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El zen te vuelve luminoso desde tu interior, no es una imposición del exterior, no se cultiva desde fuera ni constituye una armadura o un mecanismo de defensa. No se ocupa de la periferia, sino que simplemente enciende una lámpara en tu interior, en el centro mismo de tu ser; esa luz se va expandiendo… y llega un momento en el que toda tu personalidad es luminosa.

¿Cómo surgió esa perspectiva o ese enfoque zen? Surgió de la meditación. Es la cima suprema de la conciencia meditativa. Si meditas verás que, poco a poco, todo está bien, todo es lo que debería ser. Surge tathata, o la visión de que las cosas son como son. Entonces, al ver a un ladrón no piensas que tendría que transformarse, sino que respondes simplemente. Ya no piensas que es malo. Cuando no piensas que una persona es mala, malvada, estás dándole la oportunidad de transformarse. Estás aceptando al ser humano tal como es, y esa aceptación trae consigo la transformación.

¿Has observado que eso ocurre también en tu vida? Cuando alguien te acepta totalmente, incondicionalmente, empiezas a cambiar. Esta aceptación te da la valentía… cuando alguien te quiere simplemente como eres, ¿no has comprobado que algo cambia milagrosamente y empieza a cambiar de una manera muy rápida? Simplemente la aceptación de ser querido tal como eres -sin esperar nada de ti-, te da alma, te equilibra, te devuelve la confianza y te da fe. Te hace sentir que eres, que no tienes que cumplir expectativas, que puedes ser y que tu ser original es respetado.

Incluso aunque solo encuentres una sola persona que te respete totalmente -porque todo juicio es una falta de respeto-, que te acepta como eres, que no te exige nada y que dice: «Sé como eres. Sé auténticamente tú mismo. Te quiero. Te quiero a ti y no lo que haces. Te quiero tal como eres en tu esencia más profunda. No me interesa tu apariencia ni tu ropa. Amo tu ser y no lo que posees. No me interesa lo que posees, solo me interesa una cosa y es lo que eres. Y eres inmensamente bello…»

Eso es el amor. Por eso el amor es tan nutritivo. Cuando encuentras a una mujer o a un hombre que simplemente te quiere -por ningún motivo en concreto, por el placer de amar-, el amor te transforma. De repente aparece otra persona, alguien que nunca has sido. De repente desaparece toda la tristeza y la apatía. De repente encuentras el paso en tu danza, la canción en tu corazón. Empiezas a actuar de un modo distinto, surge la gracia.

Obsérvalo: cada vez que alguien te ama, basta con el fenómeno del amor. Desaparece la frialdad y empiezas a sentir calidez. Tu corazón ya no es indiferente al mundo. Empiezas a mirar más las flores, miras más el cielo y el cielo tiene un mensaje… porque una mujer o un hombre te ha mirado a los ojos y te ha aceptado totalmente, sin tener ninguna expectativa. Pero, a causa de la ignorancia del ser humano, ese estado no perdura. Esa luna de miel, más pronto o más tarde, desaparece; dura una semana, dos semanas, tres como máximo. Antes o después, la mujer y el hombre empiezan a tener expectativas: «Haz esto. No hagas eso». Y de nuevo vuelves donde estabas, ya no estás en el cielo. Vuelves a ir cargado y el amor ha desaparecido. Ahora la mujer está más interesada en tu cartera y el hombre está más interesado en su comida. Ahora es necesario velar por la familia, ordenar la casa y mil y un detalles más, pero ya no hay armonía entre los dos seres.

Si logras mantener esa armonía, todo irá bien. Podrás seguir haciendo mil y una cosas sin que pase nada. Pero la armonía se ha perdido; empezáis a dar por hecho que el otro está ahí. En esas tres semanas os habéis puesto etiquetas el uno al otro. El día que la clasificación está completa se acabó la luna de miel.

