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Se levantó, agarró la mano de Nejludov, se inclinó hacia él y, con una sonrisa tímida, lo besó.

- Entonces, así se lo diré concluyó, ya saliendo.

XVII

Ah, fíjese usted! dijo María Pavlovna. ¡Enamorado, completamente enamorado! No lo habría creído en mi vida. Vladimir Simonson enamoriscándose de una manera tan tonta, tan pueril. Es sorprendente, y se lo digo a usted con toda franqueza, eso me apena dijo con un suspiro.

Pero, ¿qué piensa usted de Katucha? ¿Cómo toma ella la cosa?

¿Ella? María Pavlovna se detuvo, buscando sin duda una respuesta tan precisa como convincente ¿Ella? Mire usted, a pesar de su pasado, es una naturaleza de las más morales.. , y sus sentimientos son tan refinados... Ella lo quiere a usted con un cariño bueno, se siente dichosa pudiendo hacerle un bien, aunque sea un bien negativo: el de no ligarse usted a ella. En lo que la concierne, su casamiento con usted sería una terrible caída, sería peor que todo lo que le ha pasado; por tanto no consentirá nunca. Y, sin embargo, la presencia de usted la turba.

Entonces, ¿debo desaparecer? preguntó Nejludov.

María Pavlovna sonrió con su dulce sonrisa infantil.

Sí, en cierta medida.

¿Qué quiere decir eso de desaparecer en cierta medida?

No le he dicho a usted la verdad... Pero en fin, en lo que a ella se refiere, yo quería decirle a usted que probablemente ella ve toda la insensatez del amor entusiasta de Simonson, aunque él no le haya dicho todavía nada de eso, y se siente a la vez halagada y aterrada. Mire usted, yo no soy competente en estas cuestiones, pero me parece que, por parte de Simonson, lo que hay es un sentimiento humano muy ordinario, por enmascarado que esté. Él insiste en que su amor estimula sus energías y que es platónico. Pero yo sé que si bien es un amor especial, no deja de tener en el fondo una cosa sucia, como le pasa a Novodvorod con Grabetz.

Arrastrada por su tema favorito, María Pavlovna se había desviado de la cuestión.

Pero yo, ¿qué debo hacer? preguntó Nejludov.

Creo que usted debe hablarle. Siempre vale más que la situación sea clara. Voy a llamarla, ¿quiere usted?

Se lo ruego.

María Pavlovna salió. Un sentimiento extraño invadió a Nejludov cuando se quedó solo en la pequeña celda, escuchando la respiración apacible, entrecortada a veces por suspiros, de Vera Efremovna, así como el estrépito incesante producido por los forzados al otro lado de la puerta.

Las palabras de Simonson desligaban a Nejludov del compromiso que había contraído y que, en los momentos de debilidad, le parecía pesado y aterrador; sin embargo, aquel cambio le resultaba desagradable, incluso penoso. En este sentimiento entraba también la conciencia de que la propuesta de Símonson destruía la superioridad de su acción, disminuía a sus ojos y a los de los demás el valor de su sacrificio: si un hombre, por lo demás, excelente, pero que no tenía ningún vínculo con ella, quería unir su destino al de Katucha, el sacrificio por parte de él, de Nejludov, no era ya tan completo.

Quizá también había en él un simple sentimiento de celos: estaba tan acostumbrado al amor de Katucha hacia él, que no admitía la posibilidad de que ese amor se dirigiese a otro. Aquello arruinaba, además, un proyecto formado desde hacía mucho tiempo: vivir cerca de ella mientras cumpliese su pena. Si ella se casaba con Simonson, su presencia se haría inútil y tendría que combinar un nuevo plan de vida.

Aún no había tenido tiempo de desmenuzar sus sentimientos cuando la puerta se abrió y entró el barullo creciente que llegaba de las celdas de los forzados (había aquel día entre ellos una agitación especial), y Katucha penetró en la celda.

Se acercó a él con paso rápido.

María Pavlovna me ha enviado aquí dijo, deteniéndose muy cerca.

Sí, tengo que hablarle. Pero siéntese. Vladimir Ivanovitch ha estado conversando conmigo.

Ella se sentó, colocó las manos sobre las rodillas, muy tranquila en apariencia. Pero al oír el nombre de Simonson se puso toda arrebolada.

¿Y qué le ha dicho? preguntó.

Me ha dicho que quería casarse con usted.

El rostro de Katucha se contrajo de pronto en una expresión de sufrimiento; pero bajó los ojos sin decir nada.

