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Quim no le hizo caso.

– Con gran esfuerzo me controlé para no salir dando gritos -dijo-. Me retuvo la certeza de que por el momento el sordomudo no me había reconocido y la obligación de pagar mi consumición. Sin embargo, no fui capaz de terminar el café con leche y cuando estuve en la calle eché a correr sin ninguna vergüenza.

– Ya me lo imagino -dije yo.

– Fue como ver al demonio -dijo Quim.

– El tipo hablaba sin ningún problema -dije yo.

– ¡Sin ningún problema! Levantó la vista y me dijo hola. Hasta tenía una voz bien timbrada, caray.

– No era el demonio -dijo Lupe-, aunque puede, nunca se sabe, pero yo no creo que en este caso fuera el demonio.

– Hombre, yo no creo en el demonio, Lupe, es una manera de hablar -dijo Quim.

– ¿Tú quién crees que era? -dije yo.

– Un chivato. Un confidente de la policía -dijo Lupe con una sonrisa de oreja a oreja.

– Pues tienes razón, es verdad -dije yo.

– ¿Y por qué se iba a acercar a nosotros fingiendo que era mudo? -dijo Quim.

– Sordomudo -dije yo.

– Pues porque eran estudiantes -dijo Lupe.

Quim miró a Lupe como si la fuera a besar.

– Qué inteligente eres, Lupita.

– No te burles de mí -dijo ella.

– Lo digo en serio, carajo.

A la una de la mañana salimos del café chino y nos pusimos a buscar un hotel. A eso de las dos lo encontramos finalmente en Río de la Loza. Por el camino me explicaron qué era lo que le pasaba a Lupe. Su padrote había intentado matarla. Cuando pregunté el motivo me dijeron que porque Lupe ya no quería trabajar por las tardes sino estudiar.

– Te felicito, Lupe -le dije-, qué es lo que vas a estudiar.

– Danza contemporánea -dijo ella.

– ¿En la Escuela de Danza, junto con María?

– Ahí mero. Con Paco Duarte.

– ¿Pero ya te has inscrito, así no más, sin pasar por ningún examen?

Quim me miró como desde otra dimensión:

– Lupe también tiene sus amigos influyentes, García Madero, y todos estamos dispuestos a ayudarla. No va a necesitar pasar por ningún examen de la chingada.

El hotel se llamaba La Media Luna y contra lo que yo esperaba, tras revisar el cuarto y hablar durante unos segundos a solas con el recepcionista, Quim Font se despidió de Lupe deseándole buenas noches y recomendándole que no se le fuera a ocurrir irse de allí sin avisar. Lupe se despidió de nosotros en la puerta de su cuarto. No nos acompañes, le dijo Quim. Más tarde, mientras caminábamos rumbo a Reforma me explicó que había tenido que dar una pequeña propina al recepcionista para que aceptara a Lupe sin hacer muchas preguntas, pero sobre todo, llegado el caso, sin avanzar demasiadas respuestas.

– El miedo que tengo -me dijo- es que esta noche su chulo visite todos los hoteles del DF.

Le sugerí que tal vez la policía podía solucionar el asunto o al menos ponerle coto a aquel hombre.

– No seas pendejo, García Madero, ese tal Alberto tiene amigos policías, si no cómo crees que organiza sus redes de prostitución. Todas las putas del DF están controladas por la policía.

– Hombre, Quim, me cuesta creerlo -le dije-, tal vez hay agentes que reciben su mordida para hacer la vista gorda, pero que todos…

– El negocio de la prostitución en el DF y en todo México lo controla la policía, entérate de una vez -dijo Quim. Y al cabo de un rato añadió-: En esto estamos solos.

En Niños Héroes cogió un taxi. Antes de subir me hizo prometerle que al día siguiente estaría a primera hora en su casa.

1 de diciembre

No fui a casa de las Font. Estuve todo el día cogiendo con Rosario.

2 de diciembre

Me encontré a Jacinto Requena paseando por Bucareli.

Fuimos a comprar dos trozos de pizza donde el gringo. Mientras comíamos me dijo que Arturo había hecho la primera purga en el realismo visceral.

