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Al cabo de unos minutos se habían ido, regresando ruidosamente por el bosque hasta el descampado del aparcamiento y cargando con la escalera entre los dos. Bosch se acercó al terraplén, pero esperó hasta que dejó de oír a los hombres de la UIT antes de subir utilizando las raíces como asideros en su escalada.

Cuando llegó al descampado del aparcamiento no había rastro de Osani ni de su compañero. Bosch encendió otra vez el teléfono y esperó a que se pusiera en marcha. Quería ver si quien había llamado del Parker Center le había dejado un mensaje. Antes de poder escuchar, el teléfono empezó a vibrarle en la mano. Reconoció el número como una de las líneas de Casos Abiertos. Respondió la llamada.

– Soy Bosch.

– Harry, ¿dónde estás?

Era Abel Pratt y Bosch percibió un tono de urgencia en su voz.

– En ningún sitio. ¿Por qué?

– ¿Dónde estás?

Algo le decía a Bosch que Pratt sabía exactamente dónde estaba.

– Estoy en Beachwood Canyon. ¿Qué está pasando?

Hubo un momento de silencio antes de que Pratt respondiera, con el tono de urgencia sustituido por uno de enfado.

– Lo que está pasando es que acabo de recibir una llamada del teniente Randolph de la UIT. Dice que hay un Mustang registrado a tu nombre en el aparcamiento de ahí arriba. Le he dicho que es realmente extraño, porque Harry Bosch está en casa, suspendido de servicio y se supone que a un millón de kilómetros de la investigación de Beachwood Canyon.

Pensando con rapidez, a Bosch se le ocurrió una escapatoria.

– Mire, no estoy investigando nada. Estoy buscando algo. Perdí mi moneda de la suerte ayer. Sólo la estoy buscando.

– ¿Qué?

– Mi ficha de Robos y Homicidios. Debió de caérseme del bolsillo cuando me deslicé por el terraplén. Al llegar a casa anoche no estaba en mi bolsillo.

Al hablar, Bosch metió la mano en su bolsillo y sacó el objeto que reclamaba haber perdido. Era una pesada pieza de metal de aproximadamente el tamaño y el diámetro de una ficha de casino. Un lado mostraba la placa de detective y el otro la caricatura de un detective -traje, sombrero y mentón prominente- sobre una bandera americana de fondo. Se conocía como moneda o ficha de la suerte y era un remanente de la práctica de las unidades militares especializadas y de élite. Después de ser aceptado en una unidad, un soldado recibe una moneda de la suerte y se espera que la lleve siempre. En todo momento y lugar un compañero de unidad puede pedirle que le muestre la moneda. Esto suele ocurrir en un bar o una cantina. Si el soldado no lleva la moneda, ha de pagar la cuenta. La tradición se había observado durante muchos años en la División de Robos y Homicidios. A Bosch le habían dado su ficha al regresar de la jubilación.

– Al cuerno la moneda, Harry -dijo Pratt enfadado-. Puedes conseguir otra por diez pavos. Aléjate de la investigación. Vete a casa y quédate allí hasta que tengas noticias mías. Está claro.

– Muy claro.

– Además, ¿qué coño? Si perdiste la moneda allí, entonces la gente de Forense ya la habrá encontrado. Fueron a la escena con un detector de metales buscando cartuchos.

Bosch asintió.

– Sí, olvidé eso.

– Sí, Harry lo olvidaste. ¿Me estás tomando el pelo?

– No, jefe, no. Lo olvidé. Estaba aburrido y decidí venir a echar un vistazo. Vi a la gente de Randolph y decidí mantenerme escondido. No pensaba que llamaran para comprobar mi matrícula.

– Bueno, lo hicieron. Y luego yo recibí la llamada. No quiero que me salpique esto, Harry. Lo sabes.

– Me voy a casa ahora mismo.

– Bien. Y quédate allí.

Pratt no esperó la respuesta de Bosch. Colgó y Bosch cerró su teléfono. Lanzó la pesada moneda al aire y cayó en su palma, con la placa boca arriba. Se la guardó y caminó hasta su coche.

