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Se acercó a la entrada de a pie y abrió el filo de una navaja plegable que tenía atada al aro de las llaves.

Bosch empezó a ocuparse de la cerradura de la puerta y consiguió forzarla con la navaja. Hizo una señal a Rachel para que estuviera preparada y tiró de la puerta, pero ésta no cedió. Tiró una vez más con más fuerza, pero la puerta siguió sin ceder.

– Hay un cierre interior -susurró-. Eso significa que está ahí dentro.

– No. Podría haber salido por una de las puertas del garaje.

Bosch negó con la cabeza.

– Están cerradas por dentro -susurró-. Todas las puertas están cerradas por dentro.

Rachel comprendió y asintió con la cabeza.

– ¿Qué hacemos? -respondió en otro susurro.

Bosch reflexionó un momento y luego le pasó sus llaves.

– Vuelve al coche. Cuando llegues aquí, aparca con la parte de atrás justo ahí. Luego abre el maletero.

– ¿Qué estás…?

– Hazlo. ¡Vamos!

Walling corrió por la acera de delante de los garajes y luego cruzó la calle y se perdió de vista colina abajo. Bosch se colocó ante la puerta basculante que parecía cerrada de manera extraña. Estaba desalineada y sabía que era la mejor opción para intentar entrar.

Oyó el potente motor del Mustang antes de ver su coche coronando la colina. Rachel condujo con velocidad hacia él, que retrocedió contra el garaje para darle el máximo espacio para maniobrar. Rachel hizo casi un giro completo en la calle y retrocedió hacia el garaje. El maletero estaba abierto y Bosch inmediatamente buscó la cuerda que guardaba en la parte de atrás. No estaba. Recordó que Osani se la había llevado después de descubrirla en el árbol de Beachwood Canyon.

– ¡Mierda!

Buscó rápidamente y encontró un tramo más corto de cuerda que había usado en una ocasión para cerrar el maletero cuando trasladaba un mueble al Ejército de Salvación. Rápidamente ató un extremo de la cuerda al gancho de acero para remolcar el vehículo que había debajo del parachoques y a continuación ató el otro extremo al tirador situado en la parte inferior de la puerta del garaje. Sabía que algo tendría que ceder: la puerta, el tirador o la cuerda. Tenía una posibilidad entre tres de conseguir su objetivo.

Rachel había salido del coche.

– ¿Qué estás haciendo? -preguntó.

Bosch cerró silenciosamente el maletero.

– Vamos a abrirlo. Métete en el coche y avanza. Despacio. Un tirón rompería la cuerda. Adelante, Rachel. Date prisa.

Sin decir palabra, ella se metió en el coche, lo puso en marcha y empezó a avanzar. Rachel observó por el espejo retrovisor y Bosch hizo girar un dedo para indicarle que siguiera avanzando. La cuerda se tensó y Bosch oyó el sonido de la puerta del garaje crujiendo al aumentar la presión. Retrocedió al tiempo que desenfundaba una vez más su pistola.

La puerta del garaje cedió de repente y se levantó hacia fuera un metro.

– ¡Basta! -gritó Bosch, consciente de que ya no tenía sentido seguir hablando en susurros.

Rachel paró el Mustang, pero la cuerda permaneció tensa y la puerta del garaje se mantuvo abierta. Bosch avanzó con rapidez y usó su impulso para agacharse y rodar por debajo de la puerta. Se levantó en el interior del garaje con la pistola en alto y preparada. Barrió el espacio con la mirada, pero no vio a nadie. Sin perder de vista la puerta situada en la pared de atrás, caminó hacia la furgoneta. Abrió de un tirón una de las puertas laterales y miró en el interior. Estaba vacía.

Bosch avanzó hasta la pared del fondo, abriéndose paso en una carrera de obstáculos de barriles boca arriba, rollos de plástico, pacas de toallas y otros elementos para limpiar ventanas. Se percibía un intenso olor a amoniaco y otros productos químicos. A Bosch empezaban a llorarle los ojos.

Las bisagras de la puerta de la pared de atrás estaban a la vista y Bosch sabía que bascularía hacia él cuando la abriera.

– ¡FBI! -gritó Walling desde fuera-. ¡Entrando!

