Su castillo de Ex, recientemente edificado, estaba incrustado en un invierno de cristal. Por algún extraño error, el último Quién es quién mencionaba, en la lista de sus principales escritos, el título de una obra nunca realizada, aunque proyectada en muchos dolores, La Inconsciencia y lo Inconsciente. No era dolor de hacerlo ahora... y era un gran dolor para terminar Ada. ¡Quel livre, mon Dieu, mon Dieu!, exclamó el doctor [Profesor. Nota del Editor. Lagosse, sopesando la copia original que los padres pálidos y vulgares de los dos niños del viejo cuento (Niños en el Bosque) —pequeño volumen de las habitaciones infantiles de Ardis—, perdidos entre las hojas muertas, ya no podían sostener en la primera y misteriosa imagen: dos personas en una cama.

El castillo de Ardis —los Ardores y los Árboles de Ardis—, tal es el leitmotivque fluye ondulante a través de las páginas de ADA, vasta y deliciosa crónica que, en su mayor parte, tiene por escenario una América de brillantez onírica, porque, ¿no son estos recuerdos de infancia comparables a las carabelas que bogan hacia Vinelandia, indolentemente rodeadas por las aves blancas de los sueños? El protagonista, heredero de una de las más ilustres y opulentas familias de los Estados Unidos, es el doctor Van Veen, hijo del barón «Demon» Veen, famoso personaje de Reno y de Manhattan. El final de una época extraordinaria coincide con la no menos extraordinaria infancia de Van. No hay nada en la literatura universal —salvo, tal vez, las reminiscencias del conde Tplstoi —que pueda rivalizar en alegría pura, en inocencia arcádica, con los capítulos de este libro que tratan de Ardis. En esta fabulosa propiedad rural del tío de Van, Daniel Veen, gran coleccionista de arte, nace un ardiente amor infantil, que se desarrolla en una serie de escenas fascinantes, entre Van y la linda Ada, una muchachita verdaderamente excepcional, hija de Marina, la esposa de Dan, apasionada por el teatro. El hecho de que las relaciones de Van y Ada no consisten simplemente en un peligroso juego entre primos hermanos, sino que presentan además un aspecto especialmente prohibido, se sugiere desde las primeras páginas.

A pesar de las numerosas complicaciones de la intriga y de la psicología de los personajes, la narración avanza al galope. Incluso antes de que hayamos tenido tiempo de recuperar el aliento y de contemplar tranquilamente el nuevo escenario en que nos ha «vertido» la alfombra mágica del autor, otra chiquilla encantadora, Lucette Veen, la hermana menor de Ada, es arrebatada por la atracción de Van, el irresistible libertino El trágico destino de Lucette representa uno de los momentos más notables de este delicioso libro.

El resto de la historia de Van tiene por tema —presentado de una manera franca y colorista— su larga aventura amorosa con Ada, aventura que es interrumpida por el matrimonio de ésta, en Arizona, con un ganadero descendiente de uno de los fabulosos descubridores de América del Norte. Después de la muerte del marido, los amantes se reúnen de nuevo. Pasan la vejez viajando juntos, con estancias en numerosas villas, cada una más bella que la anterior, construidas por Van por todo el hemisferio occidental.

Un importante ornato de la crónica es la delicadeza del detalle pintoresco: una galería enrejada; un techo pintado; un bello juguete perdido entre los nomeolvides de un arroyo; mariposas y orquídeas en los márgenes de la novela; un velo lejano visto desde una escalinata de mármol; una corza heráldica que gira la cabeza hacia nosotros en el parque ancestral; y muchas cosas más.