24

Algo en el hecho de que le dijeran que se marchara a casa hizo que Bosch no fuera allí. Después de irse de Beachwood Canyon hizo una parada en Saint Joe para ver cómo estaba Kiz Rider. La habían cambiado de habitación otra vez. Ahora estaba fuera de lo UCI, en planta. No tenía una habitación privada, pero la otra cama estaba vacía. Solían hacer eso por los polis.

Todavía le costaba esfuerzo hablar y el malestar de la depresión que había exhibido esa mañana no se había esfumado. Bosch no se quedó mucho. Le dio recuerdos de Jerry Edgar y finalmente se fue a casa como le habían ordenado, eso sí, cargado con las dos cajas y las carpetas que había recogido antes de la unidad de Casos Abiertos.

Puso las cajas en el suelo del comedor y esparció las carpetas sobre la mesa. Había un montón y sabía que tendría ocupación durante al menos un par de días con lo que se había llevado de la oficina. Se acercó al equipo de música y lo encendió. Ya tenía puesto el cede de la colaboración de Coltrane y Monk en el Carnegie Hall. El reproductor estaba en aleatorio y la primera canción que sonó fue «Evidence». Bosch lo tomó como una buena señal al volver a la mesa.

Para empezar pensaba hacer inventario de lo que tenía exacta mente para poder decidir cómo abordar su revisión del material. Lo primero, y lo más importante, era la copia del registro de la investigación en el caso en curso del que se acusaba a Raynard Waits. Se la había entregado Olivas, pero Bosch y Rider no lo habían estudiado a fondo porque sus asignaciones y prioridades eran los casos Fitzpatrick y Gesto. Sobre la mesa, Bosch tenía también el expediente del coso Fitzpatrick que Rider había sacado de Archivos, así como su copia secreta del expediente Gesto, del cual ya había llevado a cabo una revisión completa.

Por último, en el suelo había dos cajas de plástico que contenían los registros de la casa de empeños que se habían salvado después de que el negocio de Fitzpatrick fuera arrasado por las llamas y luego empapado por las mangueras de los bomberos durante los disturbios de 1992.

Había un cajoncito en el lateral de la mesa del comedor. Bosch suponía que había sido diseñado para la cubertería, pero como utilizaba la mesa con más frecuencia para trabajar que para comer, el cajón contenía diversos bolígrafos y blocs. Retiró uno de cada, decidiendo que tenía que anotar los aspectos importantes de la investigación en curso. Después de veinte minutos y tres hojas arrancadas y arrugadas, sus pensamientos en forma libre ocupaban menos de media página.

Echo Park pic_2.jpg

Bosch examinó las notas durante unos segundos. Sabía que las dos últimas preguntas eran en realidad el punto de partida. Si las cosas hubieran ido según el plan, ¿quién se habría beneficiado de la falsa confesión de Waits? Para empezar Waits, al evitar la pena de muerte. Pero el auténtico ganador era el auténtico asesino. El caso se habría cerrado, todas las investigaciones se habrían detenido. El asesino real habría escapado a la justicia.

Bosch contempló de nuevo las dos preguntas. ¿Quién se beneficia? ¿Por qué ahora? Las consideró cuidadosamente y luego invirtió el orden y las consideró de nuevo. Llegó a una única conclusión. Sus investigaciones continuadas del caso Marie Gesto habían creado una necesidad de hacer algo en ese momento. No podía menos que pensar que había llamado demasiado fuerte a la puerta de alguien y que todo el plan de Beachwood Canyon se había concebido por la presión que él continuaba ejerciendo en el caso.

Esta conclusión llevaba a la respuesta a la otra pregunta formulada al pie de la hoja: ¿Quién se beneficia? Bosch anotó:

Anthony Garland - Hancock Park

Durante trece años el instinto de Bosch le había dicho que Garland era el culpable. Pero más allá de su instinto no había prueba que relacionara directamente a Garland con el asesinato. Bosch todavía no tenía conocimiento de las pruebas, si es que existían, que pudieran haberse hallado durante la exhumación del cadáver y la autopsia, pero dudaba de que después de trece años hubiera algo útil, ni ADN ni indicios forenses que vincularan al asesino con el cuerpo.