Después de explicar el resultado de la conversación, el momento en que el acusado supo que Gruchegnka no estaba en casa de Samsonov, y el furor que se apoderó del celoso Dmitri ante la idea de que su amada Grucha lo engañaba y estaba en casa de Fiodor Pavlovitch, Hipólito Kirillovitch continuó:

—Si la doncella hubiera tenido tiempo de decirle que su adorado tormento estaba en Mokroie con su primer amante, nada habría ocurrido. Pero la pobre chica estaba trastornada, y si Dmitri Fiodorovitch no la mató, fue porque se lanzó inmediatamente en busca de la infiel. Pero observen ustedes este detalle: a pesar de estar fuera de sí, se apodera, al pasar, de una mano de mortero. Esto sólo puede hacerlo el que lleva muchos días planeando una agresión y sabe qué objetos puede utilizar como armas. O sea, que el acusado sabía muy bien lo que hacía al coger la mano de mortero.

»Ya está en casa de su padre, en el jardín. Nada se opone a sus planes: no hay testigos, una profunda oscuridad lo rodea. Los celos lo devoran; sospecha que ella está en la casa, en brazos de su rival. La sospecha se convierte en convencimiento: ya no le cabe duda de que ella está allí, detrás del biombo. El desgraciado se acerca a la ventana, dirige una mirada al interior, se resigna al infortunio y se aleja prudentemente, huyendo de la violencia, a fin de no cometer un disparate... ¡He aquí lo que pretende hacernos creer, a nosotros que conocemos el carácter del acusado y el estado de ánimo en que se hallaba en aquellos momentos, a nosotros que sabemos que conocía la contraseña que le permitiría entrar en la casa sin ningún impedimento!

Al llegar a este punto, el fiscal hizo un paréntesis en la acusación para hablar de Smerdiakov y terminar de una vez con las sospechas que recaían en el epiléptico. No se olvidó de ningún detalle, y, precisamente por esta minuciosidad, comprendió todo el mundo que daba gran importancia a la hipótesis que refutaba con aparente desdén.

CAPÍTULO VIII

Disertación sobre Smerdiakov

—Veamos ante todo de dónde proceden tales sospechas. El primero que denunció a Smerdiakov fue el acusado, el día en que lo detuvieron. Antes de este día no había hecho la menor alusión a la posibilidad de que el sirviente de su padre fuera culpable. Otras tres personas han confirmado esta opinión: los dos hermanos del acusado y Agrafena Alejandrovna Svietlov. Pero Iván Fiodorovitch no ha hablado de estas sospechas hasta hoy y bajo los efectos de un evidente ataque de demencia. Antes estaba convencido de que el autor del crimen era su hermano, y ni siquiera le pasó por la imaginación combatir esta idea. Ya volveremos a tocar este punto. El hermano menor ha declarado que no tiene ninguna prueba de la culpabilidad de Smerdiakov y que se basa únicamente en las palabras del acusado y en «la expresión de su semblante». Dos veces ha expuesto este argumento extraordinario.

»La señorita Svietlov se ha expresado de un modo todavía más extraño: ha dicho que debíamos creer al acusado porque es un hombre «incapaz.de mentir». Esto es todo lo que han alegado contra Smerdiakov estas tres personas evidentemente interesadas en la suerte del acusado. Sin embargo, la acusación contra Smerdiakov ha circulado persistentemente. ¿Podemos, en verdad, darle crédito?

Al llegar a este punto, el fiscal juzgó conveniente esbozar el carácter de Smerdiakov, del que dijo que había puesto fin a sus días en un ataque de locura. Manifestó que era un ser débil, de escasa cultura, trastornado por ideas filosóficas que no estaban a su alcance, aterrado por ciertas doctrinas modernas que le inculcaban, en la práctica, el ejemplo de la vida desordenada de Fiodor Pavlovitch, su amo y tal vez su padre, y, en teoría, las extrañas disertaciones filosóficas de Iván Fiodorovitch, al que estas charlas servían de entretenimiento y diversión.

