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– Harry, ¿cómo está? ¿Qué ha ocurrido?

– No me han dicho nada oficial. El auxiliar médico que la trajo aquí dice que parece que se recuperará, a no ser que ocurra algún imprevisto.

– ¡Gracias a Dios! ¿Qué ocurrió allí?

– No estoy seguro. Waits cogió un arma y empezó a disparar. ¿Alguna pista de él?

– Dejó el coche que robó en la estación de la línea roja de Hollywood Boulevard. No saben dónde coño está.

Bosch pensó en ello. Sabía que si se había metido en el metro en la línea roja, podía haber salido en cualquier parte desde North Hollywood al centro. La línea del centro tenía una parada cerca de Echo Park.

– ¿Están buscando en Echo Park?

– Están buscando en todas partes. La UIT ha mandado un equipo aquí para hablar contigo. Pensaba que no querrías irte al Parker.

– No.

– Bueno, ya sabes cómo manejarlos. Sólo diles lo que pasó.

– Sí.

La Unidad de Investigación de Tiroteos no sería problema. Por lo que alcanzaba a ver, él personalmente no había hecho nada mal en el manejo de Waits. La UIT en cualquier caso era una brigada para cumplir el expediente.

– Tardarán un rato -dijo Pratt-. Ahora mismo están en Sunset Ranch, interrogando a los otros. ¿Cómo coño consiguió un arma?

Bosch negó con la cabeza.

– Olivas se acercó demasiado a él cuando estaba subiendo por una escalera. Le arrebató el arma y empezó a disparar. Olivas y Kiz estaban arriba. Todo ocurrió muy deprisa y yo estaba debajo de ellos.

– ¡Dios santo!

Pratt negó con la cabeza y Bosch comprendió que quería formular más preguntas sobre lo que había ocurrido y cómo había podido ocurrir. Probablemente estaba preocupado por su propia situación además de estar preocupado porque Rider lo superara. Bosch decidió que necesitaba hablarle de la cuestión que podía suponer un problema de contención.

– No iba esposado -dijo en voz baja-. Tuvimos que quitarle las esposas para que pudiera bajar por la escalera. Las esposas iban a estar fuera treinta segundos a lo sumo, y fue entonces cuando hizo su movimiento. Olivas dejó que se le acercara demasiado. Así es como empezó.

Pratt parecía anonadado. Habló lentamente, como si no lo entendiera.

– ¿Tú le quitaste las esposas?

– O'Shea nos lo dijo.

– Bien. Que lo culpen a él. No quiero que nada de esto rebote a Casos Abiertos. No quiero que me rebote nada. No es mi idea de cómo marcharme después de veinticinco putos años.

– ¿Y Kiz? No la va a dejar sola, ¿no?

– No, la voy a apoyar. Voy a apoyar a Kiz, pero no voy a apoyar a O'Shea. Que le den.

El teléfono de Bosch vibró otra vez, y en esta ocasión lo sacó del bolsillo para mirar la pantalla. Decía «número desconocido». Respondió de todos modos para huir de las preguntas, juicios y estrategias para salvar el cuello de Pratt. Era Rachel.

– Harry acabamos de recibir la orden de búsqueda y captura de Waits. ¿Qué ha pasado?

Bosch se dio cuenta de que iba a tener que recontar la historia una y otra vez a lo largo del resto del día y posiblemente del resto de su vida. Se disculpó y se metió en una sala donde había teléfonos de pago y una fuente, y donde podría hablar con más intimidad. De la manera más concisa posible le contó lo que había ocurrido en lo alto de Beachwood Canyon y cuál era el estado de Rider. Al contar la historia repasó los recuerdos visuales del momento en que vio a Waits correr a por el arma. Rebobinó sus intentos para detener la hemorragia de su compañera y salvarle la vida.

Rachel se ofreció a pasar por Urgencias, pero Bosch la disuadió diciendo que no estaba seguro de cuánto tiempo estaría allí y recordándole que probablemente los investigadores de la UIT se lo llevarían para una entrevista privada.

– ¿Te veré esta noche? -preguntó Rachel.

– Si he terminado con todo y Kiz está estable, sí. Si no, puede que me quede aquí.

– Voy a ir a tu casa. Llámame y cuéntame lo que sepas.

