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– ¿Estuvo realmente en McLaren? -preguntó Waits.

– Estuve allí. Fue antes que usted, pero estuve allí. Estaba en el barracón B. Estaba más cerca del campo de béisbol, así que siempre llegábamos los primeros a la hora del recreo y conseguíamos el mejor material.

Era una historia de pertenencia, la mejor que se le ocurrió a Bosch en el momento. Había pasado la mayor parte de su vida tratando de olvidarse de McLaren.

– Quizás estuvo allí, Bosch.

– Estuve.

– Y mírenos ahora. Usted siguió su camino y yo el mío. Supongo que alimenté al perro equivocado.

– ¿Qué quiere decir? ¿Qué perro?

– ¿No lo recuerda? En McLaren siempre nos decían que todos los hombres tienen dos perros dentro. Uno bueno y el otro malo. Luchan todo el tiempo porque sólo uno puede ser el perro alfa, el que manda.

– ¿Y?

– Y el que gana es siempre el perro que tú has elegido alimentar. Yo alimenté al malo. Usted alimentó al bueno.

Bosch no sabía qué decir. Oyó un clic detrás de él en el túnel. Iban a lanzar la granada. Se incorporó rápidamente, con la esperanza de que no le dispararan por la espalda.

– Waits, voy a entrar.

– No, Bosch.

– Le daré mi pistola. Mire la luz. Le daré mi pistola.

Encendió la linterna y pasó el haz de luz por la curva que tenía delante. Avanzó y cuando llegó a la curva extendió la mano izquierda en el cono de luz. Sostuvo la pistola por el cañón para que Waits viera que no constituía ninguna amenaza.

– Ahora voy a entrar.

Bosch dobló la curva y entró en la cámara final del túnel. El espacio tenía al menos tres metros y medio de ancho, pero no era lo suficientemente alto para permanecer de pie. Se dejó caer de rodillas e hizo un movimiento de barrido con la linterna por toda la cámara. El tenue haz ámbar reveló una visión espantosa de huesos, calaveras y carne y cabello en descomposición. El hedor era insoportable y Bosch tuvo que contener las náuseas.

El haz de luz enfocó el rostro del hombre que Bosch había conocido como Raynard Waits. Estaba apoyado en la pared más alejada de su zorrera, sentado en lo que parecía un trono excavado en roca y arcilla. A la izquierda, la mujer que había raptado yacía desnuda e inconsciente en una manta. Waits sostuvo el cañón de la pistola de Freddy Olivas en la sien de su rehén.

– Tranquilo -dijo Bosch-. Le daré mi pistola. No le haga más daño.

Waits sonrió, sabiendo que tenía el control absoluto de la situación.

– Bosch, es usted un insensato hasta el final.

Bosch bajó el brazo y arrojó la pistola al lado derecho del trono. Cuando Waits se agachó a recogerla, levantó el cañón de la pistola con la que había estado apuntando a la mujer. Bosch dejó caer la linterna en ese mismo momento y echó la mano atrás, encontrando la empuñadura del revólver que le había quitado a la mujer ciega.

El largo cañón aseguró el tiro. Disparó dos veces, impactando en el centro del pecho de Waits con ambas balas.

Waits cayó de espaldas contra la pared. Bosch vio que sus ojos se abrían desmesuradamente y luego perdían la luz que separa la vida de la muerte. La barbilla de Waits se desplomó y su cabeza se inclinó hacia delante.

Bosch reptó hasta la mujer y le buscó el pulso. Seguía viva. La tapó con la manta sobre la que estaba tumbada. Enseguida gritó a los policías del túnel.

– Soy Bosch, ¡Robos y Homicidios! ¡No disparen! ¡Raynard Waits está muerto!

Una luz brillante destelló alrededor de la esquina en el túnel de la entrada. Era una luz cegadora y sabía que los hombres armados estarían esperando al otro lado.

No importaba, ahora se sentía seguro. Avanzó lentamente hacia la luz.

30

Después de emerger del túnel, Bosch fue sacado del garaje por dos agentes del SWAT equipados con máscaras de gas. Fue puesto en manos de los miembros de la fuerza especial que esperaban y de otros agentes vinculados con el caso. Randolph y Osani de la UIT también estaban presentes, así como Abel Pratt de la unidad de Casos Abiertos. Bosch miró a su alrededor en busca de Rachel Walling, pero no la vio en la escena.