—Él mismo me describió su estado de ánimo durante los últimos días que pasó en casa de su dueño, y otras personas que lo conocían perfectamente han atestiguado la verdad de sus palabras. Estas personas son el acusado, un hermano de éste y el sirviente Grigori. Además, padecía de epilepsia y era cobarde como una gallina. «Caía a mis pies y los besaba», nos dijo el acusado cuando aún no comprendía el daño que podía hacerle esta declaración. «Es una gallina epiléptica», añadió con su pintoresco lenguaje. Y he aquí que Dmitri Fiodorovitch, según su propia declaración, hace de él su hombre de confianza y lo intimida de tal modo, que consigue que sea su espía y su confidente. Smerdiakov, como buen soplón, traiciona a su dueño y revela al acusado la existencia del sobre repleto de billetes y la llamada que le permitirá entrar en la casa. ¿Pero acaso podía obrar de otro modo? «Me matará: estoy seguro», decía temblando, al declarar para la instrucción del sumario, cuando su verdugo estaba ya detenido y, por lo tanto, no podía molestarle. «Desconfiaba de mi, y yo, muerto de miedo, me apresuraba a aplacar su cólera comunicándole todos los secretos, a probarle mi buena fe para evitar que me matara.» Éstas fueron sus palabras: las anoté. También me confesó que, cuando oía gritar a Dmitri Fiodorovitch, solía arrojarse a sus pies.

»Gozaba de la confianza de su dueño, a quien había demostrado su honradez devolviéndole cierta cantidad de dinero que había perdido. Sin duda, el desdichado Smerdiakov se arrepintió amargamente de haber traicionado a su querido bienhechor.

»Psiquiatras eminentes han observado que los enfermos afectados de epilepsia tienen la manía de acusarse a sí mismos. Una sensación de culpabilidad los atormenta, experimentan remordimientos injustificados, exageran sus faltas e incluso se achacan delitos imaginarios. A veces llegan al extremo de cometer crímenes bajo la influencia del miedo. Por otra parte, Smerdiakov presentía una desgracia. Cuando Iván Fiodorovitch iba a partir para Moscú el mismo día del drama, él le suplicó que se quedase, pero sin atreverse (ya hemos dicho que era un cobarde) a participarle sus temores con toda claridad. Se limitó a expresarse con alusiones que no fueran comprendidas. Hay que advertir que Iván Fiodorovitch representaba para Smerdiakov una defensa, una garantía de que nada enojoso podía ocurrirle mientras lo tuviera cerca. Recuerden ustedes la frase de Dmitri Fiodorovitch en la carta que escribió bajo los efectos del alcohol: «Mataré al viejo cuando Iván se vaya.» De modo que la presencia de Iván Fiodorovitch representaba para todos los habitantes de la casa la calma y el orden.

»Se marcha Iván y, una hora después aproximadamente, Smerdiakov sufre un ataque, por cierto muy comprensible. Hemos de hacer constar que durante aquellos días Smerdiakov, presa de la desesperación y el miedo, presentía que iba a ser víctima de un ataque, ya que le acometían siempre en momentos de ansiedad y viva emoción. Es evidente que nadie puede prever el día y la hora en que va a sufrir un ataque, pero no es menos cierto que el epiléptico puede reconocer los síntomas que lo anuncian. Así lo dicen los médicos.

»Poco después de haberse marchado Iván Fiodorovitch, Smerdiakov, sintiéndose abandonado e indefenso, se dirige a la bodega y, al bajar la escalera, se le ocurre pensar que puede sufrir un ataque. Y precisamente este temor, este estado de ánimo provocan el espasmo de la garganta precursor del accidente. Smerdiakov rueda por la escalera sin conocimiento. Se ha pretendido ver en este ataque una simulación. Pero no puedo menos de preguntarme: ¿por qué fingió?, ¿qué adelantaba fingiendo?... Prescindo de la medicina. Me dirán que la ciencia se equivoca, que los médicos no saben distinguir la verdad de la simulación en estos casos. De acuerdo. Pero respondedme a esta pregunta: ¿qué motivo tenía Smerdiakov para fingir? ¿Puede admitirse que pretendiera atraer la atención sobre él, suponiendo que tuviera el propósito de cometer un asesinato...? Señores del jurado: había cinco personas en casa de Fiodor Pavlovitch, que, evidentemente, no fue el autor de su propia muerte; la segunda persona era el criado Grigori, que fue gravemente herido; la tercera, la esposa de Grigori, Marta Ignatievna, de la que sería disparatado sospechar. Sólo nos quedan dos: Smerdiakov y el acusado. Y como el acusado asegura que no es el asesino, forzosamente se ha de achacar la culpa a Smerdiakov, ya que no tenemos ninguna otra persona a la que culpar. He aquí todo el fundamento de la inaudita acusación dirigida contra el infeliz idiota que se suicidó ayer. No se tenía a nadie más a mano. Si hubiera existido una sexta persona a la que poder atribuir el más leve indicio de culpa, estoy seguro de que el acusado no se habría atrevido a culpar a Smerdiakov, sino que habría dirigido su acusación contra esa sexta persona, ya que no cabe duda de que es perfectamente absurdo achacar el crimen a Smerdiakov.