Изменить стиль страницы

Cuando te rechazas, estás rechazando la existencia que te ha creado. En cuanto dices: «Debería ser así», estás intentando mejorar la existencia. Cuando dices: «Has cometido un disparate, yo debería ser de este modo, ¿por qué me has hecho así?», estás intentando mejorar la existencia. Eso no es posible. Tu lucha es inútil, estás abocado a fracasar.

Y cuanto más fracasas, más odias. Cuanto más fallas, más rechazado te sientes. Cuanto más fallas, más impotente te sientes. Y ¿cómo puede surgir compasión de ese odio y esa impotencia? La compasión surge cuando estás perfectamente centrado en tu ser. Cuando dices: «Sí, yo soy así», y no tienes que satisfacer ningún ideal, entonces ¡la satisfacción empieza a suceder inmediatamente!

Las rosas florecen con tanta belleza porque no están intentando convertirse en flores de loto. Y las flores de loto florecen con tanta belleza porque no han estado oyendo leyendas sobre otras flores. En la naturaleza todo va maravillosamente bien por su propia cuenta, porque nadie intenta competir con nadie, nadie intenta convertirse en otro. Todo es como es.

¡Compréndelo! Sé tú mismo y recuerda que, hagas lo que hagas, no puedes ser distinto. Cualquier esfuerzo es inútil. Solo tienes que ser tú mismo.

Solo hay dos caminos. Uno es que a! rechazar, puedes seguir siendo el mismo; al descalificar, puedes seguir siendo el mismo. El otro es que al aceptar, rendirte, disfrutar y deleitarte, puedes seguir siendo el mismo. Tu actitud puede ser diferente pero vas a seguir siendo como eres, seguirás siendo quien eres. En cuanto lo aceptas surge la compasión. ¡Y entonces empiezas a aceptar a los demás!

¿Has observado que es muy, muy difícil vivir con un santo? Puedes vivir con un pecador pero no puedes vivir con un santo, porque el santo te estará condenando constantemente con sus gestos, con sus ojos, con la forma de mirarte y con la forma de hablarte. Un santo nunca habla contigo, te habla a ti. Nunca te mira sino que tiene un ideal en sus ojos que le nubla la vista. Nunca te ve. Hay algo en el fondo de su mente y siempre te compara con ello, y por supuesto, te quedas corto. ¡Su mirada te convierte en un pecador! Es muy difícil vivir con él porque no se acepta, ¿cómo te va a aceptar a ti? Dentro de él hay muchas cosas, notas discordantes que siente que tiene que superar. Por supuesto, en ti ve las mismas cosas pero amplificadas.

Pero para mí, solo es santa la persona que se ha aceptado, y en esta aceptación ha aceptado a todo el mundo. Para mí, ese es el estado mental de la santidad; el estado de aceptación total. Y eso es sanador, terapéutico. Simplemente estar con alguien que te acepte totalmente es terapéutico. Te sanará.

Ve despacio, con cuidado, observando, y sé amoroso. Si eres sexual, no te digo que dejes el sexo, sino que lo hagas de una forma más atenta, de una forma más devota, que sea más profundo para que se pueda convertir en amor. Si eres amoroso, hazlo incluso con más agradecimiento; aporta una gratitud más profunda, alegría, celebración y meditación, para que se pueda convertir en compasión.

Hasta que no surja la compasión no creas que has vivido correctamente o que has vivido en absoluto. La compasión es el florecimiento. Y cuando surge la compasión en una persona, millones de personas se curan. Todo el que se acerque se cura.

La compasión es terapéutica.

POR ENCIMA DE TODO SIN JUICIOS DE VALOR: LA COMPASIÓN DEL ZEN

Una noche, mientras Shichiri Kojun estaba recitando sutras, entró un ladrón armado con una afilada espada y le exigió el dinero o la vida.

Shichiri le respondió: «No me molestes. Puedes encontrar el dinero en ese cajón», y siguió recitando.

Poco después se detuvo y le dijo: «Mañana tengo que pagar unos impuestos, no te lo lleves todo».

El intruso recogió la mayor parte del dinero y se disponía a marchar, cuando Shichiri añadió: «Cuando te hacen un regalo debes dar las gracias». El hombre le dio las gracias y se marchó.