El zen cree en el amor pero no cree en las normas ni en las reglas. No cree en una disciplina exterior sino en la interior. Surge del amor, surge del respeto y de la confianza. Cuando meditas, empiezas a tener fe en la existencia. Observa la diferencia: si le preguntas a un católico o a un hindú te dirá que el primer requisito es la fe. Te dice: «Ten fe en la existencia y así conocerás a Dios». En el zen el primer requisito no es la fe. El zen dice: «Medita». De la meditación nace la fe y la fe hace que la existencia sea divina. Surge tathata, surge el ser tal como es.

¿Cómo puedes seguir condenando si sabes que todo es divino? Los vedantistas de la India dicen: «Todo es Brahma», pero siguen criticando. Siguen diciendo que uno es un pecador y otro es un santo, y que el santo irá al cielo y el pecador al infierno. Todo esto es absurdo considerando que todo es Brahma, que todo es Dios. Entonces, ¿cómo puedes ser un pecador? En ese caso, el Dios que llevamos dentro es pecador. ¿Cómo es posible que Dios vaya al infierno?

El zen dice: el día que reconozcas que todo es divino, sabrás que todo es Dios. Y no usan la palabra «dios», porque las demás religiones han viciado la palabra, la han contaminado, la han corrompido y la han envenenado. No usan la palabra «dios». Cuando meditas, poco a poco, empiezas a darte cuenta de que las cosas son como son, y empiezas a confiar en las cosas y a respetarlas tal como son, surge la confianza. Esa confianza es tathata, todo es como es.

Tathata te lleva a una visión de la existencia en la que todo está estrechamente relacionado. Todo el universo es una unidad que funciona de una manera orgánica. Tienen una expresión concreta para esto, lo llaman jiji muge hokkai; es cuando llegas a comprender que toda la existencia es unitaria, realmente es un universo y no un multiverso. Todo está unido al resto; pecadores y santos forman parte de un entramado, no están separados; el bien y el mal están unidos. Del mismo modo que la oscuridad y la luz están unidas, del mismo modo que la vida y la muerte están unidas, también lo están el bien y el mal.

Todo está interconectado. Es una red, un hermoso patrón.

Escucha estas palabras de Berenson:

Era una mañana de comienzos del verano. Una neblina plateada brillaba tenuemente vibrando sobre los tilos. Una caricia impregnaba el aire. Recuerdo que… me subí al tronco de un árbol y, de repente, me sentí inmerso en «ser eso». Ni siquiera lo llamé por ese nombre porque en ese estado mental no había palabras. Ni siquiera se trataba de un sentimiento. No tenía necesidad de palabras. Eso y yo éramos uno. Simplemente estaba ahí como una bendición.

Tathata significa alcanzar ese instante en el que, súbitamente, te das cuenta de que la existencia es una, está interconectada, fundida en una sola danza como una orquesta. Y todo es necesario, tanto lo malo como lo bueno. Jesús por sí solo no basta. Judas también es necesario. Sin Judas, Jesús no sería tan valioso. Si quitas a Judas de la Biblia, la Biblia pierde mucho. Quita a Judas de la Biblia y ¿dónde estará Jesús? ¿Qué es Jesús? Judas crea el contraste; es el telón de fondo. Se convierte en la nube negra de la que Jesús es el halo plateado. Sin la nube negra no habría halo plateado. Jesús debe estar agradecido a Judas. Y no es casualidad que, al lavar los pies de sus discípulos, el primero fuese Judas. Después, cuando se estaba despidiendo y diciendo adiós, abrazó a Judas más que a los demás y le besó más que a ningún otro. Era su discípulo preferido.

Esto es un misterio dentro de un misterio. En los círculos esotéricos hay rumores, desde hace siglos, de que Jesús mismo lo planeó. Gurdjieff creía firmemente en ello. Y es posible que Judas simplemente estuviese obedeciendo las órdenes de Jesús: traicionarle y venderle a sus enemigos. Eso parece tener más lógica. Porque, por muy malo que fuese Judas, ¿vender a Jesús por apenas treinta monedas de plata? Esto es excesivo. Judas había estado con Jesús desde hacía mucho tiempo y era el discípulo más inteligente de todos. Era el único que tenía cultura, el único que podría calificarse de intelectual. De hecho, era más culto que el propio Jesús. Era el erudito del grupo.