—¡El fondo es bueno! ¡Vaya, vaya! De Sevilla a Granada...Recupérese, es usted tan joven...
—¿Y realmente lo encontró en un portal?
—¡Vamos, tome el dinero que se le presta! —rugió el profesor.
Luego, la puerta se abrió majestuosamente y a pedido de Filip Filipovich, Bormental hizo entrar a Bolla. Éste tenía la mirada huidiza y los cabellos se le erizaban sobre la cabeza como un cepillo.
—¡Miserable! —exclamó la mujer, con los ojos embadurnados de rímel y la nariz surcada de huellas húmedas.
—¿Qué origen tiene la cicatriz que lleva en la frente? Tenga el bien de explicárselo a esta señorita —ordenó pérfidamente Filip Filipovich.
Bolla jugó su carta:
—Fui herido combatiendo contra Koltchak 9.
9Alejandro Koltchak (1874-1920). Almirante ruso, fusilado por los bolcheviques, a quienes había intentado resistir en Siberia (N. de la T.)
La joven se levantó y se dirigió hacia la puerta sollozando ruidosamente.
—¡Deténgase! —chilló el profesor—. ¡Espere un instante! ¡El anillo, Bolla, por favor!
Sumiso, éste se quitó del meñique un grueso anillo adornado con una esmeralda.
—Está bien —aulló de pronto con rabia—, ya me las pagarás. Mañana mismo procederé a una reducción del personal.
—No le tema —gritó Bormental—, no le permitiré hacer nada.
Se volvió y miró en tal forma a Bolla que éste retrocedió y fue a golpearse con la cabeza contra el armario.
—¿Cómo se llama ella? ¡Le pregunto su nombre! —rugió Bormental con real salvajismo.
—Vasnetsova —respondió Bolla buscando con la vista una salida.
—Todos los días —prosiguió Bormental tomándolo por las solapas de la chaqueta—, iré personalmente a comprobar que la ciudadana Vasnetsova no haya sido despedida, yo... Lo mataré aquí mismo con mis propias manos. ¡Tenga cuidado, Bolla, no bromeo!
Como fascinado, Bolla no desprendía su mirada de la nariz de Bormental.
—Yo también puedo conseguir un revólver —tartamudeó sin convicción alguna y, logrando liberarse, aprovechó para escapar por la puerta sin rechistar.
—¡Tenga cuidado! —lo persiguió la voz de Bormental por el corredor.
En el curso de la noche y durante la primera mitad del día siguiente pesó en el departamento un silencio que presagiaba tormenta. Todos callaban. Pero cuando Poligraf Poligrafovich, a quien desde la mañana atenazaba un siniestro presentimiento, hubo tomado con actitud taciturna y preocupada el camión que lo conducía a su trabajo, el profesor Preobrajenski recibió, a una hora totalmente insólita, a uno de sus ex pacientes, un hombre alto y corpulento que vestía uniforme militar. Había insistido mucho en obtener una entrevista y por fin logró conseguirla. Al entrar en el consultorio golpeó ceremoniosamente los tacos por deferencia hacia el profesor.
—¿Y bien, amigo mío, le han vuelto los dolores? —preguntó Filip Filipovich con el rostro demacrado—. Siéntese, por favor.
— Merci. No, profesor —respondió el visitante apoyando su casco en un ángulo del escritorio, le quedo muy agradecido... Hum... Lo que me trae es un asunto muy diferente... La estima que siento por usted... es un medio de avisarle... Pequeñeces, desde luego, pero es un granuja... (El paciente hurgó en su portafolios y sacó una hoja de papel.) Felizmente me informaron enseguida...
Filip Filipovich se ajustó los lentes y comenzó a leer, murmurando entre dientes a medida que la expresión de su rostro iba cambiando:
“...y amenazando también matar al presidente del comité del edificio, camarada Schwonder, lo cual comprueba que posee armas de fuego. También mantiene conversaciones contrarrevolucionarias y hasta ordenó a su mucama Zinaida Prokofievna Bunina que arrojase al fuego a Engels; además, observa una notoria conducta de burgués con su asistente Bormental Iván Arnoldovich que vive clandestinamente en el departamento sin haber sido registrado.”
