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—Hablé con tu padre y tu hermana hace un par de días y les pareció estupendo venir a pasar el cumpleaños contigo. ¿Estás contenta?

Me lo como.

¡Yo me lo como a besos!

Y como una niña chica, sonrío y respondo:

—Mucho. Es el mejor regalo.

Durante unos instantes, nos miramos a los ojos. Amor. Eso es lo que Eric me da. Pero el momento se rompe cuando Flyn exige:

—¡Quiero ir ya a casa de Sonia!

Sorprendida, lo miro. ¿Qué le pasa? Pero al ver su ceño fruncido lo entiendo. Está celoso. Tanta gente desconocida para él de golpe no es bueno. Eric, conocedor del estado de su sobrino, se aleja de mí, le toca la cabeza y murmura:

—En seguida iremos. Tranquilo.

El crío se da la vuelta y se sienta en el sofá, dándonos a todos la espalda. Eric resopla, y mi hermana, para desviar la atención, interviene:

—Esta casa es una preciosidad.

Eric sonríe.

—Gracias, Raquel. —Y mirándome, dice—: Enséñales la casa e indícales cuáles son sus habitaciones. En dos horas tenemos que salir todos para la casa de mi madre.

Sonrío, encantada de la vida, y junto a mi familia, salgo del salón. En grupo vamos a la cocina, les presento a Simona, Norbert y a Susto y Calamar. Después vamos al garaje, donde silban al ver los cochazos que tenemos allí aparcados.

Cuando salimos del garaje les enseño los baños, los despachos, y mi hermana, como es de esperar, no para de soltar grititos de satisfacción mientras lo observa todo. Y ya cuando abro una puerta y aparece la enorme piscina cubierta, se vuelve loca.

—¡Aisss, cuchuuuuuuuuuuuuu, esto es una pasada!

—¡Cómo molaaaaaaaaaaaaa! —grita Luz—. Ostras, tita, ¡tienes piscina y todo!

La pequeña va hasta el borde y toca el agua. Su abuelo, divertido, la avisa:

—Luz de mi vida..., aléjate del borde que te vas a caer.

Con rapidez mi padre la agarra de la mano, pero la pequeña se suelta y, poniéndose junto a mi hermana y a mí, cuchichea con cara de pilla:

—¿A que os tiro a la pisci?

—¡Luz! —grita mi hermana, mirando mi vestido.

—Esta niña es ver un charco con agua y volverse loca —se mofa mi padre.

De todos es bien conocido que estar con la pequeña cerca del agua es acabar empapado. Me entra la risa. Si me moja el precioso vestido será un drama, por ello miro a mi sobrina con complicidad y murmuro:

—Si me tiras con el vestido que Eric me regaló, me enfadaré. Y si no me tiras, prometo que mañana estaremos mucho tiempo en la piscina. ¿Qué prefieres?

Rápidamente mi sobrina pone su dedo frente al mío. Es nuestra manera de estar de acuerdo. Pongo mi dedo junto al de ella, y ambas guiñamos un ojo y nos sonreímos.

—Vale, tita, pero mañana nos bañaremos, ¿vale?

—Prometido, cariño —sonrío, encantada.

Levantamos nuestros pulgares, los unimos, y después nos damos una palmada. Ambas sonreímos.

—Recuerda, Luz, que mañana por la tarde regresamos a casa —insiste mi hermana.

Una vez que salimos de la zona de la piscina, subo con mi familia a la primera planta de la casa. Tengo que reprimir mis ganas de reír a carcajadas ante los gestos de admiración de mi hermana por todo lo que ve. Flipa hasta con el papel de las paredes, ¡increíble!

Tras acomodarlos en las habitaciones, les apremio para que se vistan. En una hora tenemos que salir hacia la cena en casa de la madre de Eric. Cuando regreso sola al salón, Eric y Flyn juegan con la PlayStation, como siempre a todo volumen. Al entrar ninguno de los dos me oye, y acercándome a ellos, escucho al niño decir:

—No me gusta esa niña parlanchina.

—Flyn..., basta.

Sin hacer ruido me paro para escucharlos mientras ellos siguen:

—Pero yo no quiero que ella...

—Flyn...

El pequeño resopla mientras maneja el mando de la Play e insiste:

—Las chicas son un rollo, tío.

—No lo son —responde mi Iceman.

—Son torpes y lloronas. Sólo quieren que les digas cosas bonitas y que las besuquees, ¿no lo ves?

Incapaz de contener la risa, me acerco con precaución hasta la oreja de Flyn y murmuro:

—Algún día te encantará besuquear a una chica y decirle cosas bonitas, ¡ya lo verás!