A continuación sacaron del túnel a la última víctima de Waits. La joven fue conducida a una ambulancia que estaba esperando e inmediatamente transportada al centro médico County-USC para ser evaluada y tratada. Bosch estaba convencido de que su propia imaginación no podría igualar los horrores reales por los que había pasado la joven. Pero sabía que lo importante era que estaba viva.

El jefe de la fuerza especial quería que Bosch se sentara en una furgoneta y contara su historia, pero Harry dijo que no quería estar en un espacio cerrado. Ni siquiera al aire libre de Figueroa Lane podía quitarse de la nariz el olor del túnel y se fijó en que los miembros de la fuerza especial que se habían congregado en torno a él al principio retrocedían uno o dos pasos. Vio una manguera de jardín enganchada a un grifo junto a la escalera de la casa contigua a la 710. Se acercó, abrió el grifo y se inclinó mientras dejaba que el agua le corriera por el pelo, la cara y el cuello. Se empapó la ropa, pero no le importó. El agua arrastró buena parte de la suciedad, el sudor y el hedor, y Bosch sabía que de todas formas la ropa era para tirar.

El jefe de la fuerza especial era un sargento llamado Bob McDonald, que había sido reclutado de la División de Hollywood. Afortunadamente, Bosch lo conocía de días pasados en la división y eso sentaba las bases para un informe cordial. Bosch se dio cuenta de que era sólo un calentamiento. Tendría que someterse a una entrevista formal con Randolph y la UIT antes de que terminara el día.

– ¿Dónde está la agente del FBI? -preguntó Bosch-. ¿Dónde está Rachel Walling?

– La están interrogando -dijo McDonald-. Estamos usando la casa de un vecino para ella.

– ¿Y la anciana de la casa?

– Está bien -dijo McDonald-. Es ciega y va en silla de ruedas. Todavía están hablando con ella, pero resulta que Waits vivía aquí cuando era niño. Lo tuvieron acogido y su nombre real es Robert Foxworth. Ella no puede valerse por sí misma, así que básicamente se queda ahí arriba. La asistencia del condado le lleva comida. Foxworth la ayudaba económicamente alquilándole el garaje. Él guardaba material para limpiar ventanas ahí dentro. Y una vieja furgoneta. Tiene un ascensor de silla de ruedas dentro.

Bosch asintió con la cabeza. Suponía que Janet Saxon no tenía ni idea de para qué más usaba el garaje su antiguo hijo acogido.

McDonald le dijo a Bosch que era el momento de que contara su historia, y así lo hizo, ofreciendo un relato paso a paso de los movimientos que había llevado a cabo después de descubrir la conexión entre Waits y el prestamista Fitzpatrick.

No hubo preguntas. Todavía no. Nadie le preguntó por qué no había llamado a la fuerza especial, ni a Randolph ni a Pratt ni a nadie. Escucharon y simplemente cerraron su historia. Bosch no estaba demasiado preocupado. El y Rachel habían salvado la vida de la chica y habían matado al criminal. Estaba seguro de que esos dos éxitos le permitirían alzarse por encima de todas las transgresiones al protocolo y las regulaciones para salvar su empleo.

Tardó veinte minutos en contar su historia,, y luego McDonald le dijo que deberían tomar un descanso. Cuando el grupo que los rodeaba se disgregó, Bosch vio a su jefe esperándole. Sabía que esta conversación no sería fácil.

Pratt finalmente vio una oportunidad y se acercó. Parecía ansioso.

– Bueno, Harry ¿qué te dijo ahí dentro?

Bosch estaba sorprendido de que Pratt no saltara sobre él por actuar por su cuenta, sin autoridad. Pero no iba a quejarse por eso. De manera abreviada explicó lo que había averiguado por Waits de la trampa en Beachwood Canyon.

– Me dijo que todo fue orquestado a través de Swann -explicó-. Swann era el intermediario. Llevó el acuerdo de Olivas y O'Shea a Waits. Waits no mató a Gesto, pero aceptó cargar con la culpa. Era parte de un acuerdo para evitar la pena de muerte.