– Lo haré.

Bosch salió de la zona de teléfonos públicos y vio que la sala de espera de Urgencias estaba empezando a llenarse no sólo de policías, sino también de periodistas. Bosch supuso que esto probablemente significaba que se había corrido la voz de que el jefe de policía estaba en camino. A Bosch no le importaba. Quizá la presión de tener al jefe de policía en Urgencias haría que el hospital divulgara alguna información sobre el estado de su compañera.

Se acercó a Pratt, que estaba de pie junto a su superior, el capitán Norona, jefe de la División de Robos y Homicidios.

– ¿Qué va a pasar con la exhumación? -les preguntó a ambos.

– Tengo a Rick Jackson y Tim Marcia en camino -dijo Pratt-. Ellos se ocuparán.

– Es mi caso -dijo Bosch con una leve protesta en su voz.

– Ya no -dijo Norona-. Ahora está con la UIT hasta que zanjen este asunto. Usted es el único con placa que estuvo allí y que todavía puede hablar de ello. Esto es prioritario. La exhumación de Gesto es secundaria, y Marcia y Jackson se ocuparán.

Bosch sabía que no tenía sentido discutir. El capitán tenía razón. Aunque había otras cuatro personas presentes en el tiroteo que no habían resultado heridas, sería la descripción y el recuerdo de Bosch lo que contaría más.

Se produjo un revuelo en la entrada de Urgencias cuando varios hombres con cámaras de televisión al hombro se empujaron para ocupar una mejor posición a ambos lados de las puertas dobles. Cuando éstas se abrieron, entró una comitiva con el jefe de policía en el centro. El jefe caminó a grandes zancadas hasta el mostrador de recepción, donde lo recibió Norona. Hablaron con la misma mujer que había rechazado a Bosch antes. Esta vez era la viva imagen de la cooperación e inmediatamente cogió el teléfono e hizo una llamada. Obviamente sabía quién contaba y quién no.

Al cabo de tres minutos, el jefe de cirugía del hospital apareció por las puertas de Urgencias e invitó al jefe de policía a pasar para una consulta privada. Al franquear las puertas, Bosch les dio alcance y se unió al grupo de capitostes de la sexta planta que seguían la estela del jefe.

– Disculpe, doctor Kim -llamó una voz detrás del grupo.

Todos se detuvieron y se volvieron. Era la mujer del mostrador. Señaló a Bosch y dijo:

– Él no va en ese grupo.

El jefe se fijó en Bosch por primera vez y la corrigió.

– Por supuesto que va en el grupo -dijo en un tono que no invitaba al menor desacuerdo.

La mujer del mostrador pareció escarmentada. El grupo avanzó y el doctor Kim los condujo a un set de pacientes desocupado. Se reunieron en torno a una cama vacía.

– Jefe, su agente está siendo…

– Detective. Es una detective.

– Lo siento. Los doctores Patel y Worthing la están tratando en la UCI. No puedo interrumpir su trabajo para que le informen, así que yo estoy preparado para responder las preguntas que puedan tener.

– Bien. ¿Va a salvarse? -preguntó el jefe a bocajarro.

– Creemos que sí. Ésa no es la cuestión. La cuestión son los daños permanentes y eso no lo sabremos hasta que pase cierto tiempo. Una de las balas lesionó una de las arterias carótidas. La carótida proporciona sangre y oxígeno al cerebro. En este punto no sabemos cuál fue o es la interrupción de flujo sanguíneo al cerebro ni qué daños pueden haberse producido.

– ¿No se pueden llevar a cabo pruebas?

– Sí señor, se pueden hacer pruebas, y de manera preliminar estamos observando actividad rutinaria del cerebro en este momento. Hasta el momento es una muy buena noticia.

– ¿Puede hablar?

– Ahora no. Fue anestesiada durante la cirugía y pasarán varias horas hasta que quizá pueda hablar. Resalto lo de quizá. No sabremos con qué nos encontramos hasta esta noche o mañana, cuando se despierte.

El jefe asintió.

– Gracias, doctor Kim.

El jefe empezó a moverse hacia la abertura en la cortina y todo el mundo se volvió asimismo para salir. De pronto, el jefe del departamento de policía se dirigió al jefe de cirugía del hospital.