»Cuando el niño se hace hombre, lo vemos luciendo el uniforme de oficial. A causa de sus violencias y de un duelo, se le confina en una ciudad fronteriza. Como es propio de él, dilapida alegremente cuanto posee. Entonces surge la necesidad de dinero y, tras largas discusiones, se pone de acuerdo con su padre para recibir seis mil rublos por saldo de la herencia materna. Hay que tener en cuenta que este convenio consta en una carta firmada por Dmitri Fiodorovitch. Entonces conoce a una muchacha culta y de noble carácter. No necesito dar más detalles sobre este punto, pues la propia interesada nos los acaba de dar. Son unas relaciones en las que intervienen el honor y la abnegación. Por eso mismo me siento obligado a no decir nada más sobre este punto. La imagen del joven libertino que se inclina ante un alma noble y unas ideas superiores a las que él sustenta, se ha captado nuestra simpatía. Pero pronto hemos visto el reverso de la moneda. No quiero dejarme llevar de las conjeturas ni analizar las causas. Pero es evidente que estas causas existen. La misma testigo que nos ha mostrado la simpática imagen de Dmitri Fiodorovitch nos ha revelado, entre lágrimas de indignación reprimidas durante mucho tiempo, que su prometido la despreció por su acto noble y generoso, aunque tal vez impulsivo hasta la imprudencia... Cuando Dmitri se había comprometido ya a casarse con ella, la miraba con una sonrisa de burla que nuestra testigo habría podido soportar de cualquier otra persona, pero no de él. Aun sabiendo que él la traiciona (Dmitri Fiodorovitch creía que en el futuro tendría derecho a todo, incluso a la traición), le entrega tres mil rublos, dándole a entender claramente cuáles son sus intenciones. «¿Te atreverás a tomarlos?», le dice con su mirada penetrante. Él lee claramente en su pensamiento (lo ha confesado ante ustedes) y, sin embargo, toma los tres mil rublos para gastárselos en dos días con su nuevo amor. ¿A qué carta debemos quedarnos? ¿A la primera, la del generoso sacrificio de sus últimos recursos, en homenaje a la virtud, o a la segunda, al reverso de la moneda, a la vileza de aceptar el dinero para irse con otra? En los casos corrientes hay que buscar la verdad en el término medio, pero nuestro asunto está fuera de lo ordinario. Sin duda, Dmitri Fiodorovitch se ha mostrado tan noble la primera vez como vil la segunda. ¿Por qué? Porque es un alma de gran amplitud, un alma de Karamazov (he aquí el punto clave de la cuestión), capaz de todos los contrastes, de contemplar a la vez dos abismos: el de arriba, es decir, el de los ideales sublimes, y el de abajo, el abismo de la más innoble degradación. Recuerden ustedes la brillante idea expuesta hace un momento por el señor Rakitine, agudo observador que ha estudiado de cerca a toda la familia Karamazov. «Para estos temperamentos desenfrenados, la degradación es tan indispensable como la nobleza de sentimientos.» Es una gran verdad: esos espíritus necesitan en todo momento esta mezcla extraordinaria. No están satisfechos, sienten que les falta algo si no ven al mismo tiempo los dos abismos. Son almas tan amplias como nuestra madre Rusia y se acomodan a todo.

»Señores del jurado: voy a permitirme hacer unos comentarios sobre los tres mil rublos. Dmitri Fiodorovitch afirma que después de haber recibido este dinero, que supone para él la mayor vergüenza y la más profunda humillación, guardó la mitad en una bolsita y la llevó un mes entero encima, sobreponiéndose a todas las tentaciones. Ni en sus orgías, ni cuando se ausentó de la ciudad en busca del dinero que necesitaba para librar a su amada del acoso de su padre y rival, osó abrir la bolsita. Lo lógico habría sido que la abriera para no dejar a su amiga expuesta a los planes de seducción del viejo, del que estaba tan celoso; que emplease el dinero para mover a su amada a decirle: «Soy tuya», y entonces llevársela lejos de aquí. Pero no procedió así. ¿Por qué? ¿Con qué pretexto? Con dos. El primero, según él, es que debía reservar el dinero para el momento en que su amiga le dijera que estaba dispuesta a marcharse con él. El segundo pretexto es que el acusado (así nos lo había dicho él mismo) considera que mientras llevara encima los mil quinientos rublos sería un miserable, pero no un ladrón, ya que podría presentarse ante su prometida para devolverle la mitad de la suma que se había apropiado vergonzosamente, y decirle: «Como ves, he malgastado la mitad de tu dinero, lo que prueba que soy un hombre débil y sin conciencia, un miserable (para emplear los mismos términos que el acusado); pero no soy un ladrón, pues si fuese un ladrón, no te devolvería esa mitad, sino que me la habría gastado como la otra.» ¡Singular justificación! ¡Un hombre de temperamento impetuoso, sin carácter, que no ha podido resistir la tentación de aceptar tres mil rublos en condiciones deshonrosas, demuestra de pronto una energía estoica y lleva mil quinientos rublos pendientes de su cuello, absteniéndose de tocarlos! ¿Está esto de acuerdo con el carácter de Dmitri Fiodorovitch? No. Permitidme que os explique la conducta lógica del acusado, admitiendo que, verdaderamente, llevara encima esa suma. Para complacer a su amada, con la que había gastado ya la mitad del dinero, habría cedido a la primera tentación, abriendo la bolsita y sacando de ella, por ejemplo, cien rublos, pues, así lo pensaría, no era necesario guardar exactamente la mitad, sino que bastarían mil cuatrocientos rublos. Se diría: «Soy un miserable, pero no un ladrón, pues un ladrón se lo habría quedado todo, en vez de devolver mil cuatrocientos rublos, como voy a hacer yo.» Algún tiempo después habría sacado de la bolsita el segundo billete para dejar uno solo. Entonces se habría hecho esta reflexión: «Soy un miserable, pero no un ladrón. Me he gastado veintinueve billetes, pero devolveré uno. Un ladrón no procedería así.» Sin embargo, al fin, miraría el último billete y se diría: «¡Bah! No vale la pena guardar un solo billete. Gastémoslo como los otros.» Así habría obrado el Dmitri Karamazov que conocemos. El cuento de la bolsita está en completa oposición con la realidad. Cualquier suposición es admisible menos ésta. Ya volveremos a hablar de esto.

Hipólito Kirillovitch expuso a continuación todo cuanto constaba en el sumario respecto a las relaciones de padre a hijo y a sus disputas sobre intereses, llegando a la conclusión de que era imposible determinar quién había perjudicado a quién en el reparto de la herencia. Finalmente, el fiscal mencionó aquellos tres mil rublos que se habían convertido en una obsesión para Mitia y habló del peritaje médico.

CAPITULO VII

Resumen histórico

—Los peritos médicos pretenden demostrarnos que el acusado no está en su cabal juicio. Yo sostengo lo contrario, pero lo considero una desgracia para él, pues si no hubiera estado cuerdo, habría procedido de un modo menos disparatado. Acepto que sea un maníaco; pero sólo sobre un punto de los señalados por el peritaje: el de su furor cuando piensa en los tres mil rublos que, según él, le ha quitado su padre. Sin embargo, este furor puede tener una explicación mucho más lógica que la de la propensión a la locura. Comparto enteramente la opinión del más joven de los doctores, el cual afirma que el acusado goza y ha gozado siempre de sus facultades mentales y no es más que un hombre amargado y exasperado. Considero que su continua excitación no procedía sólo de la supuesta pérdida de tres mil rublos, sino que tenía otra causa: los celos.