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Además, debo mi agradecimiento al señor Richard J. Waish y su esposa, primero por sugerir la idea del libro, y segundo por su crítica útil y franca. También debo agradecer al señor Hugo Wade, por cooperar en la preparación del manuscrito para la imprenta, y en las pruebas, y a la señorita Lilian Peffer por hacer el índice.

Lin Yutang

CAPÍTULO I. EL DESPERTAR

I. ACCESO A LA VIDA

En las páginas que siguen presento el punto de vista chino, porque no puedo remediarlo. Sólo me interesa presentar un criterio de la vida y de las cosas como lo han visto los mejores espíritus chinos, y como lo han expresado en su sabiduría popular y su literatura. Es una ociosa filosofía nacida de una vida ociosa, propugnada en una edad distinta, bien lo sé. Pero no puedo dejar de sentir que este criterio de la vida es esencialmente cierto, y como somos iguales bajo la piel, lo que toca al corazón humano en un país lo toca todo. Tendré que presentar un criterio de la vida como los poetas y los estudiosos chinos la evaluaron con su sentido común, su realismo y su sentido de la poesía. Trataré de revelar algo de la belleza del mundo pagano, una sensación de la ternura y la belleza y el terror y la comedia de la vida, vista por un pueblo que tiene firme comprensión de las limitaciones de nuestra existencia y, no obstante, retiene un sentido de la dignidad humana.

El filósofo chino sueña con un ojo abierto, considera la vida con amor y dulce ironía, mezcla su cinismo con una bondadosa tolerancia, y alternativamente despierta del sueño de la vida y vuelve a adormecerse, pues se siente con más vida cuando está soñando que cuando está despierto, con lo cual inviste a su vida en vela de una cualidad de mundo de ensueños. Ve con un ojo cerrado y otro abierto la inutilidad de mucho de lo que ocurre a su rededor y de sus propias empresas, pero conserva suficiente sentido de la realidad para decidirse a seguir adelante. Rara vez se desilusiona, porque no tiene ilusiones, y rara vez se decepciona, porque nunca ha tenido esperanzas extravagantes. De esta manera está emancipado su espíritu.

Porque, después de recorrer el campo de la literatura y la filosofía chinas, llego a la conclusión de que el más alto ideal de la cultura china ha sido siempre un hombre con un sentido de desapego (takuan) hacia la vida, basado en un sentido de sabio desencanto. De este desapego viene el alto espíritu (k'uanghuai), un alto espíritu que nos permite ir por la vida con tolerante ironía y escapar a las tentaciones de fama y riqueza y logro, y eventualmente nos hace aceptar lo que venga. Y de ese desapego surge también un sentido de libertad, un amor por el vagabundeo y el orgullo y la despreocupación. Sólo con este sentido de libertad y esta despreocupación llega uno eventualmente a la aguda, a la intensa alegría de vivir.

Es inútil que yo diga si mi filosofía es válida o no para el occidental. Para comprender la vida occidental, sería preciso mirarla como nacido en Occidente, con su temperamento, sus actitudes corporales y su conjunto de nervios. No dudo que los nervios americanos, por ejemplo, pueden soportar los nervios chinos, y viceversa. Bien está que así sea, que todos hayamos nacido diferentes. Y sin embargo, todo es cuestión de relatividad. Estoy muy seguro de que en medio de la prisa y el ruido de la vida americana hay una gran avidez, un divino deseo de tenderse sobre el césped bajo altos árboles en una tarde' ociosa, y no hacer nada. La necesidad de clamores tan comunes como el de "Despertad y vivid" es para mí un buen síntoma de que una sabia porción de la humanidad americana prefiere pasar las horas soñando. El americano, al fin y al cabo, no es tan malo como eso. Sólo se trata de si tendrá más o menos de eso, y de cómo se arreglará para hacerlo posible. Quizá el americano esté tan sólo avergonzado de la palabra "holganza" en un mundo donde todos hacen algo, pero en cierto modo, tan seguro como sé que también él es animal, a veces le gusta estirar los músculos, tenderse en la arena, o quedarse quieto, acostado, con una pierna cómodamente encogida y un brazo puesto bajo la cabeza como almohada* Si es así, no puede ser muy diferente de Yen Huei, que tenía exactamente esa virtud y a quien admiraba desesperadamente Confucio entre todos sus discípulos. Lo único que deseo es que sea honrado al respecto, y que proclame al mundo que le gusta hacerlo así cuando le gusta; que no es mientras trabaja en su oficina. sino mientras está tendido en la arena, cuando su alma pronuncia: "La vida es hermosa".

Así, pues, estamos por ver una filosofía y un arte de vivir tal como la mente del pueblo chino en conjunto lo ha comprendido. Me inclino a pensar que, en buen o en mal sentido, no hay en el mundo nada como eso. Porque aquí llegamos a una manera enteramente nueva de mirar la vida por un tipo de espíritu enteramente distinto. Es una perogrullada decir que la cultura de cualquier nación es el producto de su mente. Por consiguiente, donde hay una mente nacional tan racialmente distinta e históricamente aislada del mundo cultural occidental, tenemos derecho a esperar nuevas respuestas a los problemas de la vida o, lo que es mejor, nuevos métodos de acceso o, aun mejor, un nuevo planteo de los mismos problemas. Conocemos algunas de las virtudes y los defectos de esa mente, por lo menos según nos la revela el pasado histórico. Tiene un arte glorioso y una ciencia despreciable, un magnífico sentido común y una lógica infantil, una bella cháchara mujeriega acerca de la vida, y nada de filosofía escolástica. Es sabido, en general, que la mente china es una mente intensamente práctica, terca, y también es sabido por algunos amantes del arte chino que es una mente profundamente sensitiva; por una proporción aun menor de gente es aceptada también como mente profundamente poética y filosófica. Al menos, los chinos se caracterizan por tomar las cosas filosóficamente, lo cual es decir más que la afirmación de que los chinos tienen una gran filosofía o cuentan con unos pocos grandes filósofos. Que una nación tenga unos pocos filósofos no es extraordinario, pero que una nación tome las cosas filosóficamente es enorme. Es evidente, de todos modos, que los chinos, como nación, son más filosóficos que eficientes, y que si fuera de otro modo, ninguna nación podría haber sobrevivido a la alta presión de una vida eficiente durante cuatro mil años. Cuatro mil años de vida eficiente arruinarían a cualquier nación. Una consecuencia importante es que, mientras en Occidente los alienados son tantos que se les pone en asilos, en China los alienados son tan inusitados que los veneramos, como atestiguará todo el que tenga cierto conocimiento de la literatura china. Y a eso, al fin y al cabo, es adonde voy. Sí, los chinos tienen una filosofía ligera, casi alegre, y la mejor prueba de su temperamento filosófico ha de encontrarse en esta sabia y jubilosa filosofía de la vida.