Изменить стиль страницы

Traían en aquel momento a los detenidos, a los que también habían llevado fuera de la sala.

Habían introducido a nuevas figuras: los testigos. Nejludov observó que Katucha lanzaba ojeadas frecuentes a una gruesa dama chillonamente vestida de seda y de terciopelo y tocada con un enorme sombrero adornado con un gran lazo. Sentada en primera fila detrás de la rejilla, tenía sobre el brazo desnudo hasta el codo un elegante ridículo. Nejludov se enteró pronto de que era la patrona de la casa donde Maslova había vivido en último lugar.

Inmediatamente se procedió a la audición de los testigos: nombres, religión, etcétera. Después que les preguntaron si querían o no declarar bajo juramento, el pope reapareció sobre d estrado arrastrando penosamente las piernas; de nuevo, ajustando la cruz de oro que le colgaba sobre el pecho, se dirigió hacia el icono, para hacer prestar allí el juramento a los testigos y al perito, con la misma serenidad y la misma seguridad de cumplir una función esencialmente importante y útil. Acabada esta formalidad, el presidente hizo salir a todos los testigos, con excepción de la dama gruesa, Kitaieva, patrona de la casa de tolerancia. La invitaron a que dijese lo que sabía sobre el envenenamiento. Con una sonrisa afectada, la cabeza escondida en su sombrero y cada una de sus frases pronunciada con acento alemán, expuso, con minuciosidad y método, todo lo que sabía.

Primeramente, el mozo del hotel, Simón, había venido a su establecimiento para buscar en él a una de sus señoritas y llevársela al comerciante siberiano. Ella había enviado a Lubacha, esto es, Lubov. Algún tiempo después aquélla había vuelto con el comerciante.

Estaba ya en éxtasis -añadió Kitaieva con una ligera sonrisa - Luego había continuado bebiendo y convidando a todas las mujeres hasta que, no teniendo ya más dinero encima, había enviado, al hotel donde se alojaba, a esa misma Lubacha, por la que sentía una verdadera predilección-añadió, volviendo los ojos hacia la detenida.

A estas palabras, Nejludov creyó ver sonreír a Maslova y eso le hizo sentir disgusto. Un sentimiento extraño, impreciso, de repulsión y de sufrimiento, le invadió el corazón.

-¿Querría la testigo damos a conocer su opinión sobre Maslova? -preguntó, tímido y ruborizándose, el defensor de signado de oficio para la muchacha.

Mi opinión no puede ser mejor -respondió Kitaieva -. Es una joven de excelentes modales y llena de elegancia. Se ha criado en una noble familia y sabe incluso francés. Quizás alguna vez haya bebido con cierto exceso, pero jamás hasta el punto de perder la cabeza. ¡Es una muchacha excelente!

Katucha, que había tenido los ojos clavados en la patrona, los volvió en seguida a los jurados y los detuvo en Nejludov. El rostro de la joven se puso grave, rígido. Bizqueando, uno de sus ojos tenía una expresión severa y, durante un rato bastante largo, aquella extraña mirada pesó sobre Nejludov; y, a pesar del espanto de éste, le era imposible despegar su vista de aquellos ojos que bizqueaban y cuyo blanco despedía chispas. Se acordó de la espantosa noche, del crujido del hielo en el río, de la niebla y sobre todo de aquella luna escotada y tumbada que, habiendo salido hacia el amanecer, había alumbrado algo sombrío y terrible , y esos dos ojos negros, atornillados a los suyos, le recordaban vagamente aquella cosa negra y terrible.

«¡Me ha reconocido!», pensaba. Y, maquinalmente, se retrepó en su asiento, aguardando el choque.

Pero ella no lo había reconocido. Tranquilamente lanzó un suspiro, y de nuevo se quedó mirando con fijeza al presidente , y Nejludov suspiró también: «¡Ah! -pensó-. ¡Que acabe esto de una vez!» Experimentaba una impresión a menudo sentida ya en las cacerías, cuando se trataba de rematar a un pájaro herido: mezcla de repulsión, de lástima y de pena. El pájaro herido se debate en el morral: se vacila y se siente al mismo tiempo disgusto y lástima, y uno querría acabar lo antes posible y olvidar.

