»Señores: dejemos a un lado la psicología, la medicina e incluso la lógica; atengámonos a los hechos, exclusivamente a los hechos, y guiémonos por lo que éstos nos dicen. Admitamos que Smerdiakov ha matado. ¿Pero cómo? ¿Solo o en complicidad con el acusado? Empecemos por examinar el primer caso, es decir, el del asesinato cometido únicamente por Smerdiakov. Evidentemente, el crimen debe tener un móvil; pero como no puede ser ninguno de los que impulsan al acusado, es decir, el odio, los celos, etcétera, Smerdiakov solamente puede haber cometido el crimen para robar, para apoderarse de los tres mil rublos que su dueño había guardado en un sobre en su presencia. Y he aquí que, una vez decidido a cometer el crimen, comunica a otra persona, precisamente a la más interesada en el asunto, el acusado, todo lo concerniente al dinero (el sitio donde está escondido, la inscripción que hay en el sobre, el detalle de que está atado con una cinta de color de rosa) y, lo que es más importante, la contraseña que le permitirá entrar en la casa. ¿Por qué obra así? No podemos pensar que quiera traicionarse a sí mismo. ¿Acaso para procurarse un cómplice que comparta sus deseos de apoderarse del sobre? Se me dirá que procedió así impulsado por el miedo. ¿Pero es eso posible? ¿Se comprende que un hombre capaz de concebir un acto tan audaz, tan feroz, y de cometerlo, haga semejantes revelaciones, que sólo él conoce y que nadie puede adivinar? No; por cobarde que sea, ese hombre, una vez dispuesto a cometer el crimen, no hablará a nadie del sobre ni de la contraseña, ya que ello equivale a traicionarse a sí mismo. Si se ve obligado a dar algún informe, lo inventará: de ningún modo será sincero. Si no hubiera dicho nada del dinero y se lo hubiera apropiado después de cometer el crimen, nadie habría podido acusarlo de haber asesinado para robar, ya que él era el único que estaba enterado de la existencia de ese dinero. Aun en el caso de que se le hubiera atribuido el crimen, se habría pensado en un móvil distinto. Pero nadie habría sospechado que era él el asesino, puesto que todos sabían que gozaba del afecto y la confianza de su amo. Las sospechas habrían recaído en un hombre que tenía motivos para vengarse y que, lejos de mantener en secreto sus propósitos, los había pregonado jactanciosamente; en una palabra, se habría sospechado de Dmitri Fiodorovitch. Para Smerdiakov, asesino y ladrón, habría sido una ventaja que acusaran a Dmitri Fiodorovitch, ¿no es así? Pues bien, es precisamente a este hombre a quien Smerdiakov, después de haber planeado su crimen, habla del dinero, del sobre, de la contraseña... ¿Es esto lógico, tiene algún viso de realidad?

»Es el día del crimen. Smerdiakov, que lo tiene todo bien planeado, finge un ataque y cae por la escalerilla de la bodega. ¿Con qué objeto obra así? Veamos cuáles pueden ser las consecuencias de su simulación. Grigori, que tenía el propósito de acostarse, renuncia a hacerlo, en vista de que la casa queda sin vigilancia y debe vigilarla él. Fiodor Pavlovitch, viéndose abandonado y temiendo que se presente su hijo, cosa que ha confesado, siente crecer su desconfianza y redobla sus precauciones. Además, se transporta inmediatamente a Smerdiakov, desde un lugar donde está solo, a la habitación inmediata a la de Grigori y su esposa, piezas separadas sólo por un tabique, como se hace siempre que el sirviente es víctima de un ataque de epilepsia, porque así lo ha indicado el dueño de la casa, con la aprobación de la compasiva Marta Ignatievna. Una vez en esta habitación, Smerdiakov, para que no se dude de que está enfermo, se pasa la noche gimiendo y despertando a cada momento a Marta Ignatievna y a Grigori. ¿Es esto propio de un hombre que pretende levantarse furtivamente e ir a matar a su dueño?

