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– Doctor Kim -dijo en voz baja-, en cierto momento esta mujer trabajó directamente para mí. No quiero perderla.

– Estamos haciendo todo lo posible, jefe. No la perderemos.

El jefe de policía asintió. Cuando el grupo se encaminó entonces hacia las puertas de la sala de espera, Bosch notó que una mano le agarraba por el hombro. Al volverse vio que se trataba del jefe. Éste apartó a Bosch para hablar con él en privado.

– Detective Bosch, ¿cómo está?

– Estoy bien, jefe.

– Gracias por traerla aquí tan deprisa.

– No me pareció tan deprisa en ese momento y no fui sólo yo. Había varios de nosotros. Trabajamos juntos.

– Correcto, sí, ya lo sé. O'Shea ya está en las noticias contando que la sacaron del bosque. Sacando provecho a su parte.

A Bosch no le extrañó oírlo.

– Acompáñeme un momento, detective -dijo el jefe.

Atravesaron la sala de espera y se dirigieron a la zona de acceso de las ambulancias. El jefe de policía no habló hasta que estuvieron fuera del edificio y lejos del alcance auditivo de los demás.

– Vamos a tener presión con esto -dijo al fin-. Tenemos a un asesino en serie reconocido corriendo suelto por la ciudad. Quiero saber qué ocurrió en esa montaña/ detective. ¿Por qué las cosas fueron tan terriblemente mal?

Bosch puso una expresión de arrepentimiento. Sabía que lo ocurrido en Beachwood Canyon sería como una bomba que detonaría y enviaría una onda expansiva a través de la ciudad y el departamento.

– Es una buena pregunta, jefe -replicó-. Estuve allí, pero no estoy seguro de lo que ocurrió.

Una vez más, Bosch empezó a contar la historia.

18

Los medios y la policía fueron abandonando poco a poco la sala de espera de Urgencias. En cierto modo, Kiz Rider constituía una decepción porque no había muerto. Si hubiese muerto, todo se habría convertido en un fragmento de noticias inmediato. Entrar, conectar en directo y luego pasar al siguiente sitio y a la siguiente conferencia de prensa. Pero ella resistía y la gente no podía quedarse esperando. Al ir pasando las horas, el número de personas en la sala de espera fue menguando hasta que sólo quedó Bosch. Rider no mantenía en ese momento ninguna relación sentimental y sus padres se habían marchado de Los Angeles después de la muerte de su hermana, así que sólo quedaba Bosch esperando la oportunidad de verla.

Poco antes de las cinco de la tarde, el doctor Kim salió por las puertas dobles buscando al jefe de policía o al menos a alguien de uniforme o por encima del rango de detective. Tuvo que conformarse con Bosch, que se levantó para recibir las noticias.

– Está bien. Está consciente y la comunicación no verbal es buena. No está hablando por el trauma en el cuello y porque la hemos intubado, pero todos los indicadores iniciales son positivos. Ni ataque, ni infección; todo son buenas señales. La otra herida está estabilizada y nos ocuparemos de ella mañana. Ya ha tenido suficiente cirugía por un día.

Bosch asintió con la cabeza. Sintió un tremendo alivio inundando su interior. Kiz iba a salvarse.

– ¿Puedo verla?

– Unos pocos minutos, pero, como he dicho, ahora no va a hablar. Acompáñeme.

Bosch siguió al jefe de cirugía uno vez más por las puertas dobles. Atravesaron Urgencias hasta la unidad de cuidados intensivos. Kiz estaba en la segunda habitación de la derecha. Su cuerpo parecía pequeño en la cama, rodeada de todo el equipo de monitores y tubos. Tenía los ojos entreabiertos y no mostró ningún cambio cuando Bosch entró en su campo focal. Bosch se dio cuenta de que Rider apenas estaba consciente.

– Kiz -dijo Bosch-, ¿cómo estás, compañera?

Se estiró para cogerle la mano ilesa.

– No intentes contestar. No debería haberte preguntado nada. Sólo quería verte. El jefe de cirugía acaba de decirme que te pondrás bien. Tendrás que hacer rehabilitación, pero quedarás como nueva.