Eric suelta una carcajada, mientras Flyn deja ir el mando de la Play enfadado y se va del salón. Pero ¿qué le pasa? ¿Dónde está todo nuestro buen rollo? Una vez que nos quedamos solos, apago la música del juego, me acerco a mi chico y, sentándome en sus piernas con cuidado de no arrugar mi bonito vestido, murmuro feliz:

—Te voy a besar.

—Perfecto —asiente mi Iceman.

Enredo mis dedos entre su pelo y susurro con pasión:

—Te voy a dar un beso ¡explosivo!

—¡Mmm!, me gusta la idea —sonríe.

Arrimo mis labios a su boca, lo tiento y murmuro:

—Hoy me has hecho muy feliz trayendo a mi familia a tu casa.

—Nuestra casa, pequeña —corrige.

No digo más. Con mis manos, agarro su nuca y lo beso. Introduzco mi lengua en su boca con posesión. Él responde. Y tras un increíble, maravilloso, sabroso y excitante beso, lo suelto. Me mira.

—¡Guau!, me encantan tus besos explosivos.

Ambos reímos y, llena de sensualidad, digo:

—Tú nunca has oído eso de que cuando la española besa es que besa de verdad.

Eric vuelve a reír.

Me encanta verlo tan feliz y, cuando vamos a besarnos de nuevo, aparece Flyn ante nosotros con los brazos cruzados. Parece enfadado. Tras él asoma mi sobrina con un vestido de terciopelo azul y, mirándome, pregunta:

—¿Por qué el chino no me habla?

¡Uisss, lo que acaba de decir! ¡Le ha llamado chino!

Flyn frunce más el ceño y resopla. ¡Aisss, pobre! Con rapidez me levanto de las piernas de Eric y regaño a mi sobrina.

—Luz, se llama Flyn. Y no es chino, es alemán.

La cría lo mira. Después mira a Eric, que se ha levantado y está junto a su sobrino, luego me mira a mí y, finalmente, con su característico pico de oro insiste:

—Pero si tiene los ojos como los chinos. ¿Tú lo has visto, tita?

¡Oh, Dios!, me quiero morir.

Qué situación más embarazosa. Al final, Eric se agacha, mira a mi sobrina a los ojos y le dice:

—Cielo, Flyn nació en Alemania y es alemán. Su papá era coreano y su mamá alemana como yo, y...

—Y si es alemán, ¿por qué no es rubio como tú? —insiste la jodía.

—Te lo acaba de explicar, Luz —intercedo yo—. Su papá era coreano.

—¿Y los coreanos son chinos?

—No, Luz —respondo mientras la miro para que se calle.

Pero no. Ella es preguntona.

—¿Y por qué tiene los ojos así?

Estoy a punto de matarla. ¡La mato! Entonces, entran en el salón mi padre y mi hermana con sus mejores galas. ¡Qué guapos están!

Mi padre, al ver mi mirada de ¡socorro!, rápidamente intuye que pasa algo con la niña. La coge entre sus brazos y la incita a mirar por la ventana. Yo respiro, aliviada. Miro a Flyn, y éste sisea en alemán:

—Esa niña no me gusta.

Eric y yo nos miramos. Pongo cara de horror, y él me guiña un ojo con complicidad. Diez minutos después, todos en el Mitsubishi de Eric, nos dirigimos a la casa de Sonia.

Cuando llegamos, la casa está iluminada y hay varios coches aparcados en un lateral. Mi padre, sorprendido por la grandiosidad de la vivienda, me mira y susurra:

—Estos alemanes, ¡qué bien se lo montan!

Eso me hace sonreír, pero la sonrisa se me corta cuando veo el gesto de Flyn. Está muy incómodo.

Una vez que entramos en la casa, Sonia y Marta saludan a mi familia con cariño, y ambas me dicen lo guapa que estoy con ese vestido. Flyn se aleja y veo que mi sobrina va tras él. No es nadie la canija. Diez minutos después, encantada, sonrío mientras me siento la mujer más dichosa del planeta rodeada por las personas que más me quieren y me importan en el mundo. Soy feliz.

Conozco al hombre con el que Sonia sale. ¡Vaya con Trevor! No es guapo. Ni siquiera atractivo. Pero cinco minutos con él me hacen ver el magnetismo que tiene. Hasta mi hermana, que no sabe alemán, le sonríe como tonta. Eric, por el contrario, lo observa. Lo mira y saca sus conclusiones. Que su madre tenga un nuevo novio no le hace mucha gracia, pero lo respeta.