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En ambos diarios Irvin Irving asestaba sus golpes, y al hacerlo se centraba especialmente en Bosch por ser la personificación de los males del departamento de policía, algo que Irving solucionaría como concejal. Decía que Bosch nunca debería haber sido recontratado en el departamento el año anterior y que él, entonces subdirector, se había manifestado abiertamente en contra de esa decisión. Los periódicos aseguraban que Bosch estaba bajo investigación por la brigada UTT del departamento y que no se había podido contactar con él para que comentara la noticia. Ninguno señalaba que la U 1T llevaba a cabo por rutina una investigación de todos los tiroteos en los que estaba involucrado un agente de policía, de manera que lo que se presentaba al público parecía inusual y por tanto sospechoso.

Bosch se fijó en que el artículo lateral del Times lo había escrito Keisha Russell, que había trabajado en la sección policial durante muchos años antes de quemarse hasta el punto de pedir el traslado a una nueva sección. Había aterrizado en política, una sección que no iba a la zaga en cuanto a quemar profesionales. Había llamado a Bosch y le había dejado un mensaje la noche anterior, pero Harry no estaba de humor para hablar con una periodista, ni siquiera con una en la que confiaba.

Todavía conservaba los números de ella en la agenda de su móvil. Cuando Russell trabajaba en la sección policial del Times, Bosch había sido su fuente en diversas ocasiones, y ella se lo había pagado con ayuda en varias ocasiones más. Bosch apartó los periódicos y dio los primeros bocados a las tostadas. Su desayuno contenía azúcar en polvo y jarabe de arce y sabía que la inyección de glucosa le cargaría para afrontar la jornada.

Después de dar cuenta de la mitad del desayuno, sacó su teléfono móvil y llamó al número de la periodista. Ella respondió enseguida.

– Keisha. Soy Harry Bosch.

– Harry Bosch -dijo ella-. Bueno, cuánto tiempo sin verte.

– Bueno, ahora que eres un pez gordo de la escena política…

– Ah, pero ahora se trata de la política uniéndose a lo policial en una violenta colisión, ¿no? ¿Cómo es que no me llamaste ayer?

– Porque sabes que no puedo hacer comentarios sobre una investigación en curso, especialmente una investigación que me concierne. Además de eso, llamaste después de que se me apagara el teléfono. No recibí tu mensaje hasta que llegué a casa y probablemente ya había pasado la hora de cierre.

– ¿Cómo está tu compañera? -dijo ella, dejando de lado la charla y cambiando a un tono serio.

– Aguantando.

– ¿Y tú saliste ileso como dicen?

– En el sentido físico.

– Que no en el político.

– Exacto.

– Bueno, el artículo ya se ha publicado. Llamarme para comentar y defenderte no funciona.

– No llamo para comentar ni para defenderme. No me gusta que mi nombre salga en el periódico.

– Ah, ya entiendo. Quieres ir off the record y ser mi garganta profunda en esto.

– No exactamente.

Oyó que ella exhalaba el aire por la frustración.

– Entonces, ¿para qué llamas, Harry?

– En primer lugar, siempre me gusta oír tu voz, Keisha. Ya lo sabes. Y en segundo lugar, en la sección política probablemente tienes las líneas directas de todos los candidatos. Para poder conseguir un comentario rápido sobre cualquier cuestión que surja a lo largo del día, ¿no? Como ayer.

Ella vaciló un momento antes de responder, tratando de interpretar lo que estaba ocurriendo.

– Sí, somos capaces de contactar con la gente cuando hace falta. Salvo con los detectives de policía cascarrabias. Ésos pueden ser un problema.

Bosch sonrió.

– A eso iba -dijo él.

– Lo cual nos lleva al motivo de tu llamada.

– Exacto. Quiero el número que me conecte directamente con Irvin Irving.

Esta vez la pausa fue más larga.

– Harry, no puedo darte ese número. Me lo confiaron a mí y si sabe que te lo he dado yo…

– Vamos. Te lo confiaron a ti y a todos los demás periodistas que cubren la campaña, y lo sabes. Él no sabrá quién me lo ha dado a no ser que se lo diga, y no se lo voy a decir. Sabes que puedes confiar en mí.

