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– Entonces, ¿qué vas a hacer? -preguntó ella.

– Como te he dicho, la siguiente parada es Beachwood Canyon. Después de eso, voy a encontrar al hombre que puede explicármelo todo.

– ¿O'Shea? Nunca hablará contigo.

– Lo sé. Por eso no voy a ir a hablar con él. Al menos todavía no.

– ¿Vas a encontrar a Waits?

Bosch percibió la duda en la voz de Rachel.

– Exacto.

– Se ha largado, Harry. ¿Crees que se quedaría aquí? Mató a dos polis. Su expectativa de vida en Los Angeles es cero. ¿Crees que se quedaría aquí con todas las personas con pistola y placa del condado buscándolo y con licencia para matar?

Harry Bosch asintió lentamente.

– Sigue aquí-dijo con convicción-. Todo lo que has dicho está bien, salvo que olvidas una cosa. Ahora él tiene el poder. Cuando escapó, el poder pasó a Waits. Y si es listo, y parece que lo es, lo usará. Se quedará y exprimirá a O'Shea al máximo.

– ¿Te refieres al chantaje?

– Lo que sea. Waits conoce la verdad. Sabe lo que ocurrió. Si puede hacer creíble que es un peligro para O'Shea y para toda su maquinaria electoral, y si puede contactar con O'Shea, ahora puede ser él quien obligue a saltar al candidato.

Ella asintió.

– El control es una buena cuestión -dijo ella-. ¿Y si esa conspiración tuya hubiera ido como estaba planeada? A ver, Waits carga con Gesto y con todas las demás y se va derecho a Pelican Bay o San Quintín a cumplir perpetua sin condicional. Entonces los conspiradores tienen a este tipo sentado en una celda y resulta que conoce todas las respuestas, y tiene el control. Sigue siendo un peligro para O'Shea y toda su maquinaria política. ¿Por qué iba a ponerse en semejante posición el futuro fiscal del distrito del condado de Los Angeles?

El camarero le devolvió la tarjeta de crédito y la factura final. Bosch añadió una propina y firmó. Debía de ser la comida más cara que no había probado.

Miró a Rachel cuando estaba terminando de garabatear su rúbrica.

– Buena pregunta, Rachel. No conozco la respuesta exacta, pero supongo que O'Shea u Olivas o alguien tenía un plan para terminar el juego. Y quizá por eso Waits decidió huir.

Ella arrugó el entrecejo.

– No puedo convencerte de lo contrario, ¿no?

– Todavía no.

– En fin, buena suerte. Creo que vas a necesitarla.

– Gracias, Rachel.

Se levantó y lo mismo hizo ella.

– ¿Tienes aparcacoches? -preguntó ella.

– No, he dejado el coche en el garaje de la biblioteca.

Eso significaba que saldrían del restaurante por puertas diferentes.

– ¿Nos veremos esta noche? -preguntó Bosch.

– Si no me retraso… Corre el rumor de que nos llegará un caso desde Washington. ¿Y si te llamo?

Él le dijo que le parecía bien y salió con Rachel hasta la puerta que conducía al garaje donde esperaban los aparcacoches. Bosch la abrazó y le dijo adiós.

23

En el camino de salida del centro de la ciudad, Bosch tomó por Hill Street hasta Cesar Chavez y dobló a la izquierda. Pronto se convirtió en Sunset Boulevard y condujo por esta avenida hasta Echo Park. No es que esperara ver a Raynard Waits cruzando el semáforo o saliendo de una clínica hispana o de una de las oficinas de la migra que se alineaban en la calle. Pero Bosch estaba siguiendo su instinto en el caso y éste le decía que Echo Park seguía en juego. Cuanto más conducía por el barrio, más le tomaba la medida a éste y mejor sería en su búsqueda. Instinto al margen, estaba seguro de una cosa: Waits había sido detenido la primera vez cuando iba de camino a un destino específico en Echo Park. Bosch iba a encontrarlo.

Se metió en una zona de estacionamiento prohibido cerca de Quintero Street y caminó hasta el grill Pescado Mojado. Pidió camarones a la diabla y mostró la foto de ficha policial de Waits al hombre que le atendió y a los clientes que esperaban en la cola. Recibió la habitual negativa con la cabeza de cada cliente y la conversación en castellano entre ellos se apagó. Bosch se llevó el marisco a una mesa y se terminó rápidamente el plato.

