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– Deje la cámara -ordenó Bosch.

– No puedo. Soy respon…

– Si la sube aquí, la voy a coger y la voy a tirar lo más lejos que pueda.

El cámara, a regañadientes, dejó su equipo en el suelo, sacó la cinta digital y se la guardó en uno de los grandes bolsillos de los pantalones de militar. A continuación subió. Cuando todos estuvieron arriba, Bosch tiró de la escalera y fue a colocarla al lado de Rider.

– Bien, vamos a usar la escalera como camilla. Dos hombres a cada lado y, Cal, necesito que camines a nuestro lado y que mantengas la presión en el cuello.

– Entendido -dijo.

– Vale, pongámosla en la escalera.

Bosch se colocó junto al hombro derecho de Rider mientras los demás se situaban en las piernas y en el otro hombro. La levantaron cuidadosamente hasta la escalera. Cafarelli mantuvo sus manos en el cuello de Rider.

– Hemos de tener cuidado -les instó Bosch-. Si inclinamos esto, se caerá. Cal, mantenla en la escalera.

– Hecho. Vamos.

Levantaron la escalera y empezaron a desandar el sendero. El peso de Rider distribuido entre cuatro camilleros no era problema, pero el barro sí. Swann, con sus zapatos del tribunal, resbaló dos veces, y la camilla casera casi volcó. En ambas ocasiones Cafarelli literalmente abrazó a Rider en la escalera y la mantuvo en su lugar.

Tardaron menos de diez minutos en llegar al descampado. Bosch vio inmediatamente que la furgoneta del forense no estaba; sin embargo, Kathy Kohl y sus dos ayudantes seguían allí, ilesos junto a la furgoneta de la policía científica.

Bosch examinó el cielo en busca de un helicóptero, pero no vio ninguno. Les pidió a los demás que colocaran a Rider junto a la furgoneta de la policía científica. Recorriendo el último tramo con una mano metida debajo de la escalera, usó la mano libre para manejar la radio.

– ¿Dónde está mi transporte aéreo? -gritó al que contestó.

La respuesta fue que estaba en camino y que el tiempo estimado de llegada era de un minuto. Bajó suavemente la escalera al suelo y miró a su alrededor para asegurarse de que había espacio suficiente en el aparcamiento para que aterrizara un helicóptero. Detrás de él oyó que O'Shea interrogaba a Kohl.

– ¿Qué ha pasado? ¿Adónde ha ido Waits?

– Salió del bosque y disparó al helicóptero de la tele. Luego cogió nuestra furgoneta a punta de pistola y se dirigió colina abajo.

– ¿El helicóptero lo siguió?

– No lo sabemos. No lo creo. Se alejó en cuanto Waits empezó a disparar.

Bosch oyó el sonido de un helicóptero que se aproximaba y deseó que no fuera el de Canal Cuatro. Caminó hasta el centro de la zona más despejada del aparcamiento y aguardó. Al cabo de unos momentos un transporte aéreo medicalizado superó la cima de la montaña e inició el descenso.

Dos auxiliares médicos saltaron del helicóptero en el momento en que éste tomó tierra. Uno llevaba un maletín de material, mientras que el otro cargaba con una camilla plegable. Se arrodillaron a ambos lados de Rider y se pusieron manos a la obra.

Bosch se levantó y observó con los brazos cruzados con firmeza delante del pecho. Vio que uno le ponía una mascarilla de oxígeno a Rider mientras el otro le colocaba una vía en el brazo. Entonces empezaron a examinar sus heridas. Bosch se repetía un mantra para sus adentros: «Vamos, Kiz, vamos, Kiz, vamos, Kiz…».

Era más una oración.

Uno de los auxiliares médicos se volvió hacia el helicóptero e hizo una señal al piloto haciendo girar un dedo en el aire. Bosch sabía que significaba que tenían que irse. El tiempo sería clave. El rotor del helicóptero empezó a girar con más velocidad. El piloto estaba preparado.

La camilla estaba desplegada y Bosch ayudó a los auxiliares médicos a colocar a Rider sobre ella. Acto seguido, cogió uno de los asideros y les ayudó a llevarla al transporte aéreo que aguardaba.

– ¿Puedo ir? -gritó Bosch en voz alta cuando avanzaban hacia la puerta abierta del helicóptero.

– ¿Qué? -gritó uno de los auxiliares.

– ¿Puedo ir? -repitió en un grito.

El auxiliar médico negó con la cabeza.

