Nejludov estaba tan conmovido, que tampoco él cayó en la cuenta. Las respuestas, pues, se redactaron y se entregaron en esta forma al tribunal.
Rabelais cuenta que un jurista, llamado a dirimir un proceso, después de haber enumerado una multitud de artículos y de leyes y leído veinte páginas de galimatías latino-jurídico, propuso a los pleiteantes dictar el juicio a la suerte. Si los dados arrojaban un número par, el acusador tendría razón; si el número era impar, la tendría el acusado.
En este caso ocurrió lo mismo. Se tomó tal decisión, y no otra, no porque todos los jurados fuesen de la misma opinión, sino porque el presidente del tribunal había prolongado tanto su resumen, que se le había olvidado decir, siguiendo la costumbre en casos parecidos, que los jurados podían responder: «Sí, pero sin intención de causar la muerte.» Además, las respuestas fueron adoptadas porque el coronel había contado demasiado prolijamente la aventura de la mujer de su cuñado; en tercer lugar, porque Nejludov estaba tan conmovido, que no se había dado cuenta de que las palabras «sin intención de robar» deberían haber ido acompañadas de las otras palabras: «sin intención de causar la muerte»; en cuarto lugar, porque Peter Guerassimovitch había salido de la sala momentáneamente mientras el jefe del jurado releía las respuestas. Principalmente, estas respuestas fueron adoptadas porque los jurados, fatigados y deseosos de recobrar su libertad, habían atrapado al vuelo el primer parecer que se les había propuesto.
El jefe del jurado llamó. El guardia, que se había mantenido ante la puerta con el sable desenvainado, volvió a meter la hoja en la vaina y se apartó. Los jueces volvieron a sentarse en sus sillones, y los jurados entraron en la gran sala.
El jefe del jurado llamó. El guardia, que se había mantenido ante la puerta con el sable desenvainado, volvió a meter la hoja en la vaina y se apartó. Los jueces volvieron a sentarse en sus sillones, y los jurados entraron en la gran sala.
¡Vea usted la estupidez que han hecho!-dijo el presidente a su asesor de la izquierda -.Esto significa trabajos forzados y, sin embargo, ella es inocente.
-¿Y por qué habría de ser inocente? -dijo el juez severo. -Es algo que salta a la vista. Creo que sería ocasión de aplicar el artículo ochocientos diecisiete 10.
-¿Y usted, qué piensa usted de esto? -preguntó el presidente al juez benévolo.
Este no respondió inmediatamente. Miró el número del papel que tenía delante de él, sumó las cifras y vio que la suma no era divisible por tres. Se había dicho que si el total era divisible, daría su consentimiento, y, aunque no era así, se decidió, por bondad, a dar su aquiescencia.
-Creo también -respondió -que se debería proceder así.
-¿Y usted? -preguntó el presidente al juez escrupuloso.
-Bastante hablan ya los periódicos -respondió éste con tono resuelto -de que- los jurados absuelven a los culpables. ¿Qué dirían si es el tribunal mismo quien se pone a absolver?
No doy mi consentimiento.
El presidente sacó su reloj.
«Lo siento, pero, ¿qué puedo hacer?», pensó. Luego devolvió las respuestas al jefe del jurado para que las leyese.
Todos los jurados se levantaron, y su jefe, después de haber cargado el peso del cuerpo, ora sobre un pie, ora sobre otro, leyó las preguntas y las respuestas. Ninguno de los funcionarios: el escribano, los abogados y hasta el fiscal, pudo ocultar su asombro.
Únicamente los detenidos, que no comprendían el sentido de las respuestas, permanecían inmóviles en su banquillo. Luego todo el mundo volvió a sentarse y el presidente preguntó al fiscal qué penas proponía contra los acusados.
Este, encantado por el inesperado éxito de su requisitoria contra Maslova, éxito que atribuyó a su elocuencia, consultó un volumen, se levantó y dijo:
-Pido, para Simón Kartinkin, la aplicación del, artículo 1.452 y del 4.º párrafo del artículo 1.453; para Eufemia Botchkova, la aplicación del artículo 1.659; y para Catalina Maslova, la aplicación del artículo 1.454.
