Изменить стиль страницы

»Mamá, que era de natural obstinado, quiso saber por qué la elección del viernes noche parecía suponerle un problema tan grande a su marido.

»"¡Por nada!", concluyó él, aceptando su derrota.

»Mi padre no supo nunca negarle algo a su mujer, porque la amaba más que a nadie en el mundo, incluso creo que más que a sus propios hijos, y no recuerdo ni un solo deseo de mi madre que él no se esforzara por complacer. En resumen, pasa la semana sin que mi padre deje de mostrarse disgustado, y conforme van pasando los días, más tenso lo vemos.

»La víspera de la tan esperada cena, papá se lleva a su hija aparte y le pregunta en susurros si su prometido es judío. Cuando Alice le responde: "Sí, evidentemente", mi padre vuelve a clamar al cielo gimiendo: "¡Estaba seguro!".

»Como os imagináis, su reacción deja a nuestra hermana estupefacta, y le pregunta por qué esa noticia lo ha contrariado tanto.

»"Por nada, querida", le responde, y añade con una evidente hipocresía: "No le busques tres pies al gato".

»Nuestra hermana Alice, que heredó el carácter de mamá, lo agarra por el brazo, cuando él intenta escaparse al comedor, y se planta delante de él.

»"¡Perdona, papá, pero estoy muy asombrada por tu reacción! Temía que pudieras tener esta actitud si te hubiera dicho que mi prometido no era judío, ¡pero no entiendo por qué te pones así ahora!"

»Papá le dice a Alice que deje de imaginarse cosas tan grotescas, y jura que le dan completamente igual los orígenes, la religión o el color de la piel del hombre que haya escogido su hija, siempre y cuando éste sea un caballero y la haga feliz, igual que él ha sabido amar a su madre. Alice no está convencida, pero papá ha conseguido zafarse y cambia enseguida de tema de conversación.

»El viernes por la noche llega por fin, nunca habíamos visto a nuestro padre tan nervioso. Mamá lo pincha todo el tiempo, recordándole cada vez que se quejaba por el mínimo dolor, o por el menor reumatismo, de que se moriría antes de haber podido casar a su hija… Tenía una salud de hierro y Alice estaba enamorada, con lo que tenía muchas razones para estar alegre y ningún motivo para angustiarse.

»Papa juró que no sabía de qué hablaba su mujer.

»Alice y Georges, así se llama el prometido de nuestra hermana, llaman a la puerta a las siete en punto. Mi padre se sobresalta, y mamá, exasperada, va a recibirlo.

»Georges es un chico guapo; por su elegancia natural, se diría que es inglés. Alice y él pegan tanto que parece evidente que tuvieran que ser pareja. Nada más llegar, la familia acepta a Georges. Incluso mi padre parece relejarse durante el aperitivo.

»Mamá anuncia que la cena está lista. Todo el mundo ocupa su lugar alrededor de la mesa, y espera religiosamente a que mi padre recite la plegaria del sábat. Entonces, lo vemos respirar profundamente, su pecho se infla y… vuelve a desinflarse enseguida. En un nuevo intento, vuelve a tomar aire y… de nuevo lo suelta. Tras un tercer intento, sin previo aviso, mira a Georges y anuncia:

»"¿Por qué no dejamos a nuestro invitado que recite en mi lugar? Después de todo, es evidente que todo el mundo lo aprecia ya, y un padre debe aprender a apartarse por la felicidad de sus hijos, cuando llega el momento."

»"¿De qué estás hablando?", pregunta mamá. "¿Qué momento? ¿Y quién te ha pedido que te apartes? Hace veinte años que recitas todos los viernes esta plegaria que sólo entiendes tú, porque nadie más aquí habla hebreo. ¿Y ahora me sales con que, de repente, sientes miedo escénico ante el novio de tu hija?"

»"No tengo miedo", asegura nuestro padre, frontándose el reverso de su chaqueta.

Georges no dice nada, pero todos lo habíamos visto palidecer cuando papá le ha propuesto que oficie en su lugar. Desde que mamá ha acudido en su ayuda, tiene mejor cara.

»"Bien, bien", replica mi padre. "Entonces, ¿sería posible que Georges, al menos, se uniera a mí?"

»Papá empieza a recitar, Georges se levanta y repite palabra por palabra lo que él dice.

