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Probablemente el Creador sabía bien, cuando creó al hombre sobre esta tierra, que producía un bribón, un brillante bribón, es cierto, pero de todos modos un bribón. Las cualidades de bribonería del hombre son, después de todo, sus cualidades más promisorias. Este bribón que produjo el Creador es indudablemente un tipo brillante. Es aún un adolescente muy indócil y desmañado, que se cree más sabio y más grande de lo que es en realidad, que todavía está lleno de travesuras y pillerías, y de amor por una buena refriega. No obstante, hay tanto de bueno en él que quizá el Creador esté dispuesto todavía a poner en él sus esperanzas, tal como un padre pone a veces sus esperanzas en un hijo de veinte años, brillante pero algo irresponsable. ¿Querrá retirarse Él algún día y entregar el manejo de este universo a ese irresponsable hijo suyo? Quién sabe…

No creo, hablando como chino, que se pueda llamar completa a ninguna civilización hasta que haya progresado de la complejidad a la falta de complejidad, y efectuado un consciente retorno a la sencillez de pensar y de vivir, y no llamo sabio a ningún hombre hasta que baya hecho el progreso desde la sabiduría del conocimiento hasta la sabiduría del alocamiento, y se concierte en un filósofo riente, que primero siente la tragedia de la vida y luego la comedia de la vida. Porque debemos llorar antes de poder reír. De la tristeza surge el despertar, y del despertar surge la risa del filósofo, con bondad y tolerancia para todos.

El mundo, creo, es demasiado serio, y por ser demasiado serio tiene necesidad de una filosofía sagaz y alegre. La filosofía del arte chino de vivir puede llamarse por cierto "la ciencia alegre", si es que a algo puede aplicarse esa frase usada por Níetzsche. Al fin y al cabo, solamente una filosofía alegre es filosofía profunda; las graves filosofías de Occidente no han empezado siquiera a comprender qué es la vida. Para mí, personalmente, la única función de la filosofía es la de enseñarnos a tomar la vida con más ligereza y alegría que el común hombre de negocios, porque ningún hombre de negocios que no se retire a los cincuenta años, si puede, es a mi juicio un filósofo. No es éste apenas un pensamiento casual, sino un fundamental punto de vista para mí. Solamente cuando los hombres se hayan imbuido de la ligera alegría de este espíritu podrá hacerse del mundo un lugar más pacífico y razonable para vivir. El hombre moderno toma la vida demasiado en serio, y porque es demasiado serio, el mundo está lleno de preocupaciones. Por lo tanto, deberíamos hacer tiempo para examinar el origen de esa actitud que hará posible un goce cabal de esta vida y un temperamento más razonable, más pacífico y menos acalorado.

Tengo derecho, quizá, a llamar a esto la filosofía del pueblo chino, más que de una escuela cualquiera. Es una filosofía más grande que Confucio y más grande que Laotsé, porque trasciende a esos y otros filósofos antiguos; extrae de esa fuente corrientes de pensamiento, y las armoniza en un todo, y de la abstracta delincación de la sabiduría de esos hombres ha creado un arte de vivir, visible, palpable y comprensible por el hombre común. Al recorrer la literatura, el arte y la filosofía chinas en su conjunto, me ha resultado muy claro que la filosofía de un sagaz desencanto y de un franco goce de la vida es su mensaje y su enseñanza comunes: el más característico y el más persistente refrán del pensamiento chino.

CAPITULO II. PUNTOS DE VISTA DE LA HUMANIDAD

I. CRISTIANO, GRIEGO Y CHINO

Hay varios puntos de vista de la humanidad: el teológico cristiano tradicional, el pagano griego, y el taoísta-confucianista chino. (No incluyo el punto de vista budista porque es demasiado triste.) Más profundamente, en su sentido alegórico, estos puntos de vista, después de todo, no difieren tanto uno de otro, especialmente cuando el hombre moderno, con mayores conocimientos biológicos y antropológicos, les da una interpretación más amplia. Pero existen estas diferencias en sus formas originales.