– ¡Despejado! -gritó Bosch.

Oyó que Walling pasaba por debajo de la puerta del garaje, pero mantuvo su atención en la pared del fondo. Avanzó hacia ella, escuchando en todo momento por si oía algún sonido.

Tomando posición a un lado de la puerta, Bosch puso la mano en el pomo y lo giró. Estaba abierto. Miró atrás a Rachel por primera vez. Ella se encontraba en posición de combate, de perfil respecto a la puerta. Rachel le hizo una señal con la cabeza y en un rápido movimiento Bosch abrió la puerta y traspuso el umbral.

El cuarto carecía de ventanas y estaba oscuro. Bosch no vio a nadie. Sabía que de pie a la luz del umbral era como una diana y rápidamente entró en el cuarto. Vio una cuerda que encendía la luz del techo y tiró de ella. La cuerda se rompió en su mano, pero la bombilla del techo se balanceó ligeramente y se encendió. Estaba en una atestada sala de trabajo y almacenamiento de unos tres metros de profundidad. No había nadie en la sala.

– ¡Despejado!

Rachel entró y se quedaron de pie examinando la estancia. A la derecha vieron una mesa de trabajo repleta de latas de pintura viejas, herramientas caseras y linternas. Había cuatro bicicletas oxidadas apiladas contra la pared de la izquierda, junto con sillas plegables y una pila de cajas de cartón que se había derrumbado. La pared del fondo era de cemento. Colgada de ella estaba la vieja y polvorienta bandera del mástil del patio delantero. En el suelo, delante de la bandera, había un ventilador eléctrico de pie, con las palas llenas de polvo y porquería. Parecía que en algún momento alguien había intentado sacar el olor fétido y húmedo de la sala.

– ¡Mierda! -dijo Bosch.

Bajó la pistola y pasó junto a Rachel de nuevo en dirección al garaje. Ella lo siguió.

Bosch negó con la cabeza y se frotó los ojos para intentar eliminar parte del escozor producido por los productos químicos. No lo entendía. ¿Habían llegado demasiado tarde? ¿Habían seguido una pista equivocada?

– Comprueba la furgoneta -dijo-. Mira si hay señal de la chica.

Rachel cruzó por detrás de él hacia la furgoneta y Bosch fue a la puerta de peatones en busca de algún error en su razonamiento de que había alguien en el garaje.

No podía haberse equivocado. Había un candado en la puerta, lo cual significaba que había sido cerrada por dentro. Se acercó a las puertas del garaje y se agachó para mirar los mecanismos de cierre. Acertaba de nuevo. Ambas tenían candados en los cierres interiores.

Trató de desentrañarlo. Las tres puertas habían sido cerradas desde el interior. Eso significaba que o bien había alguien dentro del garaje o había un punto de salida que todavía no había identificado. Pero eso parecía imposible. El garaje estaba excavado directamente en la ladera del terraplén. No había posibilidad de una salida posterior.

Estaba comprobando el techo, preguntándose si era posible que hubiera un pasadizo que condujera a la casa, cuando Rachel le llamó desde el interior de la furgoneta.

– Hay un rollo de cinta aislante -dijo ella-. Hay trozos usados en el suelo con pelo.

El dato disparó la convicción de Bosch de que estaban en el lugar adecuado. Se acercó a la puerta lateral abierta de la furgoneta. Miró en el interior mientras sacaba el teléfono. Se fijó en el ascensor de silla de ruedas en la furgoneta.

– Pediré refuerzos y el equipo de Forense -dijo-. Se nos ha escapado.

Tuvo que volver a encender el teléfono y mientras esperaba que se pusiera en marcha se dio cuenta de algo. El ventilador de pie de la sala de atrás no estaba orientado hacia la puerta del garaje. Si quieres airear una estancia, orientas el ventilador hacia la puerta.

El teléfono zumbó en su mano y le distrajo. Miró la pantalla. Decía que tenía un mensaje en espera. Pulsó el botón para verificarlo y vio que acababa de perderse una llamada de Jerry Edgar. La atendería después. Pulsó el número de la central de comunicaciones y pidió al operador que le conectara con la fuerza especial de búsqueda de Raynard Waits. Contestó un oficial que se identificó como Freeman.