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Miró a Rook.

– Yo sé dónde está Cal.

– ¿En el claro?

Ella asintió.

– Iré yo. Está colina arriba…

– Iremos juntos -él agarró a Jesse del hombro-. Levanta.

Mackenzie tomó el cuchillo de Jesse y abrió la marcha hacia el claro. Había sido uno de sus rincones favoritos cuando empezó a andar sola, sin imaginar que allí pudiera haber algo que supusiera un peligro para su familia o para ella. Jesse había acampado allí sin permiso y su padre lo había encontrado y le había preocupado que pudiera hacer daño a su hijita.

Cuando llegaron al claro, no había nadie. El sol brillaba sobre el campo de hierba y los helechos y las sombras cambiaban con el viento.

– Has tenido tu oportunidad y has perdido -dijo Jesse.

Mackenzie no se molestó en mirarlo.

– Tú no dejarías a Cal a la vista -empezó a inspeccionar los árboles a lo largo del borde del claro.

Jesse seguía hablando a sus espaldas.

– Ese bastardo me traicionó y Harris le ayudó. Yo sólo quiero lo que es mío.

– Ahí está.

Mackenzie se acuclilló bajo las ramas bajas y muertas de un abedul. Cal estaba apoyado en el tronco, atado y amordazado. Y claramente sufriendo.

– No intentes moverte -dijo ella con gentileza-. Aguanta, ¿vale? -la mordaza estaba tan apretada que le cortaba los lados de la boca y tuvo que usar el cuchillo de Jesse para cortarla. La apartó con cuidado-. Hay más ayuda en camino. Te llevaremos al hospital.

Cal parpadeó, intentó hablar y volvió a parpadear.

– ¿Beanie?

– Está bien -Mackenzie no recordaba haberle oído llamarla nunca así-. Gus está con ella.

– Gus… esos dos… -Cal hundió los hombros pero con la vista fija en Mackenzie-. Jesse… yo lo quería fuera de mi vida. De las vidas de todos.

– Ahorra fuerzas, ¿vale? Ya hablaremos luego.

Le soltó las manos. Estaba deshidratado y con los brazos y la cara llenos de golpes. Se lamió los labios cortados con la lengua hinchada.

– Él mató a Lynn. Ella no… Yo ayudé a Jesse a chantajear a su jefe, pero Lynn y yo… -agarró los dedos de Mackenzie-. Yo la quería.

La joven pensó en la foto que tenía Bernadette. Lynn debía de ser la rubia que estaba con Cal.

– Jesse tenía razón en lo del cobertizo -susurró éste.

– ¿En qué del cobertizo?

Pero él perdió el conocimiento. Ella le tomó el pulso, que estaba errático. Rompió ramas secas encima de ellos para intentar darle más espacio, más aire y poder verlo mejor.

Y vio la sangre en el costado izquierdo.

Rook y ella habían llegado a tiempo de salvar a Cal de deshidratación, de frío y de los golpes, pero no de la puñalada ni de Jesse Lambert. Jesse había mentido. No había esperanza para Cal ni posibilidades de salvarlo independientemente de lo que hicieran Bernadette o ella.

Cal era otra más de sus víctimas.

Treinta y cinco

Los somorgujos volaban en círculos sobre el agua del muelle, más cerca que de costumbre de la casa de Bernadette, y Mackenzie se preguntó si era posible que supieran por instinto que su presencia era un consuelo. De niña se había sentado entre las rocas y los árboles de la orilla para observarlos, con cuidado de no molestarlos.

Estaba en la puerta del cobertizo, que olía a grasa del cortacésped, a polvo y a abono de vaca. Bernadette estaba en el hospital y Gus la había acompañado.

Cal había muerto antes de que llegara la ambulancia.

Mackenzie entró en el cobertizo, muy consciente de la presencia de Rook a sus espaldas.

– Antes de lo de mi padre, no se me había ocurrido que pudiera correr peligro aquí en el lago. En el pueblo tal vez, pero no aquí.

Miró a Rook, pero no pudo detectar ningún efecto de su encuentro con Jesse Lambert, al que habían entregado a la policía estatal.

– A la gente del FBI no os importará que eche un vistazo por aquí, ¿verdad? -preguntó.

Rook se encogió de hombros.

