Изменить стиль страницы

—¿Ahora te van a salir los ronchones y la cabeza te va a dar vueltas como a la niña del exorcista?

La carcajada de los dos es deliciosa.

—La nueva modalidad es mi cara verde y mis puntos. ¿Puede haber algo más sexy para un día de los Enamorados?

Eric me besa y, cuando se separa de mí, digo:

—Me ha comentado Frida que esta noche va a una fiesta en un bar de intercambio de parejas. ¿Tú sabías algo?

—Sí. Luigi me llamó para invitarnos al Nacht. Pero decliné la oferta. No estás tú para muchas fiestas, ¿no crees?

—Pues sí..., pero, oye, si hubiera estado presentable, me habría gustado ir.

Eric me besa y me mordisquea el labio inferior.

—Pequeña viciosilla, ¿tan necesitada estás? —Yo me río y niego con la cabeza, y él comenta mientras me aprieta contra él—: Ya habrá otras fiestas. Te lo prometo. —Y al ver mi mirada, pregunta—: A ver, morenita, ¿qué quieres preguntar?

Yo sonrío. Cómo me va conociendo. Y acercándome a él, pregunto:

—¿Has hecho alguna vez un boybang?

—Sí.

—¡Hala, qué fuerte!

Eric ríe por mi contestación.

—Cariño, llevo más de catorce años practicando un tipo de sexo que para ti de momento es una novedad. He hecho muchas cosas, y te aseguro que algunas de ellas nunca querré que las hagas. —Y al ver que lo miro en busca de saber más, indica—: Sado.

—¡Ah, no!, eso no quiero —aclaro. Y tras escuchar la risa de Eric, pregunto—: ¿Qué piensas de los gangbang?

Eric me mira, me mira, me mira..., y cuando mi paciencia está a punto de explotar, responde:

—Demasiados hombres entre tú y yo. Preferiría que no lo propusieras.

Eso me hace reír, y antes de que pueda decir nada, cambia de tema:

—Tengo sed. ¿Quieres beber algo?

Enamorada, con mi ramo de rosas en la mano, camino de su mano por el enorme y amplio pasillo de la casa. De pronto, cuando llego a la cocina y entro, Simona me mira con una sonrisa, y yo grito:

—¡Susto!

El animal corre hacia mí, y Eric lo para. No quiere que me haga daño. Pero el animal está como loco de felicidad, y yo todavía más. Tras abrazar con cuidado a Susto y decirle mil cosas cariñosas, miro a mi machote de ojos azules y, sin importarme que Simona esté delante, le abrazo y murmuro en español:

—¡Ni gangbang ni leches! Eres lo más bonito que ha parido tu madre y te juro que me casaba contigo ahora mismo con los ojos cerrados.

Eric sonríe. Está pletórico. Me besa.

—Lo más bonito eres tú. Y cuando quieras..., nos podemos casar.

¡Oh, Dios! Pero ¿qué acabo de decir? ¿Le acabo de pedir matrimonio? Pa matarme.

Susto da saltos a nuestro alrededor, y Eric, parándolo, comenta, divertido:

—Como verás, le he puesto la bufanda para el cuello que le hiciste. Por cierto, está tremendamente afónico.

—¡Aisss, que te como Iceman! —exclamo riendo y lo beso.

Apasionada por aquel bonito momento, estoy tocando a Susto, que no para de moverse por lo contento que está, cuando veo algo en las manos de Simona. Es un cachorro blanco.

— ¿Y esta preciosidad? —pregunto mientras lo miro embobada.

Sin soltarme de la cintura, nos acercamos a Simona, y Eric comenta:

—Estaba en la misma jaula que Susto. Por lo visto es el único de su camada que ha sobrevivido, y debe de tener como mes y medio me han dicho. Susto no se quería venir conmigo si no me llevaba a este pequeño también. Tenías que haberle visto cómo lo agarró con la boca y salió de la jaula cuando lo llamé. Luego, fui incapaz de devolver al cachorrillo a la jaula.

—Es usted muy humano, señor —murmura, emocionada, Simona.

—Es el mejor —asiento, dichosa. Y luego, mirando a Susto, afirmo—: Y tú, un padrazo.

Ante nuestros comentarios, mi feliz Iceman sonríe y dice, mirando al cachorro:

—Lo que no sé es de qué raza será.

Con mimo, cojo al cachorro. Es gordito y esponjoso. Una preciosidad.