"Firmado: El director de la Sub-Sección de Depuración, P. P. Bolla. Confirmado por el Presidente del comité del edificio, Schwonder y el secretario, Prestrukin".
—¿Me permite conservar este pliego? —preguntó Filip Filipovich; tenía el rostro marmolado con manchas lívidas—.¿A menos que, perdóneme, lo necesite para proveer al curso legal del caso?
—Disculpe, profesor —se indignó el paciente, las aletas de la nariz le latían— pero tiene muy mal concepto de nosotros. Yo...
—¡Perdone, querido amigo, perdone! —se disculpó Filip Filipovich—, no era mi intención ofenderle. No se enfade, me siento tan cansado...
—Ya lo creo —respondió el paciente, quien de pronto se volvió conciliante—. Pero de todas maneras ¡qué crápula! Me siento curioso por verlo. Por Moscú circulan verdaderas leyendas respecto a usted...
Filip Filipovich se limitó a levantar una mano con gesto de desaliento y el paciente observó que el profesor estaba un poco encorvado y que sus cabellos parecían haber encanecido durante las últimas semanas.
Como siempre, el crimen largamente meditado se comete súbitamente. Poligraf Poligrafovich volvió en camión con el corazón oprimido por una sorda inquietud. La voz de Filip Filipovich lo invitó a entrar en la sala de curaciones. Bolla obedeció, un poco extrañado, y halló al profesor en compañía de Bormental que aguardaba de pie, serio, sin expresión en el rostro. En torno del asistente parecía flotar una nube tormentosa y un leve temblor agitaba el cigarrillo que sostenía con su mano izquierda, apoyada sobre el respaldo deslumbrante de la silla metálica.
Con una calma que no auguraba nada bueno, Filip Filipovich ordenó:
—Junte inmediatamente sus cosas: pantalón, abrigo y todo lo que es suyo y lárguese de aquí.
—¿Cómo, largarme? —interrogó Bolla sinceramente sorprendido.
—Lárguese hoy mismo —repitió el profesor en tono monocorde, absorbiéndose en la contemplación de sus uñas.
Un espíritu maligno pareció apoderarse de Poligraf Poligrafovich. Sintiendo aproximarse la salida fatal y consciente del abismo que se abría bajo sus pies, se arrojó él mismo en brazos del destino y ladró rabiosamente, en forma entrecortada:
—¿Qué significa esto? ¿Cree que me voy a dejar manosear así como así? Tengo derecho a mis cinco metros cuadrados y me propongo quedarme aquí.
—Mándese a mudar de este departamento —susurró el profesor con voz ahogada.
Bolla corrió por sí mismo hacia su perdición. Levantó su brazo izquierdo cubierto de mordeduras que despedía un insoportable olor a gato y lo agitó en un gesto obsceno hacia el profesor. Luego sacó un revólver de su bolsillo para neutralizar al temible Bormental. El cigarrillo saltó como una estrella fugaz de la mano del doctor. Pocos instantes más tarde Filip Filipovich, horrorizado, se abalanzaba, entre astillas de vidrios rotos, hacia la silla donde yacía el director de la Sub-Sección de Depuración. A horcajadas encima de él, Bormental trataba de ahogarlo con una pequeña almohada blancuzca.
Al cabo de algunos minutos, el doctor Bormental salió, con el rostro alterado, y fue a colocar en la puerta de entrada, junto al botón de la campanilla, el siguiente aviso:
"Hoy no habrá consultas. El profesor está indispuesto. Tenga a bien no llamar."
El doctor cortó el hilo de la campanilla con un pequeño cortaplumas de hoja brillante; en el espejo del vestíbulo se escudriñó el rostro surcado de arañazos sangrientos y se observó las manos agitadas por un leve temblor. Luego se dirigió hacia la puerta de la cocina y desde el umbral exclamó, para Zina y Daría Petrovna:
—El profesor les pide que no salgan del departamento.
—Está bien —contestaron tímidamente las dos mujeres.
—Si me lo permiten, voy a cerrar la puerta de la entrada de servicio y me quedaré con la llave —agregó Bormental que trataba de ocultarse detrás de la puerta, cubriéndose el rostro con la mano—. Es sólo temporal; no es por desconfianza hacia ustedes, pero alguien podría venir de afuera y abrir, y no queremos que nadie nos moleste. Tenemos algo que hacer.