– ¿Serviría de algo?

Mackenzie no contestó. Pensaba en las últimas palabras de Cal. Encontró el potro de aserrar en la parte de atrás y lo arrastró hasta el centro del cobertizo, cerca de las manchas de sangre de su padre, que aquel día no había estado distraído y su tragedia no había sido un accidente. Jesse había saboteado la sierra e iniciado una reacción en cadena que su padre no había podido parar.

Había sido uno de los primeros actos de violencia intencionada de Jesse Lambert.

Mackenzie estaba segura de que había habido más a lo largo de los años. No habían vuelto a empezar con el ataque a la senderista y a ella ni con Harris. Habían sido algo continuado.

En lugar de contar a las autoridades que Harris le había echado encima a Jesse, Cal se había unido a ellos para beneficiarse. Cuando se dio cuenta de que estaba tan metido que ya no podía salir, no había ido a las autoridades para intentar negociar y confesar, sino que había decidido presionar a Harris para que lo ayudara a sacar a Jesse de sus vidas de una vez por todas. Y si su plan fracasaba, quería dejar respuestas donde Bernadette pudiera encontrarlas.

Rook se subió al potro y levantó las manos hacia las vigas.

– ¿Qué es lo que busco? -preguntó.

– ¿Dinero? Y lo que puedas encontrar que no debería estar ahí.

Él se agarró a una viga y metió la mano en otra.

– Ah. ¿Un paquete seco guardado entre las vigas? -la miró-. Creo que esto era lo que buscaba Jesse.

Le pasó el paquete. Mackenzie lo dejó en el suelo de cemento, apartó la cuerda que lo ataba y se asomó dentro.

Encima de todo había un papel amarillo de rayas doblado y sujeto a una especie de carpeta. Levantó la carpeta y tomó el papel.

– Mac -Rook se dejó caer a su lado.

– Lo sé, no llevo guantes. Tendrán que separar mis huellas de las demás, si es que importan las huellas -desdobló el papel-. Porque me parece que no -reconoció la letra larga, escrita con un rotulador negro-. Es de Cal: «Querida Bernadette, si me ocurre algo, dale el contenido de esta bolsa al FBI. Lo siento, Cal».

Rook dejó otro paquete grueso en el suelo.

– Hizo un trato con el diablo, sí. Harris y él no deberían haberse metido a chantajistas.

Mackenzie abrió la carpeta y hojeó los papeles.

– Direcciones, hojas de cálculo, un índice con el resto de los contenidos de la bolsa. Parece que Cal se dedicó a investigar a Jesse y encontró muchas cosas sobre él. Eso ayudará a los fiscales -devolvió la carpeta y la nota al paquete-. ¿Qué hay en la otra bolsa?

Rook la abrió y soltó un silbido.

– Dinero. Mucho dinero.

Mackenzie respiró hondo.

– Si Cal nos hubiera traído esto a nosotros… a Beanie… -no terminó-. Siempre se creía más listo que nadie. La información era su fuerte. Ahora esto nos ayudará a averiguar qué es lo que ha hecho Jesse. O a descubrir a otras víctimas y socios, ¡quién sabe! -miró las manchas viejas de sangre de su padre-. ¿Te apuestas algo a que hay más crímenes violentos en su pasado?

– Cal y Harris quizá no se dieron cuenta de que trataban con un hombre violento hasta que ya fue tarde.

– Tal vez.

Mackenzie, intranquila de pronto, salió al exterior y bajó al lago. Los somorgujos se habían ido y ella se subió a una piedra con el viento en la cara.

Notó la presencia de Rook detrás de ella.

– Cuando me atacó Jesse la semana pasada, recordé sus ojos. Eran como algo que hubiera invocado en una pesadilla.

– Recuerdos reprimidos.

– Siempre he sabido que estaba en el bosque el día del accidente de mi padre, pero nunca he recordado los detalles -se volvió a mirar a Rook-. Creo que confundí lo que hice ese día, los hechos reales, con mis pesadillas y acabé por no poder distinguirlos.

Rook se subió a la roca a su lado.

– Eras una niña -dijo-. Ese bastardo te manipuló. Se convierte en la pesadilla de la gente -guardó silencio un momento-. Eso era lo que intentaba decirme Harris.