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Grito de excitación mientras Dexter entra y saca aquello con celeridad de mi interior. Pero yo quiero más. Necesito más, y cuando además del consolador posa el vibrador en mi hinchado clítoris como un maestro, me hace gritar. Con pericia, mientras Eric me sujeta las piernas, Dexter aleja y acerca el vibrador al punto exacto de mi placer, y como si de latigazos se tratara, convulsiono, jadeo y le escucho decir:

—Diosa..., córrete ahorita mismo para nosotros.

—Sí... —grito, enloquecida.

Con su dedo toca mi hinchado clítoris y chillo. Estoy húmeda, tremendamente húmeda, y sorprendiéndole le pido:

—Dexter..., chúpame, por favor.

Mi ruego le activa. Eric se echa hacia adelante para facilitar la acción a su amigo, que instantes después posa su boca sobre mi humedad. Enloquecida, vuelvo a estar sobre su boca. Dexter chupa, lame, rodea y estimula mi vulva hasta llegar al clítoris. Es tocarlo, y yo jadear. Es tirar de él con los labios, y yo gemir. Me vuelve loca, y cuando me corro en su boca, murmura:

—Eres exquisita.

Agotada, sonrío cuando Eric me agarra con fuerza, me pone a cuatro patas sobre la cama y, con brusquedad y sin hablar, me penetra.

Superexcitado por lo que ha visto, enloquecido, se mete en mí, mientras yo, desgarrada, me abro y lo recibo gustosa. Una, dos, tres..., mil veces profundiza, en tanto me agarra por la cintura y, desde atrás, me penetra sin compasión. Un azote, dos, tres. Grito. Me agarra del pelo, tira de él hacia atrás y sisea:

—Arquea las caderas.

Hago lo que me pide.

—Más —exige en mi oído.

Me siento como una yegua montada mientras Eric me empala una y otra vez ante la atenta mirada de Dexter. De pronto, Eric se para, saca la joya de mi ano y mete su erección. Caigo sobre la cama y jadeo agarrándome a las sábanas. Sin lubricante cuesta..., duele..., pero ese dolor me gusta. Me incita a pedir más. Eric me aprieta contra él, me vuele a dar otro azote y pide:

—Muévete, Jud... Muévete.

Me muevo. Sus acometidas son devastadoras. Enardecidas. Sexuales. Me empalo una y otra vez en él, hasta que Eric me coge por la cintura y me da tal estocada que me hace gritar mientras un orgasmo asolador nos enloquece a los dos.

Agotados por lo que acabamos de hacer, Dexter nos observa desde su silla. Disfruta. Le gusta lo que ve. Eric propone darnos una ducha y, cuando estamos solos, pregunta con mimo:

—¿Todo bien, pequeña?

—Sí.

Me encanta que siempre se preocupe por mí en cuanto estamos solos. El agua resbala por nuestros cuerpos y reímos. Le pregunto a Eric por qué Dexter está en silla de ruedas y me comenta que fue a raíz de un accidente con su parapente. Eso me apena. Es tan joven... Pero Eric, exigente, me besa. No quiere hablar de eso y me hace regresar a la realidad cuando introduce de nuevo la joya en mi culo. Cuando salimos del baño, Dexter sigue donde lo hemos dejado, con el vibrador en la mano. Lo está oliendo y, cuando me ve, comenta:

—Me encanta el olor a sexo.

Sus ojos me indican lo mucho que me desea, y sin pensarlo, acerco mi cara a la suya y murmuro al recordar una palabra de «Locura esmeralda».

—Ahora me vas a coger tú, Dexter.

Eric me mira, sorprendido. Dexter me mira, boquiabierto. ¿De qué hablo?

Ninguno de los dos entiende lo que digo. A Dexter no le funciona su aparatito. ¿Cómo lo va a hacer? Tras explicarle a Eric mi propósito, sonríe. Con su ayuda, sentamos a Dexter en una silla sin brazos, y le atamos uno de los penes vibratorios con arnés a la cintura. Divertido, Dexter mira el pene que ha quedado erecto ante él y se mofa.

—¡Dios, cuánto tiempo sin verme así!

Sin más, beso a Eric. Mi culo queda a la altura de Dexter, y Eric me abre las cachas y le tienta para que mueva mi joya anal. Lo hace. Dexter entra en el juego y me pellizca las nalgas para enrojecérmelas. Eric me besa, y susurra en mi boca:

—Me vuelves loco, cariño.

