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Por lo general, las personas no religiosas tienen menos miedo, dentro de su ser tienen menos miedo que las personas llamadas religiosas. Las personas llamadas religiosas están constantemente temblando por dentro, siempre angustiadas por si lo lograrán o si fracasarán. ¿Será expulsado al infierno o conseguirá hacer lo imposible y entrar en el paraíso?

Incluso cuando Jesús estaba despidiéndose de sus amigos y discípulos, la mayor preocupación de los discípulos era el lugar que iban a ocupar en el cielo. Se volverán a encontrar en el cielo, pero ¿cuál será su lugar? ¿Quién será quién? Por supuesto, acceden a que Jesús esté sentado a la derecha de Dios, pero ¿quién se va a sentar a su lado? Esta preocupación es fruto de su codicia y de su miedo. No les preocupa demasiado que Jesús vaya a ser crucificado al día siguiente, están mucho más preocupados por sus propios intereses.

Todas las demás religiones se basan en una codicia y un miedo muy vulgares. La misma codicia que sientes por el dinero se transforma un día en codicia de Dios. Antes, Dios era tu dinero y ahora el dinero es tu Dios, pero esa es la única diferencia. Después Dios se convierte en el dinero. Ahora tienes miedo del Estado, de la policía, de esto y lo otro… y luego empiezas a tener miedo del infierno, del tribunal supremo, de la corte final suprema de Dios y del día del juicio final.

Los mal llamados santos cristianos están constantemente temblando, incluso en los últimos momentos de su vida, ¿lo lograrán o no lo lograrán?

El zen, por encima de todo, está libre de los juicios de valor. Deja que esto penetre profundamente en tu ser porque también es mi punto de vista. Solo deseo que lo comprendas, nada más. Basta con comprenderlo. Deja que la comprensión sea la única ley; no hay ninguna otra. No vivas guiado por el miedo; de lo contrario, estarás vagando en la oscuridad. No vivas con arreglo a la codicia, porque la codicia no es más que la otra cara del miedo. Son dos aspectos de la misma cosa: por un lado es codicia y por el otro lado es miedo. La persona miedosa siempre es codiciosa, y la persona codiciosa es miedosa. Siempre van juntos.

Solo la comprensión, el darse cuenta, la capacidad de ver las cosas como son… ¿No puedes aceptar la existencia tal como es? Pero no aceptarla no cambia nada. ¿Qué es lo que cambia? Hemos estado rechazando cosas desde hace miles de años pero siguen estando ahí, incluso con más fuerza. No han desaparecido los ladrones ni los asesinos. No ha cambiado nada; las cosas siguen siendo las mismas de siempre. Las cárceles siguen aumentando. Las leyes se siguen ampliando y haciéndose cada vez más complejas. Y a causa de estas leyes tan complejas, cada vez se contrata a más ladrones: los abogados y jueces… Esto no ha cambiado nada en absoluto. Todo el sistema penitenciario no ha hecho ningún bien; en realidad, ha sido muy perjudicial. El sistema penitenciario se ha convertido en la universidad del crimen; es el lugar donde se aprende a delinquir y donde están los maestros que enseñan a delinquir.

Cuando una persona entra en la cárcel una vez ya se convierte en un visitante periódico. Una vez que ha estado en la cárcel, vuelve a ella una y otra vez. Es muy raro encontrar a alguien que haya estado en la cárcel y nunca vuelva a ella. Cuando sale de la cárcel tiene más maestría. Cuando sale de la cárcel tiene más ideas de cómo hacer lo mismo de una forma más experta. Cuando sale de la cárcel ya no es un aficionado. Sale de la cárcel con un título; la salida de la cárcel es una especie de título del crimen. Ahora sabe más, y sabe cómo hacerlo mejor. Ahora sabe lo que tiene que hacer para que no le pesquen. Ahora ya conoce las fisuras del sistema jurídico.

Y los encargados de que se cumpla la ley son tan delincuentes como los demás, en realidad, son más delincuentes que ninguno, porque para tratar con delincuentes tienen que ser más delincuentes. La policía, los carceleros y los guardias penitenciarios son más criminales que las personas obligadas a estar en la cárcel; es necesario que lo sean.

No ha cambiado nada. Esta no es la forma de cambiar las cosas y ha demostrado ser un fracaso rotundo.