Todos estos artículos enunciaban las penas más severas, -El tribunal va a retirarse para deliberar sobre la aplicación de la pena -dijo el presidente, levantándose.
Todos se levantaron después de él y, con el sentimiento de haber cumplido una obra buena, salieron y se dispersaron por la sala.
-Pues bien, padrecito, hemos metido la pata dijo Peter Guerassimovitch acercándose a Nejludov, a quien el jefe del jurado daba algunas explicaciones -, He aquí que hemos despachado a la desgraciada a trabajos forzados.
-¿Cómo? ¿Qué dice usted? -exclamó Nejludov, sin darse cuenta, esta vez, de la chocante familiaridad del profesor.
-Sin duda alguna -respondió éste -. Se nos olvidó añadir en nuestras respuestas... «Culpable, pero sin intención de causar la muerte.» El escribano acaba de decirme que el fiscal pide contra ella quince años de trabajos forzados.
-Pues todos estuvimos de acuerdo- dijo el jefe del jurado.
Peter Guerassimovitch protestó, declarando que era evidente que, puesto que Maslova no había cogido el dinero, no podía haber tenido la intención de causar la muerte.
-Pero -replicaba el jefe del jurado para justificarse- yo releí las respuestas antes de que entráramos en la sala.
-No tuve más remedio que salir unos momentos durante esa lectura -dijo Peter Guerassimovitch, quien se dirigió luego a Nejludov -:Pero usted, ¿cómo ha podido dejar pasar eso?
-No me di cuenta de nada -dijo Nejludov.
-¡Vaya, usted no ha visto nada!
-Pero se puede reparar el error -dijo Nejludov, -No, ahora ya todo está acabado,
Nejludov dirigió los ojos hacia los detenidos, Mientras se decidía el destino de éstos, ellos continuaban sentados e inmóviles entre la reja de madera y los guardias, Maslova sonreía, Entonces, un mal pensamiento se deslizó en el alma de Nejludov. Cuando hacía unos momentos preveía la absolución y la puesta en libertad de Maslova, se había inquietado por el modo con que tendría que conducirse respecto a ella. Ahora, la deportación a Siberia iba a suprimir tajantemente la posibilidad de reanudar las relaciones. El pájaro herido iba a dejar pronto de debatirse en el morral y de evocar el recuerdo.
XXIV
Se confirmaron las previsiones de Peter Guerassimovitch.
Cuando los tres jueces volvieron de la sala de deliberaciones, el presidente sacó un papel y leyó:
«El 28 de abril de 188, por orden de Su Majestad Imperial, la sección criminal del tribunal del distrito de N..., en virtud de la decisión de los señores miembros del jurado, conforme al tercer párrafo del artículo 771, al tercer párrafo de los artículos 776 y 777 del código de procedimiento criminal, ha condenado al campesino Simón Kartinkin, de 33 años de edad, y a la mestchankaCatalina Maslova, de 27 años de edad, a la privación de todos sus derechos civiles e individuales y a trabajos forzados: Kartinkin, por un plazo de ocho años; Maslova, por un plazo de cuatro años, con, para los dos, las consecuencias del artículo 25 del código penal.
»A la mestchankaEufemia Botchkova, de 44 años de edad, a la privación de sus derechos individuales y del uso de sus bienes ya un encarcelamiento de tres años, con las consecuencias del artículo 48 del código penal.
»Ha condenado además a los tres detenidos, conjunta y solidariamente, a pagar todos los gastos del proceso, debiendo a cargo de la Hacienda dichos gastos en caso de insolvencia, la cual procederá a la venta de las piezas de convicción, a la restitución de la sortija ya la destrucción de los recipientes de cristal.
Kartinkin permanecía inmóvil, en la misma actitud militar, los brazos rígidos a lo largo del cuerpo y las mejillas en movimiento; Botchkova aparecía absolutamente tranquila; Maslova, al leerse la sentencia, enrojeció.
10El artículo 817 establece que el tribunal tiene derecho a modificar la decisión del jurado si la juzga mal fundamentada.