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– Subimos caminando y nos mantenemos cerca de la línea de garajes hasta que lleguemos al 710 -dijo-. Si nos quedamos cerca, no tendrá ángulo para vernos desde la casa.

– ¿Y si no está dentro? ¿Y si está esperándonos en el garaje?

– Pues nos ocuparemos de eso. Primero descartamos el garaje y luego subimos por la escalera hasta la casa.

– Las casas están en la ladera. Hemos de cruzar la calle de todas todas.

Bosch la miró por encima del techo del coche al salir.

– Rachel, ¿estás conmigo o no?

– Te he dicho que estoy contigo.

– Entonces vamos.

Bosch bajo del Mustang y empezaron a trotar por la acera hacia la colina. Sacó el móvil y lo apagó para que no vibrara cuando estuvieran colándose en la casa.

Estaba resoplando cuando llegaron a la cima. Rachel estaba justo detrás de él y no mostraba el mismo nivel de falta de oxígeno. Bosch no había fumado en años, pero el daño de veinticinco años de nicotina ya estaba hecho.

El único momento en que quedaban expuestos a la casa rosa del final de la calle llegó cuando alcanzaron la cima y tuvieron que cruzar a los garajes que se extendían en el lado este de la calle. Caminaron ese tramo. Bosch agarró a Walling del brazo y le susurró al oído.

– Te estoy usando para taparme la cara -dijo-. A mí me ha visto, pero a ti no.

– No importa -dijo ella cuando cruzaron-. Si nos ve, puedes contar con que sabe lo que está pasando.

Bosch no hizo caso de la advertencia y empezó a avanzar por delante de los garajes, que estaban construidos a lo largo de la acera. Llegaron rápidamente al 710 y Bosch se acercó al panel de ventanas que estaba encima de una de las puertas. Ahuecando las manos contra el cristal sucio, miró y vio que en el interior estaban la furgoneta y cajas apiladas, barriles y otros trastos. No percibió movimiento ni sonido alguno. Había una puerta cerrada en la pared del fondo del garaje.

Se acercó a la puerta de peatones del garaje e intentó abrirla.

– Cerrada -susurró.

Retrocedió y miró las dos puertas abatibles. Rachel estaba ahora junto a la puerta más alejada, inclinándose para oír ruidos del interior. Miró a Bosch y negó con la cabeza. Nada. Bosch miró hacia abajo y vio un tirador en la parte inferior de cada puerta abatible, pero no había un mecanismo exterior de cierre. Se agachó, agarró el primer tirador y trató de abrir la puerta. Ésta cedió un par de centímetros y luego se detuvo. Estaba cerrada por dentro. Lo intentó con la segunda puerta y obtuvo el mismo resultado. La puerta cedió unos centímetros, pero se detuvo. Por el mínimo movimiento que permitía cada puerta, Bosch supuso que estaban aseguradas por dentro con candados.

Bosch se levantó y miró a Rachel. Negó con la cabeza y señaló hacia arriba, dando a entender que era hora de subir a la casa.

Se acercaron a la escalera de hormigón y empezaron a subir en silencio. Bosch iba delante y se detuvo a cuatro peldaños del final. Se agachó y trató de contener la respiración. Miró a Rachel. Sabía que estaban improvisando. Él estaba improvisando. No había forma de acercarse a la casa, salvo ir directamente a la puerta delantera.

Dio la espalda a Rachel y estudió las ventanas una por una. No vio movimiento, pero le pareció oír el ruido de una televisión o una radio en el interior. Sacó la pistola -era una de repuesto que había sacado del armario del pasillo esa mañana- y abordó los peldaños finales, sosteniendo el arma a un costado mientras cruzaba en silencio el porche hasta la puerta delantera.

Bosch sabía que no era precisa una orden de registro. Waits había raptado a una mujer y la naturaleza de vida o muerte de la situación sin duda justificaba entrar sin llamar. Puso la mano en el pomo y lo giró. La puerta no estaba cerrada.

Bosch abrió lentamente, fijándose en que había una rampa de cinco centímetros colocada encima del umbral para subir una silla de ruedas. Cuando la puerta se abrió, el sonido de la radio se hizo más alto. Era una emisora evangelista, un hombre que hablaba del éxtasis inminente.

