Изменить стиль страницы

—No juegues con fuego pequeña o te quemarás.

—¡Mmm!, me gusta quemarme. —Y contoneándome, susurro—: ¿Quieres quemarme?

Eric me retira de su lado y resopla. Lo tiento. Me desea. Después menea la cabeza hacia ambos lados.

—Tú recupérate, que, cuando lo estés, prometo quemarte.

—¡Guau! —grito, y sonríe.

Después me da un beso.

—Que tengas un buen día, cariño.

Dicho esto, se va. Está a cinco metros de mí y ya lo echo en falta. Pero he quedado con Frida para comer y sé que me lo voy a pasar bien. Asomada a la ventana, veo cómo se aleja su coche y, de pronto, suena el teléfono. Mi hermana.

—¡Hola, cuchuuuuuuuuuuuuu!

—¡Hola, gordita! ¿Cómo estás? —le pregunto riendo mientras me tumbo en la cama para hablar con ella.

—Bien. Cada día más ceporri, pero bien. ¿Y tú que tal, cómo andas?

Su voz suena algo triste, pero yo con el subidón de lo ocurrido segundos antes con Eric, respondo:

—Pues mira, Raquel, no te asustes. Estoy bien, aunque soy igualita que el increíble Hulk. Anteayer me caí en la nieve. Tengo la cara que parece un cuadro de Picasso y puntos en la barbilla. Con eso, te lo digo todo.

—¡Cuchuuuuuuuuuuuu, no me asustes!

Al ver que se alarma, añado:

—Pero ¿no ves que estoy tranquilamente hablando contigo? Ha sido un golpecito de nada. No dramatices, que te conozco.

Durante más de una hora hablo con ella. La noto bien, pero hay algo que no sé..., no me deja contenta. Cuando cuelgo el teléfono me visto y bajo al comedor. Simona está pasando el aspirador, y al verme, lo para y pregunta:

—¿Cómo está hoy, señorita?

—Mejor, Simona. ¿Ha comenzado ya «Locura esmeralda»?

La mujer mira el reloj y dice:

—¡Por todos los santos!, corramos o nos la perderemos.

Hoy Luis Alfredo Quiñones, tras perseguir a caballo por toda la dehesa a Esmeralda Mendoza, la besa y le promete, mientras miran juntos al horizonte, recuperar al hijo de ambos. Simona y yo, emocionadas, nos miramos y suspiramos.

A las doce aparece Frida con el encargo que le hice cuando supe que iba a venir y cuando me ve se queda sin habla. Aunque la he avisado por teléfono, no puede dejar de impresionarse al contemplar mi rostro.

Sentadas en el salón comemos lo que Simona nos ha preparado mientras charlamos.

—Tengo que contarte algo, Frida.

—Tú dirás.

Divertida, la miro y murmuro:

—El otro día me encontré con Betta y le di dos guantazos y una patada en el culo. Vale, antes de que digas nada, sé que estuvo mal. Soy una adulta y no puedo ir comportándome como una delincuente, pero, oye, reconozco que me sentí bien al hacerlo y que si no hubiera sido por las caras de todas las que nos miraban, le habría dado siete más.

El tenedor se le cae de las manos, y ambas nos reímos. Le cuento lo ocurrido y maldice no haber estado allí para haber aprovechado como Marta y darle su deseado bofetón. Cuando terminamos de comer, en vez de sentarnos en el salón, decidimos ir a mi cuarto. Se sorprende de lo bonito que lo estoy dejando y, cuando ve el árbol de Navidad rojo en un rincón, mi comentario es:

—Mejor no preguntes.

Animadas, nos sentamos en el cómodo sillón rojo que me ha regalado Eric, y tras cotillear sobre nuestro culebrón preferido, pregunta:

—Entonces, ¿todo bien con Eric?

—Sí. Discutimos, nos reconciliamos y volvemos a discutir. Bien.

—Me alegro —dice riendo—. Y en lo sexual, ¿bien también?

Pongo los ojos en blanco y asiento. Ambas nos reímos.

—Increíble. Cada vez que quedamos con Björn y hacemos un trío es indescriptible. Me vuelve loca ver la pasión que pone Eric. Cómo me ofrece... ¡Oh, Dios, me encanta cómo me poseen entre los dos! Nunca había pensado que lo pudiera pasar tan bien en algo que al principio me parecía escandaloso.

—El sexo es sexo, Judith. No hay que darle más vueltas. Si a vosotros como pareja os gusta y lo disfrutáis, ¡adelante!