Unos días más tarde atraparon al tipo que confesó, entre otros, el delito contra Shichiri. Cuando llamaron a Shichiri como testigo, este dijo: «En lo que a mí respecta, este hombre no es un ladrón. Yo le di el dinero y él me dio las gracias».

Cuando cumplió su condena y salió de la cárcel, este hombre se convirtió en discípulo de Shichiri.

Jesús dijo: «No juzguéis». Esto sería totalmente zen si lo hubiese dejado ahí. Pero añadió: «…para no ser juzgados», quizá porque estaba hablando a los judíos y tenía que expresarse en sus términos. Ha dejado de ser una historia zen y se ha convertido en un trato. Este añadido ha destruido su calidad y profundidad.

«No juzguéis» es suficiente; y no había necesidad de añadir nada. «No juzguéis» significa sin juicios. «No juzguéis» significa mirar la vida sin evaluarla. No valores, no digas «esto es bueno» o «esto es malo», no seas moralista, no califiques ciertas cosas como divinas y otras como malignas. «No juzguéis» es una afirmación extraordinaria que indica que no hay Dios ni Demonio.

Si Jesús lo hubiese dejado ahí, en esta pequeña frase, en estas dos palabras, «no juzguéis» habría transformado toda la naturaleza del cristianismo. Pero añadió algo que lo destruyó. Dijo: «… para no ser juzgados». Ahora es condicional. Ya no está ausente de juicios y se ha convertido en un trato, «para no ser juzgados». Ahora es un negocio.

No juzgues por miedo, por miedo a ser juzgado. Pero ¿cómo puedes dejar de juzgar por miedo o por codicia? Si no quieres ser juzgado, no juzgues, pero la codicia y el miedo no podrán hacer que no tengas valores. Es egocéntrico, «no juzguéis para no ser juzgados». Es egoísta. Se ha destruido toda la belleza del zen, ha desaparecido el sabor zen y se ha vuelto algo ordinario. Se ha convertido en un buen consejo, pero no conlleva ninguna revolución; es un consejo paternal. Es un buen consejo pero no es en absoluto esencial. La segunda cláusula es la crucifixión de la afirmación esencial.

El zen se detiene ahí: no juzguéis. Porque el zen dice que todo es lo que es, y no hay nada bueno ni nada malo. Las cosas son como son. Algunos árboles son altos y otros árboles son bajos. Algunas personas son morales y otras inmorales. Algunas rezan y otras roban. Así son las cosas. Pero, ¡fíjate en lo revolucionario de todo esto! Te dará miedo, te asustará. Por eso el zen no tiene mandamientos. No dice: haz esto y no hagas lo otro; no habla de lo que debemos hacer o no hacer. No ha creado esa prisión del «deberías».

El zen no es perfeccionista. Y ahora, el psicoanálisis ha demostrado que el perfeccionismo es una especie de neurosis. El zen es la única religión que no es neurótica. El zen acepta. Su aceptación es total, tan absolutamente total que ni siquiera llama ladrón al ladrón, ni asesino al asesino. Intenta ver la pureza de su espíritu y su absoluta trascendencia. Todo es como es.

El zen, por encima de todo, no valora; si pones una condición lo estás malinterpretando. En el zen no hay miedo ni codicia. En el zen no hay Dios ni Demonio, en el zen no hay cielo ni infierno. No despierta la codicia de la gente ni la soborna prometiéndoles una recompensa en el cielo. Y no asusta a la gente ni la atemoriza creando un infierno de pesadilla.

El zen no te soborna con recompensas ni te castiga con torturas. Simplemente te da la lucidez necesaria para analizar las cosas, y esa lucidez te libera. Esa lucidez no se basa en la codicia ni en el miedo. Todas las demás religiones fomentan la codicia, y en el fondo, todas se basan en el miedo. Por eso cuando hablamos de una persona religiosa decimos que tiene «temor de Dios», una persona religiosa teme a Dios,

¿Cómo puede ser religioso el miedo? Es imposible. El miedo nunca podrá ser religioso, y solo podrá la ausencia de miedo ser religiosa. Pero si tienes el concepto de bueno y malo nunca podrás ser valiente. Tu idea de bueno y malo hace que la gente se sienta culpable, los convierte en inválidos y los paraliza. ¿Cómo vas a ayudar a que se liberen de todo ese miedo? Es imposible porque estás provocando más miedo.