.

Lanzó otro vistazo desde su refugio. Los jóvenes estaban junto a la fuente y William señalaba el Middle Temple Hall. Aquel era el lugar en el que habían representado Noche de Reyes poco después de que Shakespeare escribiera su obra. Caminaron alrededor de la fuente y hablaron con voz queda. Samuel Ireland tomó la decisión de alejarse. Había visto lo suficiente como para saber que su hijo no se disponía a visitar a su benefactora; más bien estaba ocupado con una búsqueda de tipo más personal. La delicadeza o los remordimientos de conciencia lo llevaron a suspender su persecución. No quería ver a su hijo en pleno cortejo y coqueteo.

***

Mary y William giraron por Pump Court y se detuvieron a contemplar el antiguo reloj de sol con el emblema de piedra «El tiempo devora todas las cosas».

– Estoy convencido de que Shakespeare no tenía el menor deseo de parecerse a su padre -aseguró William-. Lo apreciaba, pero no quería ser como él.

– Me parece natural que no quisiera ser carnicero.

– No, a lo que me refiero es a que escapó del fracaso. Un fracaso alegre, pero fracaso de todos modos. Detestaba las deudas y la compasión ajena. -Cruzaron la plaza, con la iglesia redonda de los templarios a un costado-. Era lúcido y decidido, pletórico de energía.

– ¿También era ambicioso?

– Por descontado. ¿Cómo es posible que haya logrado tanto? Mire la gárgola que hay sobre la puerta.

– Charles afirma que esa iglesia es como el telón de fondo de una pantomima.

– Su hermano tiene debilidad por las comparaciones fantasiosas. ¿Entramos?

Se internaron en el frío espacio de la nave circular, donde las figuras de los caballeros yacían boca arriba y formaban un redondel en torno a ellos.

Mary quedó cautivada por esas imágenes de siglos pasados. Se acercó a cada una de ellas y contempló sus pétreos semblantes. No le costó nada imaginar antiguos salones y fuegos parpadeantes. Con seguridad, también había habido humo, perros, juglares y trovadores. Cuando levantó la mirada se percató de que William no estaba a su lado. La esperaba en Pump Court.

– Es muy fácil tener fe en esa atmósfera -comentó William-. Sin embargo, me desagrada la virtud fugitiva y enclaustrada. Esos caballeros deberían estar al aire libre, en el mundo.

– No creo que deba censurarlos por permanecer tumbados. -Mary se dio cuenta de lo poco que sabía acerca del joven-. Sin duda están cansados después de tantas aventuras.

Se internaron por King's Bench Walk.

– Y nosotros, ¿qué conseguiremos? -se preguntó Ireland-. ¿Cómo nos recordarán?

– Estoy convencida de que a estas alturas sabe que su nombre quedará vinculado al de Shakespeare.

William rió ante su comentario.

– ¿Le parece suficiente? ¿Cree que a alguien le basta con eso?

– A muchísimos.

– Mary, todavía no me comprende. Los papeles no son más que un comienzo. Reconozco que se trata de un golpe de suerte, ya que es un gran honor encontrar…, encontrar lo que he encontrado. Ahora bien, en cuanto me haga un nombre, estaré obligado a utilizarlo. Debo dar a conocer mi valía.

– Charles le augura una gran trayectoria. Está convencido de que posee un talento excepcional.

– ¿Para qué exactamente?

– Para la composición. Admira los artículos que usted publica en Westminster Words.

– Sólo han editado uno o dos. El señor Law me ha pedido que escriba acerca de cómo era el distrito Bankside en el pasado.

Pese a haber vivido toda la vida en Londres, Mary no conocía las zonas que se extendían más allá de su barrio. En ese aspecto no se diferenciaba mucho de sus vecinos.

– Creo que no sé a qué se refiere -reconoció.

– Hablo de Southwark, al sur del río, por allí; de la zona en la que antaño se alzaban el Globe y el Bear Garden, donde los osos luchaban con perros. Quiere que trace un esbozo del teatro en la época de los Tudor en contraposición a la era moderna. ¿Sabe que en tiempos de Shakespeare «moderno» significaba corriente o vulgar?

– ¿Puedo acompañarlo?

– Mary, ¿no le resulta significativo? Para el bardo, ser moderno quería decir común y poco interesante. Nosotros pensamos en los isabelinos como parte de un rico y colorico tapiz, pero Shakespeare prefirió remontarse a Lear y a César. Perdone, ¿qué acaba de decir?