Los sirgueros tiran del barco remontando el río, y no es posible dar con un solo sirguero que sea tan estúpido que se niegue a tirar del cable, aduciendo que no tiene fuerza suficiente para arrastrar él solo la barca contra la corriente. El que reconoce por encima de todos sus derechos a la vida animal, como el comer y el dormir, un deber humano, sabe perfectamente en qué consiste ese deber, como lo sabe el sirguero que tira del cable: éste sabe que no tiene que hacer más que tirar y seguir en la dirección que se le haya indicado. Ya verá lo que tiene que hacer, y cómo tiene que hacerlo, cuando haya soltado el cable.

Lo que sucede con el sirguero y con todos los que están unidos en un trabajo común, sucede también en el gran negocio de la totalidad del género humano. No debe ninguno soltar el cable, sino tirar todos en la dirección indicada por el maestro. Por eso se ha dado a todos la misma razón, para que esa dirección sea siempre la misma; y esa dirección se halla tan visible é indubitablemente indicada, lo mismo en la vida entera de las gentes que nos rodean, que en la conciencia de cada uno y en todas las manifestaciones de la sabiduría humana, que únicamente no la ve el que no-quiere trabajar.

—¿Qué resultará, pues, de todo eso?

—Que tirarán uno o dos hombres; que, al verlos, se les unirá un tercero; que luego seguirán los mejores, hasta que el asunto se ponga en movimiento y marche francamente, incitando y decidiendo a tirar también hasta a aquellos que no comprendan lo que se hace ni por qué se hace.

A los que trabajen con el propósito deliberado de cumplir la ley divina, se les unirán desde luego los que hayan adoptado los mismo3 sentimientos, mitad por propósito deliberado, mitad por confianza: luego se les unirá un número más crecido de personas que los hayan adoptado únicamente por la fe que les inspiren los más avanzados, y por último, la mayoría de las gentes, y sucederá entonces que los hombres dejarán de perderse y hallarán la felicidad.

V

Eso sucederá pronto, cuando las gentes de nuestro círculo, y a su ejemplo la mayoría de los hombres, dejen de considerar que es vergonzoso ir de visita con botas a lo ruso, y no encuentren que lo sea ir en zapatillas ante personas que no tienen especie alguna de calzado; cuando dejen de creer que es vergonzoso no conocer el francés y no saber la última noticia, y encuentren que lo sea comer pan sin saber cómo se hace; que es vergonzoso no llevar camisa planchada ni vestidos pulcros, y lo sea llevarlos limpios por efecto de la ociosidad; que es vergonzoso llevar las manos sucias, y no crea que lo es llevarlas limpias de callos.

Y todo eso sucederá cuando la opinión pública lo pida: y la opinión pública lo pedirá cuando de la imaginación de los hombres desaparezcan los sofismas que disfrazan la verdad.

Recuerdo que se han realizado grandes mudanzas en este sentido, y que esas mudanzas se han realizado por el cambio operado en la opinión pública.

Recuerdo que era una vergüenza para los ricos no salir en carruaje tirado por cuatro caballos y con dos lacayos; que lo era no dejarse lavar, vestir y calzar por un ayuda de cámara o por una doncella, y he aquí que al presente, y de pronto, se ha hecho vergonzoso no vestirse y calzarse uno mismo y salir con lacayos en el coche.

Todos esos cambios se han realizado por la opinión pública. ¿Y acaso no son bien manifiestos los cambios que esa misma opinión está preparando hoy?

Bastó hace veinticinco años que el sofisma que justificaba la esclavitud desapareciera, para que cambiase la opinión pública: bastará que desaparezca el sofisma que justifica el poder del oro sobre los hombres para 151

que la opinión cambie sobre lo que es digno de loa y lo que es vergonzoso, y el cambio de opinión producirá el cambio de vida.

Pero el aniquilamiento del sofisma que justifica el poder del oro y el cambio de la opinión pública con relación a esto, marchan a todo vapor.

Este sofisma se hace traición a sí mismo y apenas oculta ya la verdad: basta fijar la atención para descubrir el cambio que se está operando en la opinión pública.

Basta que un hombre de nuestro tiempo, siquiera sea poco instruido, reflexione acerca de las consecuencias reales que se derivan de las opiniones que profesa sobre el mundo, para que se convenza de que esa apreciación de lo bueno y de lo malo, de lo elogiable y de lo vergonzoso sobre la cual ordena, por inercia, su vida, está en abierta contradicción con el resultado de sus reflexiones.

Le basta a un hombre de nuestro tiempo abstraerse por un minuto de su vida de inercia, y considerarla y someterla a esa nueva apreciación que se derivará de sus reflexiones acerca del mundo, para sentirse espantado ante el engaño de su vida.

Tomemos como ejemplo a un joven (en la juventud es más poderosa la energía de la vida, y más obscura la conciencia del yo), tomemos a un joven de las clases ricas, cualquiera que sean sus tendencias.

Todo joven considera vergonzoso no socorrer al anciano, al niño y a la mujer; exponer al peligro la vida o la salud de otro, poniendo en salvo las propias; que es salvaje y vergonzoso hacer lo que hacen, según cuenta Skayler, los kirghiz durante la tempestad, que es enviar fuera a las mujeres para que sostengan los vientos y tirantes de la tienda mientras zumba el huracán y permanecer ellos dentro sentados y bebiendo el kumiss 8; que es vergonzoso obligar a trabajar para él a un hombre debilitado, y más vergonzoso aún que el hombre más fuerte, al ver arder el buque en que navega, derribe a los más débiles y se arroje el primero en el bote de salvamento, etc.

Todo eso lo encuentran vergonzoso los jóvenes y no lo harían ellos en circunstancia alguna; pero en la vida ordinaria hay cosas análogas, y aún peores, que les disfraza el sofisma y que ellos hacen como cosa corriente.

La formación de nuevos puntos de vista sobre la vida, es hoy el asunto en que se fija la opinión pública, y la opinión que los afirma no está lejos de elaborarlos.

Las mujeres son las que forman esa opinión, y las mujeres son muy fuertes, sobre todo en nuestro tiempo.

FIN.

notes

Notas a pie de página

1Como si dijéramos, los descamisados. (en ruso Zolotoia rota).

2Agua endulzada con miel y aromatizada con especias. Se toma caliente.

3Especie de alpargatas.

4Habitantes de la casa de Rjanoff.

5Llamase así en Rusia el documento que se entrega a las prostitutas.