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-Permitan ustedes, señores- opinó por fin el jefe del jurado —

Sentémonos a la mesa y deliberemos, se lo ruego -añadió, sentándose en su sillón presidencial.

-¡Son una plaga esas muchachas! -dijo entonces el dependiente.

Y para confirmar su opinión de que Maslova era la principal culpable, contó cómo un día, una de esas muchachas, en el bulevar, había robado el reloj a uno de sus colegas. A continuación, el coronel contó algo más raro y más concluyente todavía: el robo de un samovar de plata.

-Por favor, señores, pasemos a las preguntas -dijo el jefe del jurado, golpeando en la mesa con su lápiz.

Todos se callaron.

Las preguntas estaban propuestas así al jurado:

1.º ¿El campesino Simón Petrovitch Kartinkin, del pueblo de Borki, distrito de Krapivino, de treinta y tres años, es culpable de haber, el 17 de enero de 188..., en la ciudad de N..., con la intención de quitar la vida al comerciante Smielkov, con objeto de robarlo, en complicidad con otras personas, puesto veneno en el aguardiente, causando así la muerte de Smielkov, tras de la cual le habría robado una suma de cerca de 2.500 rublos y una sortija de brillantes?

2.º ¿La mestchankaEufemia Ivanovna Botchkova, de 43 años, es culpable del crimen definido en la primera pregunta?

3.º ¿La mestchankaCatalina Mijailovna Maslova, de 27 años, es culpable del crimen definido en la primera pregunta?

4.º Si la acusada Eufemia Botchkova no es culpable en lo que se refiere a la primera pregunta, ¿lo sería por el hecho de haber, el 17 de enero de 188..., en la ciudad de..., estando de servicio en el Hotel de Mauritania, robado de la maleta cerrada con llave de un viajero de ese hotel, el comerciante Smielkov, la suma de 2.500 rublos y, a este fin, de haber abierto, en aquel sitio, la maleta con una llave que se había procurado a este efecto?

El jefe del jurado leyó la primera pregunta. -¿Qué dicen ustedes, señores?

La respuesta no se hizo esperar. Todos opinaron en sentido afirmativo, tanto en lo referente al robo como al envenenamiento. Un solo jurado se negó a declarar a Kartinkin culpable: un viejo artelstchik 9que, por lo demás, respondía negativamente a todas las preguntas.

El jefe del jurado pensó al principio que aquel hombre no comprendía y empezó a explicarle que Kartinkin y Botchkova eran desde luego culpables; pero el artelstchikafirmó haber comprendido muy bien y que, según él, lo mejor era tener piedad.

-Tampoco nosotros -añadió -somos santos , y nada pudo hacerlo desistir de aquella idea.

La respuesta a la segunda pregunta, relativa a la Botchkova, fue: «No, no es culpable.» Se juzgó que faltaban las pruebas de su complicidad en el envenenamiento, como, por lo demás, había dicho con tanta insistencia su abogado.

El comerciante, empeñado en que se considerase inocente a Maslova, insistió en sostener que Botchkova era el eje de todo el asunto. Varios jurados fueron de su opinión; pero el jefe del jurado, deseoso de permanecer en una legalidad estricta, hizo notar que no existía de eso ninguna prueba material.

Después de una larga discusión, prevaleció su parecer. Por el contrario, en la cuarta pregunta se declaró a Botchkova culpable de haber robado el dinero. A petición del artelschik, se añadió: «Pero merece circunstancias atenuantes.»

La pregunta concerniente a Maslova provocó un debate muy vivo. El jefe del jurado afirmaba que era culpable tanto del envenenamiento como del robo. El comerciante sostenía lo contrario; el coronel, el dependiente y el artelstchikeran de esta opinión. Los demás jurados vacilaban, pero se inclinaban más bien hacia la opinión de su jefe: la principal razón de ello era la fatiga general, y la opinión preferida sería aquella que pusiese antes de acuerdo a todo el mundo y liberase a los jurados.

