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Las máquinas tienen carácter, puedes contar con ellas. Ese es el motivo por el que, poco a poco, vamos sustituyendo a los seres humanos por máquinas. Las máquinas son más previsibles, tienen mejor carácter, puedes contar con ellas.

No se puede confiar en un caballo tanto como en un coche. El caballo tiene cierta personalidad: hay días que no está de buen humor, otras veces no quiere ir por donde tú quieres y otras veces está muy rebelde. A veces simplemente se planta y no quiere moverse. Tiene alma; no siempre puedes contar con él. Pero un coche no tiene alma. Es un conjunto de piezas ensambladas, no tiene un centro. Va por donde tú quieras que vaya. Si quieres que el coche se tire por un acantilado, el coche lo hará. El caballo te dirá: «¡Espera! Si quieres suicidarte puedes hacerlo tú solo porque yo no voy a hacerlo. Salta si quieres. Yo no pienso saltar». Pero el coche no te dirá que no, no tiene alma para decir que no. Nunca dice ni sí ni no.

A veces, ni siquiera la mente de un gran matemático quiere funcionar. Pero el ordenador seguirá trabajando las veinticuatro horas del día, día tras día, año tras año; no se le ocurre dejar de trabajar. Una máquina tiene carácter, un carácter en el que se puede confiar. Eso es lo que hemos estado intentando hacer. Primero, hemos intentado convertir a las personas en máquinas pero como no lo hemos conseguido al cien por cien, poco a poco, hemos empezado a inventar máquinas con las que podamos sustituir a las personas. Antes o después, las personas serán reemplazadas por máquinas en todas partes. Las máquinas lo harán mucho mejor, de forma más eficiente, más fiable y más rápido.

El ser humano tiene estados de ánimo porque tiene alma. Como tiene alma, solamente puede ser auténtico si no tiene carácter. ¿A qué me refiero cuando digo «no tener carácter»? Me refiero a que el hombre se olvida de su pasado, no vive de acuerdo con su pasado y por eso es imprevisible. Vive momento a momento, en el presente. Ve lo que hay a su alrededor y vive, mira lo que tiene alrededor y vive, siente lo que tiene alrededor y vive. No tiene ideas fijas sobre la forma de vivir, sino intuición. Su vida es una corriente constante. Es espontáneo, a eso me refiero cuando digo que un hombre no tiene carácter. Es espontáneo.

Sabe responder y, cuando le dices algo, responde sin repetir una fórmula. Te responde, en este momento, a esta pregunta, a esta situación. No está respondiendo a otra situación aprendida. Te responde a ti, te observa. No está reaccionando sino que está respondiendo. La reacción es algo que surge del pasado.

Un maestro zen preguntó una vez: «¿Cuál es el secreto de Buda? ¿Qué es lo que transmitió a Mahakashyapa cuando le dio una flor? ¿Por qué dijo "Le entrego a Mahakashyapa lo que no he conseguido darle a nadie más, porque los demás solamente comprenden las palabras mientras que Mahakashyapa comprende el silencio"?».

Buda llegó ese día con una flor de loto en las manos. Todos sus discípulos no hacían más que mirar; estaban preocupados y cada vez más inquietos. Buda no decía nada, simplemente miraba la flor de loto… como si se hubiese olvidado de toda la gente que estaba ahí reunida.

Pasaron los minutos, pasó una hora, y todos empezaron a estar muy impacientes. Entonces, Mahakashyapa se echó a reír. Buda le llamó, le entregó la flor y le dijo: «Todo lo que puedo transmitir a través de las palabras se lo he dado a los demás. Lo que no puedo transmitir a través de las palabras te lo doy a ti, Mahakashyapa. Guárdalo hasta que encuentres a alguien que pueda recibir el mensaje en silencio».

El maestro zen preguntó a sus discípulos: «¿Cuál era el secreto? ¿Qué es lo que le entregó con la flor de loto? ¿Qué sucedió en ese momento?». Un discípulo se puso de pie, empezó a bailar y salió corriendo. Y el maestro dijo: «Muy bien, es exactamente eso».

Pero, esa noche, otro maestro del mismo monasterio fue a ver a este maestro y le dijo: «No deberías estar de acuerdo tan rápido; sospecho que has dado tu aprobación demasiado pronto».