—Es un mil razas.

—¿Un mil razas? Y ése ¿qué perro es? —pregunta Simona.

Eric, que ha entendido mi broma, sonríe, y yo, con el cachorro en mis manos, le aclaro a Simona:

—Un mil razas es un perro que tiene de todas las razas un poco y ninguna en especial.

Los tres nos reímos. Simona, feliz, se marcha para contárselo a Norbert. Yo dejo al cachorro en el suelo, y Eric dice mientras sujeta a Susto para que no me salte encima.

—¿Te gustan tus regalos?

Encantada y enamorada, lo beso y musito:

—Son los mejores regalos, cariño. Y tú eres el mejor.

Eric está feliz. Lo veo en su mirada.

—De momento, se pueden quedar en el garaje, hasta que les hagamos una caseta fuera.

Yo le miro. Eso no se lo cree ¡ni loco!

—Vale..., pero hoy déjales que se queden en casa. Hace mucho frío.

—¿En casa?

—Sí.

En este preciso momento, el cachorro, que camina por el suelo, se mea. ¡Vaya pedazo de meada que echa! Eric me mira y, con seriedad, pregunta:

—¿Dentro de casa?

Parpadeo. Le guiño un ojo y, con complicidad, cuchicheo:

—Que sepas que acabas de aumentar la familia. Ya somos cinco.

Mi alemán cierra los ojos y entiende perfectamente lo que acabo de decir y antes de que diga alguna de sus perlas, le apremio:

—Vamos, Eric —digo mientras cojo al cachorro—. Démosle la sorpresa a Flyn.

—¿Susto no le dará miedo?

Yo niego con la cabeza.

Sin hacer ruido, nos dirigimos hacia su habitación de juegos. Con cuidado, abro la puerta y hago entrar al animal.

—¡Susto! —grita el niño, y lo abraza.

Las carcajadas de Flyn son maravillosas. ¡Colosales! Y el perro se tumba panza arriba para que le rasque la barriguita. Durante un rato, la felicidad del pequeño es plena, hasta que ve en mis manos algo que llama su atención. Con los ojos como platos, se acerca a mí y pregunta:

—Y éste ¿quién es?

Eric, dichoso y, sobre todo, sorprendido por la felicidad que ve en su sobrino, explica:

—Cuando fui a buscar a Susto, estaba con él en la jaula. Susto no quiso dejarlo solo y se vino con nosotros.

El crío, alucinado, mira a su tío. Dos perros. ¡Dos! Yo, encantada, dejo al cachorro en sus manos.

—Este pequeñín será tu superamigo y supermascota. Por lo tanto, el nombre se lo tienes que poner tú.

Flyn mira a su tío, y cuando ve que éste asiente, sonríe. Mira a continuación al cachorro blanco y dice, tras guiñarme un ojo:

—Se llamará Calamar.

Un enorme nudo de emociones se agolpa en mi garganta al escucharlo, y sonrío. El pequeño pone el pulgar ante mí, yo pongo el mío, y terminamos con una palmada. Nos reímos. Eric me besa en el cuello y susurra en mi oído al ver a su sobrino feliz:

—Cuando quieras, ya sabes..., me caso contigo.

31

Con el transcurrir de los días, mi cara vuelve a ser lo que era, y cuando el doctor me quita los puntos de la barbilla ante la atenta mirada de Eric, sonríe al ver la obra de arte que ha hecho. No se notan, y eso me hace feliz.

La casa, tras la llegada de Susto y Calamar, se ha vuelto una casa llena de risas, ladridos y locura. Eric, los primeros días, protesta. Encontrarse meadas de Calamar en el suelo le pone de mal humor, pero al final claudica. Susto y Calamar lo adoran, y él los adora a ellos.

Muchas mañanas cuando me levanto me gusta asomarme a la ventana y ahí está mi Iceman, lanzándole un palo a Susto, para que éste corra tras él. El animal lo ha tomado como costumbre. Antes de que él se vaya a trabajar, le lleva un palo a sus pies, y Eric juega y sonríe. Algunos fines de semana convenzo a Eric y a Flyn para pasear por el campo nevado con los animales. Susto lo agradece, y Eric juega con él mientras Flyn corretea a nuestro alrededor con su mascota. Me emociona todo. En especial, cuando veo cómo Eric se agacha y abraza a Susto. Mi frío y duro Iceman se va descongelando a cada día que pasa, y cada día me enamora más.