Rider no podía hablar ni emitir ningún sonido por culpa del tubo que le bajaba por la garganta, pero le apretó la mano y Bosch lo tomó como una respuesta positiva.

Acercó una silla y se sentó para poder mantenerle la mano cogida. A lo largo de la siguiente media hora no le dijo casi nada. Sólo le sostenía la mano y se la apretaba de vez en cuando.

A las cinco y media entró una enfermera y le dijo a Bosch que dos hombres habían preguntado por él en la sala de espera de Urgencias. Bosch le dio un último apretón en la mano a Rider y le dijo que volvería por la mañana.

Los dos hombres que lo esperaban eran investigadores de la UIT. Se llamaban Randolph y Osani. Randolph era el teniente a cargo de la unidad. Llevaba tanto tiempo verificando tiroteos en los que había participación policial que había supervisado las investigaciones las últimas cuatro veces que Bosch había disparado su arma.

Se lo llevaron al coche para poder hablar en privado. Con una grabadora a su lado en el asiento, Bosch les contó su historia, empezando con el inicio de su participación en la investigación. Randolph y Osani no hicieron preguntas hasta que Bosch empezó a recontar la expedición de esa mañana con Waits. En un punto ellos formularon muchas preguntas obviamente destinadas a obtener respuestas que encajaran con el plan preconcebido por el departamento para afrontar el desastre del día. Estaba claro que querían establecer que las decisiones importantes, por no decir rodas las decisiones, las había tomado la oficina del fiscal del distrito en la persona de Rick O'Shea. Eso no equivalía a decir que el departamento planeaba anunciar que el desastre debería colocarse a las puertas del despacho de O'Shea. Pero la policía se estaba preparando para defenderse de los ataques.

Así que cuando Bosch recontó el momentáneo desacuerdo sobre si había que quitar las esposas a Waits para que éste bajara por la escalera, Randolph presionó en busca de citas textuales de lo que se dijo y de quién lo dijo. Bosch sabía que él era el último interrogado. Presumiblemente ya habían hablado con Cal Cafarelli, Maury Swann y O'Shea y su videógrafo.

– ¿Han mirado el vídeo? -preguntó Bosch cuando hubo terminado de contar su visión de las cosas.

– Todavía no. Lo haremos.

– Bueno, debería contenerlo todo. Creo que el tipo estuvo grabando desde que empezamos. De hecho, a mí también me gustaría ver esa cinta.

– Bueno, para ser sinceros, tenemos un pequeño problema con eso -dijo Randolph-. Corvin dice que debió de perder la cinta en el bosque.

– ¿Corvin es el tipo de la cámara?

– Exacto. Dice que debió de caérsele del bolsillo cuando llevaban a Rider en la escalera. No la hemos encontrado.

Bosch asintió e hizo los cálculos políticos. Corvin trabajaba para O'Shea. La cinta mostraría a O'Shea ordenando a Olivas que quitara las esposas a Waits.

– Corvin miente -dijo Bosch-. Llevaba esos pantalones con un montón de bolsillos para meter material. Pantalones militares de faena. Vi perfectamente cómo sacaba la cinta de la cámara y se la guardaba en uno de esos bolsillos con solapa de la pierna. Fue cuando era el último que quedaba abajo. Sólo yo lo vi. Pero no se le podía caer. Cerró la solapa. Él tiene la cinta.

Randolph se limitó a asentir como si hubiera supuesto en todo momento que lo que Bosch acababa de decir era la realidad, como si el hecho de que les mintieran fuera el pan de cada día en la UIT.

– En la cinta sale O'Shea diciéndole a Olivas que le quite las esposas -dijo Bosch-. No es la clase de vídeo que O'Shea quiere ver en las noticias o en manos del departamento en un año de elecciones ni en ningún año. Así que la cuestión es si Corvin se ha quedado la cinta para tener un as sobre O'Shea o si éste le ha dicho que guarde la cinta. Yo apostaría por O'Shea.

Randolph no se molestó ni siquiera en asentir.

– Vale, volvamos sobre todo una vez más y ya se podrá ir -dijo en cambio.

– Claro -dijo Bosch, comprendiendo que le estaban diciendo que la cinta no era asunto suyo-. Lo que haga falta.