—Bueno, ya te has casado. ¿Y ahora qué? Fue él el primero en hacer esa pregunta, o mejor dicho, en formular esa pregunta que yo me venía haciendo desde por la mañana, desde la ceremonia y aun antes, desde la víspera. Había pasado la noche con sueno superficial y agitado, probablemente durmiendo pero creyéndome insomne, soñando que no dormía, despertándome de veras a ratos. Hacia las cinco de la madrugada había dudado si encender la luz, pues al ser primavera ya veía el anuncio del alba que alcanzaba la calle por la persiana subida, y podía discernir mis objetos y los muebles, los de mi alcoba. 'Ya no dormiré más solo, más que ocasionalmente o de viaje', había pensado mientras dudaba si encender la luz o ver avanzar el alba por encima de los edificios y sobre los árboles. 'A partir de mañana, y es de suponer que durante muchos años, no podré tener el deseo de ver a Luisa, porque la estaré ya viendo en cuanto abra los ojos. No podré preguntarme qué cara tendrá hoy ni cómo se aparecerá vestida, porque le estaré viendo la cara desde el inicio del hoy y tal vez la veré vestirse, puede que incluso se vista como yo le indique, si le digo mis preferencias. A partir de mañana no habrá las pequeñas incógnitas que durante casi un año han llenado mis días, o han hecho que los días fueran vividos de la mejor manera posible, que es en estado de vaga espera y de vaga ignorancia. Sabré demasiado, sabré más de lo que quiero saber acerca de Luisa, tendré ante mí lo que me interesa de ella y lo que no me interesa, ya no habrá selección ni elección, la tenue o mínima elección diaria que suponía llamarse, establecer una cita, encontrarse con los ojos buscando a la puerta de un cine o entre las mesas de un restaurante, o bien arreglarse y ponerse en camino para visitarse. No veré el resultado, sino el proceso, que quizá no me interesa. No sé si quiero ver cómo se pone las medias y las ajusta a la cintura y las ingles ni saber cuánto tiempo pasa en el cuarto de baño por la mañana, si se pone cremas para dormir o qué humor tiene cuando se despierta y nieve a su lado. Creo que a la noche no quiero encontrármela bajo las sábanas en camisón o pijama, sino desnudarla desde su vestido de calle, privarla de la apariencia que ha tenido durante la jornada, no de la que acaba de adquirir ante mí, a solas en nuestro dormitorio, tal vez dándome la espalda. Creo que no quiero esa fase intermedia, como tampoco, probablemente, saber demasiado bien cuáles son sus defectos, ni estar al tanto obligadamente de los que le vayan surgiendo al pasar de los meses y de los años, que ignorarán las otras personas que la vean, nos vean. Creo que tampoco quiero hablar de nosotros, decir hemos ido o vamos a comprar un piano o vamos a tener un hijo o tenemos un gato. Puede que tengamos hijos y no sé si quiero, aunque no me opondría. Sé que me interesa, en cambio, verla dormir, ver su rostro cuando esté sin conciencia o esté en letargo, conocer su expresión dulce o dura, atormentada o plácida, aniñada o envejecida mientras no piensa en nada o no sabe que piensa, mientras no actúa, mientras no se comporta de manera estudiada, como hacemos todos en uno u otro grado ante cualquier testigo, aunque el testigo no nos importe y sea nuestro propio padre o nuestra mujer o marido. La he visto dormir ya algunas noches, pero no las bastantes para reconocerla en su sueño, en el que por fin a veces dejamos de parecemos a nosotros mismos. Por eso me caso mañana seguramente, el día a día es la causa, también porque es lógico y porque nunca lo he hecho, las cosas más decisivas se hacen por lógica y para probarlas, o lo que es lo mismo, porque resultan irremediables. Los pasos que uno da una noche al azar y sin consecuencia acaban llevando a una situación irremediable al cabo del tiempo o del futuro abstracto, y ante esa situación llegada nos preguntamos a veces con ilusión incrédula: "¿Y si no hubiera entrado en ese bar? ¿Y si no hubiera acudido a esa fiesta? ¿Y si no hubiera respondido al teléfono un martes? ¿Y si no hubiera aceptado el trabajo aquel lunes?". Nos lo preguntamos ingenuamente, creyendo por un instante (pero sólo un instante) que en ese caso no habríamos conocido a Luisa y no estaríamos al borde de una situación irremediable y lógica, que justamente por serlo ya no podemos saber si queremos o nos aterra, no podemos saber si queremos lo que nos pareció que queríamos hasta hoy mismo. Pero siempre conocernos a Luisa, es ingenuo preguntarse nada porque todo es así, nacer depende de un movimiento azaroso, una frase pronunciada, por un desconocido en el otro extremo del mundo, un interpretado gesto, una mano en el hombro y un susurro que pudo no ser susurrado. Cada paso dado y cada palabra dicha por cualquier persona en cualquier circunstancia (en la vacilación o el convencimiento, en la sinceridad o el engaño) tienen repercusiones inimaginables que afectan a quien no nos conoce ni lo pretende, a quien no ha nacido o ignora que podrá padecernos, y se convierten literalmente en asunto de vida o muerte, tantas vidas y muertes tienen su enigmático origen en lo que nadie advierte ni nadie recuerda, en la cerveza que decidimos tomarnos tras haber dudado si nos daba tiempo, en el buen humor que nos hizo mostrarnos simpáticos con quien acababan de presentarnos sin saber que venía de gritar o de hacer daño a alguien, en la tarta que nos detuvimos a comprar camino de un almuerzo en casa de nuestros padres y por fin no compramos, en el afán de escuchar una voz aunque no nos importara mucho lo que dijera, en la aventurada llamada que hicimos por tanto, en nuestro deseo de permanecer en casa que no cumplimos. Salir, y hablar, y hacer, moverse, mirar y oír y ser percibidos nos pone en constante riesgo, ni siquiera encerrarse y callar y quedarse quieto nos salva de sus consecuencias, de las situaciones lógicas e irremediables, de lo que es hoy inminente y era tan inesperado hace ya casi un año, o hace cuatro, o diez, o cien, o incluso ayer mismo.

