Sí, eso es lo que ha sucedido entre nosotros; y ha sucedido porque la situación de los partidarios de la ciencia y del arte en nuestro tiempo y en nuestro mundo es privilegiada, y porque la ciencia y el arte representan, no la total actividad intelectual de todo el género humano consagrando sus mejores fuerzas a la ciencia y al arte, sino la actividad de un pequeño grupo de personas que han hecho de ello un monopolio y que se llaman los iniciados en la ciencia y en el arte, cuya noción desnaturalizan y que, habiendo perdido el sentimiento de su misión, se ocupan únicamente en arrancar de su penoso fastidio al pequeño círculo de ociosos en cuyo centro viven.

XII

Los hombres habían comprendido siempre la ciencia en su sentido más sencillo y más amplio. La ciencia, es decir, el conjunto de todos los conocimientos adquiridos por el género humano, ha existido y existe siempre, y sin ella es imposible la vida. A esa ciencia no es ya posible atacarla ni defenderla. Pero es tan variado el dominio de la ciencia general del linaje humano, desde el arte de explotar una mina de hierro hasta el conocimiento de cómo se mueven los astros, que el hombre se pierde, como en un laberinto, en esa multiplicidad de conocimientos actuales y en su infinidad, si no tiene un hilo conductor que le permita coordinarlos y clasificarlos, según el grado de su importancia y significación. Antes de empezar a estudiar cualquier cosa, debe decidir si el objeto de su estudio es de importancia para él, más importante y más necesario que los otros objetos de estudio innumerables de que está rodeado. Antes de estudiar un objeto, debe, pues, decidir el hombre por qué estudiará aquél y no otros; 120

pero estudiarlos todos, como los partidarios de la filosofía científica proclaman en nuestro tiempo, sin considerar lo que resultará de aquel estudio, es cosa absolutamente imposible, porque el número de - objetos para estudiar es infinito, y algunos de los objetos que estudiásemos no tendrían ninguna importancia ni significación alguna.

Por eso en los antiguos tiempos, y aun en los modernos hasta la aparición de la filosofía científica, la sabiduría superior de la humanidad consistía en encontrar el hilo conductor que permitiese coordinar las ciencias y determinar las que eran de primera importancia y las que no© tenían sino una importancia secundaria. Y esta ciencia, reguladora de todas las otras, fue llamada por todos la ciencia por excelencia, Tal ciencia existió siempre, antes de nuestra época, en las sociedades humanas desprendidas de la barbarie primitiva. Desde que el mundo existe han aparecido sabios en todos los pueblos que elaboraban la ciencia por excelencia, la ciencia de saber lo que más le importa al hombre conocer. Esta ciencia tenía siempre por objeto determinar el destino, y por lo tanto, el verdadero bien de cada uno en particular y de todos en general. Esta era la ciencia que servía de hilo conductor para establecer la importancia respectiva de todas las demás; era la ciencia de Confucio, de Budha, de Sócrates, de Mahoma y de otros; la ciencia como la comprendía y la comprende todo el mundo, excepto nuestro circulo de los llamados sabios. No sólo había ocupado siempre esta ciencia el primer lugar, sino que era la única que determinaba la importancia de todas las otras, y lo ocupaba, no porque los sacrificadores falaces, maestros en dicha ciencia, le atribuyesen tal significación, como creen los pretendidos sabios de nuestro tiempo, sino porque efectivamente, como pueden todos reconocerlo por la experiencia interior y por el razonamiento, sin la ciencia del destino y del verdadero bien del hombre, no puede existir ninguna otra, por ser infinitoel número de los objetos susceptibles de estudio (Subrayo la palabra infinitotomándola en su sentido propio). Sin esta ciencia es imposible hacer una elección acertada, y todas las demás ciencias y todas las artes se convierten, como se han convertido entre nosotros, en una diversión perjudicial y ociosa.

El género humano, desde su origen, ha vivido con la ciencia del destino y del verdadero bien de los hombres. Verdad es que, para un observador superficial, esta ciencia del verdadero bien parece diferente entre los budhistas, brahmines, judíos, cristianos, confucianos y musulmanes; pero donde quiera que veamos a los hombres sacudir su estado salvaje, allí encontraremos esa ciencia, Pero he aquí que de repente surgen en nuestros días hombres que aseguran y establecen que aquella ciencia, reguladora hasta aquí de todas las ciencias humanas, lo obstruye todo.

Trátase de construir un edificio: un arquitecto presenta el primer plano, otro arquitecto un segundo plano y otro, además, un tercero. Los tres planos coinciden en lo esencial y sólo se diferencian en algún detalle; así es que, en opinión de todos, el edificio quedará sólidamente edificado, observando en su ejecución cualquiera de los tres planos presendos. Pero he aquí que llegan personas que aseguran que lo esencial para la construcción es prescindir de planos y que se edifique así, a simple vista; y a este asíle llaman filosofía científica, la más exacta. Niegan toda la ciencia al negar la averiguación del destino y del verdadero bien de los hombres; y a esta negación de la ciencia le dan el nombre de ciencia.

La humanidad ha producido, desde que existe, grandes talentos, quienes, a vueltas con las exigencias de la razón y de la conciencia, se han preguntado: —¿En qué consiste el bien, el destino y el bien, no únicamente el mío, sino el de cada hombre? ¿Qué quiere de mí la fuerza que me ha engendrado y que me impulsa, y qué quiere de cada uno de los demás? ¿Qué debo hacer para llenar los deberes que me imponen el interés particular y el interés general?... Yo soy un todo—se han dicho—y una partícula de algo inmenso, infinito. ¿Cuáles son mis concomitancias con las partículas semejantes a mí, que son los demás hombres, y con el todo, que es el mundo?

' Y atentos a la voz de su conciencia y de su razón como a los descubrimientos hechos por sus antecesores y sus contemporáneos, que se habían formulado las mismas preguntas, dedujeron aquellos grandes talento3 doctrinas sencillas, claras, accesibles para todos y eminentemente prácticas.

A esos hombres se les encuentra en todas las filas, desde la primera hasta la última; de tales hombres está lleno el mundo. Todo el que vive se pregunta cómo podrá conciliar su aspiración hacia la vida individual con la conciencia y la razón: y por medio de ese trabajo común se elaboran con lentitud, pero sin interrupción, nuevas formas de la vida más en armonía con las exigencias de la razón y de la conciencia.

XIII

Surge de pronto una nueva casta de hombres que dicen: —Todo eso son bagatelas. Hay que dar de lado a todo eso. Eso es el método deductivo del entendimiento (Nadie ha podido comprender aun en qué consiste la diferencia entre la deducción y la inducción). Esas son las fórmulas del periodo teológico y metafísico.

Todo lo que los hombres han descubierto por el camino de la experiencia interior; lo que se han transmitido los unos a los otros respecto a la ley de su vida (de su actividad funcional, como dicen en su jerga), todo lo que desde el comienzo del mundo han hecho por ese camino los grandes espíritus del género humano, todo son bagatelas sin importancia alguna.