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– Sí, no hay problema.

Pratt salió de la oficina y Bosch esperó treinta segundos a que cogiera el ascensor. Luego puso una pila de carpetas en una de las cajas de pruebas y se dirigió a la puerta con todo. Tuvo tiempo de bajarlo hasta su coche y volver antes de que Pratt regresara de la cafetería. Entonces cogió la segunda caja y se fue. Nadie le preguntó qué estaba haciendo ni adónde iba con ese material.

Después de salir del aparcamiento, Bosch miró el reloj y vio que contaba con menos de una hora libre antes de encontrarse para comer con Rachel. No había tiempo suficiente para conducir hasta casa, dejar los documentos y volver, además, habría sido una pérdida de tiempo y gasolina. Pensó en cancelar la comida para poder ir directamente a casa y empezar con la revisión de los registros, pero descartó la idea porque sabía que Rachel sería una buena caja de resonancia y que incluso podría proporcionarle algunas ideas acerca de lo que quería decir Waits al gritar durante el tiroteo.

También podía llegar pronto al restaurante y empezar su revisión mientras esperaba a Rachel en la mesa, aunque eso podía suponer un problema si un cliente o un camarero atisbaba algunas de las fotos del expediente.

La principal biblioteca de la ciudad se hallaba en la misma manzana del restaurante y decidió que iría allí. Podía trabajar un poco con los archivos en uno de los cubículos privados y luego reunirse con Rachel a tiempo en el restaurante.

Bosch sintió que una pesada mezcla de alivio y rabia empezaba a superarle. La carga de la culpa por el error que él y Edgar habían cometido se estaba desvaneciendo. Estaban a salvo y necesitaba contárselo a Edgar lo antes posible. Pero Bosch no podía abrazar esa sensación -todavía no- por la creciente rabia que sentía al haber sido víctima de Olivas. Se levantó y salió del cubículo. Abandonó la sala de consulta y accedió a la rotonda principal de la biblioteca, donde un mosaico circular en lo alto de las paredes contaba la historia de los fundadores de la ciudad.

Bosch tenía ganas de gritar, de exorcizar el demonio, pero se mantuvo en silencio. Un vigilante de seguridad pasó a toda prisa por aquella estructura oscura, quizá de camino a detener a un ladrón de libros o a un exhibicionista. Bosch observó cómo se alejaba y volvió a su trabajo.

De vuelta en el cubículo, intentó pensar en lo ocurrido. Olivas había alterado el expediente escribiendo una entrada de dos líneas en la cronología que haría creer a Bosch que había cometido un error garrafal en las primeras etapas de la investigación. La anotación decía que Robert Saxon había llamado para informar de que había visto a Gesto en el supermercado Mayfair la tarde de su desaparición.

Eso era todo. No era el contenido de la llamada lo que era importante para Olivas. Era su autor. Olivas había querido meter de alguna manera a Raynard Waits en el expediente. ¿Por qué? ¿Para causar a Bosch algún tipo de complejo de culpa que le permitiera tener ventaja y controlar la investigación en curso?

Bosch descartó esta posibilidad. Olivas ya llevaba ventaja y tenía el control. Era el investigador jefe en el caso Waits y el hecho de que Bosch fuera propietario del caso Gesto no alteraría eso. Bosch iba a bordo, sí, pero no manejaba el timón. Olivas dirigía el rumbo y por consiguiente introducir el nombre de Robert Saxon no era necesario.

Tenía que existir otra razón.

Bosch reflexionó durante un rato, pero sólo se le ocurrió la débil conclusión de que Olivas necesitaba conectar a Waits con Gesto. Al poner el alias del asesino en el expediente, se remontaba trece años en el tiempo y vinculaba firmemente a Raynard Waits con Marie Gesto.

Pero Waits estaba a punto de reconocer que había asesinado a Gesto. No podía haber mayor vínculo que una confesión sin coerción. Incluso iba a conducir a las autoridades hasta el cadáver. La anotación en la cronología sería una conexión menor comparada con estas dos. Entonces, ¿por qué ponerla?