– Aun así, no me siento a gusto dándolo sin su permiso. Si quieres que le llame y le pregunte si puedo…

– Él no querrá hablar conmigo, Keisha. Ésa es la cuestión. Si quisiera hablar conmigo, podría dejarle un mensaje en el cuartel general de su campaña que… ¿dónde está, por cierto?

– En Broxton y Westwood. Todavía no me siento cómoda dándote el número sin más.

Bosch cogió rápidamente el Daily News, que estaba doblado por la página de la catástrofe política. Leyó la firma.

– Vale, bueno quizá a Sarah Weinman o Duane Swierczynski no les importe dármelo. Quizá querrán tener en deuda a alguien que está en medio de esto.

– Muy bien, Bosch, de acuerdo, no has de acudir a ellos. No puedo creerte.

– Quiero hablar con Irving.

– De acuerdo, pero no digas de dónde has sacado el número.

– Por supuesto.

Russell le dio el número y él lo memorizó. Prometió llamarla cuando hubiera algo relacionado con el incidente de Beachwood Canyon que pudiera darle.

– Mira, no ha de ser político -le urgió ella-. Cualquier cosa que tenga relación con el caso. Todavía puedo escribir un artículo en la sección policial si soy yo quien consigue la historia.

– Entendido, Keisha. Gracias.

Cerró el teléfono y dejó en la barra dinero para pagar la cuenta y para la propina. Al salir del restaurante, volvió a abrir el teléfono y marcó el número que acababa de darle la periodista. Después de seis tonos, Irving respondió sin identificarse.

– ¿Irvin Irving?

– Sí, ¿quién es?

– Sólo quería darle las gracias por confirmar todo lo que siempre había pensado de usted. No es más que un oportunista político. Eso es lo que era en el departamento y es lo que es fuera.

– ¿Es Bosch? ¿Es Harry Bosch? ¿Quién le ha dado este número?

– Uno de su propia gente. Supongo que a alguien de su bando no le gusta el mensaje que está dando.

– No se preocupe por eso, Bosch. No se preocupe por nada. Cuando me elijan, puede empezar a contar los días hasta que…

Mensaje entregado, Bosch cerró el teléfono. Le sentó bien decir lo que había dicho y no tener que preocuparse. Irving ya no era un superior que podía decir y hacer lo que quería sin que aquellos a los que desairaba pudieran responderle.

Satisfecho con su respuesta a los artículos del periódico, Bosch se metió en su coche y se dirigió al hospital.

20

En el pasillo de la unidad de cuidados intensivos, Bosch pasó junto a una mujer que acababa de salir de la habitación de Kiz Rider. La reconoció como la antigua amante de ésta. Se habían conocido brevemente unos años antes, cuando Bosch se encontró con Rider en el Playboy Jazz Festival, en el Hollywood Bowl.

Saludó con la cabeza a la mujer al pasar, pero ella no se detuvo a hablar. Llamó una vez en la puerta de Rider y entró. Su compañera tenía mucho mejor aspecto que el día anterior, pero todavía le faltaba mucho para estar al ciento por ciento. Estaba consciente y alerta cuando Bosch entró en la habitación y siguió a su compañero con la mirada hasta que éste se sentó junto a su cama. Rider ya no tenía ningún tubo en la boca, pero el lado derecho de su rostro estaba flácido y Bosch inmediatamente temió que hubiera sufrido un ataque durante la noche.

– No te preocupes -dijo ella, arrastrando las palabras-. Me han entumecido el cuello y me afecta a la mitad de la cara.

Él le apretó la mano.

– Vale -dijo-. Aparte de eso, ¿cómo te sientes?

– No muy bien. Duele. Duele de verdad.

Bosch asintió.

– Sí.

– Me van a operar la mano por la tarde. Eso también va a doler.

– Pero entonces estarás en el camino de la recuperación. La rehabilitación irá bien.

– Eso espero.