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– Pues qué triste -dijo María.

– ¿Y a ti cómo te va en la uni? -dijo Lupe.

– Más o menos -dijo María.

– ¿Todavía te balconea el toro ese?

María se rió y me miró.

– Aquí la carnal es bailarina -dijo Lupe a sus amigas-. Nos conocimos en la Danza Moderna, la escuela que está en Donceles.

– Bájale de pasas a tu cake -dijo Carmencita.

– Es verdad, Lupe rolaba por la Escuela de Danza -dijo María.

– ¿Y cómo es que ahora se dedica a este jale? -dijo una que hasta ese momento no había hablado, la más bajita de todas, casi una enana.

María la miró y se encogió de hombros.

– ¿Te vienes a tomar un café con leche con nosotros? -dijo.

Lupe consultó su reloj en la muñeca derecha y luego miró a sus amigas.

– Es que estoy trabajando.

– Sólo un rato, luego vuelves -dijo María.

– A la goma el trabajo, ahí nos vemos -dijo Lupe y echó a andar con María. Yo las seguí.

Torcimos en Magnolia, a la izquierda, hasta la avenida Jesús García. Luego caminamos otra vez hacia el sur, hasta Héroes Revolucionarios Ferrocarrileros, en donde nos metimos en una cafetería.

– ¿Este chavo es el que ahora te agasaja? -oí que le decía Lupe a María.

María volvió a reírse.

– Es sólo un amigo -dijo, y a mí-: Si aparece por aquí el chulo de Lupe, nos tendrás que defender a las dos, García Madero.

Pensé que bromeaba. Luego sopesé la posibilidad de que hablara en serio y la situación se me pintó francamente atractiva. En aquel momento no imaginaba otro incidente mejor para quedar bien ante los ojos de María. Me sentí feliz, con toda la noche a nuestra disposición.

– Mi hombre es grueso -dijo Lupe-. No le gusta que ande rolando por ahí con desconocidos. -Era la primera vez que hablaba mirándome directamente a mí.

– Pero yo no soy una desconocida -dijo María.

– No, mana, tú no.

– ¿Sabes cómo conocí a Lupe? -preguntó María.

– No tengo ni idea -dije.

– En la Escuela de Danza. Lupe era la amiguita de Paco Duarte, el bailarín español. El director de la Escuela.

– Iba a verlo una vez a la semana -dijo Lupe.

– No tenía idea de que estudiaras danza -dije.

– Yo no estudio nada, sólo iba a pisar -dijo Lupe.

– No me refería a ti sino a María -dije.

– Desde los catorce años -dijo María-. Muy tarde ya para ser una buena bailarina. Qué le vamos a hacer.

– Pero si tú bailas superbien, mana. Superraro, pero es que allí todos están medio zafados. ¿Tú la has visto bailar? -Dije que no-. Te quedarías prendado de ella.

María hizo un gesto negativo con la cabeza. Cuando llegó la mesera pedimos tres cafés con leche y Lupe pidió además una torta de queso sin frijoles.

– No los digiero bien -explicó.

– ¿Cómo sigues del estómago? -dijo María.

– Más o menos, a veces me duele mucho, otras veces me olvido de que existe. Son los nervios. Cuando no lo puedo soportar me doy un prix y asunto solucionado. ¿Y tú qué? ¿Ya no vas a la Escuela de Danza?

– Menos que antes -dijo María.

– Esta mensa me pilló una vez en la oficina de Paco Duarte -dijo Lupe.

– Casi me morí del ataque de risa -dijo María-. La verdad es que no sé por qué me puse a reír. Igual estaba enamorada de Paco y fue en realidad un ataque de histeria.

– Huy, no lo creo, mana, ese gabacho no era tu tipo.

– ¿Y qué estabas haciendo con el tal Paco Duarte? -dije yo.

– La neta, pues nada. Lo conocía de una vez en la avenida y como él no podía venir ni yo podía ir a su casa, él está casado con una gringa, pues iba yo a verlo a la Escuela de Danza. Además, creo que eso era lo que le gustaba al muy puerco. Cogerme en su oficina.

– ¿Y tu chulo te dejaba aventurarte tan lejos de tu zona? -dije.

– ¿Y tú qué sabes cuál es mi zona, chavo? ¿Tú qué sabes si tengo chulo o no tengo chulo?

– Oye, perdona si te he ofendido, pero María hace un momento dijo que tu chulo era un tipo violento, ¿no?

– Yo no tengo chulo, chavito. ¿Qué te crees, que por estar conversando conmigo ya me puedes insultar?

– Cálmate, Lupe, nadie te está insultando -dijo María.

– Este buey ha insultado a mi hombre -dijo Lupe-. Si él te llega a oír te da cran, chavito, te vence en un tris tras. Seguro que a ti te gustaba la verga de mi hombre.

– Oye, yo no soy homosexual.

– Todos los amigos de María son putos, eso es sabido.

– Lupe, no te metas con mis amigos. Cuando ésta estuvo enferma -me dijo María-, entre Ernesto y yo la llevamos a un hospital para que la curaran. Hay que ver qué pronto olvidan los favores algunas personas.

– ¿Ernesto San Epifanio? -dije yo.

– Sí -dijo María.

– ¿Él también estudia danza?

– Estudiaba -dijo María.

– Ay, Ernesto, qué buenos recuerdos tengo de él. Me acuerdo que me levantó él sólito y me metió en volandas en un taxi. Ernesto es puto -me explicó Lupe-, pero es fuerte.

– No fue Ernesto el que te metió en el taxi, cabrona, fui yo -dijo María.

– Esa noche pensé que me iba a morir -dijo Lupe-. Estaba puestísima y de pronto me encontré con mareos y vomitando sangre. Cubos de sangre. Yo creo que en el fondo no me hubiera importado morirme. Lo único que hacía era acordarme de mi hijo y de la promesa rota y de la Virgen de Guadalupe. Había inflado hasta que salió la luna, poco a poco, y como no me encontraba bien la enana que viste hace un rato me convidó un poco de flexo. En mala hora, el cemento debía estar babeado o yo ya estaba muy mal, el caso es que me empecé a morir en un banco de la plaza San Fernando y fue entonces cuando apareció aquí mi cuatacha y su amigo el puto angelical.

– ¿Tienes un hijo, Lupe?

– Mi hijo se murió -dijo Lupe mirándome fijamente a los ojos.

– ¿Pero qué edad tienes entonces?

Lupe me sonrió. Su sonrisa era grande y bonita.

– ¿Qué edad me calculas?

Preferí no arriesgarme y no dije nada. María le pasó una mano por el hombro. Ambas se miraron y se sonrieron o se guiñaron un ojo, no sé.

– Un año menos que María. Dieciocho.

– Las dos somos Leo -dijo María.

– ¿Tú qué signo eres? -preguntó Lupe.

– No sé, la verdad es que nunca me ha preocupado eso.

– Pues entonces eres el único mexicano que no sabe su signo -dijo Lupe.

– ¿En qué mes naciste, García Madero? -dijo María.

– En enero, el seis de enero.

– Eres Capricornio, como Ulises Lima.

– ¿El famoso Ulises Lima? -dijo Lupe.

Le pregunté si lo conocía. Temí que me dijeran que Ulises Lima también iba a la Escuela de Danza. ¡Me vi a mí mismo, en una microfracción de segundo, bailando en las puntas de los pies en un gimnasio vacío! Pero Lupe dijo que sólo de oídas, que María y Ernesto San Epifanio hablaban a menudo de él.

Después Lupe se puso a hablar de su hijo muerto. El bebé tenía cuatro meses cuando murió. Había nacido enfermo y Lupe le había prometido a la Virgen que dejaría la calle si su hijo se curaba. Los tres primeros meses mantuvo la promesa y el niño, según ella, pareció mejorar. Pero al cuarto mes tuvo que volver a hacer la calle y el niño se murió. Me lo quitó la Virgen por haber roto mi juramento. Por aquel tiempo Lupe vivía en un edificio de Paraguay, cerca de la plaza de Santa Catarina, y le dejaba el niño a una vieja para que se lo cuidara por las noches. Una mañana, al volver, le dijeron que su hijo se había muerto. Y eso fue todo, dijo Lupe.

– La culpa no es tuya, no seas supersticiosa -dijo María.

– ¿Cómo no va a ser mía, quién rompió su promesa, quién dijo que iba a dejar esta vida y luego no cumplió?

– ¿Y por qué entonces la Virgen no te mató a ti y sí a tu niño?

– La Virgen no mató a mi hijo -dijo Lupe-. Se lo llevó, que es bien distinto, mana. A mí me castigó sin su presencia, a él se lo llevó a una vida mejor.

– Ah, bueno, si lo ves así no hay ningún problema, ¿verdad?

– Claro, así está todo solucionado -dije yo-. ¿Y ustedes cuándo se conocieron, antes o después del niño?