En última instancia, Bosch estaba confundido por el riesgo que había corrido Olivas. Había alterado el expediente oficial de una investigación de asesinato sin aparentemente ninguna razón ni beneficio. Había corrido el riesgo de que Bosch descubriera el engaño y lo acusara. Había corrido el riesgo de que algún día el engaño fuera posiblemente revelado en el tribunal por un abogado listo como Maury Swann. E hizo todo ello sabiendo que no tenía necesidad de hacerlo, sabiendo que Waits estaría sólidamente ligado al caso con una confesión.

Ahora Olivas estaba muerto y no podía ser confrontado. No había nadie para responder por qué.

Salvo quizá Raynard Waits.

«¿Qué pinta tiene ahora tu chanchullo?»

Y quizá Rick O'Shea.

Bosch pensó en ello y de repente lo comprendió todo. De repente supo por qué Olivas había corrido el riesgo y había puesto el espectro de Raynard Waits en el expediente de Marie Gesto. Lo vio con una claridad que no dejaba espacio para la duda.

Raynard Waits no mató a Marie Gesto.

Se levantó de un salto y empezó a recoger los archivos. Agarrándolos con ambas manos, se apresuró por la rotonda hacia la salida. Sus pisadas hicieron eco detrás de él en la gran sala como una multitud que lo persiguiera. Miró hacia atrás, pero no había nadie.

22

Bosch había perdido la noción del tiempo en la biblioteca. Llegaba tarde. Rachel ya estaba sentada y esperándolo. Tenía un gran menú de una página que oscurecía la expresión de enfado de su rostro cuando un camarero condujo a Bosch a la mesa.

– Lo siento -dijo Bosch al sentarse.

– Está bien -replicó ella-, pero ya he pedido. No sabía si ibas a aparecer o no.

Rachel le pasó el menú y él inmediatamente se lo devolvió al camarero.

– Tomaré lo mismo que ella -dijo-, y con el agua está bien.

Bebió del vaso que ya le habían servido mientras el camarero se alejaba. Rachel le sonrió, pero no de manera agradable.

– No te va a gustar. Será mejor que vuelvas a llamarlo.

– ¿Por qué? Me gusta el pescado.

– Porque he pedido sashimi. La otra noche me dijiste que te gusta el pescado cocinado.

La noticia le dio que pensar un momento, pero decidió que se merecía pagar por su error de llegar tarde.

– Todo va al mismo sitio -dijo, descartando la cuestión-. Pero ¿por qué llaman a este sitio Water Grill si sirven la comida cruda?

– Buena pregunta.

– Olvídalo. Hemos de hablar. Necesito tu ayuda, Rachel.

– ¿Con qué? ¿Qué pasa?

– No creo que Raynard Waits matara a Marie Gesto.

– ¿Qué quieres decir? Te condujo a su cadáver. ¿Estás diciendo que no era Marie Gesto?

– No, la identificación se ha confirmado esta mañana en la autopsia. Definitivamente es Marie Gesto la que estaba en esa rumba.

– ¿Y Waits fue quien os llevó allí?

– Sí.

– ¿Y Waits fue quien confesó haberla matado?

– Sí.

– ¿En la autopsia la causa de la muerte coincidía con la confesión?

– Sí, por lo que he oído sí.

– Entonces, Harry, lo que dices es absurdo. Con todo eso, ¿cómo puede no ser el asesino?

– Porque está pasando algo que no sabemos, que yo no sé. Olivas y O'Shea tenían alguna jugada en marcha. No estoy seguro de cuál era, pero todo se fue al traste en Beachwood Ganyon.

Ella levantó ambas manos para pedirle que parara.

– ¿Por qué no empiezas por el principio? Cuéntame sólo los hechos. No teorías ni conjeturas. Sólo dime lo que tienes.

Le contó todo, empezando con la alteración del expediente del caso por Olivas y concluyendo con el relato detallado de lo que había ocurrido cuando Waits empezó a subir por la escalera en Beachwood Canyon. Le dijo lo que Waits había gritado a O'Shea y lo que se había eliminado de la cinta de vídeo de la expedición.

Tardó quince minutos y durante ese tiempo sirvieron la comida. Bosch pensó que era lógico que llegara deprisa. ¡No tenían que cocinarla! Se sentía afortunado de ser el que estaba llevando la conversación. Eso le daba una buena excusa para no comer el pescado crudo que le pusieron delante.