Me quedé helado. Le pregunté a cuántos había echado. A cinco, dijo Requena. Supongo que yo no estoy entre ellos, dije yo. No, tú no, dijo Requena. La noticia me proporcionó un gran alivio. Los purgados eran Pancho Rodríguez, Piel Divina, y tres poetas a quienes no conocía.

Mientras yo permanezco en la cama con Rosario, pensé, la poesía de vanguardia mexicana experimenta sus primeras fisuras.

Todo el día deprimido, pero escribiendo y leyendo como una locomotora.

3 de diciembre

Debo reconocer que en la cama me lo paso mejor con Rosario que con María.

4 de diciembre

¿Pero a quién amo? Ayer llovió toda la noche. Los pasillos de la vecindad parecían las cataratas del Niágara. Hice el amor llevando la cuenta. Rosario estuvo fantástica, pero por mor al éxito del experimento preferí no advertírselo. Se vino quince veces. Las primeras le tenía que tapar la boca para que no despertara a los vecinos. Las últimas temí que le fuera a dar un ataque al corazón. A veces parecía desmayarse entre mis brazos y otras veces se arqueaba como si un fantasma estuviera jugando con su columna vertebral. Yo me vine tres veces. Luego salimos los dos al pasillo y nos bañamos con la lluvia que caía del pasillo de arriba. Es extraño: mi sudor es caliente y el sudor de Rosario es frío, reptiliano, y tiene un sabor agridulce (el mío es claramente salado). En total estuvimos cuatro horas cogiendo. Después Rosario me secó, se secó, arregló el cuarto en un santiamén (es increíble lo hacendosa y práctica que es esta mujer) y se puso a dormir pues al día siguiente tenía que trabajar. Yo me acomodé en la mesa y escribí un poema que titulé «15/3». Después me puse a leer a William Burroughs hasta que amaneció.

5 de diciembre

Hoy he cogido con Rosario de doce de la noche a cuatro y media de la mañana y he vuelto a cronometrarla. Se vino diez veces, yo dos. Sin embargo el tiempo empleado en hacer el amor fue mayor que el de ayer. Entre poema y poema (mientras Rosario dormía) hice algunos cálculos matemáticos. Si en cuatro horas te corres quince veces, en cuatro horas y media te deberías correr dieciocho veces, y en modo alguno diez. Lo mismo vale para mí. ¿Es posible que la rutina ya comience a afectarnos?

Luego está María. Cada día pienso en ella. Me gustaría verla, coger con ella, hablar con ella, llamarla por teléfono, pero a la hora de la verdad soy incapaz de dar un solo paso en su dirección. Y luego, cuando examino fríamente mis encuentros sexuales con ella y con Rosario, sin duda alguna tengo que reconocer que con Rosario me lo paso mejor. ¡Al menos aprendo más!

6 de diciembre

Hoy he cogido con Rosario de tres a cinco de la tarde. Se vino dos veces, puede que tres, no lo sé y prefiero dejar ese guarismo en el enigma, y yo dos veces. Antes de que se fuera a trabajar le conté la historia de Lupe. Contra lo que yo esperaba no manifestó ninguna simpatía por ella ni por Quim ni por mí. Le hablé también de Alberto, el chulo de Lupe, y para mi sorpresa demostró bastante comprensión por éste, reprochándole tan sólo, y ciertamente no de forma tajante, su oficio de padrote. Cuando le dije que el tal Alberto podía ser una persona muy peligrosa y que cabía el riesgo de que, de encontrar a Lupe, la dejara marcada, respondió que una mujer que abandona a su hombre se merecía eso y más.

– Pero tú no te tienes que preocupar, mi vida -dijo-, ésos no son tus problemas, gracias a Dios tú tienes a tu verdadero amor a tu lado.

La declaración de Rosario me entristeció. Por un instante me imaginé a ese Alberto que no conocía, con su verga enorme y su cuchillo enorme y una mirada feroz en la jeta y pensé que de encontrárselo por la calle Rosario se sentiría atraída por él. También: que de alguna manera ese hombre se interponía entre María y yo. Por un instante, digo, me imaginé a Alberto midiéndose la verga con su cuchillo de cocina y me imaginé las notas de una canción llena de evocaciones y sugerencias, aunque sería incapaz de decir de qué tipo, que entraba por la ventana (¡una ventana siniestra!) junto con el aire de la noche, y todo junto me produjo una gran tristeza.