—Ahora lo disfruto, Frida. Pero antes, te aseguro que pensaba que las personas que lo hacían eran unas depravadas. Pero la sensación que me produce sentirme tan deseada y cómo ellos me hacen suya...

—Calla..., calla que me excitas. ¡Soy una depravada! —Ambas reímos, y ella añade—: Por cierto, hablando de depravación, ¿te ha dicho Eric algo de la fiesta privada de esta noche? —Niego con la cabeza—. Heidi y Luigi dan unas fiestas estupendas. Estoy segura de que os han invitado, pero en tu estado seguro que Eric ha declinado la oferta.

—Normal. Con la pinta que tengo. Mejor no sacarme de casa, que asusto —me mofo, y las dos nos reímos. Pero, curiosa, pregunto—: ¿Va mucha gente a esa fiestecilla?

—Sí. La verdad es que sí va bastante gente. La suelen hacer en su bar de intercambio de parejas, y te aseguro que allí va lo mejor de lo mejor. —Y bajando la voz, murmura—: El año pasado en esa fiesta Andrés y yo hicimos realidad una de nuestras fantasías.

Al ver mi cara, Frida ríe y cuchichea:

—Hice un gangbang y Andrés, un boybang. —Y al ver que pestañeo, susurra—: Andrés escogió seis mujeres de la fiesta, y yo escogí a seis hombres. Nos metimos en uno de los cuartos del local, y yo me entregué a ellos y Andrés a ellas. Fue alucinante, Judith. Yo era el centro de mis hombres e iba probando distintas posturas sexuales con todos ellos. ¡Dios!, ni te imaginas lo que disfruté, y Andrés te aseguro que se lo pasó pipa con sus chicas. Al final nos unimos los dos grupos e hicimos una orgía. Como te digo, las fiestas de Heidi y Luigi siempre deparan cosas buenas.

Lo que me dice parece excitante, pero, para mi gusto, exagerado. Con dos hombres yo tengo bastante, pero calienta imaginarlo.

Durante un rato me explica sus experiencias. Todas son morbosas y excitantes. Me encanta hablar con Frida tan abiertamente de sexo. Nunca he tenido una amiga con la que poder conservar con tanta sinceridad de esto y me gusta. A las cinco se marcha. Tiene que arreglarse para la fiesta.

Sonia llama para ver qué tal estoy, y tras ella, Marta. Está encantada con su cita de esa noche. Le doy ánimos y le pido que mañana me llame y me cuente qué tal fue todo.

Por la tarde, Flyn regresa del colegio. Tras hacer sus deberes lo espero en mi habitación. Cuando entra le enseño los patines en línea que le había encargado para él a Frida. Aplaude. Una vez que se pone las coderas, rodilleras y casco, comenzamos sus clases con el skateboard. Como era de esperar, se desespera. Lo primero que hay que aprender es a saber cuál es el centro del equilibrio de uno. Le cuesta un poco, aunque al final lo consigue, pero poco más.

Cuando oímos el coche de Eric, rápidamente dejamos todo en su sitio. No debe saber ni notar que estamos practicando con eso. Flyn corre a su cuarto de estudios, y los dos disimulamos muy bien. Me saco del bolsillo de mi pantalón un chicle de fresa y lo mastico.

Cuando Eric viene a mi cuarto a buscarme, me encuentra sentada en el suelo, mirando la pantalla del ordenador.

—¿Por qué no te sientas en una silla? —pregunta.

—Pues porque me gusta mucho sentarme en esta mullida y carísima alfombra. ¿Hago mal?

Se agacha y me da un beso. Está guapísimo con su caro abrigo azul y su traje oscuro. Su aspecto de ejecutivo es imponente, y me encanta. Me pone. Me da la mano y me levanto, y entonces, sorprendiéndome, me entrega un precioso ramo de rosas rojas.

—Feliz día de los Enamorados, pequeña.

Boquiabierta.

Patitiesa y asombrada me quedo.

¡Qué romántico!

Mi Iceman me ha comprado un precioso y maravilloso ramo de rosas rojas por el día de los Enamorados, y yo ni le he felicitado ni tengo nada para él. ¡Soy lo peor! Eric sonríe. Parece saber lo que pienso.

—Mi mejor regalo eres tú, morenita. No necesito nada más.

Lo beso. Me besa y sonrío.

—Te debo un regalo. Pero de momento tengo algo para ti.

Sorprendido, me mira, y saco el paquete de chicles del bolsillo. Se lo enseño. Sonríe. Saco uno. Lo abro y se lo meto en la boca. Divertido por lo que aquello significa para nosotros, pregunta: