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– Vamos, Harry, ¿crees que yo sé algo de esa conversación? Sólo he recibido una llamada y me han dicho que hiciera otra, ¿entiendes?

– Sí.

– Pero míralo de este modo: con Irving tirándote mierda, la última cosa que haría el jefe sería darte la espalda, porque eso equivaldría a darle la razón. La forma en que yo interpreto esto es que quieren seguir el reglamento a rajatabla y dejarlo todo bien atado antes de cerrarlo. Así que disfruta de la suspensión y permanece en contacto.

– Sí. ¿Qué ha oído de Kiz?

– Bueno, no han de preocuparse por suspenderla a ella. No va a ir a ninguna parte.

– No me refiero a eso.

– Sé a qué te refieres.

– ¿Y?

Era como pelar la etiqueta de una botella de cerveza. Nunca sale entera.

– Y creo que Kiz puede tener algún problema. Ella estaba allí arriba con Olivas cuando Waits actuó. La cuestión es, ¿por qué no le voló los sesos cuando tuvo ocasión? Parece que se quedó paralizada, Harry, y eso significa que puede verse perjudicada con este asunto.

Bosch asintió con la cabeza. La interpretación política de la situación que había hecho Pratt parecía enfocada. Le hizo sentir mal. En ese momento, Rider tenía que luchar para salvar su vida. Después tendría que luchar para salvar su empleo. Sabía que no importaba de qué lucha se tratara, él permanecería a su lado hasta el final.

– De acuerdo -dijo-. ¿Algo nuevo sobre Waits?

– Nada, ni rastro. Probablemente ahora esté en México. Si ese tipo sabe lo que le conviene, no volverá a sacar la cabeza del suelo.

Bosch no estaba tan seguro al respecto, pero no expresó su desacuerdo. Algo, el instinto, le decía que Waits había enterrado la cabeza, sí, pero que no se había ido muy lejos. Pensó en el metro de la línea roja en el que aparentemente había desaparecido Waits y en sus numerosas paradas entre Hollywood y el centro. Recordó la leyenda de Reynard el Zorro y el castillo secreto.

– Harry, he de colgar -dijo Pratt-. ¿Estás bien?

– Sí, bien, genial. Gracias por la información, jefe.

– Vale, Harry. Técnicamente has de llamarme o presentarte todos los días hasta que recibamos la noticia de que vuelves a estar en activo.

– Entendido.

Bosch colgó el teléfono. Al cabo de unos minutos, Rachel entró en la cocina y vertió café en una taza aislante que venía con el Lexus que ella había adquirido en leasing cuando la transfirieron a Los Angeles. Se había traído la taza la noche anterior.

Walling estaba vestida y lista para irse a trabajar.

– No tengo aquí nada para desayunar -dijo Bosch-. Podemos ir a Du-par's si tienes tiempo.

– No importa. He de irme.

Rachel abrió un sobre rosa de edulcorante y vertió el contenido en el café. Abrió la nevera y sacó un bric de leche que había traído asimismo la noche anterior. Se hizo un cortado y puso la tapa en el vaso.

– ¿Qué era esa llamada que acabas de recibir? -preguntó.

– Mi jefe. Acaban de marginarme mientras dure todo esto.

– Oh, chico… -Se acercó y lo abrazó.

– En cierto modo es rutina. Los medios y la política del caso lo han convertido en una necesidad. Estoy suspendido de empleo hasta que la UIT empaquete las cosas y me exima de cualquier actuación irregular.

– ¿Vas a estar bien?

– Ya lo estoy.

– ¿Qué vas a hacer?

– No lo sé. Suspensión de empleo no significa que tenga que quedarme en casa. Así que iré al hospital a ver si puedo quedarme un rato con mi compañera. Después ya veré.

– ¿Quieres comer conmigo?

– Sí, claro, eso pinta bien.

Rápidamente se habían deslizado a una comodidad doméstica que a Bosch le gustaba. Era casi como si no tuvieran que hablar.

– Mira, estoy bien -dijo Bosch-. Ve a trabajar e intentaré pasarme a la hora de comer. Te llamaré.

– Vale. Ya hablaremos.

Ella le besó en la mejilla antes de salir al garaje por la puerta de la cocina. Harry le había dicho que usara ese espacio los días que viniera a quedarse con él.

Bosch tomó una taza de café en la terraza de atrás mientras miraba el paso de Cahuenga. El cielo seguía claro por la lluvia de dos días antes. Sería otro hermoso día en el paraíso. Bosch decidió ir a Du-par's por su cuenta y desayunar allí antes de dirigirse al hospital a ver cómo estaba Kiz. Podía coger los periódicos, ver qué se había escrito sobre los acontecimientos del día anterior y llevárselos a Kiz y quizá leérselos si a ella le apetecía.

Volvió a entrar y decidió dejarse el traje y la corbata que se había puesto esa mañana antes de recibir la llamada de Pratt. Suspendido o no, iba a tener el aspecto de un detective y a actuar como tal. No obstante, fue al armario del dormitorio y sacó del estante superior la caja que contenía las copias de expedientes de varios casos que había hecho cuatro años antes, al retirarse. Buscó entre la pila hasta que encontró la del homicidio de Marie Gesto, Jackson y Marcia tenían el original porque ahora se ocupaban de la investigación. Decidió llevarse la copia consigo por si necesitaba leer algo mientras visitaba a Rider o por si Jackson y Marcia llamaban con alguna pregunta.

Bajó en coche por la colina y tomó Ventura Boulevard en dirección oeste hasta Studio City. En Du-par's compró ejemplares del Los Angeles Times y del Daily News del expositor de fuera del restaurante, luego entró y pidió tostadas y café en el mostrador.

El artículo sobre Beachwood Canyon estaba en primera página de ambos periódicos. Ambos mostraban fotografías en color de la ficha policial de Raynard Waits y los artículos hablaban de la caza del desquiciado asesino, así como de la formación de una fuerza especial del Departamento de Policía de Los Angeles. Se proporcionaba un número de teléfono gratuito para aportar información que condujera a encontrar a Waits. Los directores de los periódicos al parecer consideraban ese ángulo más importante para los lectores y un mejor argumento de ventas que la muerte de dos policías en acto de servicio y el estado grave de una tercera.

Los artículos contenían información proporcionada durante las numerosas conferencias de prensa celebradas el día anterior, pero muy pocos detalles acerca de lo que verdaderamente había ocurrido en el bosque situado en la cima de Beachwood Canyon. Según los artículos, todo estaba bajo investigación en curso y la información era celosamente guardada por quienes se hallaban al mando. Las notas biográficas de los agentes implicados en el tiroteo y del ayudante del sheriff Doolan eran a lo sumo esbozos. Ambas víctimas de Waits eran hombres de familia. La detective herida, Kizmin Rider, se había separado recientemente de su «compañera en la vida», un código periodístico para decir que era homosexual. Bosch no reconoció los nombres de los autores de los artículos y pensó que quizá serían nuevos en la sección policial y sin fuentes lo suficientemente cercanas a la investigación para desvelar detalles internos.

En las páginas interiores de ambos diarios, Bosch encontró artículos complementarios centrados en la respuesta política al tiroteo y a la fuga de Waits. Ambos periódicos citaban a diversos expertos locales que en su mayoría aseguraban que aún era pronto para decir si el incidente de Beachwood ayudaría o dificultaría la candidatura de O'Shea a la fiscalía del distrito. Aunque era su caso el que se había torcido horriblemente, la noticia de sus desinteresados esfuerzos para ayudar a salvar a la agente del orden herida mientras un asesino armado estaba suelto en el mismo bosque podía ser un contrapeso positivo.

Un experto declaraba: «En esta ciudad, la política es como la industria del cine; nadie sabe nada. Esto podría ser lo mejor que podía ocurrirle a O'Shea. O podría ser lo peor».

Por supuesto, el oponente de O'Shea, Gabriel Williams, citado profusamente en ambos diarios, calificaba el incidente de desgracia imperdonable y cargaba la culpa a O'Shea. Bosch pensó en la cinta desaparecida y en lo útil que sería para la campaña de Williams. Pensó que quizá Corvin, el cámara, ya lo había descubierto.