Estoy pensando que mañana me caso con Luisa, pero son las cinco y es hoy ya cuando me caso. La noche pertenece al día anterior en nuestro sentimiento, pero no en los relojes, el mío sobre la mesilla marca las cinco y cuarto, el despertador las cinco y catorce, ambos discrepan de la sensación que aún tengo, la sensación de ayer y no de hoy todavía. Dentro de siete horas. Quizá Luisa no duerma tampoco, desvelada en su habitación a las cinco y cuarto, sin encender la luz, a solas, podría llamarla, tan a solas como yo pero la asustaría, por última vez a solas salvo en ocasiones excepcionales y viajes, los dos viajamos mucho, habrá que cambiarlo, quizá creyera que la llamaba para cancelarlo todo en mitad de la noche, para echarme atrás y contravenir lo que es lógico y poner remedio a lo irremediable. Nadie puede estar seguro de nadie en ningún instante, nadie puede fiarse, y estará pensando " ¿Y ahora qué, ahora qué?", o estará pensando que no está segura de querer verme afeitarme a diario, hace ruido la máquina y en la barba me salen algunas canas, parezco más viejo cuando no me afeito y por eso me afeito a diario con ruido, lo haré al levantarme, es tarde y no estoy durmiendo y mañana debería tener buen aspecto, dentro de siete horas diré ante testigos, ante mi propio padre, que voy a quedarme al lado de Luisa, ante sus padres, que esa es mi intención, lo diré legalmente y en voz alta, y se tomará registro, y quedará constancia.'

—Eso digo yo —contesté a mi padre—. Y ahora qué.

Ranz sonrió aún más y dejó bailando en el aire una aparatosa nube de humo no tragado.

Siempre fumaba así, ornamentalmente. I

—Esa chica me gusta mucho —dijo—. Me gusta más que ninguna de las que me has traído a lo largo de todos estos años de picaflor absurdo, no, no protestes, picaflor. Me divierto con ella, lo cual no es frecuente entre personas tan alejadas de edad, aunque no sé si hasta ahora me ha hecho tanto caso porque iba a casarse contigo, o porque no sabía si iba a hacerlo, como tú habrás sido amable con esos idiotas de padres suyos y dejarás de serlo al cabo de unos meses, supongo. El matrimonio lo cambia todo, el menor detalle, incluso en estos tiempos en que creéis que no. Lo que ha habido entre vosotros hasta ahora no tendrá demasiado que ver con lo que habrá en los próximos años, lo verás ya un poco a partir de mañana mismo. A lo sumo os quedarán viejas bromas gastadas de entonces, sombras, que no siempre os será fácil recuperar. Y el afecto profundo, claro. Echaréis de menos estos meses pasados en que hacíais alianzas contra los demás, contra cualquiera, pequeñas burlas compartidas quiero decir dentro de unos años las únicas alianzas serán contra el uno el otro. Bien, nada grave, no te preocupes, los resentimientos inevitables de la vida en común prolongada, un fastidio soportable y al que en todo caso no se suele querer renunciar. Hablaba pausadamente, como solía, buscando algunas palabras con mucho cuidado (picaflor, alianzas, sombras) no tanto para ser preciso cuanto para causar efecto y asegurarse de ser escuchado con atención. Obligaba a estar alerta, incluso si uno había oído mil veces lo que estuviera diciendo. Sin embargo esto no lo había dicho nunca, que yo recordara, y me sorprendió el tono ambiguo que empleaba, irónico como de costumbre pero menos afable que de costumbre: sus comentarios rozaban los del aguafiestas, por mucho que en algunos momentos yo hubiera pensado parecidas y peores cosas desde que Luisa y yo habíamos fijado la fecha de aquel día que ya era hoy. También las había pensado mejores, no es lo mismo escucharlas.