– No, señor. Necesitamos sitio para trabajar con ella. Va a ser muy justo.

Bosch asintió.

– ¿Adónde la llevan?

– A Saint Joe.

Bosch asintió de nuevo. Saint Joseph se hallaba en Burbank. Por aire quedaba justo al otro lado de la montaña, cinco minutos de vuelo a lo sumo. En coche era un largo recorrido por la montaña y a través del paso de Cahuenga.

Rider fue subida con cuidado al helicóptero y Bosch retrocedió. Cuando la puerta empezó a cerrarse quiso gritar algo a su compañera, pero no se le ocurrió ninguna palabra. La puerta se cerró y ya era demasiado tarde. Decidió que si Kiz estaba consciente y todavía se preocupaba por tales cosas, ella habría sabido Jo que quería decirle.

El helicóptero despegó al tiempo que Bosch retrocedía preguntándose si volvería a ver a Kiz con vida.

Justo cuando el aparato se alejaba inclinándose, un coche patrulla llegó a toda velocidad hasta el aparcamiento, con las luces azules destellando. Saltaron dos agentes uniformados de la División de Hollywood. Uno de ellos había desenfundado la pistola y apuntó a Bosch. Cubierto de barro y sangre, Bosch entendió el porqué.

– ¡Soy agente de policía! Tengo la placa en el bolsillo de atrás.

– Déjenos verla -dijo el hombre armado-. ¡Despacio!

Bosch sacó la cartera que contenía su placa y la abrió. Pasó la inspección y bajaron la pistola.

– Volved al coche -ordenó-. ¡Hemos de irnos!

Bosch corrió a la puerta trasera del coche. Los agentes de policía entraron y él les dijo que volvieran a bajar a Beachwood.

– ¿Adónde? -preguntó el que conducía.

– Tenéis que llevarme al otro lado de la montaña, a Saint Joe. Mi compañera va en ese helicóptero.

– Entendido. Código tres.

El conductor le dio a! interruptor que añadía la sirena a las luces de emergencia ya encendidas y pisó el acelerador. El coche, con un chirrido de neumáticos y salpicando gravilla, dio un giro de ciento ochenta grados y se dirigió colina abajo. La suspensión estaba destrozada, como ocurría con la mayoría de los vehículos que el departamento sacaba a la calle. El coche viraba brusca y peligrosamente en las curvas de descenso, pero a Bosch no le importaba. Tenía que ver a Kiz. En un momento casi comisionaron con otro coche patrulla que se dirigía a la misma velocidad hacia la escena del crimen.

Finalmente, a medio camino de la colina, el conductor frenó cuando estaban pasando la zona comercial atestada de peatones de Hollywoodland.

– ¡Alto! -gritó Bosch.

El chófer obedeció con un eficaz chirrido de los frenos.

– Vuelve atrás. Acabo de ver la furgoneta.

– ¿Qué furgoneta?

– ¡Vuelve atrás!

El coche patrulla dio marcha atrás por el barrio del mercado. En el aparcamiento lateral, Bosch vio la furgoneta azul pálido del forense aparcada en la última fila.

– Nuestro custodiado se escapó y lleva una pistola. Cogió esa furgoneta.

Bosch les dio una descripción de Waits y la advertencia de que no iba a vacilar antes de usar el arma. Les habló de los dos polis muertos que había en la colina del bosque.

Decidieron hacer una batida por el aparcamiento en primer lugar, antes de entrar en el mercado. Pidieron refuerzos, pero decidieron no esperarlos. Salieron con las armas preparadas.

Registraron y descartaron el aparcamiento con rapidez y llegaron en última instancia a la furgoneta de Forense. Estaba abierta y vacía. Pero en la parte de atrás Bosch encontró el mono naranja de la prisión. O bien Waits llevaba otra ropa debajo del mono o había encontrado prendas para cambiarse en la parte de atrás de la furgoneta.

– Tened cuidado -anunció Bosch a los demás-. Podría ir vestido de cualquier forma. Quedaos cerca de mí. Yo lo reconoceré.

Accedieron a la tienda en cerrada formación a través de las puertas automáticas de delante. Una vez dentro, Bosch se dio cuenta enseguida de que era demasiado tarde. Un hombre con una etiqueta de gerente en la camisa estaba consolando a una mujer que lloraba de manera histérica y le sostenía el lateral de la cara. El gerente vio a los dos agentes uniformados y les hizo una señal. Aparentemente ni siquiera reparó en todo el barro y la sangre en la ropa de Bosch.