Me ha pedido mi consentimiento o mi consejo. Le he contestado que todo dependía de usted y que era usted la única que tenía que decidir.

¡Ah, qué locura! ¿Por qué, por qué? exclamaba mirando a Nejludov a los ojos con aquella mirada que bizqueaba de una forma muy especial y que a él lo dejaba siempre tan impresionado.

Durante algunos segundos permanecieron así, los ojos en los ojos; y, para los dos, aquella mirada era elocuente.

Es usted quien tiene que decidir repitió Nejludov.

¿Qué he de decidir yo? dijo ella. ¡Todo está decidido hace ya mucho tiempo!

No, es usted quien tiene que decir si acepta la proposición de Vladimir Ivanovitch.

- ¿Cómo pensar en el casamiento, yo, una «forzada»? ¿Por qué habría además de estropear la vida de Vladimir Ivanovitch? dijo ella, poniéndose de pronto de humor tétrico.

- Sí, pero si la indultan...

- ¡Ah, déjeme! ¡No tenemos nada más que decirnos! Se levantó y salió.

XVIII

Cuando, en seguimiento de Katucha, Nejludov volvió a la celda de los hombres, reinaba allí una cierta emoción. Nabatov, que husmeaba por doquier, observaba todo y entraba en relaciones con todo el mundo, había traído una noticia que había dejado estupefacta a la concurrencia: había encontrado en una pared un billete escrito por el revolucionario Petline, condenado a trabajos forzados. Todo el mundo lo creía desde hacía mucho tiempo en Kara, y he aquí que se enteraban de su reciente paso por este sitio mismo, solo, en medio de un convoy de condenados de derecho común.

«17 agosto se leía en aquel billete. Me conducen a mí solo entre los presos comunes. Neverov estaba conmigo, pero se ha ahorcado en Kazán, en el manicomio. Yo estoy bien, tengo valor y espero todo el bien que el porvenir nos reserva.»

Se discutía la situación de Petline y las causas del suicidio de Neverov. Kryltsov, con aire absorto, permanecía mudo y miraba fijamente ante él con ojos febriles.

Mi marido me dijo que Neverov ya tenía alucinaciones en la fortaleza de Pedro y Pablo comentó Rantseva.

Sí, un poeta, un fantasioso. Hombres así no saben soportar el aislamiento dijo Novodvorod. Yo, por ejemplo, cuando me dejaban incomunicado, ponía frenos a mi imaginación y dividía mi tiempo de la manera más simétrica. Así, soportaba perfectamente todo.

¿Quién habla de soportar? Por lo que a mí se refiere, muy a menudo me he sentido sencillamente feliz por estar en la cárcel exclamó Nabatov con su voz enérgica y con la intención manifiesta de disipar la sombría preocupación de sus compañeros. En libertad, siempre está temiendo uno algo: o que lo cojan, o comprometer a los demás, o comprometer la causa. Una vez encerrado, se acaba la responsabilidad. Se puede descansar. No hay más que estarse allí y fumar.

¿Tú lo conocías íntimamente? preguntó María Pavlovna, viendo con inquietud el rostro repentinamente descompuesto de Kryltsov.

¡Neverov, un fantasioso! dijo Kryltsov sofocándose de improviso como si hubiera estado mucho tiempo gritando o cantando. Neverov era un hombre como la tierra produce pocos, como decía nuestro portero. Sí, era un hombre de cristal cuya alma se transparentaba. No solamente no mintió nunca, sino que nunca supo ni siquiera fingir; no sólo su epidermis era fina, sino que era como los que se han quemado, todos los nervios al descubierto. Sí, una naturaleza rica, compleja... Pero ¿de qué sirve hablar...? Se calló un instante. Discutimos para saber qué conviene más añadió con aire sombrío e irritado. Si es preciso primero instruir al pueblo y cambiar luego las condiciones de la existencia, o empezar primeramente por cambiar éstas; luego nos preguntamos cómo luchar: ¿por la propaganda pacífica o por el terror? Discutimos, sí... Pero ellos, ellos no discuten, saben lo que se hacen. Les importa poco que decenas y centenares de hombres tengan o no que ser sacrificados, ¡y qué hombres! Es más, les hace falta precisamente que sean los mejores los sacrificados. Sí, Hertzen decía que cuando se retiró de la circulación a los decembristas, se rebajó el nivel general de la sociedad. ¡Claro que se rebajó! Luego retiraron de la circulación a Hertzen mismo y a sus compañeros. ¡Ahora les toca el turno a los Neverovs!