Sonrío. Eric sonríe. Mira a su amigo y le pide:

—Dexter, ofréceme a mi mujer.

El hombre me coge de la mano, me sienta sobre él y me abre las piernas. Toca con su mano mi joya y murmura en mi oreja:

—Diosa..., eres caliente. Me encanta tu entrega.

Sonrío, y cuando la boca de Eric se posa en mi vagina, me contraigo. Dexter me sujeta, y yo me muevo mientras jadeo y grito por las maravillosas cosas que mi amor me hace. Pero dispuesta a calentarlos aún más a los dos, susurro:

—Sí... Ahí... Sigue... Sigue... Más... ¡Oh, sí!... Me gusta... Sí...Sí.

Eric toca con su lengua mi clítoris una y otra vez. Lo rodea, lo coge con sus labios y tira de él, mientras Dexter me ofrece y toca mis pechos. Con la punta de sus dedos los endurece, los pellizca. Mi Iceman se ocupa de mi vagina y de arrancarme locos gemidos de placer. La respiración de Dexter se acelera por momentos, y cuando Eric me coge en volandas y me penetra, los tres jadeamos. Mi amor me apoya contra la pared para hundirse en mí una y otra vez con fuerza, hasta que los dos finalmente nos corremos. Gustosa y altamente excitada, miro a Dexter, que está acalorado. Y acercándome a él, musito:

—Ahora tú.

A horcajadas me siento sobre él y me introduzco el pene del arnés. Le doy al mando a distancia, y éste vibra. Sonrío. Dexter sonríe. Como una diosa del cine porno, me muevo una y otra vez en busca de mi propio disfrute, mientras me restriego contra él y mis pechos bambolean y le tientan cerca de su boca. Dexter, con sus manos, me sujeta la cintura y comienza a bailar al mismo son que yo. Con fuerza me empala una y otra vez en el arnés mientras yo chillo gustosa y enloquecida por la dureza de eso.

Eric, pendiente de nosotros, está a nuestro lado. No dice nada. Sólo nos observa mientras Dexter con fuerza me agarra y me clava una y otra vez en él. Deseosa y excitada, grito:

—Así... Cógeme así... ¡Oh, sí!

Mi vagina está totalmente abierta alrededor del arnés y jadeo, mirándole a los ojos.

—Vamos, Dexter, demuéstrame cuánto me deseas.

Mis palabras le avivan. Su deseo crece y siento que se le nubla la mente. Dexter, acalorado, me empala sobre el arnés. Lo disfruta. Lo veo en sus ojos. El aire escapa de su boca.

—No te detengas... ¡No pares! —grito.

Dexter no podría haberse detenido aunque lo hubiera querido, y cuando me aprieta una última vez contra el arnés y suelta un gruñido de satisfacción, sé que he conseguido mi objetivo. Dexter ha disfrutado tanto como Eric y como yo.

32

Una tarde en la que Flyn y yo patinamos en el garaje cogidos de la mano, de pronto, la puerta mecánica comienza a abrirse. Eric llega antes de su hora. Los dos nos quedamos paralizados.

¡Menuda pillada, y menuda bronca que nos va a caer!

Rápidamente, reacciono, tiro del muchacho y salimos del garaje. Pero Eric nos pisa los talones y no sé qué hacer. No nos da tiempo a quitarnos los patines ni a llegar a ningún sitio.

Como una loca, abro la puerta que lleva a la piscina cubierta. El niño me mira, y yo pregunto:

—¿Bronca, o piscina?

No hay nada que pensar. Vestidos y con patines nos tiramos a la piscina. Según sacamos nuestras cabezas del agua, la puerta se abre, y Eric nos mira. Con disimulo, los dos nos apoyamos en el borde de la piscina. Nuestros pies con los patines sumergidos no se ven.

Asombrado, Eric se acerca hasta nosotros y pregunta:

—¿Desde cuándo uno se mete en la piscina con ropa?

Flyn y yo nos miramos, reímos, y respondo:

—Ha sido una apuesta. Hemos jugado a la Play, y el perdedor lo tenía que hacer.

—¿Y por qué estáis los dos en el agua? —insiste, divertido, Eric.

—Porque Jud es una tramposa —se queja Flyn—. Y como yo la he ganado, cuando se ha tirado ella, me ha tirado a mí.