Por los interrogatorios y por lo que él sabía de Maslova, Nejludov albergaba la convicción de que ella no era culpable ni del robo ni del envenenamiento. Había creído al principio que ése sería el parecer de todo el mundo; pero tuvo que reconocer su error. A consecuencia de la oposición provocada por el jefe del jurado, del cansancio de todos y del hecho de que el buen comerciante no sabía disimular que Maslova le agradaba físicamente y ponía mucha torpeza en defenderla, la mayoría, respecto a aquella pregunta, se inclinaba en un sentido afirmativo. Nejludov, viendo eso, pensó en tomar la palabra; pero se llenó de miedo ante la idea de interceder en favor de Maslova, como si todo el mundo fuera a adivinar sus relaciones con ella. Se decía, sin embargo, que no podía consentir en dejar pasar así las cosas y que su deber era intervenir. Enrojecía, palidecía luego; y por fin iba a decidirse a hablar, cuando Peter Guerassimovitch, silencioso hasta entonces, pero evidentemente irritado por el tono autoritario del jefe del jurado, intervino para decir precisamente lo que quería decir Nejludov.

-Permítame -dijo -.Afirma usted que ella es culpable del robo porque tenía la llave de la maleta; pero ¿es que los criados no podían, también, abrir la maleta con otra llave?

-¡Claro, naturalmente! -apoyaba el comerciante. -En realidad, es imposible que ella haya cogido el dinero. En su situación, ¿qué habría podido hacer con él?

-¡Exactamente, es lo mismo que yo digo! -insistía el comerciante.

-Soy más bien de la opinión de que su llegada al hotel con la llave inspiró la idea del robo a los criados, quienes aprovecharon la ocasión y luego le echaron todas las culpas a ella.

Peter Guerassimovitch hablaba con voz irritada, irritación que se transmitió al jefe del jurado y que lo incitó a aferrarse con más fuerza a su propio parecer. Pero Peter Guerassimovitch habló con tanta convicción, que la mayoría se puso de su parte; se reconoció que Maslova no había robado el dinero ni la sortija, y que ésta le había sido dada como regalo.

Quedaba por determinar su culpabilidad en el envenenamiento. El comerciante, su ardiente defensor, declaró que se la debía declarar inocente, puesto que ella no tenía motivo alguno para envenenar a Smielkov; a lo que el jefe del jurado respondió que era imposible declararla inocente toda vez que ella misma confesaba haber echado los polvos.

Los echó, es verdad -dijo el comerciante -, pero creyendo que era opio.

-También el opio puede causar la muerte -interrumpió el coronel, al que le gustaban las digresiones. A propósito de eso, contó la aventura de la mujer de su cuñado, que había tomado opio por accidente y habría muerto si oportunamente no se hubie.se encontrado un médico. Hablaba con tanta dignidad y dominio, que nadie se atrevía a interrumpirlo. Sólo el dependiente, siguiendo el ejemplo, se arriesgó a cortar el hilo de su relato.

-Uno puede muy bien acostumbrarse al veneno -dijo y tomarlo sin peligro hasta cuarenta gotas... Un pariente mío...

Pero el coronel no era hombre que se dejase interrumpir; prosiguió su historia y todo el mundo tuvo que enterarse detalladamente del papel que el opio había representado en la vida de la mujer de su cuñado.

-Pero, ¡señores! ¡Son ya más de las cuatro! —exclamó un Jurado.

-Bueno, señores -propuso el jefe del jurado-, ¿qué les parece si la reconocemos culpable sin intención de robar? ¿Les parece bien?

Satisfecho por su éxito, Peter Guerassimovitch consintió.

-Pido que se añada: «pero merece circunstancias atenuantes» -exclamó el comerciante.

Inmediatamente todos consintieron en eso. Sólo el artelstchikinsistió de nuevo en declararla no culpable.

-Pues a eso es a lo que llegamos -le explicó el jurado -. Es como si dijéramos: ella no es culpable.

-¡Vaya, pues! Pero añadiendo: «y merece circunstancias atenuantes.» Eso borrará lo que queda -dijo gozosamente el comerciante.

Estaban todos tan fatigados, se habían embrollado tanto en todas aquellas discusiones, que a nadie se le ocurrió la idea de añadir a la respuesta. « Sí, pero sin intención de causar la muerte.»

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9De la palabra Artel, asociación de artesanos, de obreros, etcétera, que trabajan en común y se reparten seguidamente las ganancias.-N. del T.