Entonces el maestro buscó al discípulo que se había puesto a bailar y al que le había dicho: «Es exactamente eso», y por la noche volvió a hacerle la misma pregunta: «¿Qué es lo que Buda le entregó a Mahakashyapa con la flor de loto? ¿Qué es lo que Mahakashyapa comprendió cuando sonrió? ¿Qué fue? Dame la respuesta».

El joven se puso a bailar y, ¡el maestro le propinó un golpe! «Estás equivocado, completamente equivocado», dijo el maestro.

El discípulo respondió: «Pero, si esta mañana me has dicho que tenía razón».

«Sí -dijo el maestro-, por la mañana estaba bien, pero por la noche está mal. Estás repitiendo. Por la mañana creí que era una respuesta, pero ahora sé que ha sido una reacción.»

Cada vez que se hace la pregunta, la respuesta, si es una respuesta, tiene que ser diferente. La pregunta puede ser la misma, pero todo lo demás no es lo mismo. Por, la mañana, cuando el maestro preguntó, estaba saliendo el sol, los pájaros estaban cantando y la gente que estaba reunida… había mil monjes sentados meditando; era un mundo completamente distinto. Sí, la pregunta es la misma, la formulación lingüística es la misma, pero todo el resto ha cambiado, la gestalt ha cambiado. Por la noche es completamente diferente; el maestro está solo con su discípulo en su celda. El so! ya no está en el cielo, los pájaros ya no están cantando y no hay nadie más. El maestro ha cambiado. En esas pocas horas el río ha corrido, ha bañado nuevos prados y ha entrado en nuevos territorios. La pregunta aparentemente es la misma, pero el discípulo no ha variado porque piensa: «Ya sé la respuesta».

No, en la vida real nadie conoce las respuestas, en la vida real tienes que responder. En la vida real no puedes tener las respuestas preparadas de antemano, respuestas fijas, fórmulas. En la vida real tienes que estar abierto, pero el discípulo no lo comprendió.

Un hombre sin carácter es un hombre que no tiene respuestas ni filosofía, ni una idea preconcebida de cómo deberían ser las cosas. Sea lo que sea, él permanece abierto. Es un espejo que refleja.

¿No lo has observado? Cuando te pones delante de un espejo, si estás enfadado el espejo reflejará tu rostro enfadado; si estás sonriente el espejo reflejará tu rostro sonriente. Si eres viejo el espejo reflejará tus años, si eres joven el espejo reflejará tu juventud. No puedes decirle al espejo: «Ayer me reflejaste riendo, y ¿hoy por qué me estás reflejando enfadado y triste? ¿Qué quieres decir? No eres consecuente. ¡No tienes carácter! Me voy a deshacer de ti».

El espejo no tiene carácter, y el hombre de verdad es como un espejo.

El zen no juzga. El zen no valora. El zen no impone a nadie un carácter, porque para imponer un carácter tienes que haber valorado: bueno o malo. Para imponer un carácter tienes que crear deberías y no deberías; tienes que crear unos mandamientos. Para imponer un carácter tienes que ser un Moisés, no puedes ser un Bodhidharma. Para imponer un carácter tienes que provocar miedo y codicia. Si no ¿quién te va a escuchar? Tienes que ser como B. F. Skinner y tratar a las personas como si fuesen ratas, entrenarlas, castigarlas, recompensarlas, para obligarles a comportarse según un patrón determinado.

Eso es lo que han hecho con vosotros. Vuestros padres lo han hecho, vuestra educación lo ha hecho, y lo han hecho vuestra sociedad y vuestros estados. El zen dice: ya está bien, salta de ahí, abandona todo ese sin sentido, empieza a ser tú mismo. No significa que el zen te deje sumido en el caos, sino todo lo contrario. El zen, en vez de darte un carácter y una conciencia que pueda manipular ese carácter, te ofrece un estado consciente.

Esta es la diferencia que hay que tener en cuenta y recordar. Las demás religiones te ofrecen conciencia. El zen brinda un estado consciente. Conciencia significa: «Esto es bueno y esto es malo. Haz esto y no hagas lo otro». Pero estado consciente simplemente significa: «Sé un espejo, refleja y responde». La respuesta es correcta, la reacción es incorrecta. Ser responsable no significa obedecer ciertas normas; ser responsable significa tener capacidad de respuesta.