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– Soy el detective Harry Bosch. Tengo…

– ¡Harry! ¡Fuego!

Era Rachel quien había gritado. El tiempo transcurrió en cámara lenta. En un segundo, Bosch la vio en el umbral de la furgoneta, con la mirada fija por encima del hombro de él hacia la parte de atrás del garaje. Sin pensárselo, saltó hacia Rachel, abrazándola y tirándola al suelo de la furgoneta en un placaje. Sonaron cuatro disparos detrás de él seguidos instantáneamente por el sonido de balas incrustándose en el metal y rompiendo cristal. Bosch rodó de debajo de Rachel y surgió pistola en mano. Atisbó a una figura que se agazapaba en la sala posterior de almacenamiento. Disparó seis tiros a través del umbral y los estantes de la pared de su derecha.

– ¿Estás bien, Rachel?

– Estoy bien. ¿Te han herido?

– ¡Creo que no! ¡Era él! ¡Waits!

Hicieron una pausa y observaron la puerta de la sala de atrás. Nadie volvió a salir.

– ¿Le has dado?-susurró Rachel.

– No creo.

– Pensaba que no había nadie en esa habitación.

– Yo también lo pensaba.

Bosch se levantó, manteniendo su atención en el umbral. Se fijó en que la luz del interior estaba ahora apagada.

– Se me ha caído el teléfono -dijo-. Pide refuerzos.

Empezó a avanzar hacia la puerta.

– Harry, espera. Podría…

– ¡Pide refuerzos! Y no te olvides de decirles que estoy aquí dentro.

Se echó a su izquierda y se aproximó a la puerta desde un ángulo que le daría la visión más amplia del espacio interior. Sin embargo, sin la luz del techo, la habitación estaba poblada de sombras y no vio ningún movimiento. Empezó a dar pequeños pasos pisando primero con su pie derecho y manteniendo una posición de disparo. Detrás de él oyó a Rachel al teléfono identificándose y pidiendo que le pasaran con el Departamento de Policía de Los Angeles.

Bosch llegó al umbral e hizo un movimiento de barrido con la pistola para cubrir la parte de la habitación sobre la cual no disponía de ángulo. Entró y se pegó a la pared de la derecha. No había movimiento ni rastro de Waits. El cuarto estaba vacío.

Miró el ventilador y confirmó su error. Estaba orientado hacia la bandera que colgaba en la pared de atrás. No se utilizaba para sacar aire húmedo. El ventilador se había usado para introducir aire.

Bosch dio dos pasos hacia la bandera. Se estiró hacia delante, la agarró por el borde y tiró hacia abajo.

En la pared, a un metro del suelo, vio la entrada a un túnel. Habían retirado una docena de bloques de cemento para crear una abertura cuadrada de un metro veinte de lado. La excavación en la ladera continuaba desde allí.

Bosch se agachó para mirar por la abertura desde la seguridad del lado derecho. El túnel era profundo y oscuro, pero vio un destello de luz diez metros más adelante. Se dio cuenta de que el pasadizo se doblaba y que había una fuente de luz al otro lado de la curva.

Bosch se inclinó más cerca y se dio cuenta de que podía oír un sonido procedente del túnel. Era un lloriqueo grave, un sonido terrible, pero hermoso a la vez. Significaba que al margen de los horrores que hubiera experimentado a lo largo de la noche, la mujer que Waits había raptado seguía viva.

Bosch se estiró hacia la mesa de trabajo y cogió la linterna más limpia que vio. Trató de encenderla, pero se habían agotado las pilas. Probó con otra y obtuvo un débil haz de luz. Tendría que bastar con eso.

Orientó la luz al túnel y confirmó que el primer tramo estaba despejado. Dio un paso hacia el interior del túnel.

– ¡Harry, espera!

Se volvió y vio a Rachel en el umbral.

– ¡Vienen refuerzos! -susurró.

Bosch negó con la cabeza.

– Ella está dentro. Está viva.

Se volvió de nuevo hacia el túnel y lo alumbró una vez más con la linterna. Todavía estaba despejado hasta la curva. Apagó la luz para conservarla. Miró a Rachel y se adentró en la oscuridad.