Desde Echo Park se dirigió a casa para quitarse el traje y ponerse unos tejanos y un jersey. Luego puso rumbo a Beachwood Canyon y recorrió su camino hasta la cima de la colina. El descampado que se utilizaba de aparcamiento debajo de Sunset Ranch estaba vacío, y Bosch se preguntó si toda la actividad y la atención de los medios del día anterior habían mantenido alejados a los paseantes. Salió del coche y abrió el maletero. Sacó una cuerda enrollada de diez metros y se dirigió a los arbustos por el mismo camino que había tomado detrás de Waits el día anterior.

Sólo había avanzado unos pasos por el sendero cuando su teléfono móvil empezó a vibrar. Se detuvo, sacó el teléfono de los tejanos y vio en la pantalla que quien llamaba era Jerry Edgar. Bosch le había dejado antes un mensaje mientras se dirigía a casa.

– ¿Cómo está Kiz?

– Mejor. Deberías visitarla, tío. Superar lo que tengas que superar con ella y visitarla. Ni siquiera llamaste ayer.

– No te preocupes, lo haré. De hecho, estaba pensando en salir temprano y pasarme. ¿Vas a estar allí?

– Tal vez. Llámame cuando vayas y trataré de reunirme contigo. En cualquier caso, no llamaba por eso. Hay un par de cosas que quería contarte. En primer lugar, tenían una confirmación de la identificación en la autopsia hoy. Era Marie Gesto.

Edgar se quedó un momento en silencio antes de responder.

– ¿Has hablado con sus padres?

– Todavía no. Dan trabaja ahora vendiendo tractores. Pensaba llamar esta noche cuando él haya vuelto a casa y los dos estén juntos.

– Eso es lo que yo haría. ¿Qué más tienes, Harry? Hay un tipo aquí en una sala por violación y homicidio y voy a entrar a partirle el culo.

– Lamento interrumpir. Pensaba que me habías llamado tú.

– Lo he hecho, tío, pero te estaba contestando la llamada muy deprisa por si acaso era importante.

– Es importante. Pensaba que te gustaría saberlo. Creo que esa anotación que encontraron en los 51 de este caso era falsa. Creo que cuando todo se aclare, estaremos a salvo.

Esta vez no hubo vacilación en la respuesta de su antiguo compañero.

– ¿Qué estás diciendo, que Waits no nos llamó entonces?

– Exacto.

– Entonces, ¿cómo llegó esa anotación a la crono?

– Alguien la añadió. Recientemente. Alguien que me quería joder.

– ¡Maldita sea! -exclamó Edgar. Bosch percibió la rabia y el alivio en la voz de su antiguo compañero-. No he dormido desde que me llamaste y me contaste esta mierda, Harry. No sólo te han jodido a ti, tío.

– Eso es lo que suponía. Por eso he llamado. No lo he averiguado todo, pero es lo que parece. Cuando sepa toda la historia, te la contaré. Ahora vuelve a la sala de interrogatorios y acaba con ese tipo.

– Harry, eres mi hombre, acabas de alegrarme el día. Voy a ir a esa sala a crujirle los huesos a ese capullo.

– Me alegro de oírlo. Llámame si vas a ir a ver a Kiz.

– Lo haré.

Pero Bosch sabía que Edgar sólo iba a hacerlo de boquilla. No visitaría a Kiz, y menos si estaba a punto de resolver un caso como había dicho. Después de cerrar el teléfono y guardárselo en el bolsillo, Bosch miró a su alrededor y asimiló el entorno. Miró arriba y abajo, desde el suelo a la bóveda arbórea, y no vio ninguna señal obvia. Supuso que no había necesidad de un sendero de Hansel y Gretel mientras Waits permaneciera en el camino claramente definido. Si había señales, éstas se hallarían al pie de la pendiente fangosa del terraplén. Se dirigió hacia allí.

En la parte de arriba del terraplén ató la cuerda en torno al tronco de un roble blanco y consiguió bajar haciendo rapel. Dejó la cuerda en su sitio y de nuevo examinó el área desde el suelo a la bóveda arbórea. No vio nada que señalara de manera inmediata el camino al emplazamiento de la fosa en la que se había hallado a Marie Gesto. Empezó a caminar hacia la tumba, buscando marcas en los troncos de los árboles, cintas en las ramas, cualquier cosa de la que Waits pudiera haberse valido para encontrar el camino.