Y después de todo, ¿qué necesidad tienen los pueblos de semejantes artistas? No hay isba que no tenga sus esculturas y sus imágenes: no hay mujik ni mujer que no cante: muchos poseen una harmónica: todos cuentan historias y recitan versos, y la mayor parte leen.

¿Cómo, pues, se ha establecido tal desacuerdo entre dos cosas hechas la una para la otra, tan complementarias como la cerraja para la llave, y que no se vea la posibilidad de unirlas?

Decid a un pintor que pinte cuadros de cinco kopeks, prescindiendo de tener estudio, ni indumentaria, ni contemplar la naturaleza, y os contestará que prefiere renunciar al arte, tal como él lo comprende. Decidles al poeta y al escritor que prescindan de componer poemas y de escribir novelas y que se concreten a coleccionar cantos populares, leyendas y cuentos accesibles a la gente indocta, y os contestarán que estáis loco.

El pueblo se utilizará de las ciencias y de las artes cuando los hombres de ciencia y los artistas, viviendo entre el pueblo y como el pueblo, sin 117

reivindicar derecho alguno, ofrezcan a ese pueblo sus servicios, y cuando dependa de la voluntad del pueblo remunerarles o no.

Dícese que la actividad de las ciencias y de las artes ha contribuido al progreso del género humano, entendiendo por actividad lo que hoy así se denomina, lo cual es como decir que la agitación desordenada que impide la marcha de un buque en dirección determinada, contribuye al movimiento de ese buque; cuando no hace otra cosa que perjudicarle. La división del trabajo, que ha llegado a ser en la época actual la condición de la actividad de la ciencia y del arte, ha sido y sigue siendo la causa principal de la lentitud con que progresa el género humano.

La prueba de ello es que todos los partidarios de la ciencia reconocen que los beneficios que ésta y las artes producen no son accesibles a las masas trabajadoras por efecto de la mala distribución de las riquezas. La irregularidad de esta distribución, lejos de atenuarse a medida que las ciencias y las artes adquieren mayor vuelo, se va agravando más. Dichos partidarios afectan sentir y lamentar vivamente esa desgraciada circunstancia, independiente de su voluntad; pero esa circunstancia desgraciada ha sido provocada por ellos, por cuanto la irregularidad en la distribución de las riquezas no reconoce otro origen que la teoría de la distribución del trabajo, preconizada por los partidarios de la ciencia y del arte.

La ciencia proclama la división del trabajo como ley inmutable: ve que la distribución de las riquezas, que descansa en la distribución del trabajo, es injusta y hasta funesta, y afirma que su actividad, que proclama la susodicha división, conducirá a los hombres a la felicidad.

Síguese de esto que los unos usurpan el trabajo de los otros; pero que, si lo usurpan por mucho más tiempo y en proporciones más considerables, cesará esa injusta distribución de riquezas, o lo que es lo mismo, la usurpación del trabajo ajeno.

Figurémonos ver a unos hombres colocados junto a un manantial cuya fluidez acrece sin cesar, dedicados a impedir que se acerquen a él los que padecen sed, diciéndoles que son ellos los que producen aquella agua y que pronto quedará estancada en cantidad suficiente para que todo el mundo beba, y figurémonos que el agua corre y corre incesantemente sin detenerse ni estancarse saciando la sed de todo el género humano. Lo que ocurre es que el agua no se produce por la actividad de los hombres que rodean el manantial, como ellos aseguran, sino que corre y se esparce a lo lejos, a pesar del esfuerzo de aquellos hombres por detener su curso.

Siempre existieron una ciencia y un arte verdaderos, y fueron verdaderos no porque así se titularan. A los que pretenden ser representantes de la ciencia y del arte en una época determinada, les parece que han realizado, 118

realizan y, sobre todo, que realizarán pronto, en el acto mismo, cosas admirables, milagrosas, y que antes que ellos no existían ni la ciencia ni el arte. Así ha ocurrido con los sofistas, con los escolásticos, con los alquimistas, con los cabalistas, con los talmudistas, y así ocurre hoy con los partidarios de la ciencia para la ciencia y del arte para el arte.

XI

—Pero ¡la ciencia! ¡El arte!... ¿Negáis la ciencia y el arte? ¿Es decir que negáis aquello por lo cual vive el género humano?

Tal es siempre, no la réplica, sino el subterfugio de que se valen para rechazar mis argumentos sin examinarlos.

—¡Niega la ciencia! ¡Niega el arte! ¡Quiere retrotraer a los hombres al estado salvaje! ¿A qué, pues, discutir con él?

Eso es injusto. No tan sólo no niego la ciencia ni niego el arte, sino que en nombre de la verdadera ciencia y del verdadero arte digo lo que digo. Y lo que digo, lo digo únicamente para hacer posible al género humano su salida de ese estado salvaje en que le precipita la falsa ciencia de nuestros tiempos.

La ciencia y el arte son tan necesarios a los hombres, y quizá más necesarios aún, que el comer, el beber y el vestir; y tan necesarios son, no porque hayamos decidido que lo sean, sino porque lo son realmente.

Si a los hombres les presentaran heno para" saciar su apetito animal, lo rechazarían, por más que se les dijera que aquel era el alimento que necesitaban, e inútil fuera que se les dijese: —¿Por qué no comes heno, siendo así que éste es el alimento que te hace falta?

El alimento es necesario, pero puede ocurrir que lo que al hombre se le ofrezca no sea tal alimento.

Y eso es precisamente lo que ocurre con nuestra ciencia y con nuestro arte. Nos parece que si a una palabra griega le añadimos las terminaciones logia o grafía, y a eso le llamamos ciencia, será ciencia, en efecto, y que si a cualquier cosa obscena, como a una danza de mujeres desnudas, le damos por denominación una palabra griega coreografía, y decimos que eso es el arte, arte ha de ser precisamente; pero, por más que digamos que el contar los insectos, el analizar la composición química de las estrellas de la vía láctea, el pintar las ninfas de las aguas y los cuadros de historia y el escribir novelas y sinfonías constituye la ciencia y el arte, no lo será en tanto que como tal ciencia y tal arte no lo juzguen y acojan aquellos para quienes lo hemos hecho, y hasta hoy no lo han acogido en manera alguna, 119

Si solamente a unos les estuviera permitido producir los alimentos y prohibido a todos los demás, o éstos se vieran en la absoluta imposibilidad de producirlos, imagino que se rebajaría la clase y condición de los alimentos, y que si el monopolio de ellos residiera en los aldeanos rusos, no habría para el consumo del género humano más que el pan negro, la sopa de coles y el kvas, que es lo que más frecuentemente comen y lo que más les gusta.

Y lo mismo sucedería con la actividad superior humana de las ciencias y de las artes, si el monopolio le estuviese reservado a una sola clase; pero con una diferencia: el alimento corporal no puede ser muy desnaturalizado: el pan y la sopa, aunque no son alimento delicado, se comen sin dificultad; en tanto que el alimento espiritual puede ser desnaturalizado en grande escala. Hay quienes pueden digerir durante mucho tiempo alimentos espirituales inútiles, indigestos y hasta ponzoñosos; hay hasta quienes pueden intoxicarse con el opio y con el alcohol intelectuales, y ése es el alimento que le ofrecen a las masas.