29

Bosch dudó un momento en la entrada del túnel para ajustar la visión y empezó a avanzar. No tenía que reptar. El túnel era lo bastante grande para recorrerlo en cuclillas. Con la linterna en la mano derecha y la pistola en la izquierda, Bosch mantenía la mirada en la tenue luz de delante. El sonido de la mujer llorando se hacía más audible a medida que avanzaba.

Tres metros en el interior del túnel, el olor mustio que había percibido fuera se convertía en un profundo hedor a descomposición. Por rancio que fuera, no era nuevo para él. Casi cuarenta años antes había sido una rata de los túneles en el ejército estadounidense, participando en más de un centenar de misiones en las galerías de Vietnam. El enemigo a veces enterraba a sus muertos en las paredes de arcilla de sus túneles. Eso los ocultaba de la vista, pero el hedor de la descomposición era imposible de ocultar. Una vez que se te metía en la nariz era igualmente imposible de olvidar.

Bosch sabía que se dirigía hacia algo terrorífico, que las víctimas desaparecidas de Raynard Waits estaban más adelante en el túnel. Ese había sido su destino en la noche en que pararon a Waits en su furgoneta de trabajo. Y Bosch no podía evitar pensar que quizás era también su propio destino. Habían transcurrido muchos años y había recorrido muchos kilómetros, pero le pareció que nunca había dejado atrás los túneles, que su vida siempre había sido un avance lento a través de espacios oscuros y reducidos hacia una luz parpadeante. Sabía que todavía era, y lo sería para siempre, una rata de los túneles.

Los músculos de los muslos le dolían por la tensión de avanzar en cuclillas. Los ojos empezaban a escocerle por el sudor. Y al acercarse al giro en el túnel, vio que la luz cambiaba y volvía a cambiar y supo que eso lo causaba la ondulación de una llama. La luz de una vela.

A un metro y medio de la curva, Bosch se detuvo, se apoyó sobre los talones y escuchó. Le pareció oír sirenas a su espalda. Los refuerzos estaban en camino. Trató de concentrarse en lo que oía por delante en el túnel, pero sólo era el sonido intermitente del llanto de la mujer.

Se enderezó y empezó a avanzar de nuevo. Casi inmediatamente la luz de delante se apagó y el lloriqueo cobró renovada energía y urgencia.

Bosch se quedó inmóvil. Luego oyó una risa nerviosa delante seguida por la familiar voz de Raynard Waits.

– ¿Es usted, detective Bosch? Bienvenido a mi zorrera.

Hubo más risas, pero luego nada. Bosch esperó diez segundos. Waits no dijo nada más.

– ¿Waits? Suéltela. Mándamela.

– No, Bosch. Ahora está conmigo. Al que entre aquí, lo mato. Me he guardado la última bala para mí.

– No, Waits. Escuche. Sólo déjela salir y entraré yo. Haremos un canje.

– No, Bosch. Me gusta la situación tal y como está.

– Entonces, ¿qué estamos haciendo? Hemos de hablar y ha de salvarse. No queda mucho tiempo. Suelte a la chica.

Al cabo de unos segundos surgió la voz de la oscuridad.

– ¿Salvarme de qué? ¿Para qué?

Los músculos de Bosch estaban a punto de acalambrarse. Cuidadosamente descendió hasta quedar sentado con la espalda apoyada en el lado derecho del túnel. Estaba seguro de que la luz de vela procedía de la izquierda. El túnel se doblaba hacia la izquierda. Mantuvo la pistola levantada, pero ahora la empuñaba con las muñecas cruzadas y con la linterna igualmente levantada y a punto.

– No hay escapatoria -dijo-. Ríndase y salga. Su trato sigue en pie. No ha de morir. Y la chica tampoco.

– No me importa morir, Bosch. Por eso estoy aquí. Porque no me importa una mierda. Sólo quería que fuera en mis propios términos. No en los del estado ni en los de nadie. Sólo en los míos.

Bosch se fijó en que la mujer se había quedado en silencio. Se preguntó qué habría pasado. ¿La había silenciado Waits? ¿O la habría…?

– ¿Qué pasa, Waits? ¿Está ella bien?

– Se ha desmayado. Demasiada excitación, supongo.

El asesino rio y luego se quedó en silencio. Bosch decidió que tenía que mantener a Waits hablando. Si estaba entretenido con Bosch, estaría distraído respecto a la mujer y a lo que sin duda se estaba preparando fuera del túnel.