Sentimientos idénticos llenaban por aquel entonces el alma de Nejludov al escuchar las respuestas de los testigos.

XX

Ahora bien, como hecho a posta, el asunto se iba alargando. Cuando, uno a uno, fueron interrogados los testigos y el perito; cuando, según la costumbre, el fiscal y los abogados hubieron hecho, con aire muy importante, numerosas preguntas perfectamente inútiles, el presidente invitó a los jurados a tomar conocimiento de las piezas de convicción, consistentes en un anillo enorme con una rosa de brillantes, hecho para un índice de grosor extraordinario, y un filtro que había servido para analizar el veneno. Tales objetos estaban sellados y etiquetados.

Los jurados iban a levantarse de sus asientos para examinar esos objetos, cuando el fiscal se puso en pie para pedir que antes de mostrar las piezas de convicción se diese lectura de los resultados de la autopsia practicada en el cadáver. El presidente, metiendo prisa al asunto para ir lo más pronto posible a reunirse con su suiza, no ignoraba que el único efecto de esta lectura sería aburrir a todo el mundo y retardar la hora de comer, ni que el fiscal exigía esa lectura únicamente porque tenía derecho para ello. No pudiendo oponerse, tuvo que consentir. El escribano exhibió unos papeles y, con voz monótona, hablando con media lengua al llegar a las eles ya les erres, se puso a leer.

Del examen exterior del cadáver resulta que:

1.º La estatura de Feraponte Smielkov era de 2 archinesy 12 verchoks 8.

2.º La edad, por lo que era posible juzgar a resultas del examen exterior, era de unos cuarenta años.

3.º En el momento del examen, el cadáver estaba hinchado.

4.º La epidermis era de color verdoso y estaba cubierto de manchas negras.

5.º La piel estaba levantada con ampollas de diversos tamaños, en algunos sitios reventadas y colgantes.

6.º Los cabellos, de un rubio oscuro, muy espesos, se separaban de la piel al menor contacto del dedo.

7.º Los ojos estaban fuera de sus órbitas, y la córnea turbia.

8.º De las ventanillas de la nariz, de las orejas y de la boca entreabierta fluía un pus pegajoso y fétido.

9.º El cuello del cadáver había casi desaparecido a consecuencia de la hinchazón de la cara y del busto.

Etcétera, etcétera.

En cuatro páginas, en veintisiete puntos, se alargaba así la descripción detallada resultante del examen exterior del espantoso, del corpulento, del gran cadáver hinchado y descompuesto del jovial comerciante que tanto se había divertido en la ciudad. Y esta lectura macabra aumentó aún más el indefinible sentimiento de disgusto experimentado por Nejludov. La existencia de Katucha, el pus que fluía de las ventanillas de la nariz del comerciante, los ojos salidos de sus órbitas, y su propia conducta pasada con relación a la muchacha, eran otros tantos hechos que le parecían del mismo tipo y que le daban la impresión de apretarlo y sofocarlo.

Terminada esta lectura del examen exterior, el presidente, creyendo que ya se había acabado, lanzó un suspiro de alivio y levantó la cabeza, pero a continuación el escribano pasó a un segundo documento: el examen interior del cadáver.

El presidente volvió a dejar caer la cabeza, se acodó en la mesa y cerró los ojos. El comerciante, vecino de Nejludov, esforzándose en escapar al sueño, no por ello dejaba de perder algunas veces el equilibrio; los acusados mismos y los guardias que los custodiaban se habían inmovilizado.

El examen interior del cadáver había demostrado que:

1 La piel que envolvía el cráneo estaba ligeramente se parada de los huesos, pero sin huella alguna de hemorragia.

2 Los huesos del cráneo eran de dimensiones normales y estaban intactos.

3 En la envoltura cervical se veían manchitas pigmentarias de un matiz mate pálido.

вернуться

8aproximadamente 1.90 m. N. del T.