El zen dice que el cambio viene a través de la comprensión y no de la imposición.

¿Y qué son vuestro cielo y vuestro infierno? No son nada más que el mismo concepto trasladado a la vida del más allá. El mismo concepto de prisión se convierte en vuestro concepto de infierno. Y el mismo concepto de recompensa -recompensas gubernamentales, recompensas presidenciales, medallas de oro, esto y lo otro-, ese mismo concepto se traslada al cielo, al paraíso, firdaus. Pero la idea sigue siendo la misma.

El zen destruye de raíz esa forma de pensar. El zen no condena nada, es comprensivo, dice que hay que intentar comprender que las cosas son como son. Intenta comprender al ser humano como es y no le impongas ningún ideal, no digas cómo debería ser.

En el momento que dices cómo debería ser, te ciegas a la realidad de lo que es. El «debería» se convierte en una barrera. Entonces, no puedes ver la realidad, no puedes ver lo que es porque tu «debería» se convierte en algo opresivo. Tienes un ideal, un ideal perfeccionista y, naturalmente, todas las personas quedan por debajo de ese ideal. De ese modo condenas a todo el mundo. Y las personas egoístas que consiguen de alguna manera encajar en ese ideal -aunque sea superficialmente o exteriormen-te- se convierten en grandes santos. Pero solo son egoístas, y si les miras a los ojos, encontrarás una única cualidad: soy-más-santo-que-tú. Son los elegidos, los elegidos de Dios y están aquí para condenarte y transformarte. El zen no está interesado en la transformación de nadie pero la paradoja es que transforma. No le interesa qué deberías ser, sino qué eres. Analízalo, analízalo con una mirada cargada de amor y cariño. Intenta comprenderlo y de esta comprensión surgirá la transformación. La transformación es natural, no tienes que hacer nada, sucede espontáneamente. El zen transforma pero no habla de la transformación. Cambia, pero no le preocupa el cambio. Aporta más beatitud a los seres humanos que ninguna otra cosa, pero no le preocupa en absoluto. Llega como una gracia, como un regalo. Es el resultado de la comprensión. Esa es la belleza del zen, que por encima de todo no tiene valores. La valoración es una enfermedad de la mente, eso es lo que dice el zen. No hay nada bueno ni malo, las cosas son exactamente como son. Todo es como es.

El zen abre una dimensión completamente nueva: la dimensión de la transformación sin esfuerzo. La dimensión de la transformación que llega naturalmente cuando tienes los ojos limpios, cuando hay claridad, cuando estudias la naturaleza de las cosas directamente sin el obstáculo de los prejuicios.

En cuanto dices que una persona es buena es que has dejado de mirarla. Ya le has puesto una etiqueta, la has encasillado y la has clasificado. En cuanto dices que «ese hombre es malo», ¿cómo puedes volver a mirarle a los ojos? Has decidido de antemano acabar con esa persona, esa persona ha dejado de ser un misterio. Has resuelto el misterio escribiéndole encima «malo» o «bueno» y ahora estás relacionándote con esas etiquetas y no con las realidades.

Un hombre bueno se puede volver malo y uno malo se puede volver bueno. Sucede a cada instante; por la mañana el hombre era bueno, por la tarde es malo y por la noche volverá a ser bueno. Pero ahora tendrás que comportarte con arreglo a la etiqueta que le has puesto. No estarás hablando con el hombre en sí, sino que estarás hablando con la etiqueta que le has impuesto, con la imagen que has fabricado.

Por supuesto, sigues sin percibir las realidades y a las verdaderas personas, y esto origina mil y un problemas y complicaciones. Problemas que no tienen solución. ¿Realmente hablas con tu mujer? Cuando estás en la cama con tu mujer, ¿con quién estás en la cama realmente, con tu mujer o con determinada imagen? Tengo la sensación de que en cualquier lugar que se encuentren dos personas, en vez de dos personas, en realidad hay una multitud. Por lo menos cuatro personas ya que también están ahí tu imagen del otro y la imagen que el otro tiene de ti. Y además nunca concuer-dan, porque la verdadera persona va cambiando, es un flujo. La verdadera persona es un río que va cambiando de color. ¡La verdadera persona está viva! El hecho de que le hayas puesto una etiqueta no significa que haya muerto; sigue estando viva.