Sin hablar de la costumbre que hace del día noche y de la noche día, ni de la comida, el vestido y la pulcritud meticulosa, imposibles en realidad y que estorban al trabajo físico, la calidad de los alimentos y la necesidad de una buena mesa se modificaron por completo.

En vez de los manjares escogidos, raros, complicados, cargados de especias, que antes tomaba, me aficioné a los platos más sencillos: potaje de coles, kacha(polenta), pan moreno, y té con un terrón de azúcar en la boca.

De este modo se fueron transformando poco a poco mis necesidades, como consecuencia de mi vida obrera, sin hablar de la influencia que en mí ejercieron los trabajadores ordinarios, gente que se contentaba con poco y con la cual contraje relaciones durante mi trabajo físico: de suerte que mi gota de agua personal en el mar del trabajo común, se hacía cada vez más 136

grande a medida que me acostumbraba y me asimilaba los conocimientos técnicos: de igual modo iba disminuyendo la necesidad que sentía del trabajo de los demás a medida que mi propio trabajo se hacía más fecundo; y mi vida se fue encaminando sin esfuerzos y sin privaciones hacia una sencillez tal, como no la hubiera podido imaginar antes de cumplir con la ley del trabajo.

Resultó que las necesidades más imperiosas de mi vida, especialmente las de vanidad y distracción, las creaba y sostenía la ociosidad: con el trabajo físico desapareció la vanidad y no necesité distracciones, puesto que tenía el tiempo agradablemente ocupado y resultó que, después de la fatiga, el simple reposo que disfrutaba tomando té, leyendo un libro o hablando con los míos, era incomparablemente más agradable para mí que el teatro, los naipes, el concierto y la sociedad del mundo; más agradable que todas esas cosas necesarias al que está ocioso, y que tan caras cuestan.

A la pregunta: «¿No altera ese trabajo insólito la salud que se necesita para servir a los hombres?-» resultó que, cuanto más intenso era el trabajo, más vigoroso, bueno, alegre y ocurrente me sentía, contra las afirmaciones rotundas que hicieran los médicos eminentes de que el trabajo físico intenso, sobre todo a mi edad, puede acarrear las más graves consecuencias y que eran preferibles la gimnasia sueca, el masaje y otros procedimientos destinados a reemplazar las condiciones naturales de la vida del hombre.

Resultó probado indudablemente que, como todos esos artificios del espíritu humano denominados: periódicos, teatros, conciertos, visitas, bailes, tarjetas, novelas, etc., que no son más que medios para sostener la vida espiritual del hombre fuera de las condiciones naturales del trabajo para otro que son las propias, los artificios higiénicos y médicos imaginados por el espíritu humano para la alimentación, la bebida, el cubierto, la ventilación, la calefacción, el vestido, los baños, el masaje, la gimnasia, el tratamiento por la electricidad y todo lo demás, no son otra cosa que medios para sostener la vida corporal del hombre fuera de sus condiciones naturales de trabajo.

Resultó que todos aquellos artificios del espíritu humano para hacer agradable la vida de los ociosos son idénticos a los que los hombres pudieran inventar para fabricar, en un local cerrado herméticamente, por medio de aparatos mecánicos, de vaporizadores y de plantas, un aire mejor para la respiración, cuando bastaría para ello abrir la ventana.

Todas las invenciones de la medicina y de la higiene se asemejan, en conjunto, a un maquinista que, después de haber calentado bien una caldera de vapor, que no funciona, y de haberle cerrado todas las válvulas, 137

inventara un medio para impedir que reventara. En vez de dedicarse tanto y tan mal a organizar placeres, conforty procedimientos médicos e higiénicos para curar a los hombres de sus enfermedades espirituales y corporales, sólo hace falta una cosa: cumplir con la ley de la vida y hacer lo que es propio, no solamente del hombre, sino del animal, esto es: devolver en forma de trabajo muscular la energía recibida en forma de alimentos, o hablando en lenguaje vulgar: Gana el pan que comes; no comas sin trabajar, ó, según comes, así trabaja,

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Y cuando hube comprendido todo eso, me pareció singular. A través de una serie continua de dudas, de investigaciones, por una laboriosa rectificación del pensamiento, había llegado a esta verdad extraordinaria: que si el hombre tiene ojos, es para (pie mire con ellos: que si tiene oídos, es para que oiga: que si tiene piernas es para que ande: que si tiene brazos y espina dorsal articulada, es para que los ejercite trabajando; y por último, que si el hombre no emplea sus miembros en el uso a que están destinados, tanto peor será para él.

Yo llegué a la conclusión de que nos ha sucedido a todos los privilegiados lo que les pasó a los caballos de un amigo mío. Uno de sus servidores, poco inteligente en caballos, recibió orden de su amo de llevarle a las cuadras los mejores caballos que encontrase en la feria: los eligió entre muchos: los metió en un buen establo; les echó avena y les dio agua; pero temiendo que alguien estropeara a tan preciosos animales, no se decidió a confiar su cuidado a nadie, ni se atrevió a montarlos ni a dejar que los sacaran a paseo. Todos los caballos se recargaron, se llenaron de vejigas y otros alifafes y no sirvieron luego para nada.

Lo mismo ocurre con nosotros; pero con la diferencia de que a los caballos no se les puede engañar y que para impedir que salgan, hay que atarlos, en tanto que a nosotros es la mentira la que nos encadena con sus funestos lazos y la que nos retiene en una situación de todo punto contraria a nuestra naturaleza.

Nos hemos forjado una vida contraria a la naturaleza moral y física del hombre y empleamos todas las fuerzas de nuestro ingenio en persuadir al hombre de que aquella es la verdadera vida. Todo eso que llamamos cultura, o sean ciencias, artes y el perfeccionamiento de las cosas agradables a la vida, son otras tantas tentativas para engañar las necesidades morales del hombre: todo eso que llamamos higiene y medicina, son otras tantas tentativas para engañar las necesidades físicas naturales de la naturaleza humana.

Pero esos engaños tienen sus límites y ya vamos acercándonos a ellos.

—Si así es la verdadera vida, vale más no vivir, — dice la filosofía reinante, a ejemplo de Schopenháuer y de Hartmann.

—Si así es la vida, vale más no vivir, —dice el número creciente de suicidas en la clase privilegiada.

—Si la vida es así, vale más no nacer, - dicen los • artificios inventados por la medicina para la destrucción de la fecundidad en la mujer.

Léese en la Biblia como ley para la humanidad: —Tú ganarás el pan con el sudor de tu rostro, y tú parirás con dolor.

—Pero nosotros lo hemos cambiado todo»—como dice el extravagante personaje de Moliere, proclamando que el hígado está a la izquierda.

Nosotros lo hemos cambiado todo: las gentes no necesitan trabajar para alimentarse: todo se hará por medio de máquinas, y las mujeres no deben parir. La medicina enseñará los medios para ello, y aún habrá sobra de gente en el mundo.