El punto de vista cristiano original, ortodoxo, era que el hombre fue creado perfecto, inocente, tonto y feliz, y que vivía desnudo en el Jardín del Edén. Vino después el conocimiento y la sabiduría, y la Caída del hombre, a la cual se deben los sufrimientos del hombre, notablemente (1°) trabajarás con el sudor de tu frente, para el varón, y (2°) los dolores del parto, para la mujer. En contraste con la inocencia y la perfección originaria del hombre, se introdujo un nuevo elemento para explicar su actual imperfección, y ese elemento es, claro está, el Diablo, que trabaja sobre todo a -través del cuerpo, mientras su carácter más elevado trabaja por el alma. No sé cuándo se inventó el "alma" en la historia de la teología cristiana, pero esta "alma" llegó a ser un algo más que una función, una entidad más que una condición, y separó decididamente al hombre de los animales, que no tienen almas dignas de salvar. Aquí se detiene la lógica, porque el origen del Diablo tuvo que ser explicado, y cuando los teólogos medievales procedieron con su acostumbrada lógica escolástica a encarar el problema, se vieron en un aprieto. No les caía muy bien admitir que el Diablo, que era No-Dios, viniera de Dios, ni podían convenir muy bien en que en el universo original el Diablo, un No-Dios, fuera co-eterno con Dios. Por eso, desesperados, convinieron en que el Diablo debió ser un ángel caído, lo cual viene a plantear la cuestión del origen del mal (porque debe haber habido aun otro Diablo que tentara a este ángel caído), y esto es, por ende, poco satisfactorio; pero tuvieron que dejar las cosas así. No obstante, de todo ello resultó una curiosa dicotomía del espíritu y la carne, una concepción mítica que todavía hoy predomina bastante y es poderosa en cuanto afecta a nuestra filosofía de la vida y nuestra felicidad ( [5]).

Vino después la Redención, que derivaba aún del concepto corriente del cordero de sacrificio, y que se remontaba todavía más, a la idea de un Dios que deseaba el olor de la carne asada y no podía perdonar si no se le daba algo. En esta Redención se encontró de un golpe el medio por el cual se podían perdonar todos los pecados, y así se halló de nuevo un camino a la perfección. El aspecto más curioso del pensamiento cristiano es la idea de la perfección. Como esto ocurrió durante la decadencia de los mundos antiguos, surgió la tendencia a acentuar la postvida, y la cuestión de la salvación reemplazó a la cuestión de la felicidad, o de la vida misma. La noción era la de cómo salir con vida de este mundo, un mundo que aparentemente se hundía en la corrupción y el caos, y estaba condenado. De ahí la agobiante importancia asignada a la inmortalidad. Esto representa una contradicción de la historia original del Génesis, donde se lee que Dios no quería que el hombre viviera siempre. El relato que hace el Génesis de la razón por la cual Adán y Eva fueron echados del Jardín del Edén no dice que fue por haber comido del Árbol del Conocimiento, como se concibe popularmente, sino por temor de que desobedecieran por segunda vez y comieran del Árbol de la Vida y vivieran para siempre:

Y el Señor dijo: He aquí que el hombre se ha hecho como uno de nosotros, que conoce el bien y el mal: y ahora, paca que no extienda la mano, y tome también de! árbol de la vida, y coma y viva por siempre;

Por lo tanto, el Señor Dios le echó del Jardín del Edén, para que labrara la tierra de donde fue tomado.

Y así echó al hombre; y colocó al Oriente del Jardín del Edén unos querubines, y una flamígera espada que se volvía a todos lados, para cuidar el camino del árbol de la vida,

El Árbol del Conocimiento parecería estar en el centro del jardín, pero el Árbol de la Vida estaba cerca de la entrada oriental, donde, por cuanto podemos saber, todavía se hallan los querubines para evitar la aproximación de los hombres.

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[5] Es un hecho feliz que, con el progreso del pensamiento humano moderno, el Diablo es lo primero que se echa por la borda. Creo que de un centenar.de cristianos liberales de hoy, que aún creen en Dios en una u otra forma, no más de cinco creen en un verdadero Diablo, salvo en sentido figurado. También desaparece la creencia en el Infierno ante la creencia en un verdadero Cielo.