Entraron en el recibidor de la casa. A la derecha se abría un salón comedor. Directamente delante, a través de una abertura en arco, se hallaba la cocina. Un pasillo situado a la izquierda conducía al resto de las dependencias de la casa. Sin mirar a Rachel, Bosch señaló a la derecha, lo cual significaba que ella fuera hacia allí mientras él avanzaba y confirmaba que no había nadie en la cocina antes de tomar el pasillo hacia a la izquierda.

Al llegar a la entrada en arco, Bosch miró a Rachel y la vio avanzando por la sala de estar, con el arma levantada y sujetada con las dos manos. Él entró en la cocina y vio que estaba limpia y pulida, sin un plato en el fregadero. La radio estaba en la encimera. El predicador estaba diciendo a sus oyentes que aquellos que no creyeran quedarían atrás.

Había otro arco que conducía de la cocina al comedor. Rachel pasó a través de él, levantó el cañón de la pistola hacia el techo cuando vio a Bosch y negó con la cabeza.

Nada.

Eso dejaba el pasillo que conducía a las habitaciones y al resto de la casa. Bosch se volvió y regresó al recibidor pasando bajo el paso en arco. Al volverse hacia el pasillo se sorprendió al ver en el umbral a una mujer anciana en una silla de ruedas. En su regazo tenía un revólver de cañón largo. Parecía demasiado pesado para que su brazo frágil lo empuñara.

– ¿Quién anda ahí? -dijo la anciana con energía.

Tenía la cabeza torcida. Aunque tenía los ojos abiertos, éstos no estaban enfocados en Bosch, sino en el suelo. Era su oído el que estaba aguzado hacia él y el detective comprendió que era ciega.

Bosch levantó la pistola y la apuntó con ella.

– ¿Señora Saxon? Tranquila. Me llamo Harry Bosch. Estoy buscando a Robert.

Las facciones de la anciana mostraron una expresión de desconcierto.

– ¿Quién?

– Robert Foxworth. ¿Está aquí?

– Se ha equivocado, y ¿cómo se atreve a entrar sin llamar?

– Yo…

– Bobby usa el garaje. No le dejo usar la casa. Con todos esos químicos, huele fatal.

Bosch empezó a avanzar hacia ella, sin apartar la mirada de la pistola en ningún momento.

– Lo siento, señora Saxon. Pensaba que estaría aquí. ¿Ha estado aquí últimamente?

– Viene y va. Sube a pagarme el alquiler, nada más.

– ¿Por el garaje? -Se estaba acercando.

– Eso es lo que he dicho. ¿Qué quiere de él? ¿Es amigo suyo?

– Sólo quiero hablar con él.

Bosch se inclinó y le cogió la pistola de la mano a la anciana.

– ¡Eh! Es mi protección.

– No se preocupe, señora Saxon. Se la devolveré. Sólo creo que hay que limpiarla un poco. Y engrasarla. De esa forma será más seguro que funcione en caso de que alguna vez la necesite de verdad.

– La necesito.

– La voy a llevar al garaje y le diré a Bobby que la limpie. Luego se la devolveré.

– Más le vale.

Bosch verificó el estado de la pistola. Estaba cargada y parecía operativa. Se la puso en la cinturilla de la parte de atrás de los pantalones y miró a Rachel. La agente del FBI estaba de pie en la entrada, un metro detrás de él. Hizo un movimiento con la mano, haciendo el gesto de mover una llave. Bosch comprendió.

– ¿Tiene una llave del garaje, señora Saxon? -preguntó.

– No. Vino Bobby y se la llevó.

– Vale, señora Saxon. Lo veré con él.

Bosch se dirigió a la puerta de la calle. Rachel se unió a él y ambos salieron. A medio camino de la escalera que conducía al garaje, Rachel le agarró el brazo y susurró.

– Hemos de pedir refuerzos. ¡Ahora!

– Llámalos, pero yo voy al garaje. Si está ahí dentro con la chica, no podemos esperar.

Bosch se desembarazó del brazo de Rachel y continuó bajando. Al llegar al garaje, miró una vez más por la ventana a los paneles superiores y no apreció movimiento en el interior. Tenía la mirada concentrada en la pared de atrás. Todavía estaba cerrada.