»Tal vez se me diga que fingió el ataque precisamente para alejar de él las sospechas, y que reveló al acusado los secretos del sobre y la contraseña para impulsarlo a cometer el crimen. Bien. Ya está el crimen cometido. El acusado se retira con el dinero, y he aquí que entonces se levanta Smerdiakov para... ¿Para qué, señores? ¿Para asesinar de nuevo a Fiodor Pavlovitch y volverle a robar el dinero que ya le han robado? ¿Puede mantenerse una tesis tan disparatada? Sin embargo, esto es lo que afirma el acusado. Dmitri Fiodorovitch sostiene que, cuando ya se había marchado, tras haber abatido a Grigori y sembrado la alarma, Smerdiakov se levantó para asesinar y robar. Prescindamos de que Smerdiakov no podía calcular el desarrollo de los acontecimientos, la llegada de ese hijo desesperado pero que se limita a mirar respetuosamente por la ventana y se retira, abandonando la presa al sirviente, a pesar de que conoce la contraseña. Me limito a preguntar en qué momento cometió el crimen Smerdiakov. Y si no me contestan ustedes, habrán de admitir que la acusación contra el suicida no tiene ningún fundamento.

»Supongamos que el ataque no fue fingido. El enfermo recobra el conocimiento, oye un grito y sale del pabellón. ¿Qué hace entonces? Se da cuenta de que el momento no puede ser más propicio y se dice: «Voy a matar a mi amo.» ¿Pero cómo puede darse cuenta de la situación si hasta hace unos instantes ha estado sin conocimiento? ¡La fantasía tiene sus límites, señores!

»Los más suspicaces pueden creer que tal vez estuvieran los dos de acuerdo, que fueran cómplices y se repartieran el dinero una vez cometido el crimen.

»¿Tiene algún viso de realidad esta suposición? El acusado se encarga de todo, de matar y de robar, mientras Smerdiakov permanece en cama, presa de un ataque que siembra la alarma en la casa y quita el sueño a Grigori y a la víctima. Nos preguntamos qué razón podían tener los dos cómplices para urdir un plan tan absurdo.

»Examinemos ahora la hipótesis de que la complicidad de Smerdiakov fuera enteramente pasiva. El sirviente, atemorizado, se limita a no poner obstáculos al asesino y, presintiendo que se le acusará de haber consentido el asesinato, de no haber hecho nada por defender a su dueño, consigue que Dmitri Karamazov le permita permanecer en cama, simulando un ataque. Su posición equivale a decir: «Mátalo si quieres. Eso a mí no me importa.» Pero Dmitri Fiodorovitch sabía que el ataque pondría en estado de alarma a toda la casa y, por lo tanto, no pudo aceptar semejante convenio. Pero, aun suponiendo que aceptara, el acusado no deja de ser el asesino y Smerdiakov un simple y pasivo cómplice, un cómplice que, contra su voluntad y por temor, permite actuar al criminal.

»Veamos lo que ocurre después. Cuando lo detienen, el acusado echa todas las culpas a Smerdiakov: dice que ha cometido el crimen él solo; o sea, que no lo acusa de complicidad, sino de haber robado y matado con sus propias manos. ¿Habéis visto alguna vez que los cómplices se ataquen desde el primer momento? Observad el riesgo que corre Karamazov. Es él el asesino, el principal culpable, y, sin embargo, arremete contra su cómplice, que se ha limitado a permitirle obrar. Smerdiakov pudo enojarse y decir toda la verdad, aunque sólo fuera por instinto de conservación; pudo haber declarado: «Los dos somos culpables; pero yo no he cometido el crimen: yo me he limitado, por temor, a permitírselo cometer a él.» Smerdiakov pudo hacer esta declaración, no dudando de que la justicia determinaría fácilmente cuál era su grado de responsabilidad y le aplicaría un castigo mucho menos riguroso que el que aplicase al verdadero asesino. Además, Dmitri Karamazov se habría visto obligado a decir la verdad. Pero Smerdiakov no dice ni una palabra de su complicidad, a pesar de que el asesino lo señala insistentemente como el único autor del crimen.