»Una vez recitada la plegaria, vuelven los dos a sentarse y la cena se desarrolla en medio de un ambiente distendido en que todo el mundo ríe de buena gana.

»Al final de la comida, mamá le propone a Georges que la acompañe a la cocina para poder conocerse un poco mejor.

»Con una sonrisa cómplice, Alice lo tranquiliza, todo va bien. Georges recoge los platos de la mesa y sigue a nuestra madre. Una vez en la cocina, ella le coge la vajilla y lo invita a sentarse.

»"Dígame, Georges, ¿verdad que usted no es del todo judío?"

»Georges se sonroja y carraspea.

»"Me parece que no, lo soy un poco por mi padre… o uno de sus hermanos; mamá era protestante."

»"¿Hablas de ella en pasado?"

»"Murió el año pasado."

»"Vaya, lo siento", murmura mamá con sinceridad.

»"¿Eso supone un problema?"

»"¿El que no seas judío? Ni lo más mínimo", dice mamá riendo. "Ni mi marido ni yo damos importancia a las diferencias de los demás. Al contrario, siempre hemos pensado que eran apasionantes y fuente de múltiples placeres. Cuando se quiere vivir en pareja toda la vida, lo más importante es estar seguro de que no os aburriréis juntos. El aburrimiento es lo peor en una pareja, es lo que mata el amor. Mientras hagas reír a Alice, mientras consigas que sienta ganas de verte en cuanto la hayas dejado para irte a trabajar, mientras seas la persona con la que comparta sus secretos y en la que confíe, mientras vivas tus sueños con ella, incluso los que no puedas cumplir; mientras hagas todo esto, estoy segura de que, sean cuales sean tus orígenes, los únicos elementos extraños que habrá en vuestra vida de pareja serán el mundo y los envidiosos."

Mamá toma a Georges en sus brazos y le da la bienvenida a la familia.

»"Venga, ve a reunirte con Alice", dice ella, casi con lágrimas en los ojos. "No le va a gustar que su madre retenga como rehén a su prometido. ¡Y como se entere de que he pronunciado la palabra prometido, me mata!"

»Cuando se aleja ya hacia el comedor, Georges se vuelve y le pregunta a mamá, en el umbral de la cocina, cómo ha adivinado que no era judío.

»"¡Ah!", exclama mamá sonriendo. "Mi marido lleva recitando todos los viernes por la noche una plegaria en una lengua inventada por él. ¡Jamás ha sabido ni una palabra de hebreo! Pero está muy unido al momento semanal en que toma la palabra rodeado de su familia. Es una especie de tradición que perpetúa a pesar de su ignorancia. Y, aunque sus palabras no tienen ningún sentido, sé que son plegarias de amor que formula e inventa para nosotros. Supongo que te imaginarás que, cuando antes te oí repetir su galimatías de manera casi idéntica, no me ha costado comprenderlo… Que todo quede entre tú y yo. Mi marido está convencido de que nadie sabe su pequeño arreglo con Dios, pero lo amo desde hace tantos años que su Dios y yo no tenemos ningún secreto."

»En cuanto regresamos al comedor, mi padre se lleva a Georges aparte.

» "Gracias por lo de antes", farfulla papá.

»"¿Por qué?", pregunta Georges.

»"Bueno, pues por no haberte ido de la lengua. Es muy generoso por tu parte. Imagino que debes de tener una mala opinión de mí. No es que me divierta manteniendo esta mentira; pero ¿cómo voy a decirles la verdad después de veinte años? Sí, es verdad que no hablo hebreo, pero celebrar el sábat significa para mí mantener la tradición, y eso es lo importante, ¿lo entiendes?"

»"Yo no soy judío, señor", responde Georges. "Antes me limité a repetir sus palabras sin tener ni la más remota idea de su significado, así que yo también quería darle las gracias por no haberme descubierto."

»"¡Ah!", dice papá, dejando caer los brazos a ambos lados del cuerpo.

»Los dos hombres se miran durante unos instantes, y finalmente nuestro padre le pone una mano a Georges sobre el hombro y le dice:

»"Bien, pues escúchame, te propongo que nuestro pequeño secreto quede entre nosotros. ¡Yo recito la plegaria del sábat, y tú sigues siendo judío!"